Canoë Bay
Patrick Prugne y Tiburce Oger
Editions Daniel Maghen
Colección: Bande Dessinée
PVP: 16,50 euros (32,95 dólares canadienses)
Patrick Prugne y Tiburce Oger
Editions Daniel Maghen
Colección: Bande Dessinée
PVP: 16,50 euros (32,95 dólares canadienses)
Con la llegada del mes de septiembre y con las pilas recargadas, EduXavi, nuestro “Master and Commander”, inauguró lo que él ha dado en llamar “el nuevo curso escolar TraZero”, mientras sus colaboradores seguíamos con los ojos puestos en el verano que acababa de terminar y en ese espejismo llamado “vacaciones”, conservando, quien esto escribe, esa sonrisa bobalicona de felicidad que aflora por la satisfacción de haber hecho realidad un sueño: viajar a uno de esos países que tanto ha deseado conocer y de donde ha regresado cargada de regalos que harán posible que esa sensación dure mucho tiempo.
Una, cuando parte de viaje, lo hace pertrechada de lo esencial, a saber, un cómic (esta vez, el segundo volumen de El Joven Lovecraft, de Josep Oliver y Bart Torres, publicado por Diábolo) y una novela cuya trama se desarrolle en el país que se va a visitar (esta vez La ternura de los lobos, de Stef Penney, publicada por la Editorial Salamandra). Pero las distancias a recorrer son largas y en ocasiones se puede llegar a disponer de más “tiempo libre” del que se había calculado inicialmente, de manera que la lectura programada se termina y, cuando esto ocurre, la falta de previsión hace necesaria y casi imprescindible la incursión a los que para mí son uno de los lugares más interesantes de todo viaje y por los que siento especial debilidad: las librerías.
Las librerías son lugares mágicos en los que el tiempo pasa sin apenas darte cuenta, mientras te pierdes entre sus estanterías para descubrir tesoros a los que es difícil sustraerse. Porque, ¿cómo pasar de largo delante de la Librairie Général Française o de la Librairie Pantoute, en Québec, con aquellos escaparates tan apetecibles, llenos de buenos libros y, sobre todo, de tebeos? ¿Cómo ignorar el magnífico volumen de Canoë Bay, de Patrick Prugne y Tiburce Oger, editado por Daniel Maghen, con 104 páginas inolvidables de las que 24 forman parte de un anexo con dibujos, bocetos y anotaciones que Prugne ha hecho sobre la obra? ¿Cómo no llevarme a casa ese volumen de gran formato (32x25 cm.), aún a sabiendas de que Ponent Mon podía llegar a publicarlo en castellano? ¿Cómo dejar de nuevo en la estantería los dos volúmenes de Secrets. L’Ecorché, de Pellejero, Germaine y Giroud, editado por Dupuis, después de haberlos tenido en mis manos? ¿Cómo no llevarnos, como recuerdo de una ciudad que nos recordaba tanto a la Bretaña francesa, el álbum Québec, un détroit dans le fleuve, publicado por Casterman, en el que cuatro parejas de autores “franco-québécois” (Jimmy Beaulieu y Emile Bravo; Etienne Davodeau y Pascal Girard; Emmanuel Moynot y Philippe Girard; Jean-Sébastien Duberger y Jean-Louis Tripp) se unen para recrear cuatro historias inspiradas en esta hermosa ciudad? No pude llevarme todos los tebeos que hubiera querido, pero no pude resistir la tentación de traerme a casa al menos estos cuatro.
Ni que decir tiene que quedé asombrada con Canoë Bay. Patrick Prugne y Tiburce Oger conforman un tándem que funciona. Ya lo demostraron con La posada del fin del mundo, publicada por Norma Editorial, y lo corroboran ahora con este relato que Oger, guionista, dibujante y animador francés nacido en 1967, ha ambientado en la Norteamérica del siglo XVIII, en los territorios de la colonia de Nueva Francia disputados por franceses e ingleses. La acción se desarrolla en la zona situada entre los Grandes Lagos y la región de Acadia, en la costa atlántica, teniendo como trasfondo histórico la guerra Francoindia. La victoria de los ingleses, aliados con los iroqueses, ha provocado la deportación de los franceses de la región de Acadia, que, vencidos, se han visto obligados a abandonar sus tierras o a “integrarse” en las colonias inglesas. En este contexto histórico real comienza la ficción, protagonizada por Jack, un niño acadiano de doce años, huérfano de padre francés y de madre irlandesa, que se ve obligado a abandonar el orfanato en el que ha vivido durante su infancia y enrolarse como grumete en un barco de la marina mercante inglesa. Allí conocerá a su mejor amigo, Andrew Socks, un pequeño galés, huérfano como él, y al que se convertirá en su protector, John Place, también conocido como Lucky Roberts, un marinero con aspecto de pirata y comportamiento desconcertante. Jack navegará hasta el puerto de Plymouth, en el Reino Unido, y en su viaje será espectador del tipo de relaciones comerciales desarrolladas por los británicos y que no atañen sólo a la provisión de armas para la guerra que acontece al otro lado del Atlántico, efectuando un periplo que a su regreso le llevará a las costas africanas y al Caribe y, nuevamente, a los territorios de Nueva Francia, en donde transcurrirán la mayor parte de sus correrías.
