Y es que en las islas del Gran Mar (Sina, Lycania, Muridia, La Huria, Rupicolia, Cuadrumania, el Imperio Tígreo, la Cofradía del Mar...), la vestimenta es un garante del orden moral, una plasmación del estatus social de los personajes, que son tratados de una manera u otra según la ropa que llevan puesta, una forma de marcar diferencias dentro del mestizaje de razas que conviven dentro de un mismo espacio. Las islas son un lugar en el que los mejores sastres son escondidos en lugares secretos, como si de tesoros se tratara, y los tintes, las sedas y brocados más preciosos son productos de contrabando... porque quien controla el comercio, controla todo lo demás.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en que los ordragones mantenían la concordia entre las razas, pero ese tiempo llegó a su fin, porque tras el último combate con los tígreos, se retiraron a las tierras del extremo oriente y desaparecieron de la tierra sagrada, retrocediendo hasta más allá de los límites del mundo conocido para no volver jamás. A partir de entonces se estableció un nuevo orden que no estaba basado en la armonía entre las razas, sino en el equilibrio de las fuerzas de cada isla.
Y si el Gran Mar se asemeja al Mediterráneo medieval y sus islas a las ciudades-estado italianas, no es de extrañar que el centro de todas ellas, la Cofradía del Mar sea tan similar a Venecia que hasta comparta con ella sus canales y su "dux", el Masetero, un lycano idealista que envía a sus mercaderes-piratas a buscar telas a las islas que aún le son leales y cuyo mayor deseo es descubrir la última palabra dicha por los ordragones antes de desaparecer, el nombre de quién propiciaría su regreso, un secreto del que son depositarios los sinos, que sólo pueden pronunciarlo en una ocasión, cuando, para que no se olvide, las madres sinas lo transmiten a sus hijos al nacer. El Masetero quiere que los ordragones regresen, porque quien lo consiga traerá la armonía al Gran Mar y hará posible el comercio de telas con todas las islas, aunque sus objetivos pueden verse obstaculizados por los planes particulares del ambicioso capitán sino La Garra.
Pero el lycano no es el único que desea el dominar el Gran Mar. Buscando alianzas secretas con La Huria, los conocimientos de los padres de Santa Porca y unos extraños experimentos científicos en los que se utiliza la sangre de presidiarios de otras razas que son llevados a las cárceles múridas por delitos derivados de las estrictas normas impuestas en el barrio de los extranjeros, el Trotador, el dictatorial jefe del Buró múrido, busca minar la autoridad de la Cofradía utilizando otros medios: un poderoso veneno que causa la muerte fulminante en unos y terribles alucinaciones en otros. Para conseguir lo que pretende, deberá contar con la oposición de un grupo de múridos más afines en principio a los ideales propugnados por la Cofradía del Mar, el único reducto en el que todos los seres son tratados como iguales. O al menos en teoría.
Como hilos imprescindibles en toda la urdimbre, los tres protagonistas de esta historia se cruzarán en su camino: Patadulce, la sina supersticiosa y garante de la tradición oral y de las creencias que mantienen vivas las costumbres de su pueblo, encarcelada al envenenar accidentalmente a un inspector múrido con una infusión de datura, la planta que encontró junto al pañuelo confeccionado con la camisa de alguien muy especial; Gib, el hijo que tuvo con un múrido, un giboso con cola de sino y bigotes cortados, que tras huir de la amurallada Muridia se convirtió en un primer momento en uno de los hombres del capitán La Garra, pero que pronto comenzará a poner en práctica sus propias ideas; y Bifilong, un ladronzuelo reptáneo, intolerante y caníbal (devora a las otras razas), el único que no puede igualarse a los demás por su vestimenta porque es el único ser que no lleva ropa y no tiene tierra. Compartirá con Patadulce algo más que una celda en el segundo sótano de la cárcel: la huida juntos a Rupicolia ayudados por los rebeldes múridos y, tras descubrir un arma sin precedentes, un futuro común convertidos en la sociedad de criminales más poderosa del Gran Mar.
Aunque dirigida quizás hacia un público más juvenil, Nancy Peña ha sabido narrar gráficamente esta historia de acción y aventura utilizando en ocasiones los recursos propios del lenguaje cinematográfico, al reproducir secuencias temporales distintas en una única viñeta que ocupa toda la página; viñetas en las que se desarrolla una acción, mientras el texto de los bocadillos hacen referencia a los diálogos de otra o relatos que se introducen a modo de flashback y que rompen con la linealidad de la narración: las leyendas que Patadulce le cuenta a Bifilong y que explican la fobia de los sinos al agua, el enfrentamiento entre las razas, los orígenes de las islas o la desaparición de los ordragones...
Los dos primeros tomos de los cuatro que conforman el primer ciclo de La Cofradía del Mar (Punto base y Punto Entredós), publicados en nuestro país por la Editorial Dibbuks (como todos los trabajos de Nancy Peña), son como un paréntesis en la trayectoria de esta profesora de artes aplicadas nacida en 1979 que comenzó a dibujar cómics en el año 2003.
Fue ese año cuando se introdujo en el mundo del noveno arte con una obra que llamaría poderosamente la atención por su peculiar estética: En El Gabinete Chino, una versión libre de La Bella y la Bestia, ya pudieron verse las influencias orientales que de manera constante irían jalonando el resto de sus historias, como la que nos cuenta en la magnífica El Gato del Kimono, en la que el gato protagonista escapa de un kimono japonés y, tras llegar en barco a Gran Bretaña, se encuentra con personajes de la talla de Sherlock Holmes, el Doctor Watson o Alicia en el País de las Maravillas, o como la que aparece en su último trabajo, Tea Party, que la editorial La boîte à bulles publicará en el mercado francés el próximo mes de enero, y en el que vuelven a escena algunos de los personajes que ya hicieron acto de presencia con anterioridad.
Si algo distingue estos relatos de La Cofradía del Mar es el color, o su ausencia. Mientras aquéllos son en blanco y negro y la única concesión al color la marcan las portadas, en La Cofradía el color, de Jean-Marie Jourdane y Miss Gally en el primer volumen y, sobre todo, el de Maëla Cosson en el segundo, es el pretexto para mostrar los contrastes entre las escenas, pero sobre todo, para presentar con una viveza deslumbrante los motivos de los bordados que la sina elabora en su taller, los tapices que se confeccionan para cubrir las paredes con relatos y crónicas, decorando las estancias, o las telas con las que se visten las mujeres hermosas.
Todo ello nos aboca sin excusa en un mundo lleno de magia; el suave tacto de la seda, los terciopelos y los brocados nos conducen a ese oriente mítico que solo existe en nuestra imaginación y que Nancy Peña consigue hacernos revivir con sus preciosos cuentos.
¡Cuánta razón tienes, Susana!Cuando conocí el comic de Nancy Peña me llamó la atención el mapa que es en verdad fantástico y original. Lástima que en su momento no lo conociera.Saludos
ResponderEliminarYa veo que hay más gente que descubre a Nancy, a la que tuve ocasión de conocer en Angoulême 2007, con la consiguiente dedicatoria.
ResponderEliminarEs una pena que obras como la suya no tengan más repercusión aquí, aunque con lo poco que se lee, ya es bastante que alguien lo publico.
Pepa:
ResponderEliminarMe acordé de tí en cuanto lo ví en la biblioteca que tu ya sabes. Estaba segura de que iba a gustarte.
Juanmi:
No sabes la envidia que das cada vez que nos hablas de Angoulême y de las dedicatorias que has conseguido. La de Nancy es increíble.
Sorprendente la historia de Nancy Peña, me ha encantado
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