Japón es ese país lejano en el que el tiempo parece haberse detenido para desdibujar en nuestra memoria un lugar inexistente, más parecido al de Seta, de Alessandro Baricco, y en el que únicamente tienen cabida los samurais, los shogunes, las geishas y sus kimonos, el emperador y su corte, el volcán Fuji reflejando su cono nevado en las aguas del lago Kawaguchi, el rojo del Torii de Miyajima, el kabuki y el teatro de marionetas, la ceremonia del té, las estampas de ukiyo-e, los cerezos en flor, los tejidos de seda, el ikebana, la música del shamisen, las películas de Kurosawa o los cómics de Naoki Urasawa, Jiro Taniguchi o Katsushiro Otomo. Nada que ver con Lost in Translation, vamos.
Aunque no suelo leer cómic manga (todavía estoy tratando de desentrañar el misterio que para mi supone diferenciar entre shonen, shojo, josei, seinen, o kodomo), al de Fumiyo Kôno, publicado por la Editorial Glénat en su colección Chix, lo encontré en esa sección de la tienda de cómics y si lo cogí fue porque su dibujo no era como el del resto de sus compañeros de estantería. Quizás por eso lo elegí, porque era diferente: el título era todo un aliciente (La ciudad al atardecer. El país de los cerezos), al igual que la portada en la que una joven pasea descalza junto a un río; mira hacia el cielo y sus labios esbozan una leve sonrisa. Fue al decidirme a mirar la contraportada cuando lo vi.
¿No os ha pasado nunca que una imagen, una música, un olor ... , cualquier cosa que por un momento os altere los sentidos, os lleve de golpe muy lejos en el espacio y en el tiempo?
A mi me llevó a la foto de un hombre cabizbajo caminando frente a la cúpula del Genbaku Dome (la cúpula de la bomba atómica), símbolo de la ciudad por ser el único edificio que permaneció en pie tras la explosión, y a unos niños arrojando al río Motoyasu farolillos encendidos que flotaban en el agua con mensajes en su interior.
¿No os ha pasado nunca que una imagen, una música, un olor ... , cualquier cosa que por un momento os altere los sentidos, os lleve de golpe muy lejos en el espacio y en el tiempo?
A mi me llevó a la foto de un hombre cabizbajo caminando frente a la cúpula del Genbaku Dome (la cúpula de la bomba atómica), símbolo de la ciudad por ser el único edificio que permaneció en pie tras la explosión, y a unos niños arrojando al río Motoyasu farolillos encendidos que flotaban en el agua con mensajes en su interior.
Todos los veranos la prensa tiene a bien recordarnos el aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Ya hacía años que sabía que Enola Gay era algo más que una canción de OMD y solía esperar esos recordatorios para seguir teniendo presente que en esos días de agosto ocurrió algo terrible que destruyó parte de la imagen del Japón idílico que yo había forjado en mi mente.
Uno de mis peores vicios, ese que es fruto de mi síndrome de Diógenes particular, es el de acumular artículos y recortes de prensa que en su momento me parecen interesantes con el firme propósito de leerlos o releerlos en el momento oportuno, en un futuro más o menos inmediato, o de reciclarlos cuando, pasado el tiempo, su lectura ha perdido todo aliciente.
Entre esos recortes guardé uno del EPS del 24 de julio de 2005: Hiroshima en la memoria, de José Manuel Calvo. Quizás ya lo sabía y no era consciente, pero ese artículo en concreto lo guardé porque me hizo darme la cuenta de que, sesenta años después, seguían existiendo “hibakusha”, afectados por la bomba, que tenían su propia versión de lo acontecido, unos preferían el silencio a las conmemoraciones, otros manifestaban ira y remordimiento y los había que consideraban que “es bueno guardar la memoria, aunque sólo sea para evitar que se repita y mantener el deseo de paz”.
Entre esos recortes guardé uno del EPS del 24 de julio de 2005: Hiroshima en la memoria, de José Manuel Calvo. Quizás ya lo sabía y no era consciente, pero ese artículo en concreto lo guardé porque me hizo darme la cuenta de que, sesenta años después, seguían existiendo “hibakusha”, afectados por la bomba, que tenían su propia versión de lo acontecido, unos preferían el silencio a las conmemoraciones, otros manifestaban ira y remordimiento y los había que consideraban que “es bueno guardar la memoria, aunque sólo sea para evitar que se repita y mantener el deseo de paz”.
De eso habla la primera historia del cómic, de cómo un hecho espeluznante y dramático como la explosión de la bomba atómica sobre Hiroshima no sólo ocasionó más de cien mil muertos en la ciudad, sino que acabó influyendo sobremanera en la vida de sus habitantes, que vieron cómo sus conciudadanos morían sin llegar a entender muy bien ni cómo ni por qué y acabaron convirtiendo la explosión y sus consecuencias en un tema tabú del que era mejor no hablar.
