Un año más, el evento comiquero más esperado por muchos, entre los que me incluyo, ha cerrado sus puertas, dejando para el recuerdo un montón de buenos momentos, gratas sorpresas y alguna que otra decepción, pero, sobre todo, dibujos, muchos dibujos. Alguno de ellos son obra de autores de todos los tiempos que en esta ocasión han llegado hasta nosotros gracias a las exposiciones que ya forman parte inherente del
y que nos saludan en cuanto accedemos al pabellón.
Este año, los encargados de recibirnos han sido El Príncipe Valiente y el Corto Maltés, dos clásicos imprescindibles en cuya compañía una se siente rejuvenecer una pila de años. Si bien se echaba de menos el ingenioso artificio que otros años envolvía los paneles, conformando el envoltorio de un precioso regalo que instaba al espectador a imaginar de antemano el fantástico mundo que iba a encontrarse en su interior, en esta ocasión ha primado la simplicidad y sólo una alta torre aparecía en el horizonte para anunciarnos que tras aquellos muros en ruina nos esperaba el Príncipe de los cómics.
Los dibujos en color que se agrupaban en uno de los laterales eran el contrapunto al preciosismo del blanco y negro de los originales de gran tamaño que Hal Foster, pero no sólo del joven de Thule que comenzó siendo escudero del rey Arturo en Camelot, sino también de Tarzán, el personaje de Edward R. Burroughs cuya primera novela adaptaría al cómic en tiras gráficas en 1928, con el que acabaría consiguiendo el reconocimiento del público al hacerlo en páginas enteras de periódicos, y al que dejó de dibujar cuando apareció en escena el Príncipe Valiente.
Este tamaño nos permitía apreciar el virtuosismo de Foster en cada viñeta, algunas con correcciones, el preciosismo de los escenarios en los que trascurren las historias, el detalle en la descripción psicológica de los personajes, y reconocer, al mismo tiempo, nuestra predilección por el blanco y negro frente a la única página a color (las pruebas destinadas al grabador) de toda esta exposición protagonizada por un personaje que nació en 1937 y que su creador continuaría dibujando hasta 1971, cuando las aventuras del Príncipe Valiente continuaron a manos de ilustradores como John Cullen Murphy -a quien el propio Foster eligió para sustituirle y con el que trabajaría hasta 1979-, Charles Vess, John Ridgway -autores de la miniserie de cuatro cuadernos con la que Marvel intentó homenajear a Harold Foster en los años 90 y que no tuvo continuidad- y Gary Gianni -quien sustituyó a Murphy y con un estilo propio confirió una nueva vitalidad al Príncipe- Dado que la muestra ofrecía también algunos de sus originales, una, casi sin pretenderlo, acababa comparándolos con los del maestro.
Apenas unos pasos separaban la Edad Media de la actualidad, cuando nos dábamos de bruces con el único avión que aquellos días no sufría las cancelaciones de vuelo provocadas por la nube de cenizas volcánicas del Eyjafjalla que a más de uno le hizo retrasar su vuelta a casa. En las ventanillas del avión de Joso goes to Hollywood, los rostros de antiguos alumnos y profesores de la Escola Joso en sus más de veinticinco años de andadura que cruzaron el charco con la oportunidad de trabajar para el mercado norteamericano y se quedaron gracias a los superhéroes que les llevarían de la mano hasta Marvel Comics o DC Comics.
En su interior, junto a su nombre y una muestra de sus trabajos, un asiento reservado para cada uno de estos dibujantes que han alcanzado ya prestigio internacional, como Pasqual Ferry y Pere Pérez -que estuvieron firmando en el Saló-, Diego Olmos -de quien recordamos la exposición Batman en Barcelona: El Caballero del Dragón, en la pasada edición-, Juan Santacruz, Ramón F. Bachs -a quien pudimos ver dibujar personajes de Star Wars en el Expocómic del año 2008-, Jefte Palo, Julián López o Francis Portela -con su adaptación al cómic de Halo-. Aunque su buen hacer podía constatarse en sus originales, una no podía menos que lamentar que la muestra hubiera sido tan reducida.
Debíamos volver a la puerta de entrada de nuevo si queríamos colocarnos en la posición perfecta para captar, con la perspectiva adecuada, la viñeta alrededor de la cual giraba la exposición de uno de los grandes mitos del noveno arte: Corto Maltés.
