Recuerdo los programas de La Bola de Cristal que TVE emitía a mediados de los años ochenta y una canción que repetía siempre su nombre “El Corto Maltés...”; los viajes a Valencia con mi hermano, nuestros recorridos por las librerías de siempre y nuestras consabidas escapadas a Futurama, la librería de cómics en la que yo me recreaba escudriñando los álbumes de Hugo Pratt y las láminas de Corto Maltés que decoraban sus paredes y, mientras mi hermano se dedicaba a otros menesteres, yo me deleitaba en aquellos títulos que sólo con leerlos en voz alta te transportaban a un mundo tan perfecto como lejano, tan aventurero como peligroso, tan real como imposible: La balada del Mar Salado, La Casa Dorada de Samarkanda, Fábula de Venecia...
Con esta manía del orden y de empezar siempre por el principio, estuve largo tiempo buscando La Juventud de Corto Maltés, pero sólo sabía de su existencia en blanco y negro y en francés, de manera que, ante tanta desesperación, alguien tuvo a bien regalármela (en castellano y color) ante la imposibilidad de conseguirla en castellano y blanco y negro.
Así comienza la historia, justamente por el final, porque precisamente éste fue el último álbum que añadí a mi colección y aunque tengo que decir que lo prefiero en blanco y negro, la historia no desmerece en absoluto lo que se espera de ella; eso siempre que nos esperemos cualquier cosa, ya que lo que menos encuentra una cuando lee La juventud de Corto Maltés es precisamente eso.
Y es que la historia empieza en Manchuria, con el aparente fin de la guerra Ruso-japonesa en 1904-1905. Rasputín, un soldado ruso del destacamento siberiano y, sobre todo, un asesino compulsivo y sin el menor escrúpulo, decide seguir disparando y mata a un oficial japonés que se le pone por delante y a su propio superior por recriminarle la acción.
Así comienza la historia, justamente por el final, porque precisamente éste fue el último álbum que añadí a mi colección y aunque tengo que decir que lo prefiero en blanco y negro, la historia no desmerece en absoluto lo que se espera de ella; eso siempre que nos esperemos cualquier cosa, ya que lo que menos encuentra una cuando lee La juventud de Corto Maltés es precisamente eso.
Y es que la historia empieza en Manchuria, con el aparente fin de la guerra Ruso-japonesa en 1904-1905. Rasputín, un soldado ruso del destacamento siberiano y, sobre todo, un asesino compulsivo y sin el menor escrúpulo, decide seguir disparando y mata a un oficial japonés que se le pone por delante y a su propio superior por recriminarle la acción.
Visto que sus actos van a ocasionarle más problemas de los que tenía previstos, decide desertar y tras vestirse con las ropas de un japonés muerto en el campo de batalla, consigue la ayuda de un miembro de la cruz roja que lo lleva hasta su cabaña donde conocerá a Jack London, enviado especial que sigue la guerra desde el bando japonés. Sin embargo a pesar de que ha sonado el silbato que marca el fin de la guerra, los francotiradores rusos siguen disparando, lo que obliga a los japoneses a pedir a los periodistas que se pongan a cubierto. Su negativa provoca un abuso de autoridad por parte de los japoneses y un enfrentamiento entre Jack London y el Teniente Sakai, un budoka, un especialista en artes marciales que forma parte de una sociedad secreta, la de los ninja, guerrero expertos en el arte del sabotaje, el espionaje y el asesinato, y a la famosa escuela secreta de Koga, de la que es un jonin, un jefe. A pesar de todos los consejos que recibe para que no lo haga, Jack London, curtido en mil batallas con pescadores griegos, italianos y chinos y con contrabandistas de San Francisco, acepta el duelo.
Se produce un nuevo ataque por parte de los rusos y Jack London acaba inmiscuyéndose en una acción de guerra, cosa que no podía hacer como observador extranjero y civil, al salvar al Capitán Sibauchi. Esta intromisión hace que lo transfieran y deje la primera línea. De camino a casa se encuentra de nuevo con Rasputín, quien tiene en mente un plan para tratar de solucionar por su cuenta los problemas de su amigo con el Teniente Sakai, y a quien le ofrece la ayuda de Corto para marcharse con él a África con un barco mercante.
Y es que, aunque conocemos de la existencia de Corto Maltés por los comentarios de los periodistas y de Jack London, lo cierto es que en este álbum de 87 páginas el rostro de Corto no aparecerá hasta la página 73, tras quitarse el “men”, el protector del “bogu”, la armadura que utiliza para practicar el “Kendo” con su amigo japonés Tong; así que, a pesar del título, más parecen "Las aventuras de Jack London durante la guerra ruso-japonesa de 1904".
