La primera que te encontrabas al entrar en el Salón era “Superhéroes: Identidad Secreta”, una interesante muestra que trataba de descubrir -o de recordar- a los amantes del noveno arte los estrechos vínculos que han unido a los tebeos con el judaísmo desde los años treinta, a través de sus autores, mayoritariamente judíos, y de los personajes que crearon, superhéroes principalmente, aunque no exclusivamente, como pudimos comprobar en los quince paneles que conformaban la exposición. La que nos ocupa había sido organizada por la Fundación Baruch Spinoza y la Casa Sefarad-Israel -que este año ha sido galardonada con el Premio Madroño a la institución que más ha hecho por el cómic- dentro de sus actividades destinadas a divulgar la cultura judía, estando previsto que pueda verse de nuevo en Barcelona el próximo año. Es la tercera exposición de este tipo que se realiza en el mundo. La primera fue “Zap!, Pow!, Bam! The Superhero”, inaugurada en Atlanta en 2004, y la segunda “De Superman au Chat du Rabin”, en Paris en 2007 y en Amsterdam en 2008 y en todas ellas se habla del pueblo judío como “el pueblo de los cómics de superhéroes”.
De hecho la mayoría de los guionistas y dibujantes que los hicieron posible eran judíos americanos, hijos de emigrantes que abandonaron Europa huyendo de la persecución a que se vieron sometidos para exiliarse en Estados Unidos, en donde en ocasiones tuvieron que cambiar de nombre para ocultar su identidad judía y evitar así el rechazo social que su origen producía. Es cierto que se adaptaron a las costumbres del país que los había acogido, en busca del sueño americano y de la esperanza de que una vida mejor era posible, pero sus vivencias y su tradición cultural acabarían reflejándose en sus personajes. El precedente de los superhéroes es la mítica figura del Golem cuya leyenda nació en Praga de manos del rabino Loew, convertido en personaje de tebeos gracias a Zetner y Pellejero en El silencio de Malka o en El asombroso swing del Golem de James Sturn, pero que muchos años antes había sido el origen de Hulk y La Cosa, con poderes que utilizaba para proteger a los judíos, del mismo modo que los superhéroes emplean sus superpoderes para protegernos de los villanos, villanos tan reales como Hitler.
Así pues, los superhéroes creados por guionistas y dibujantes judíos, como Superman (Jerry Siegel y Joe Schuster) eran en realidad metáforas, alegorías del pueblo judío, y sus creadores -como Stan Lee (que en realidad se llamaba Stanley Martin Lieber), Jack Kirby (Jacob Kurtzberg), Bob Kane (Robert Kann), Bill Finger o Joe Simon- trataron de reflejar en ellos de manera velada numerosas referencias a la cultura judía, sus tradiciones, la cábala o la mística, como en Green Lantern y el cuerpo de paz interestelar, creado por Martin Nodell y Bill Finger y modelado por John Broome y Gil Kane (Eli Katz), todos ellos judíos. También Batman, Estela Plateada, Iron Man, Los 4 fantásticos, La Patrulla-X, Capitán América o Daredevil -un héroe cristiano con un exacerbado instinto de superación, al igual que el pueblo judío, que forma parte de una minoría, tanto por su discapacidad como por su religión-, son frutos de la imaginación de creativos judíos...
Pero esta interconexión entre el judaísmo y los tebeos no se limitaba exclusivamente a los superhéroes. También la revista satírica Mad publicada en 1952 por Harvey Kurtzman y William Gaines, las novelas gráficas de Will Eisner o el comic underground de Harvey Pekar y Robert Crumb contribuyeron a difundir la cultura y costumbres judaicas, llegando un relato sobre el holocausto -Maus, de Art Spiegelman- a ganar en 1992 el Premio Pulitzer, relato al que seguirían otras muchas novelas gráficas sobre el tema, como Yossel, de Joe Kubert; Auschwitz, de Pascal Croci; Judenhass, de Dave Sim; Berlín, ciudad de piedras, de Jason Lutes o Las asombrosas aventuras de Kavalier & Clay, de Michael Chabon.
