Era un libro “gordísimo” de 244 páginas, todo letra, salvo unas pequeñas ilustraciones un tanto “ñoñas" desde el punto de vista actual, pero “encantadoras y tiernas” en aquellos años. Era, evidentemente, un libro de cuentos: La princesa que pedía la luna, de la escritora británica Eleanor Farjeon (nació tal día como hoy, 13 de febrero, en el año 1881 y murió en 1965), con ilustraciones de María Dolores Salmons, publicado en España por la Editorial Juventud. Yo tenía una segunda edición, de marzo de 1973.
Ese libro de cuentos, en su título original The Little Bookroom, había ganado en el año 1956 el primero de los premios Hans Christian Andersen, el galardón más importante dentro del campo de la literatura infantil, concedido por el IBBY (International Board on Books for Young People-Organización Internacional para el Libro Juvenil) cada dos años a un autor y a un ilustrador cuyos trabajos se consideren una gran contribución a la literatura infantil y juvenil y estén vivos en el momento de la nominación.
Estuve horas enfrascada en la lectura de aquellos cuentos, algunos tan fantásticos y absurdos que ni los entendía, otros tan tiernos que aún los recuerdo (Mi cachorro, La niña que besó el melocotonero, Silvana, El Burro de Connemara, Hada Ana, El pavo real de cristal), otros tan tristes que hasta me hicieron llorar (Panniquis, Y yo acuno a mi niño), pero con todos ellos pasé uno de los veranos más felices y al mismo tiempo más traumáticos de mi vida al darme cuenta de que mi casa no era como la de los demás: No sólo no teníamos biblioteca, ¡es que apenas teníamos libros!
Estuve horas enfrascada en la lectura de aquellos cuentos, algunos tan fantásticos y absurdos que ni los entendía, otros tan tiernos que aún los recuerdo (Mi cachorro, La niña que besó el melocotonero, Silvana, El Burro de Connemara, Hada Ana, El pavo real de cristal), otros tan tristes que hasta me hicieron llorar (Panniquis, Y yo acuno a mi niño), pero con todos ellos pasé uno de los veranos más felices y al mismo tiempo más traumáticos de mi vida al darme cuenta de que mi casa no era como la de los demás: No sólo no teníamos biblioteca, ¡es que apenas teníamos libros!
Y claro, después de leer, en la introducción de La princesa que pedía la luna, lo que Eleanor Farjeon describía (”En la casa en que discurrió mi infancia había una habitación a la que llamábamos “la biblioteca pequeña”. Claro es que todas las habitaciones de la casa hubieran podido llamarse bibliotecas. Nuestro departamento, el de los niños, en la parte alta de la casa, estaba lleno de libros. En el piso de abajo, el despacho de mi padre quedaba atestado. Forraban las paredes del comedor, inundaban el cuarto de estar de mi madre y subían hasta las alcobas. Nos hubiera parecido más natural carecer de trajes que de libros. Y más contrario a la Naturaleza no leer que no comer”), podréis comprender que este primer contacto con la lectura me dejara un tanto perpleja y desconcertada. Pero es que aún había más: “(…) Aquella biblioteca polvorienta, cuyas ventanas jamás se abrían, a través de cuyos cristales el sol de verano lograba enviar algunos rayos sin lustre en los cuales bailaban y temblaban partículas de oro, abrió para mí mágicas ventanas por las que yo contemplaba otros mundos y otros tiempos, mundos llenos de poesía y de prosa, de hechos y fantasías. Allí existían antiguas piezas de teatro, historias y viejos romances, supersticiones y leyendas y lo que se llaman “curiosidades de la Literatura (…)”. Parecía como si la autora estuviera observándome “(…) incómoda físicamente y del todo absorta en la lectura. No me daba cuenta de mi extraña postura y de la pesadez del aire hasta que dejaba de recorrer los reinos donde la fantasía era para mí mucho más verdadera que los hechos reales; me embarcaba en viajes para descubrir regiones donde a menudo los hechos eran mucho más curiosos que las fantasías.” Menos mal que descubrí que había unos lugares (las bibliotecas públicas) que estaban llenos de libros que podías llevarte a casa y devolverlos cuando terminabas de leerlos.