Hugo Pratt lo creó como personaje secundario para La balada del mar salado, pero pronto este marinero aventurero adquirió personalidad propia y un carisma que hicieron de él un icono de la libertad. Por su actitud ante la vida y sus principios era la representación del aventurero sin patria que recorría el mundo en un continuo viaje sin destino definido. Originales de páginas y viñetas de historias recopiladas en cuatro de sus álbumes -Las Etiópicas, La casa dorada de Samarcanda, Tango y Mû, la última de las historias de Corto-, así como dos acuarelas, nos llevaron por un momento a otros tantos mundos bien distintos, fruto de la imaginación del autor, de referencias más o menos reales -basadas en las experiencias vividas, tanto en esa parte del cuerno de África en la que vivió cuando se llamaba Abisinia y estaba bajo la ocupación italiana, como en el Buenos Aires en el que residió durante años haciendo cómics e ilustraciones para revistas argentinas-, pero también históricas y mitológicas.
Una oportunidad para perderse en la búsqueda de tesoros escondidos entre los silencios de las viñetas de Hugo Pratt y los claroscuros de abundantes negros, en sus ciudades exóticas y ambientes extravagantes, encontrándonos a cada paso con la silueta inconfundible de Corto, la turbadora Esmeralda, ese desertor ruso, asesino y egoísta que, sin embargo, es su amigo, Rasputín, el guerrero dankalo Cush o a los peces del continente perdido de Mû que hablan de una guerra muy antigua, la guerra sagrada entre la Atlántida y Atenas, la noble. Quizás la aventura se nos hiciera un poco corta, pero valió la pena embarcarnos en ella.
Abandonando por un momento a Corto contemplando el horizonte y continuando por el pasillo de entrada, llegamos, con otro paso atrás en el tiempo, aunque en otra dirección, a la exposición conmemorativa de Manuel Vázquez y la trayectoria profesional de este dibujante de historietas fallecido en 1995, cuya vida e irreverentes milagros podremos ver en la gran pantalla, protagonizada por Santiago Segura y dirigida por Óscar Aibar bajo el título de “El gran Vázquez”.
De hecho, la muestra estaba dividida en dos partes, la referente a la película -que podía visionarse gracias al video dispuesto al efecto- y la relativa a los trabajos de Vázquez como miembro de la segunda generación de la que Terenci Moix llamó la Escuela Bruguera. Por una parte, un escenario que recreaba el lugar de trabajo del dibujante en la película y fotos de la misma en las paredes.
Por otra, páginas originales en blanco y negro y en color, ejemplares de revistas juveniles con sus historietas -pero también con sus portadas- o reproducciones en color a gran tamaño que cubrían los paneles que delimitaban la exposición.
Seguro que muchos de los de mi generación creció leyendo Pulgarcito, Mortadelo, Olé, Super Humor, Tío Vivo y algún que otro DDT, los tebeos en los que aparecían los célebres personajes creados por esta importante figura de la historieta española de los años 60 y 70 y que nos mostraban una parodia satírica de la vida cotidiana, de la familia tradicional o del trabajo, y lo hacían de una manera tan exagerada y surrealista que no podías sustraerte a la risa.
Casi podría decirse que aprendimos a leer, entre otras, con las historietas de Anacleto, agente secreto, Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta, La familia Churumbel, Angelito, Los cuentos del tío Vázquez, Ángel Síseñor, Feliciano o La abuelita Paz, y eso siempre es de agradecer.
Dejando de lado los recuerdos, la siguiente visita ineludible fue para las exposiciones de los premiados, dos de ellos con doblete, en la pasada edición del Saló: Las Serpientes Ciegas,de Felipe Hernández Cava y Bartolomé Seguí, ganadora de los premios a la Mejor Obra y el Mejor Guión; La revolución de los pinceles, de Josep Busquet y Pere Mejan, galardonada con los premios al Mejor Dibujo y al Autor Revelación para Mejan -y el premio popular del Saló al Mejor Guión para Busquet-; y Rantifuso, premio al Mejor Fanzine... compartían exposición, ocupando cada una uno de sus paneles.
De entrada te encontrabas en el interior de El tintero espumoso, esa taberna mítica de La revolución de los pinceles en la que gente del mundo del cómic -como Phillip, el dibujante de El Vengador Escarlata-, se reunía para beber sus buenas pintas de cerveza. Con predominio del negro, como en las páginas del volumen magníficamente editado por Dolmen colgadas en las paredes, se había recreado para la ocasión el ambiente propio de la taberna, con sus barriles de vino peleón y sus bancos y mesas de madera, mientras a través de la puerta se veía la dramática escena que acababa de suceder en el exterior: una viñeta a página completa mostraba a los autores en plena revolución, tras defender sus derechos y tomarse ”un poco” la justicia por su mano. El efecto conseguido era sorprendente.
