Creímos que iban a quedarse para siempre allí, en el reducto que habían dispuesto para ellos, y que se mantendrían alejados del resto, pero no ocurrió así. Los muertos vivientes traspasaron las barreras y pronto los vimos recorrer erráticos el Saló, arrastrando los pies y provocando a los incautos visitantes no pocos sobresaltos con sus inesperadas apariciones. Algunos de los asistentes huían, temerosos de que los mordiscos de aquellos seres malditos, ni vivos ni muertos, les inocularan el virus que acabaría por convertirles en una más de aquellas masas de carne putrefacta que se les acercaban buscando con qué alimentarse. Otros más valientes, sin embargo, se acercaban a ellos sin miedo alguno, dispuestos a conseguir una buena foto, asombrados en ocasiones del excelente trabajo conseguido por los maquilladores.
Los zombis provocan a la vez atracción y repulsión, filia y fobia, ese algo que nos insta a seguir leyendo la historia o viendo la película, a pesar del temor a saber qué ocurrirá a continuación o precisamente porque ya lo sabemos.
Ellos fueron los protagonistas de "Zombis. Ni muertos ni enterrados", la exposición más extensa de la pasada edición del Saló, dividida en tres ámbitos distintos que rodeaban el gran escenario desde el que un gran póster de Dieter Lumpen convertido en uno de esos seres malditos observaba atento las actuaciones de los grupos musicales (Anna and the bananas, Rembrandt 42, Motorzombis, Tiki Phantoms, Mürfila y Los toros), la intervención del humorista Berto Romero, el cosplay zombi y, como no, el deambular de los espectadores entre los diferentes ambientes de una muestra que ofrecía un más que interesante recorrido histórico por el imaginario zombi: desde las primeras referencias a los muertos vivientes que las creencias populares atribuían a la acción del vudú y a la magia negra, aquella que convertía a la víctima en un esclavo sin voluntad, a su repercusión en la ficción, ya fuera la literatura de terror -comenzando con los clásicos como Edgar Allan Poe en la primera mitad del XIX y, sobre todo, H.P. Lovecraft en los años 20 del siglo pasado-, el cine, los cómics, los videojuegos o la televisión.
Así pues, en este repaso por los diferentes formatos utilizados para adaptar y recrear visualmente las más aterradoras historias de cadáveres que recobraban la vida, todos ellos en constante y recíproca interacción, no faltaron las proyecciones, carteles y fotogramas de las primeras películas del género que, como pudo verse en la exposición, no acabarían influyendo únicamente en la filmografía posterior: La legión de los hombres sin alma, de Víctor Haperin, en 1932, protagonizada por Bela lugosi; Yo anduve con un zombi, de Jacquer Tourneur, en 1943; The last man on Earth, la adaptación cinematográfica de Soy Leyenda, la novela de Richard Matheson, que protagonizaría Vincent Price en 1964; La noche de los muertos vivientes, la película de George A. Romero que renovaría el mito zombi en 1968, y también, del mismo director, El día de los muertos y Zombi; las producciones italianas de los años 80, entre el gore y la parodia, como Zombi Holocausto, de Marino Girolami, La invasión de los zombis atómicos, de Umberto Lenzi, Apocalipsis caníbal, de Bruno Mattei o La noche del terror, de Andrea Bianchi.
Las primeras incursiones del tema en el noveno arte también tuvieron su representación en la exposición, con ilustraciones y páginas de historietas en blanco y negro que aparecieron en revistas míticas norteamericanas de los años 50: EC Comics -una de cuyas historias, Tales from the crypt, sería adaptada y llevada al cine en 1972-, Creepy editada por Warren -¡Zombis! de Archie Goodwin y Rocco Mastroserio- y House of Mystery de DC, con los relatos ¡Los muertos pueden matar!, ¡Vudú! o Viaje de Regreso, con guiones de Bernie Wrightson (el creador de La cosa del pantano), Rus Jone, Bill Pearson y Arthur Porges y dibujados todos ellos por un auténtico maestro del género, Joe Orlando. Después de verlas, casi nos sobresaltó el agobiante exceso de colores de Toe Tags (The Death of Death), de George A. Romero y Tommy Castillo, una miniserie de DC a la que Romero llevaría su nueva interpretación del universo zombi.
Ambos, séptimo y noveno arte, fueron desarrollando paralelamente el tema, adoptando modelos que se irían copiando y utilizando tanto por uno como por otro, mientras se iba viendo cómo aumentaba la aceptación de un público cada vez más receptivo. El fenómeno zombi se había convertido en tema recurrente de los cómics de la Marvel desde mediados de los 70 con Tales of the zombie y Brother Voodoo, alcanzando incluso a los superhéroes y a sus correspondientes villanos en series como Marvel Zombies (historias de Robert Kirkman y dibujos de Sean Phillips y Arthur Suydam) y Marvel Zombies Supreme (de las que la exposición nos permitió ver páginas de la serie realizadas por Fernando Blanco), llegando a traspasar fronteras en los años 80, llegando a Italia en donde tuvo su incursión tanto en el cine -con las versiones realizadas por Darío Argento y Lucio Fulci- como en los fumetti de la Editorial Bonelli: Dylan Dog, el personaje creado por Tiziano Sclavi y el dibujante Angelo Stano, y Martin Mystere -con sendas ilustraciones que habían realizado para la ocasión Luisa Zancanella y Giancarlo Alessandrini- hicieron para la ocasión de su personaje Martin Mystere.
También Japón tendría sus zombis -de manos de Shigero Mizuki (“Kitaro”) primero y de Hideshi Hino, estrella del Saló del Manga de La Farga de l'Hospitalet el año pasado, después-, aunque bien distintos a los que conocemos, ya que el manga de terror se debía en gran parte a la injerencia del folclore y las tradiciones propias de este país.