En la exposición no se hablaba sólo de cómic americano, también se hacía un repaso a la relación entre judaísmo y tebeos en el ámbito europeo, sea a través de personajes carismáticos como Corto Maltés, a quien su creador, Hugo Pratt, hizo estudiar la Torá, el Talmud o el Zohar; de las raíces judías de René Goscinny, el guionista de Astérix y Obélix, o de autores como Joann Sfar -que escribe y dibuja sobre temas judíos en series tan célebres como El gato del Rabino, Klezmer o Las olivas negras- o Alfonso Zapico -con su Café Budapest- y de tantos otros creadores de cómics Kosher que han comenzado a proliferar.
Justo enfrente de este despliegue de color, el negro era el predominante en la exposición Malefic Time: Apocalypse, con las magníficas ilustraciones de Luz, el personaje creado por Luis Royo hace casi veinte años y convertido en un personaje recurrente en sus libros de ilustraciones desde que hizo su primera aparición en Malefic, publicado en 1993. Ahora, en colaboración con Rómulo Royo, Luz comienza a tener entidad propia como protagonista de esta historia publicada por Norma Editorial y ambientada en un mundo de fantasía apocalíptica que se desarrolla en un futuro no muy lejano -el año 2038-, una historia que trasciende este primer volumen, dedicado a la ciudad de Nueva York, y que ya está prevista su continuidad en otros dos, dedicados a Tokio y Paris.
Con la espada Malefic y una pila de libros como eje vertebrador de los tres ámbitos en los que se dividía la exposición, lienzos de grandes dimensiones se alternaban con otros de reducido tamaño, para mostrarnos bocetos a lápiz y algunos de los más de 150 originales que han sido necesarios para conformar la primera parte de este ambicioso proyecto que va más allá de los libros ilustrados y de la música compuesta por Avalanch, un proyecto que engloba también novelas encargadas al escritor Jesús Vilches, un manga que dibujará Kenny Ruiz, un vídeoclip, un comic-book de un autor norteamericano, e incluso un vídeojuego.
Espectaculares ilustraciones en las que ambos pintores han empleado las técnicas y los materiales más diversos: óleo, tinta, acrílico, grafito, sobre lienzo, papel, papel artesano o papel vegetal. Saint Patrick, Tokio calling, The thirteen moons sect, The crypt, The sowing, The steps of memory..., escenas que nos llevan a una ciudad, Nueva York, destruida en el juicio final. En ella, seres alados y siniestros como dioses ancestrales habitan un subsuelo de criptas e intrincados laberintos de escaleras o causan el terror en el interior de una catedral gótica, ante la mirada turbadora de Luz, la joven de pelo blanco y lágrimas de sangre, portadora de la mítica espada de las nueve serpientes en su empuñadura, la única capaz de desvelar el futuro de la humanidad.
En los Premios Expocómic de este año, Esteban Maroto, nacido en Madrid en 1942, ha sido galardonado con el Premio Oso a toda una vida, toda una vida dedicada a los tebeos que se inició a finales de la década de los cincuenta, cuando conoció a Carlos Giménez y Adolfo Usero en el estudio de Manuel López Blanco, y que hemos tenido la suerte de ver transcurrir ante nuestros ojos gracias a los originales de sus trabajos más conocidos que se mostraban en la exposición dedicada a este autor, uno de los más solicitados a la hora de conseguir las codiciadas dedicatorias.