Tiburce Oger ha tenido el buen tino de reunir en este relato gran parte de las referencias e iconos del imaginario infantil que todo niño ha ido elaborando gracias a la literatura (Julio Verne, Mark Twain, Robert L. Stevenson, Karl May, Fenimore Cooper…), a los tebeos y, especialmente, al cine, y que han hecho de él el avezado aventurero que seguirá subsistiendo en la fantasía del adulto que llegará a ser. Y es que Canoë Bay no es sólo una historia de aguerridos marinos acostumbrados a la dura vida del barco, a la furia del mar y a los motines; de comerciantes de esclavos sacados por la fuerza de sus poblados; de un padre que busca liberar a su hija de manos de sus captores; de tribus indias con sus distintas costumbres, alianzas y rivalidades, que danzan y entonan canciones incomprensibles celebrando sus ritos en lugares elegidos por los espíritus; de casacas rojas que luchan contra los franceses para conquistar sus tierras y controlar el comercio de las pieles; de exploradores dispuestos a descubrir ríos, lagos y bosques del nuevo mundo todavía desconocidos para “el hombre blanco”;… Canoë Bay es, sobre todo, una historia de piratas, de hombres y mujeres piratas que parten en busca de un tesoro.
Y todas estas historias juntas han sido la excusa perfecta para que ese gran dibujante que es Patrick Prugne muestre su maestría como acuarelista y su dominio del color, con ilustraciones impresionantes en las que se reflejan esos mundos tal y como los habíamos imaginado, con dibujos preciosistas que se recrean en los detalles y se entretienen en cada particularidad como si de los ambientes reflejados en ellas dependiera la continuidad del relato: la naturaleza desbordante, bellos paisajes de ríos y lagos surcados de canoas; animales que surgen de repente en los extensos bosques de pinos canadienses y arces cuyos colores nos hablan del paso de las estaciones; el claroscuro de los interiores de la tétrica bodega de un barco, de una taberna concurrida o de un fuerte abandonado; la detallada reproducción de soldados perfectamente ataviados con sus uniformes y de indios con tocados, indumentarias y pinturas que marcan las diferencias entre tribus -iroqueses (mohawks) y algonquinos (shawnee, kikapoos)-, modelos en cuya ejecución el autor reconoce influencias (“je me plonge dans les bouquins de peintures de Robert Griffing et Don Troiani”) de estos pintores estadounidenses, famosos por sus láminas en las que representa costumbres de los indios americanos y escenas de la Guerra de Secesión.
El valor narrativo de las imágenes de Prugne es innegable. Cada viñeta es capaz de sumergirnos sin solución de continuidad en los diferentes escenarios en los que transcurre la acción, de transportarnos al barco en el que Jack hace su travesía marítima y a las ciudades portuarias en las que recala, de reconocer los bosques que recorre con los marineros de la “Confrérie des Frères de la Côte” buscando el “Grand Portage” en las proximidades del Lago Superior, de convertirnos en testigos mudos del cruento enfrentamiento de ingleses e iroqueses contra franceses y algonquinos o de la emotiva despedida de un amigo bajo la nieve…
Una lectura francamente recomendable que nos obsequia, además, con un último regalo: el anexo dedicado a los bocetos previos (“des tonnes de croquis”) y a las anotaciones en las que Prugne ha ido desgranando las particularidades de su proceso creativo.
Una auténtica gozada para los incondicionales de la BD.
En LaBD ya lo anunciaron tiempo ha. La incógnita es saber si Ponent Mon lo acabará publicando después de su reciente y polémico comunidado. Personalmente lo esperaba para Navidadades, pero no se sabe nada. Salga cuando salga, es compra segura. Y más después de esta fantástica reseña.
ResponderEliminarSaludos,
Davidg
Me alegra que te haya gustado el post. También yo leí los comentarios en LaBD y esperaba hacerme con un ejemplar en cuanto se publicara en castellano, pero no pude esperar. Fue verlo en aquel escarate y decidir que no podía dejar escapar la oportunidad de llevármelo conmigo.
ResponderEliminarCasacas rojas, indios, bosques, mosquetes, sombreros de tres picos, polainas y bayonetas, buques a vela... la Aventura en la América colonial.
ResponderEliminarVale, he captado la indirecta. Te lo presto.
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