Sorpresa también causaba el panel de Las Serpientes Ciegas -también Premio Nacional de Cómic 2009-: carteles editados durante la Guerra Civil, con referencias republicanas y anarquistas, junto a portadas de revistas, páginas de periódicos, anuncios publicitarios y carteles de conciertos que nos llevaban al Nueva York de finales de los años 30, cubrían las paredes que soportaban las páginas y viñetas expuestas, creando la ambientación idónea que intentaba plasmar el libro, cuya trama se desarrolla en esos dos escenarios, la ciudad estadounidense y la zona republicana durante la Guerra.
Era interesante comprobar cómo viñetas sueltas en blanco y negro acabarían formando parte de las páginas ya coloreadas colgadas junto a ellas, como en una especie de puzzle perfectamente orquestado.
Todas las viñetas traían a mi mente comentarios que los autores hicieron sobre su ejecución en la charla que ofrecieron con motivo de las VI Jornades de Còmic de Castelló -ComiCS'10-, pero sobre todo las de la Batalla del Ebro, concretamente aquélla en la que un miliciano muerde un palo para evitar que le estallen los tímpanos por el estruendo de los cañones antiaéreos alemanes de la artillería franquista. Una de esas exposiciones que se te hacen pequeñas, como ocurre con todo lo que nos gusta.
Tras tanta tensión, lo más acertado fue visitar la exposición del fanzine Rantifuso, un poco escondida, quizás, pero que con todo aquel amarillo exultante saliendo de sus paneles nos obsequiaba con una buena dosis de optimismo, el mismo que se desprendía de los trabajos de este grupo de dibujantes de Madrid -aunque cuentan con colaboradores de otras ciudades españolas-, que desde su aparición en el año 2006 ha ido cosechando éxitos.
Ese mismo año ganaron el premio al Mejor Fanzine en Expocómic y repitieron con el de Mejor Revista Fanzine en Imaginamálaga 2007. Una excelente labor que no se limita a la publicación de la revista a color, sino que incluye álbumes para el público escolar, tiras semanales para webs de cómics y otros tantos proyectos personales que seguro que irán creciendo a la vista de los originales y reproducciones de los acabados que pudimos ver expuestos, una muestra de los trabajos que han ido apareciendo en los ocho números que lleva ya la revista.
Una de las exposiciones más esperadas, al menos para mí, es la del ganador del Gran Premio del Saló, que en la pasada edición recayó en Ana Miralles.
La muestra tiene una ubicación fija en el extremo izquierdo del Saló, con dos grandes paneles que en forma de ele cobijaban un cubo en el que, en uno de sus extremos y sin orden aparente, se disponían algunos de sus dibujos, mientras otros tantos podían verse en una pantalla colocada al efecto en su parte posterior.
La exposición recogía toda la trayectoria profesional de esta autora madrileña nacida en 1959, que comenzó a dibujar en 1983 para revistas como Rambla, Madriz, Cairo y ha recorrido todas las facetas del dibujante que no se ciñe únicamente al cómic, sino que amplía su campo de acción a la ilustración -carteles, revistas, libros infantiles, campañas institucionales...-, pero también a la realización de storyboards o al diseño de vestuario para espectáculos.
Yo siempre había asociado a Ana Miralles con su último trabajo, Djinn, con guión de Jean Dufoux, que lleva ya nueve números, así que conocer la evolución en retrospectiva me hizo ver la exposición con otros ojos, sobre todo por los cambios tan patentes de los que fue objeto su trabajo desde los años 80 con La Brava Adela, hasta su proyección internacional en los años 90, con Eva Medusa o la adaptación al cómic de En busca del unicornio. Una descubre en esta prolífica autora, en todo ese proceso a mejor, precisamente eso: La pasión por el dibujo.
Camino del otro extremo del Saló, nos encontrábamos uno de los stands que más me gustaron, como ya viene siendo habitual: el la Xunta de Galicia-BD Galega, en cuyos paneles se mostraban páginas de Un camino de viñetas, originales historias dibujadas por autores gallegos -Manel Cráneo, Alberto Vázquez, David Rubín, Kiko da Silva, Carlos Arrojo, Alberto Guitián, Diego Blanco y Kike Benlloch, entre otros- con un único tema en común: el Xacobeo 2010. Si pincháis sobre la imagen del cartel de Emma Ríos podréis ver los trabajos expuestos.
Justo al lado, Euskomic: el cómic vasco del siglo XXI, la exposición dedicada a la comunidad invitada de este año. Un gran espacio diáfano, con una zona para presentaciones, otra con información sobre editoriales, revistas, fanzines, becas, premios y salones -como el de Getxo, San Sebastián e Irún-, y una tercera delimitada por paneles en los que se exponía una muestra de obras de autores vascos como Javier de Isusi, Santiago Valenzuela, Infame & Co, Iñaki G. Holgado, Ángel Unzueta, Juan Luis Landa, Raquel Alzate o Dani Fano y Álex Orbe, cuyos dibujos me encantaron.