Esteban Maroto obtuvo muy pronto el reconocimiento internacional, sobre todo en el mercado estadounidense, para el que comenzó a trabajar a finales de los sesenta, después del éxito conseguido con la serie de ciencia ficción Cinco por Infinito, con sus compañeros del grupo La Floresta, una de cuyas páginas, en blanco y negro -El diablo en la tormenta-, hemos podido ver en la exposición, junto a otras páginas, también en blanco y negro, representativas de su estilo: Wonders; Freud (La tumba de los dioses); Fausto (En nombre del diablo); The Wild ones con guión de Roy Thomas; homenaje a Alex Raymond realizado en 1972; Brendon, su último trabajo para el mercado italiano, en el que lleva trabajando más de diez años, con guión de Claudio Chiaverotti; El Capitán Terror; un poster de París 2010 o una representación de sus trabajos para DC Cómics, con una doble página de Amethyst. En todas ellas destaca su característico dibujo, en el que predominan los detalles y el erotismo de sus personajes femeninos, el preciosismo de las descripciones de los más diversos ambientes, desde el exotismo oriental de sus Sherezade o Salomé a los mundos de fantasía y ciencia ficción, la “fantascienza”, la fantasía heroica de sus guerreros -Manly Dax o Conan-, sin dejar de lado el terror de las páginas de Dracula: Vlad the impaler o sus colaboraciones en las revistas publicadas por la Editorial Warren: Creepy -Creepy nº 50 (For Give vs)-, Eeire o Vampirella -uno de los personajes que más fama le reportaría en los años 70, con un zombie-.
No solo había páginas en blanco y negro, también espectaculares originales a color, como las portadas de Korsar y Conan (Reino salvaje), la del signo Aries de la serie Zodíaco, con textos de Enrique Sánchez Abulí, publicado en la revista 1984, o la copia a color, en francés, de Wolf, de 1970, entre otras. En una vitrina se recogían originales de sus álbumes -algunos de los cuales tenían expuestas una de sus páginas-, entre los que destacaba una Red Sonja con el famoso “bikini” diseñado por Maroto.
La exposición de Émile Bravo, que tuvo una visita guiada el último día del salón, no fue un repaso de su trayectoria profesional, ya que pocos son los trabajos de Bravo publicados en España: Los defectos del futuro, la primera de las aventuras de Jules, publicado por Brosquil Ediciones, Mi mamá está en América y ha conocido a Buffalo Bill, de Ponent Mon, con guión de Jean Regnaud..., y la exposición recogía únicamente dos de sus trabajos, relacionados ambos con el clásico del cómic francobelga, Spirou. Por una parte, diecisiete páginas originales, con sus lápices azules y sus correcciones en los textos en francés, de Diario de un ingenuo, publicado en Francia por Dupuis y en nuestro país por Planeta DeAgostini. Es el número 4 de la serie de especiales iniciada a principios de 2006 -“Las aventuras de Spirou y Fantasio por...”- en la que diferentes autores ofrecen su particular versión de Spirou, con una historia autoconclusiva que se publica paralelamente a la serie regular, en la que José Luis Munuera dibuja los guiones de Jean-David Morvan. De hecho la de Bravo ha tenido tanto éxito que ya esta prevista su continuación.
Por otra parte, una historia completa de cinco páginas titulada “La Loi du plus fort", publicada en abril de 2008 en la revista Spirou con motivo de la conmemoración de los 70 años del personaje, una precuela sobre sus orígenes, el por qué de su nombre, su uniforme, su trabajo y su mascota. La acción comienza en el año 1938, a Spirou se le conoce entonces con el nombre de Jean-Baptiste (o Jean-Bap). Vive junto con otros huérfanos, como René, en el Orfanato de San Pancracio. Aquel día en la sacristía, lo que empezó siendo un incidente sin importancia acabó en una tragedia terrible, y no sólo para el padre Albert, ya que mientras su amigo René ingresaba en prisión -no sin antes cederle la custodia de su mascota, una ardilla llamada Spirou-, Jean-Baptiste es expulsado del orfanato, pero con la recomendación del abad del orfanato para trabajar como botones en el hotel propiedad de su hermano, el Moustic. Allí conocerá a Fulgence, el pequeño botones que acabará dándole el nombre por el que todos le conocemos, y a su malvado jefe Entresol, que no sólo le maltrata, sino que espera la mínima oportunidad para sustituirle.