Minami Hirano, de 23 años, vive con su madre, Fujimi, en un barrio de chabolas junto al río. Diez años antes, el 6 de agosto de 1945, su padre, Tenma, y su hermana pequeña, Midori, murieron a consecuencia de la explosión de la bomba atómica y un tiempo más tarde también la hermana mayor, Kasumi, fallecería tras haber sufrido sus efectos. Su hermano vive ahora con sus tíos en la ciudad de Mito, al norte de Tokio, lejos del peligro que supone la radioactividad. Esta superviviente de la explosión no tuvo la suerte de su madre, cuya cara hinchada durante días le impidió ver la piel de los heridos cayendo a jirones, los cadáveres que quedaban sepultados por edificios derruidos y los que llenaban las calles y los ríos. Muy a su pesar le toca vivir, aunque le resulta traumático, con el sentimiento de culpa que nace precisamente del hecho de haber sobrevivido, de haber visto todo ese horror y de no desear otra cosa que ser capaz de borrar aquellas imágenes que quedaron grabadas en su mente y que, como a todos los ciudadanos de Hiroshima, la marcaron para siempre.
Minami Hirano, de 23 años, vive con su madre, Fujimi, en un barrio de chabolas junto al río. Diez años antes, el 6 de agosto de 1945, su padre, Tenma, y su hermana pequeña, Midori, murieron a consecuencia de la explosión de la bomba atómica y un tiempo más tarde también la hermana mayor, Kasumi, fallecería tras haber sufrido sus efectos. Su hermano vive ahora con sus tíos en la ciudad de Mito, al norte de Tokio, lejos del peligro que supone la radioactividad. Esta superviviente de la explosión no tuvo la suerte de su madre, cuya cara hinchada durante días le impidió ver la piel de los heridos cayendo a jirones, los cadáveres que quedaban sepultados por edificios derruidos y los que llenaban las calles y los ríos. Muy a su pesar le toca vivir, aunque le resulta traumático, con el sentimiento de culpa que nace precisamente del hecho de haber sobrevivido, de haber visto todo ese horror y de no desear otra cosa que ser capaz de borrar aquellas imágenes que quedaron grabadas en su mente y que, como a todos los ciudadanos de Hiroshima, la marcaron para siempre.
La segunda historia transcurre entre Tokio e Hiroshima. Dividida en dos capítulos, se desarrolla en dos años distintos: 1987 en la primera parte y 2004 en la segunda. El hermano de Minani, Asahi, ahora un adulto entrado en años, lleva a cabo, con un comportamiento extraño a los ojos de sus hijos, Nanami y Nagio, un viaje retrospectivo a la ciudad de Hiroshima con la intención de reencontrarse con aquello que voluntariamente había relegado al olvido. Es ésta una historia de reencuentros, con uno mismo, con amistades perdidas, con amores imposibles, con los que se fueron y nos dejaron para siempre ...
La primera historia, La ciudad al atardecer, es mucho más dura (el proceso de sufrimiento por el que pasa Minani es realmente conmovedor) y lleva implícita la versión de aquellos cuyo único deseo es que se les permita olvidar, la imposibilidad de alcanzar la felicidad, la afirmación de que “por muchos atardeceres que terminen, esto no terminará”.
En la segunda, El país de los cerezos, la autora se permite ciertas licencias, como esos guiños de humor que suavizan en cierto modo la gravedad de determinados momentos. El paso del tiempo inherente no parece reflejarse en los personajes (que son iguales a pesar de haber transcurrido 17 años entre ambos capítulos) y eso te causa cierto desconcierto al principio, hasta que entiendes que ese paso del tiempo se ha producido efectivamente para dar protagonismo al recuerdo o al menos a la necesidad de recordar y conocer el pasado para entender el presente, para no permanecer en la ignorancia, como si nada hubiera ocurrido o como si lo que ocurrió no nos hubiera afectado.
La primera historia, La ciudad al atardecer, es mucho más dura (el proceso de sufrimiento por el que pasa Minani es realmente conmovedor) y lleva implícita la versión de aquellos cuyo único deseo es que se les permita olvidar, la imposibilidad de alcanzar la felicidad, la afirmación de que “por muchos atardeceres que terminen, esto no terminará”.