Aquel libro lo he leído muchas veces a lo largo de estos años; me ha enseñado a descubrir cuántas vidas pueden vivirse gracias a los libros, pero, sobre todo, me ha acompañado en mis momentos tristes, cuando trataba de animarme releyendo el final de Panniquis: ”Pero nunca contó ni a su mujer ni a sus hijos que cuando la vida le resultaba demasiado pesada, como tantas veces ocurre, la belleza de las cosas se imponía a su indiferencia, y del cielo y de la tierra, desde los árboles y las rocas, desde la frescura de las aguas y de las cascadas, de la luz y de las sombras, le venía, tan clara como en el momento en que se separó de él, la encantadora risa de Panniquis, y oía su voz que le llamaba desde el cielo y la tierra diciéndole: ¡Alégrate! ¡Alégrate!”
Aquel libro lo he leído muchas veces a lo largo de estos años; me ha enseñado a descubrir cuántas vidas pueden vivirse gracias a los libros, pero, sobre todo, me ha acompañado en mis momentos tristes, cuando trataba de animarme releyendo el final de Panniquis: ”Pero nunca contó ni a su mujer ni a sus hijos que cuando la vida le resultaba demasiado pesada, como tantas veces ocurre, la belleza de las cosas se imponía a su indiferencia, y del cielo y de la tierra, desde los árboles y las rocas, desde la frescura de las aguas y de las cascadas, de la luz y de las sombras, le venía, tan clara como en el momento en que se separó de él, la encantadora risa de Panniquis, y oía su voz que le llamaba desde el cielo y la tierra diciéndole: ¡Alégrate! ¡Alégrate!”
Con el paso de los años te das cuenta de que la literatura infantil pocas veces va dirigida exclusivamente a los niños. Los libros infantiles y juveniles siempre han estado dentro de mis lecturas favoritas (todavía hoy los libros infantiles ilustrados se llevan una gran parte de mi presupuesto); siempre pero, sobre todo, a partir del nacimiento de mis sobrinos, porque era una forma (en ocasiones infructuosa, de todo ha habido) de inculcarles un cierto amor hacia la lectura. Como todo en la vida, existen libros para los días en los que lo único que te apetece es sentarte y relajarte delante de historias intrascendentes e imaginativas arropadas por dibujos de colores cálidos y pequeños detalles o para aquéllos en los que, por el contrario, tienes tanta vitalidad que prefieres utilizarla jugando “a la casa del tío Gregorio” con el más pequeño de la casa. Para estos casos, yo elijo los libros de Beatrix Potter. Aunque yo tengo los Cuentos Completos publicados por la Editorial Debate en el año 1989 que reúne los 23 cuentos originales del Conejo Perico publicados entre 1902 y 1930, para leer con mis sobrinos utilizaba los cuentos en formato pequeño, más manejables para ellos, y El gran libro de Perico el conejo travieso, troquelado, con el que representábamos las historias que previamente habíamos leído juntos y cuyas ilustraciones nos sabíamos casi de memoria.
Contrariamente a lo que pueda pensarse ante la aparente sensiblería de las ilustraciones y los textos de Beattix Potter (1866-1943), yo siempre la he considerado una mujer moderna para su tiempo, a pesar de haber nacido dentro de una familia típicamente victoriana y estar sometida, por su posición social, a ciertos convencionalismos que ella, a mi parecer, consiguió ir rompiendo a lo largo de su vida. Su educación fue encomendada a una institutriz y nunca se le permitió ir al colegio ni tener amigos y únicamente durante las vacaciones de verano, cuando abandonaba Londres para instalarse con su familia en los campos de Escocia o al Norte de Inglaterra, podía dejar de estar constreñida en aquel ambiente opresivo y tomar contacto con la naturaleza, observarla y conocerla hasta el punto de llegar a realizar incluso estudios botánicos que nunca vieron la luz porque chocaron con la machista rigidez de las instituciones científicas. Fue precisamente este hecho, la imposibilidad de dedicarse a la investigación, lo que la llevó a dedicar su buen hacer como ilustradora a la literatura infantil, buscando en ella una forma de ganarse la vida.