Como si de una pandemia se tratara, los muertos vivientes llegaron a infectar el mundo de los videojuegos, con sus correspondientes adaptaciones cinematográficas (Resident Evil, de Paul W. Anderson en 2002) o 28 días después, de Danny Boyle, con nuevos remakes cinematográficos de clásicos, pero también parodias apocalípticas como Zombieland o Zombie Party, de los que podía darse buena cuenta en la zona de juegos del Virtual Zombis.
A nadie extraña que actualmente al hablar de muertos vivientes se piense en The Walking Dead, de Robert Kirkman, del mismo modo que al hablar de la serie es inevitable hacer referencia a su dibujante, Charlie Adlard, un auténtico fenómeno a quien tuvimos la suerte de ver cómo dibujaba a los pocos agraciados (entre los que estuvo nuestro compañero EduXavi) que tras hacer horas de cola pudieron conseguir una magnífica dedicatoria (pinchad aquí y aquí). La serie se inició en 2003 y continúa abierta, con un número cada vez mayor de seguidores a lo que ha contribuido sin duda la versión televisiva. Los suyos fueron sin duda los originales más admirados, viñetas de la serie, pero también ilustraciones para Survival of Dead junto a otras inspiradas en Diary of the dead, ambas dirigidas por George A. Romero, de quien heredaron su interpretación del imaginario zombi. No en vano Romero estableció un canon sobre el mundo de los muertos vivientes que continúa vigente, incluyendo elementos procedentes del Ghoul y de los vampiros, alimentándolos de carne humana viva, eliminándolos con un tiro o un fuerte golpe en la cabeza y haciéndolos “vivir” en ambientes apocalípticos.
También pudimos ver otros ejemplos de ilustraciones y adaptaciones gráficas, como la ilustración de la novela inédita de Javier Cosnava 1936 Z. La guerra civil zombi, realizada por Diego Olmos; la adaptación de la serie de televisión creada por Erik Kripke, Sobrenatural Rising Son, obra también de Diego Olmos, al igual que la de la película 28 días después, de Dany Boyle o la de El ejército de las tinieblas de Dark Horse, dibujada en esta ocasión por Fernando Blanco.
En la zona central la Galería Zombi, con ilustraciones encerradas en ostentosos marcos dorados, un amplio repertorio de autores y conocidos personajes de cómic se mostraban al público transformados para la ocasión en espectaculares muertos vivientes: un magnífico autorretrato de Paco Roca, un profesor Bertenev de Alfonso Zapico un tanto descuartizado, el detective Simón Feijoo (en blanco y negro y en color) frente a la Font de Canaletes, Orn de Quim Bou, el Dieter Lumpen de Rubén Pellejero, Jazzmaynard de Raule y Roger, Makoki de Gallardo y Mediavilla, Superlópez de Jan, Vampirella de Esteban Maroto, la guía para padres desesperadamente muertos de de Fontdevila, La Tetería del Oso Malayo de David Rubín, o la Djinn de Ana Miralles.
El tercer ambiente reunía la sección humorística del tema, carteles y fotogramas de películas, proyecciones de series de televisión, como Zombis, de Berto Romero, y páginas repletas de viñetas que recogían versiones un tanto sui generis de la vida cotidiana de zombis y vampiros, como los de Zombillenium de Arthur de Pins -las colas para conseguir sus preciadas dedicatorias en el stand de Dibbuks no fueron precisamente cortas- o la de Bobby, el niño creado por Óscar Martín que debe luchar contra ellos en El terrorífico mundo de Bobby; parodias en clave de humor, como la de Los muertos revivientes que José Fonollosa ha hecho de The Walking Dead, o en clave histórica, como Zombis a.C., de Juan Carlos Colorado y Juan Luis Rincón, ambientada en la Segunda Guerra Púnica, allá por el 218 a.C.; así como las peripecias de conocidos personajes de la Editorial Bruguera, como Superlópez, de Jan, Pafman de Joaquin Cera, o Mortadelo y Filemón, de Ibáñez, que tendrán que vérselas con estos seres monstruosos. Un espacio en el que encontrar la aportaciones del cine y el tebeo español al fenómeno zombi desde finales de los 60-70, pero también en las nuevas propuestas que actualmente se están desarrollando tanto en el campo de la literatura como en el de la historieta.
Difíciles de ver según en qué momentos si no se esquivaba la larga cola de interesados de todas las edades en convertirse en un muerto viviente más por obra y gracias del taller de maquillaje habilitado en un macabro cementerio situado en un extremo del Saló, eran las portadas de las novelas de temática zombi editadas por Dolmen Editorial en su Línea Z (Diario de un zombi, La muerte negra, Apocalipsis Island, Antología Z, Sherlock Holmes y los zombis de Camford, Quijote Z, Los caminantes y Los caminantes: Necrópolis), ilustradas por Alejandro Colucci.
Para terminar y para los cinéfilos recalcitrantes y lectores impenitentes, una vitrina con reproducciones de personajes célebres convertidos en zombis, así como juegos, novelas y cómics del género que todo interesado en la materia debería conocer, sobre todo si desea sortear con éxito los obstáculos que los muertos vivientes le irán interponiendo durante el tiempo que convivirá con ellos.
Hasta aquí las crónicas de las exposiciones del 29è Saló del Còmic de Barcelona. Ahora sólo cabe esperar que el año próximo traiga consigo otras tan interesantes y divertidas como lo han sido éstas.
Qué maravilla los originales de Adlard... soberbia la doble página del sermón del nº 74 USA!!!
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