Holanda ha sido el país invitado en esta edición. El stand se dividía en partes, una de las cuales recogía la muestra de los trabajos realizados por cuatro dibujantes españoles y cuatro de los Países Bajos convertidos en protagonistas de sus propias historias.
Gerard Leever y Daniel Torres, Peter Pontiac y Miguel Gallardo, Barbara Stok y Cristina Durán y Miguel A. Giner y Floor de Goede y Ken Niimura se dibujaban unos a otros y nos contaban pequeños fragmentos emotivos y cotidianos de sus vidas y su relación con los cómics, mientras asistentes al Saló deseosos de ganar un viaje a Amsterdam dibujaban su autobiografía en el espacio dispuesto al efecto.
Las dos caras de uno de los paneles estaba dedicada a Dick Matena -que ya acudió al Saló en su segunda edición, en el año 1982- y a las 150 páginas de dibujo realista y texto en holandés, de El fuego fatuo, la adaptación que este dibujante y guionista nacido en La Haya en 1943, considerado uno de los grandes maestros del cómic en su país, realizó de la novela de Willem Elsschot.
Por último, fruto del intercambio de jóvenes dibujantes e ilustradores de la Escola d'Arts Llotja de Barcelona y de la St. Joost de Breda, surgieron seis historias compartidas que se exponían en los paneles laterales, todas ellas motivadas por El placer de dibujar.
Frente a la zona de fanzines, cerca de la salida, se ubicaba la exposición Cómics en cartelera, dedicada a tres cómics que han visto o verán dentro de poco su adaptación al cine: Jonah Hex, Los Perdedores y El Invencible Iron Man, precisamente a los autores de los dos últimos -Andy Diggle & Jock y Salvador Larroca, respectivamente- tuvimos la suerte de escucharlos el sábado en la charla, moderada por Enrique Ríos -a la que también acudió Óscar Jaenada, el actor que interpreta a Cougar, uno de los protagonistas-, y de verlos dedicar cómics para deleite de sus largas colas de seguidores.
Un pequeño cine con tres salas reunía entre sus paredes los magníficos originales en blanco y negro del Iron Man de Salvador Larroca, que ha ganado un Premio Eisner y ha sido nominado a otro; de Jordi Bernet, con una historia del pistolero con el rostro desfigurado, El matador, que saca lo mejor de sí del creador de Torpedo, y de Jock, el autor de las excelentes páginas retratos de los miembros de esta unidad de élite de las fuerzas especiales norteamericanas protagonistas de una historia trepidante, llena de traiciones y venganzas, publicada por el sello Vertigo.
Cerca de la zona de juegos, un único panel unía sin solución de continuidad la exposición de Azpiri, Spectrum. Del Pincel al Pixel y la del Injuve. La primera, una evolución de la industria del videojuego en este país a través de las más de doscientas portadas encargadas a Alfonso Azpiri para juegos y programas de ordenador en la década de los 80. Este dibujante de cómics e ilustrador de mundos de fantasía y ciencia ficción, publicó el año pasado, en Planeta deAgostini, Spectrum. El arte en los videojuegos, en el que se recogen muchas de las imágenes que pudimos ver en el Saló.
Para terminar, qué mejor que hacerlo con las jóvenes promesas del cómic, los ganadores y seleccionados de los Premios Injuve para la Creación Joven 2009 en la modalidad de Cómic e Ilustración convocados por el Instituto de la Juventud dentro. El ganador fue José Pablo García Gil, el accésit se lo llevó Xavier Tárrega Ratón y los seleccionados Joan Cornellà Vázquez, José Domingo Dominguez Used y Roberto González Fernández. Por lo que pudimos ver, seguro que volvemos a encontrarnos con sus historietas.
La exposición Los ritmos del cómic lo dejamos para otra ocasión, no en vano se merece una crónica por sí sola...
Un excelente reportaje fotográfico salonero. :)
ResponderEliminarBueno, es que esta vez contábamos con dos fotógrafos y se ha notado. De todas formas, las mejores fotos son siempre las que hace el que más manda (y más trabaja) en este blog ;-)
ResponderEliminarAis... un año que me lo he tenido que perder (se me juntó con un viaje a Milán).
ResponderEliminarMuchas gracias por poner este texto, ha sido (casi) como haber estado allí:)
Una espera que con los años le llegue el don de la ubicuidad, pero siempre es que no. Se ve que otros también les pasa lo mismo. Una pena que te perdieras las exposiciones de este año. Me alegra que al menos las fotos, a pesar de los reflejos, te hayan permitido tener una idea de cómo fueron.
ResponderEliminarUn saludo.