De hecho empezó a tener independencia económica cuando una editorial compró sus dibujos para ilustrar tarjetas de Navidad, pero su dedicación al mundo infantil fue un poco posterior. Había escrito su primera historia para niños El cuento de Perico el conejo travieso en una carta dirigida al hijo de su antigua institutriz (en realidad cada uno de los cuentos está dedicado a alguien: a un niño, a un adulto especial, incluso a uno de los protagonistas de sus historias). Años más tarde se acordó de la historia de Perico y la dibujó y reescribió y, ante la falta de editores, decidió publicarlo por su cuenta. El cuento tuvo tanto éxito que un editor, Frederick Warne, estuvo interesado en publicarlo y tras él los veinte libros que Beatriz escribiría entre 1901 y 1913 y sus posteriores reediciones. La escritora participaba en los procesos de diseño de sus libros (los prefería de pequeño formato para que fueran más manejables por los niños, con poco texto y pocas páginas (al menos al principio) y una ilustración en cada una de ellas), supervisaba las pruebas de imprenta y las traducciones al francés e incluso creó y patentó el muñeco del Conejo Perico de juguete que fue, evidentemente, un éxito de ventas. Que una mujer hiciera todo eso a principios del siglo pasado sin tener a un hombre detrás, denota una cierta “modernidad”, ¿o no?
Contrariamente a lo que pueda pensarse ante la aparente sensiblería de las ilustraciones y los textos de Beattix Potter (1866-1943), yo siempre la he considerado una mujer moderna para su tiempo, a pesar de haber nacido dentro de una familia típicamente victoriana y estar sometida, por su posición social, a ciertos convencionalismos que ella, a mi parecer, consiguió ir rompiendo a lo largo de su vida. Su educación fue encomendada a una institutriz y nunca se le permitió ir al colegio ni tener amigos y únicamente durante las vacaciones de verano, cuando abandonaba Londres para instalarse con su familia en los campos de Escocia o al Norte de Inglaterra, podía dejar de estar constreñida en aquel ambiente opresivo y tomar contacto con la naturaleza, observarla y conocerla hasta el punto de llegar a realizar incluso estudios botánicos que nunca vieron la luz porque chocaron con la machista rigidez de las instituciones científicas. Fue precisamente este hecho, la imposibilidad de dedicarse a la investigación, lo que la llevó a dedicar su buen hacer como ilustradora a la literatura infantil, buscando en ella una forma de ganarse la vida.
De hecho empezó a tener independencia económica cuando una editorial compró sus dibujos para ilustrar tarjetas de Navidad, pero su dedicación al mundo infantil fue un poco posterior. Había escrito su primera historia para niños El cuento de Perico el conejo travieso en una carta dirigida al hijo de su antigua institutriz (en realidad cada uno de los cuentos está dedicado a alguien: a un niño, a un adulto especial, incluso a uno de los protagonistas de sus historias). Años más tarde se acordó de la historia de Perico y la dibujó y reescribió y, ante la falta de editores, decidió publicarlo por su cuenta. El cuento tuvo tanto éxito que un editor, Frederick Warne, estuvo interesado en publicarlo y tras él los veinte libros que Beatriz escribiría entre 1901 y 1913 y sus posteriores reediciones. La escritora participaba en los procesos de diseño de sus libros (los prefería de pequeño formato para que fueran más manejables por los niños, con poco texto y pocas páginas (al menos al principio) y una ilustración en cada una de ellas), supervisaba las pruebas de imprenta y las traducciones al francés e incluso creó y patentó el muñeco del Conejo Perico de juguete que fue, evidentemente, un éxito de ventas. Que una mujer hiciera todo eso a principios del siglo pasado sin tener a un hombre detrás, denota una cierta “modernidad”, ¿o no?
