lunes, noviembre 06, 2006

EL GLOBO. REVISTA MENSUAL DEL CÓMIC (II): CÓMO CONOCÍ A MAFALDA

Creo que ya os amenacé con contaros cómo conocí a Mafalda.

Cada parte de nosotros tiene una historia que contar y la mía tiene mucho que ver con Mafalda.

Quino la creó en el año 1963 para una agencia de publicidad y su trayectoria abarca desde el año siguiente, cuando empezaron a publicarse sus tiras, hasta 1973 en que Quino dejó de dibujarla al considerar que Mafalda ya había cumplido su cometido. En España no aparecería hasta 1970 cuando Esther Tusquets adquirió sus derechos de edición en España para la Editorial Lumen, quien en 1992 publicaría Todo Mafalda.

Yo la conocí leyendo el nº 6 de la revista El Globo y con ella conocí a Quino. Aún tengo presente la primera página de humor gráfico que leí de Quino. Su atemporalidad te deja sin palabras.

Pero Mafalda era otra historia. Podías identificarte con ella, pero pocas veces reconocías que te parecías más a sus amigos: Mafalda, con su lacito sobre la cabeza, era contestataria, feminista, pacifista, preguntona, con la inquietud de quien tiene ganas de saber para conocer y comprender el mundo que le rodea y al que quiere cambiar para salvar a toda costa.

Los demás personajes que le acompañan eran de lo más variopinto. Entre sus amigos, Felipe representaba la inseguridad con patas (y con dientes), la eterna duda; tenía una gran imaginación, pero la fuerza de voluntad brillaba por su ausencia.

Manolito era el capitalista del grupo (no en vano velaba por el negocio familiar) y también el más bestia, con ese pelo pincho que le crecía en cuanto salía de la peluquería.

Susanita, con ese aspecto de “maruja”, era un caso aparte, con un “ego” tan subido como inaguantable y frustrada porque nunca saldría en las revistas del corazón, pero encarando con valentía el porvenir, una vez “repuesta de su desengaño por el aumento del tomate”; su máxima aspiración en este mundo era casarse y tener muchos hijitos.

Miguelito era un personaje tan inocente como entrañable, con una madre que se deslomaba todo el santo día encerando el suelo y, para entrar en casa, le hacía descalzarse y ponerse unos “patines”.

Libertad era como una Mafalda más radical y reaccionaria, teniendo en cuenta que “todo el mundo saca su conclusión estúpida cuando me conoce”, era normal que le gustara “la simplicidad de la gente simple”.

Con los padres de Mafalda llegué a entender claramente conceptos como depresión, baja autoestima, desaliento y frustración. Con hijos como Mafalda y Guille era comprensible el interés de los argentinos por el psicoanálisis y el “nervo calm”.

¿Qué queréis? Yo iba al instituto con una carpeta llena de Mafaldas, me había leído una y otra vez sus tiras en los volúmenes apaisados de la editorial Lumen, había incorporado a mi vocabulario habitual muchas de las “coletillas” de sus personajes (“la pucha”, “sonamos”, “gané al tá, té, ti”, ”zopita, zopita, zopita”, “pichiruchi”, “esto es el acabóse”…), e incluso me sabía de memoria alguno de los textos, o porque me hicieron gracia o porque me hicieron reflexionar sobre una realidad social que existía sin que yo me diera cuenta.

Por eso creo que aquellos que no la han leído no saben lo que se pierden. Mafalda no era sólo el reflejo de una generación preocupada por la paz mundial, el conflicto árabe-israelí, la guerra del Vietnam, el desarme nuclear, el hambre en el mundo, el movimiento por la liberación de la mujer o la carrera espacial. Es el reflejo de esa rebeldía que hay en cada uno de nosotros y que sólo se manifiesta en determinadas edades. También es el reflejo de un mundo que, muy a nuestro pesar, sigue siendo el mismo de siempre. Ahí va un ejemplo. Las tiras tienen una pila de años, pero, para desgracia nuestra, siguen estando de actualidad.

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