Y es que, aunque conocemos de la existencia de Corto Maltés por los comentarios de los periodistas y de Jack London, lo cierto es que en este álbum de 87 páginas el rostro de Corto no aparecerá hasta la página 73, tras quitarse el “men”, el protector del “bogu”, la armadura que utiliza para practicar el “Kendo” con su amigo japonés Tong; así que, a pesar del título, más parecen "Las aventuras de Jack London durante la guerra ruso-japonesa de 1904".
Este hecho me sorprendió, como supongo que le ocurrirá a cualquiera que intente leer el cómic bajo otra perspectiva más evidente, así que tuve que enterarme de que entre 1981 y 1982 Hugo Pratt publicó en el diario Le Matin parte de La juventud de Corto Maltés, siguiendo el modo americano, es decir, realizando una tira diaria en blanco y negro que se completaba con una página en color los fines de semana. Sin embargo, las desavenencias con el director del periódico le llevaron a abreviar de manera considerable la que podría haber sido la aventura más interesante del famoso marino.
Sabemos por Jack London que su padre era un marino de Cornualles (de ahí su nacionalidad inglesa y su amor por el mar y las leyendas), mientras que su madre era una guapa gitana de Gibraltar llamada “La niña”, modelo favorita del pintor Ingrés. Queda claro que, pese a su corta edad (sólo tiene 17 años, pero es mucho más maduro de lo que aparenta), tiene las ideas muy claras (lo heredó de su madre) y ya ha decidido ir en busca de las Minas del Rey Salomón entre Dakali y Etiopía, para lo cual pide financiación a los periodistas.
Sabemos por Jack London que su padre era un marino de Cornualles (de ahí su nacionalidad inglesa y su amor por el mar y las leyendas), mientras que su madre era una guapa gitana de Gibraltar llamada “La niña”, modelo favorita del pintor Ingrés. Queda claro que, pese a su corta edad (sólo tiene 17 años, pero es mucho más maduro de lo que aparenta), tiene las ideas muy claras (lo heredó de su madre) y ya ha decidido ir en busca de las Minas del Rey Salomón entre Dakali y Etiopía, para lo cual pide financiación a los periodistas.
Es en La Juventud cuando Corto y Rasputín se conocen a través de Jack London y aunque en realidad no puede decirse que nazca la amistad entre ellos (ni siquiera que Rasputín y Jack hayan sido amigos), el tiempo se encargará de confirmar que Corto, al menos, si lo considera como tal. A ambos, a London y Rasputín, los describe Corto como hombres de valor extraordinario a los que, sólo posteriormente, llegó a comprender.
Llama la atención, como en todos sus trabajos, el esfuerzo de Hugo Pratt por documentarse y aprender tanto sobre la historia que va a contar como de la aventura que Corto va a vivir. En este caso es increíble el estudio sobre los uniformes utilizados tanto por el ejército japonés como por el ruso, así como las diferencias que se observan según la jerarquía militar. También influye en la ironía de los diálogos o lo estereotipado del comportamiento de determinados personajes, perfectamente caracterizados, la manera de plasmar sus propias experiencias, sus conocimientos de otras culturas y su instrucción en disciplinas esotéricas.
Llama la atención, como en todos sus trabajos, el esfuerzo de Hugo Pratt por documentarse y aprender tanto sobre la historia que va a contar como de la aventura que Corto va a vivir. En este caso es increíble el estudio sobre los uniformes utilizados tanto por el ejército japonés como por el ruso, así como las diferencias que se observan según la jerarquía militar. También influye en la ironía de los diálogos o lo estereotipado del comportamiento de determinados personajes, perfectamente caracterizados, la manera de plasmar sus propias experiencias, sus conocimientos de otras culturas y su instrucción en disciplinas esotéricas.
Pero de los perfiles inconfundibles de ese hombre desengañado y romántico, de rasgos duros y facciones marcadas, de ese marino de largas patillas y cabellos morenos, con un aro en la oreja izquierda y un cigarrillo en la boca, de porte elegante y sempiterno terno marinero os hablaré otro día.
Es una de las historias que más me gusta de mi querido Corto... y ese ¿Me andabas buscando? tiene un significado especial para mí!
ResponderEliminarBesitos
La verdad es que mis preferidos son “La balada del mar salado” (que fue el primero que leí), “La casa dorada de Samarkanda” y “Fábula de Venecia”, pero fue indescriptible encontrarse con un Corto tan joven tras quitarse esa máscara…
ResponderEliminarAlgo me suena de un “La balada del mar salado” que alguien tenia dos veces.
ResponderEliminarsiempre un poco mas lejos.gracias por todo. de parte del tio pei.
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