Iustración de Randolph Caldecott
Ilustración de Beatrix Potter
Aunque parece ser significativa la influencia del ilustrador inglés de libros para niños, Randolph Caldecott (famoso por la cuidada composición y los pequeños detalles de sus idealizadas escenas costumbristas, tan representativas de la vida británica en el campo, y por los numerosos dibujos de animales “vestidos” que Beatrix copiaría durante su aprendizaje), Beatrix Potter fue una innovadora en el modo de concebir las ilustraciones. Sus acuarelas son extraordinarias, tienen un lenguaje propio que se completa con el texto, y sus animalitos, con ropas, cualidades y comportamientos humanos, no son meras caricaturas, sino dibujos realistas, precisos y detallistas tomados de modelos vivos que protagonizan historias llenas de imaginación y fantasía, pero también de realidad, en las que aparecen conceptos y lenguajes un tanto alejados de lo propiamente infantil y de las convenciones sociales a las cuales sí caricaturiza. También los paisajes en los que se desarrolla la acción eran perfectamente reconocibles, pues Beatrix retrataba el lugar en el que vivía, dando visos de realidad al mundo imaginario que había creado.
Con los ingresos obtenidos con su trabajo compró Hill Top, una granja en Near Sawrey (Distrito de los lagos), en el Norte de Inglaterra, y es entonces cuando se inicia una de las facetas más interesantes de esta mujer polifacética, la de “protoecologista” dedicada, por influencia del vicario Hardwicke Rawnsley, fundador del Nacional Trust, una de las primeras organizaciones benéficas para la defensa del medio ambiente y el patrimonio, a preservar el paisaje y la tradición rural de la región de los lagos de la creciente industrialización, la especulación y del turismo depredador, ya en aquellos tiempos. Cuando murió en 1943 legó todas sus tierras al Nacional Trust, haciendo posible la creación del Parque Nacional de Lake District.
Para los que tengáis interés en saber más cosas sobre este lugar en el que parece que el tiempo se haya parado, en el suplemento El viajero de El País del sábado 10 de febrero de 2007 se publicó un artículo de Patricia Gosálvez sobre “El fabuloso mundo de Beatrix Potter” y el parque nacional de Lake District, que se encuentra en la demarcación de Cumbria, al norte de Inglaterra. Para los seguidores de Perico el conejo travieso, la ardilla Nogalina, el concejito Benjamín, los dos malvados ratones, el señor Jeremías Peces, la oca Carlota, el gato Tomás, Timoteo Puntillas, Samuel Bigotes o la señorita Minina, esta región del norte de Inglaterra pronto estará más de moda que nunca, debido principalmente a Miss Potter, la película que se ha rodado sobre la vida de esta escritora, dirigida por el australiano Chris Noonan (Babe, el cerdito valiente), con guión de Richard Maltby Jr. y protagonizada por Renée Zellweger (Beatrix), Ewan McGregor (Norman Warne) y Emily Watson (Millie Warne).
Con los ingresos obtenidos con su trabajo compró Hill Top, una granja en Near Sawrey (Distrito de los lagos), en el Norte de Inglaterra, y es entonces cuando se inicia una de las facetas más interesantes de esta mujer polifacética, la de “protoecologista” dedicada, por influencia del vicario Hardwicke Rawnsley, fundador del Nacional Trust, una de las primeras organizaciones benéficas para la defensa del medio ambiente y el patrimonio, a preservar el paisaje y la tradición rural de la región de los lagos de la creciente industrialización, la especulación y del turismo depredador, ya en aquellos tiempos. Cuando murió en 1943 legó todas sus tierras al Nacional Trust, haciendo posible la creación del Parque Nacional de Lake District.
Para los que tengáis interés en saber más cosas sobre este lugar en el que parece que el tiempo se haya parado, en el suplemento El viajero de El País del sábado 10 de febrero de 2007 se publicó un artículo de Patricia Gosálvez sobre “El fabuloso mundo de Beatrix Potter” y el parque nacional de Lake District, que se encuentra en la demarcación de Cumbria, al norte de Inglaterra. Para los seguidores de Perico el conejo travieso, la ardilla Nogalina, el concejito Benjamín, los dos malvados ratones, el señor Jeremías Peces, la oca Carlota, el gato Tomás, Timoteo Puntillas, Samuel Bigotes o la señorita Minina, esta región del norte de Inglaterra pronto estará más de moda que nunca, debido principalmente a Miss Potter, la película que se ha rodado sobre la vida de esta escritora, dirigida por el australiano Chris Noonan (Babe, el cerdito valiente), con guión de Richard Maltby Jr. y protagonizada por Renée Zellweger (Beatrix), Ewan McGregor (Norman Warne) y Emily Watson (Millie Warne).
