jueves, julio 12, 2007

MI MADRE ERA UNA MUJER HERMOSA de Karlien de Villiers

Definitivamente hay unos cómics que te encantan, otros que no son de tu agrado y otros que sí, que te gustan, que no están mal, pero que les falta algo. No sabes exactamente qué, pero es precisamente ese algo lo que hubiera hecho posible que te convenciera la historia, que te enganchara y que disfrutaras con su lectura.

Este caso concreto me pasó con "Mi madre era una mujer hermosa", de Karlien de Villiers, publicado por Glénat que compré en el pasado Saló del Còmic de Barcelona. Tenía muchas expectativas puestas en este cómic, porque contaba una historia autobiográfica muy interesante (y con un montón de posibilidades narrativas, la verdad), que se desarrollaba en un momento histórico concreto, el del Apartheid.

Karlien de Villiers
(Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1975) se había licenciado en diseño gráfico en la Universidad de Stellenbosch y había trabajado en una agencia de publicidad antes de decidirse a cambiar de aires y pasar una temporada en el extranjero, viviendo en Estados Unidos y Gran Bretaña. En el año 2000 regresa a su país para trabajar como ilustradora y en la actualidad es profesora de dibujo en la universidad en la que estudió. Muchos de sus trabajos los publicó en Bittercomix, una revista de cómics creada en 1992, tras el fin del Arpartheid, por Anton Kannemeyer y Conrad Botes, que utilizaba el noveno arte para criticar de manera cáustica ciertos estereotipos racistas de la cultura afrikaner. Una historia breve titulada "Los difíciles doce", de tintes claramente autobiográficos, puede considerarse como el primer paso hacia la que se ha convertido en su primera novela gráfica, que pudo publicarse gracias a la intervención de la ilustradora suiza Anna Sommer, quien puso en contacto a Karlien con la Editorial Arrache Coeur, de Zurich.

Creo que es difícil, desde el punto de vista de una niña blanca que ha crecido con el apartheid, contarnos algo más que no sean sus impresiones y sus intentos por demostrar que era una niña que se hacía preguntas, los recuerdos de un señor que aparecía en televisión y que resultó ser el primer ministro o de las noticias sobre atentados, huelgas, manifestaciones o disturbios, mostrarnos las consecuencias de una educación militarizada y estrictamente religiosa que obligaba a los niños a rezar por los soldados que estaban en guerra en la frontera con Angola, o las escasas relaciones que ha tenido con los negros, teniendo en cuenta respecto a esta cuestión la actitud de sus progenitores: mientras el padre trabaja con ellos, permite que sus hijas blancas vayan de excursión con los hijos de sus compañeros, todos negros, sin ver en ello el menor problema, o quita hierro a ciertos comentarios, el desdén de la madre y su posicionamiento son más evidentes (“no son como nosotros”, “tenemos que estar agradecidos de tener un gobierno cristiano que nos proteja de los comunistas”, “si nuestros negros fueran como los Cosby sí que podrían ser nuestros vecinos”). El objetivo es contar una historia personal dentro de un marco histórico concreto y no hacer de un cómic un tratado de Historia.


Escribir (y dibujar en este caso) debe ser una buena terapia para sincerarse con uno mismo, de hecho Karlien de Villiers ha utilizado este medio para contarnos la tragedia de unos hechos acaecidos en su infancia y que han marcado su vida, haciéndola ser como es. A Villiers le resulta muy difícil contar su propia historia; cuando se trata de hablar de una misma la dificultad es aún mayor si cabe, ya que es como enfrentarse a todo aquello que una vez nos hizo daño: cómo se desestructura la familia; cómo comienzan sus padres a dejar de quererse; cómo se separan y acaban odiándose (al menos la madre sí manifiesta esos sentimientos, de hecho son los que Karlien conoce porque ha vivido con ella tras la separación; su padre sigue siendo para ella un total desconocido y notas entre ellos una falta total de confianza y una tirantez y un reproche continuos hacia un pasado del que no se puede hablar porque es tabú), cómo cambia su vida y su actitud ante la vida tras la separación de sus padres o durante la enfermedad de la madre, cómo deben mudarse varias veces de residencia e incluso de colegio y acudir a un centro de día donde tienen compañeros no del todo deseables; cómo el padre vuelve a casarse y su nueva pareja deja claro desde el principio cuáles son sus prioridades, y las niñas nunca han estado entre ellas.

Aunque recrea minuciosamente paisajes y edificios, la vida cotidiana, el interior de las viviendas, la moda de la época, la historia adolece a veces de cierta solución de continuidad y aparece para mi gusto demasiado fragmentada, con continuos flash back que dan la sensación de que la autora haya recopilado las fotos de la familia y las haya ordenado para ofrecernos la visión de lo que ha sido su infancia (de hecho en ciertas viñetas te parece estar viendo eso, la reproducción de una foto), la juventud de sus padres, los tiempos felices, los recuerdos de la madre que aún no se han desvanecido (su voz, su look setentero de reminiscencias hippies, su adicción al tabaco, las canciones de moda de la época que bailaban juntas, el ruido de la máquina de coses, los discos que les obliga a destruir...), ….

Ya puestos a decir lo que no nos gusta, (a veces no puedes dejar de compararla con Marjane Satrapi) la verdad es que hubiera preferido el uso del blanco y negro, que tiene más carga narrativa y podría haber plasmado mejor la tristeza y la rabia de los personajes, en lugar de unos colores tan vivos que en momentos de determinado dramatismo resultan más bien chocantes. Tampoco ha acabado de convencerme la traducción, un poco extraña, de ciertas frases como “Mi madre preparaba bocadillos y galletas para Natalie y yo”, por ejemplo.

Por otra parte, el dibujo un tanto "naïf" resulta demasiado esquemático en ocasiones, pero, sobre todo, poco expresivo, de manera que no sabes si es que no puede o no quiere dejar entrever los sentimientos contradictorios a que se enfrentan los personajes. No acaba de convencer esa frialdad de los personajes que de tan poco expresivos parecen no tener sentimientos.


Quizás es la objetividad por no juzgar el comportamiento de sus padres para con sus hijas, por tratar de ver lo ocurrido desde fuera de sí misma. Pero no puede dejar de emocionarnos precisamente esa emoción contenida.

Y sin embargo, cuando llegas a la última viñeta te puede la curiosidad y no dejan de asaltarte ciertas dudas: ¿Quería Karlien de Villiers hablar de su familia y el Apartheid o hablar del paralelismo existente entre la destrucción de su familia y la desaparición del Apartheid?, ¿qué ocurrió entre 1987 y 2000?, ¿no hubo en todo ese tiempo posibilidad alguna de hablar y reconciliarse?, ¿por qué ambas hermanas decidieron tomar caminos tan distintos?, ¿qué llevó a Karlien a dedicarse profesionalmente a la ilustración?, ¿nos lo contará Karlien de Villiers en una segunda parte, o nos dejará con un montón de incógnitas pendientes de resolver?.

Y es que a veces te sale una vena cotilla que no puedes evitar.

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