En la segunda, El país de los cerezos, la autora se permite ciertas licencias, como esos guiños de humor que suavizan en cierto modo la gravedad de determinados momentos. El paso del tiempo inherente no parece reflejarse en los personajes (que son iguales a pesar de haber transcurrido 17 años entre ambos capítulos) y eso te causa cierto desconcierto al principio, hasta que entiendes que ese paso del tiempo se ha producido efectivamente para dar protagonismo al recuerdo o al menos a la necesidad de recordar y conocer el pasado para entender el presente, para no permanecer en la ignorancia, como si nada hubiera ocurrido o como si lo que ocurrió no nos hubiera afectado.
Es de agradecer el detallismo de los dibujos, las perspectivas y planos picados, los silencios, el dramatismo de las imágenes sin caer por ello en la aparatosa exageración, la profusa labor de documentación de la autora para conseguir las referencias espacio-temporales oportunas que nos permitan conocer mejor las costumbres y los hechos históricos acaecidos en uno u otro momento de las diferentes historias y conferirles una mayor verosimilitud (alusiones a los carteles conmemorativos del décimo aniversario de la bomba y de la primera conferencia mundial contra las bombas A y H celebrada en Hiroshima en 1955, a la visita de Marilyn a la ciudad en 1954, a los programas de radio y a las canciones de la época, la liga profesional de béisbol, ...), a pesar de su propia reticencia a escribir sobre el tema, según cuenta ella misma en el epílogo. Con los datos de las anotaciones una puede hacerse una idea de por qué Minani vive en aquel lugar; seguir en el plano el recorrido que hace en el trayecto desde su casa hasta su lugar de trabajo; apreciar cómo van cambiando la configuración de la ciudad y su fisonomía a consecuencia de la explosión; ver la pobreza en que vivían muchas de las familias que lo habían perdido todo y la aprensión de los demás japoneses hacia los oriundos de esta zona, para notar al final cómo los pétalos de las flores de cerezo se esparcen por las calles y llenan el aire.
Es una forma distinta de aprender Historia. Ya me pasó cuando leí Mientras nieva sobre los cedros, de David Guterson. A ver si para el próximo aniversario me atrevo con Hiroshima, de Keiji Nakazawa.
Yo tampoco distingo ya los tipos de Manga, pero consumo las típicas de la linea Packinko de Planeta, algunas de Glenat, y las que me han gustado bastante son las de Astiberri. Tengo suerte de que en la Biblio hay una sección de Manga.
ResponderEliminarAquí en BCN, la verdad es que hay secciones de cómic, muy apetitosas. Te puedes encontrar con novedades recientes de Astiberri, Dolmen y editoriales pequeñas.
El otro día me pareció ver en una tienda de cómics que está cerca de mi casa un ejemplar de Howard Chaykin que se llama Far West, es de Planeta, y puede interesar mucho a tu hermano.
Por cierto, las bibliotecas de BCN regalan siempre un libro, el año pasado fue de Paul Auster, este año aún tengo que adivinarlo.
US
JA
PD. Cuanta esencia podéis sacar a un cómic, es muy agradable contemplar aspectos que se nos pasan.
En mi ciudad, sin embargo, las bibliotecas aún no están a ese nivel, ¡qué más quisiéramos los usuarios!
ResponderEliminarDe hecho, en cuanto a cómics, ni siquiera lo estaban las librerías hasta hace poco.
Ahora, afortunadamente, parece que las cosas están empezando a cambiar.
Gracias por las sugerencias. A veces te limitas a lo de siempre y no te das cuenta de que te estás perdiendo un montón de cosas interesantes.
Un saludo.
Lo he tenido hace un ratito entre las manos... y al final se ha quedado en la estantería... pero no creo que la tercera vez no venga para casita ;-) y más, leyendo tu reseña!!
ResponderEliminarBesitos
Ya veo que haces como yo antes de decidirte a comprar un cómic. Los miras, los remiras y te resistes, pero sólo un poco, porque sabes que a la larga te los llevarás a casa. ¡Qué debilidad, XD!
ResponderEliminarB7S
me gustaría poder leerlo, tu reseña me ha dejado enganchada
ResponderEliminaral menos en mi país no creo poder encontrarlo, sólo nos traen los mangas más populares y cosas de ese estilo... y en mi caso... sólo diferencio el shoujo y el shonen... el resto son algo desconocido xD
saludos!
PD: te recomiendo leer: Un grito de amor desde el centro de la tierra (Kyoishi katayama)... no trata sobre hiroshima, pero si es una historia desgarradoramente hermosa... ahora, si quieres ver algo sobre las bombas; la película de Studio Ghibli, "La tumba de las luciernagas" te romperá el corazón u.u
Gracias por tus recomendaciones. Has acertado de lleno, sobre todo con La tumba de las luciérnagas, una de esas historias que sin duda tocan nuestra fibra sensible y nos dejan algo más que basurita en el ánimo.
ResponderEliminarUn saludo.