Para finalizar, la última de las exposiciones era una pequeña retrospectiva de Fernando Fernandez. Este autor barcelonés, nacido en 1940 y fallecido el pasado año, había iniciado su carrera profesional en la década de los 50, trabajó para la agencia Selecciones Ilustradas de Toutain y para varias revistas argentinas, norteamericanas -Eerie y Vampirella de la Editorial Warren- y españolas -Vampirella, Rufus, Vampus, Interviú, Siesta, Primera Plana y El Jueves, desarrollando su actividad también en el campo de la publicidad, en el mundo de las fotonovelas y como ilustrador y portadista para el mercado americano.
Aunque acabaría decantándose finalmente por la pintura, la exposición ofrece la oportunidad de ver su faceta como historietista, al mostrar páginas originales de sus trabajos de ciencia ficción y terror de sus cómics más emblemáticos: Zora y los Hibernautas, publicado en la revista 1984, o la adaptación de Drácula de Bram Stoker, publicado en la revista Creepy, reeditados por la Editorial Glénat, pero también páginas de los libros de divulgación científica para jóvenes publicados por la editorial “Afha” entre 1974-1979, en los que escribe y dibuja sobre ciencia y aventura de una manera didáctica -Viaje a las estrellas, Conocimiento del Cuerpo humano, Viaje a la Prehistoria y Viaje al mundo secreto de los insectos- y portadas de diversos géneros, predominando el de ciencia ficción, campo en el que demostró su gran maestría.
Esperemos tener la oportunidad, el próximo año, de disfrutar de unas exposiciones con el nivel que han tenido las de la presente edición.
Éste ha sido el motivo principal por el que tanto he sentido no haber podido visitar este año Expocómic: perderme estas magníficas exposiciones. ¡Qué lástima!
ResponderEliminarDe todas formas, muchas gracias por la entrada. ¡Estupenda y detallada!
Un saludo cordial.
Yo me centré principalmente en la de Emile Bravo, que en conjunto con las sesiones de firmas del autor y poder charlar un rato con él, fue una experiencia muy gratificante.
ResponderEliminarAlberich el Negro:
ResponderEliminarSiempre he pensado que en un evento como éste las exposiciones son importantes, porque nos permiten descubrir los trabajos de autores que no conocíamos y de disfrutar de los que admiramos. Así que intentamos hacer todas las fotos posibles. Aunque ha sido una verdadera pena que te las hayas perdido, espero que las fotos te hayan ayudado a hacerte una idea de cómo fueron.
Jolan:
De la exposición de Émile Bravo me gustó poder leer las páginas de "La Loi du plus fort", que me eran desconocidas. Lo cierto es que sentí perderme la visita guiada. Después de escucharle, seguro que hubiera visto las aventuras de Spirou desde otra perspectiva.
Una pregunta, por favor: ¿había muchos originales? Y me refiero, sobre todo, a Maroto y a Fernández
ResponderEliminarDe Maroto y Fernández no había demasiados (sobre todo de Fernández), pero sí suficientes para ver la valía de los autores.
ResponderEliminarLa verdad es que la expo sobre judaísmo y comics era de vergüenza ajena...una lástima porque de verdad que las frases que contenía eran para decirle al escritor que se dedicase a otra cosa.
Si hubiese contenido lo que tú has referido aquí, habría cosechado admiración y ganas de saber más en vez de cachondeo y risas (por no llorar)
The Korinthian:
ResponderEliminarTengo que reconocer que tienes razón. El tema de la exposición sobre judaísmo y cómics era muy interesante en principio. Recuerdo que cuando vi el anuncio de las exposiciones pensé en ella como una de las imprescindibles, si bien es cierto que, como bien pude comprobar en el salón, la relación entre tebeos y judaísmo no se trató como a mí me hubiera gustado.