1- La Academia de Bellas Artes.
2- La Filosofía en la bañera.
3- Con el amor no se juega.
Estamos ante otra serie del prolífico Sfar, y ésta, es de todas, la más irregular, pero también una de las más traviesas. El hilo argumental, tal y como lo conocemos, brilla por su ausencia, sin aparente orden ni concierto, y digo aparente porque esa es la sensación que da cuando lo estás leyendo. Aunque tratándose de quién se trata, nunca se sabe. Todo parece que esté hecho a golpe de ideas, encadenándolas como si de una montaña rusa se tratase, aunque, eso sí, con gran desparpajo y sin complejo alguno. Sfar juega con el mito del espadachín en su representación histórica, en forma de mosquetero. Siempre mostrándose como alguien leal, de carácter atrevido, juerguista y mujeriego. Pero sobre todo nos es presentado de una forma sincera y visceral, tal y como él mismo dice: "Siempre esquivando a la muerte, espada en mano, cojones vacíos y tripa llena".
Un mosquetero minúsculo, en un mundo minúsculo, de gente minúscula ¿Dónde está la anormalidad en esto, si todo está empequeñecido? ¿Acaso Sfar se ríe del propio titulo de su obra? Valiéndose de un personaje tan clásico como es éste, se nos introducirá en ese mundo imaginario de reducido tamaño, una especie de diminuta Francia que servirá como vehículo ideal para experimentar lo que se le venga en gana, en un sin parar de aventuras que sirven como espejo, de la parte más gamberra y desenfadada de un autor que, por otra parte, no perderá tampoco oportunidad en salpicar todo, con sus reflexiones sobre la vida y el comportamiento humano, mezclando filosofía y sexo, deseo y conocimiento, amor y dialéctica, siempre con ese sello tan personal al que nos tiene ya acostumbrados.
Tal como vamos avanzando en la historia, nos damos cuenta que todo puede tener cabida por descabellado que sea, reflejados con mejores o peores resultados, aunque sea a base de pequeñas pinceladas. Siempre con esos toques de humor y reflexión tan habituales en sus obras. El placer como máscara que oculta la infelicidad. El pudor hacia el sexo masculino. La muerte como tópico literario. Los aspectos de la realidad como causa-efecto. Las conjeturas deductivas como aspecto positivo hacia el artista. El dibujo como actitud para interpretar la realidad, el orgullo y la confianza sobre uno mismo. La búsqueda de las cosas que no somos capaces de tener y que necesitamos llenar en uno mismo. El deseo por lo que nunca tendremos. La dialéctica como medio para conseguir llegar a un objetivo. La épica como combatiente a la filosofía. La belleza como arte. La ineptitud de captar los juegos de palabras, los dobles sentidos y las ambigüedades. El sinsentido de las reglas y rituales. Los adornos como medio para empobrecer el contenido, con respecto a la improvisación como enriquecedora del continente.
Todo esto y mucho más es lo que pretende contagiarnos el autor durante la lectura de este Minúsculo Mosquetero que, si bien tiene un primer tomo que no acaba de alcanzar el nivel al que nos suele tener acostumbrados, sí que, por lo menos, consigue entretener. Será, sin duda, con la lectura del segundo tomo, donde nos muestra todo su potencial en una historia llena de imaginación, con un descaro insultante en representar cualquier tipo de situación, de darle la vuelta a lo racional y normalizar lo irracional. Y qué decir de un tercer tomo, donde se atreve a mezclar el amor y el surf en una disparatada aventura, de difícil ensamblaje, siendo ésta en donde más se nota la dispersión de ideas.
En cuanto a los personajes que van apareciendo, estos, por lo general, suele tener más que nada un efecto complementario a las aventuras y experiencias de nuestro protagonista, sirviendo en algunos casos como vehículo motor y, en otros, como simple presencia anecdótica. Hay que hacer notar también el cambio que se produce en el arte de Sfar entre los distintos tomos, con un salto de tres años entre tomo y tomo que, por supuesto, se nota, y que sorprende curiosamente. Mientras que el primer tomo, sigue la clásica composición utilizada por Sfar habitualmente de seis viñetas por página, en el segundo tomo, éste rompe completamente con todo esto y consigue plasmar composiciones completamente diferentes entre páginas, e incluso introduciendo ciertos adornos que dejarán desconcertado a más de uno, y que aquí Sfar utiliza muy inteligentemente, para plasmar las diferentes situaciones y lugares por los que va pasando el protagonista. En el tercer tomo, Sfar vuelve a romper con todo, pero lo hace principalmente con el color aplicado, con cromatismos de escalas contenidas, fusionándose como un todo en la página. Y todo a golpe de pinceladas de aparente despreocupado trazo.
A la espera de un cuarto tomo de la serie, con el que se intuye que habrá grandes cantidades de épica, aunque venga posiblemente unida con grandes dosis de ironía y picaresca, esperemos que no tarde otros tres años más, y que Sfar no se diluya ante la cantidad de series que tiene abiertas actualmente, en perjuicio de una serie como ésta que, si bien es menos destacable que otras, tampoco tiene que ser desmerecedora de la atención de su autor y, por consiguiente, del propio lector.
Una obra recomendable, sobre todo, para lectores todoterreno y de exigencia flexible.
"Siempre esquivando a la muerte, espada en mano, cojones vacíos y tripa llena".
ResponderEliminarSi señor. Voy a convertir esa frase en la máxima que va a regir mi vida desde ahora >:-)