Si decido ir a verla, ya os contaré; de momento me lo estoy pensando: no es por nada, pero no sé si podría soportar volver a leer los cuentos viendo a Beatrix Potter con la cara de Bridget Jones.
Pues en cuanto veas la peli, vienes y nos lo cuentas, que yo también tengo mis dudas...
ResponderEliminarBesitos
la película es sencillamente tierna, dulce y encantadora,solo una mirada o el roce de una mano ouede despertar un amor tan sublime como se crea en la película.Una gran mujer, sin duda, y para mi gusto, una gran película.Besitos.
ResponderEliminarFabulosa la película, soy profesora y encuentro que verla con los alumnos será motivadora en todo sentido.
ResponderEliminarHola Susana,
ResponderEliminar"La princesa que pedía la luna" de Eleanor Farjeon es uno de mis libros favoritos de todos los tiempos!!!!!
Un tío abuelo de mi mamá se lo regaló y ella me lo dio a mí :)
Saludos cordiales!
Hola Davinsky,
ResponderEliminarTambién para mí es uno de los favoritos
¡Qué suerte tener un ejemplar! Esos son los mejores regalos, los que nos llegan con la herencia de todos los que disfrutaron de su lectura.
Un saludo.
TAMBIEN, VI LA PELICULA DE LA ESCRITORA BEATRIX POTTER, ES MAS, DOS VECES, ME ENCANTO.
ResponderEliminarMUY TIERNA ELLA, SU DESICION POR LIBERARSE, MAS DE SU MADRE QUE DE SU PADRE EN ESOS TIEMPOS, MUY VALIENTE,EL TRATAR DE DEFENDER E IGUALAR LAS CLASES SOCIALES EN ESE TIEMPO MUY VALORABLE EN ELLA.
EL AMOR LE COSTO TENERLO, SUFRIENDO PRIMERAMENTE UNA GRAN PERDIDA, PARA LUEGO TENER SU FINAL FELIZ.
TAMBIEN, VI LA PELICULA DE LA ESCRITORA BEATRIX POTTER, ES MAS, DOS VECES, ME ENCANTO.
ResponderEliminarMUY TIERNA ELLA, SU DESICION POR LIBERARSE, MAS DE SU MADRE QUE DE SU PADRE EN ESOS TIEMPOS, MUY VALIENTE,EL TRATAR DE DEFENDER E IGUALAR LAS CLASES SOCIALES EN ESE TIEMPO MUY VALORABLE EN ELLA.
EL AMOR LE COSTO TENERLO, SUFRIENDO PRIMERAMENTE UNA GRAN PERDIDA, PARA LUEGO TENER SU FINAL FELIZ.
La princesa que pedía la luna es mi libro favorito desde que me lo regalaron con 7 años, una edición aún anterior a la tuya, me parece. Aún lo conservo y de vez en cuando lo releo.
ResponderEliminarRecuerdo que la primera vez que lo leí me pareció raro eso de que las princesas no se casaran con los príncipes, pero siempre ejerció una gran atracción sobre mí. Con los años entendí muchas cosas.
La biografía de Eleanor Farjeon es interesantísima, jamás quiso casarse, pese a tener apasionadas historias de amor con dos hombres. Su poema "Morning has broken" es el texto de la famosa cancion hippie de Cat Stevens. El mensaje es similar al final de Panniquis.
Eleanor ha sido mi huella en la niñez y hasta hoy 40 años después aún ese libro, la Princesa es mi elección. Fue un regalo de mis padrinos a los 7 años de edad y creo que me embebí con los dibujos que no eran suficientes para comprender todos los cuentos. Eran difíciles de comprender desde mi contexto, Guatemala en los años 70 cuando lo que narraba venía de Inglaterra. Pero me encantaron tanto que me aprendí de memoria varios de ellos como los Tims. Son extraordinarias historias de fantasía pero yo soñé tanto con convertir mi habitación en dorado, verde, hasta tener solo mi cama en el firmamento y ser libre. Vaya, qué retorno de tiempo. Agradezco a Eleonor introducirme a ese peculiar y excepcional mundo de la niñez... (ahora intento ser escritora...)
ResponderEliminarAna Mazariegos C.