Aunque a veces amedrenta un poco, ponerse a leer un cómic que ha sido considerado como uno de “Les Essentiels d’Angoulême” en la edición de este año del Festival International de la Bande Dessinée y nominado a la mejor obra extranjera en el 26è Saló Internacional del Còmic de Barcelona, siempre te deja con un montón de dudas razonables. Pero claro, ¿quién se resiste a una historia de policías con aires de novela negra contada a medias entre su propio protagonista, un personaje de ficción llamado Pierre Dragón, bajo cuyo seudónimo se esconde un auténtico agente secreto -“descubierto” por Joann Sfar gracias a Philippe Val durante la controversia suscitada por la publicación en el semanario satírico Charlie Hebdo de las caricaturas de Mahoma -que prefiere permanecer en el anonimato, y un dibujante tan sorprendente como Frederik Peeters? ¿Cómo podía resistirme yo a las palabras clave: Aude, Carcassonne, Castelnaudary, cassoulette y Francia, verano del 2003, de tan buenos recuerdos?
Una vez más, la colaboración entre dos personas tan distintas como Dragon y Peeters ha dado como fruto un trabajo excelente. Pierre Dragon es un personaje creíble porque existe en realidad, pero también lo es por cómo lo ha recreado Peeters, quien no solo nos muestra la parte profesional del policía, sino que hace un estudio sociológico del carácter más íntimo y privado de su personalidad y de su particular visión de la vida. De hecho es tan humano que corre el riesgo de convertirse en un antihéroe como lo son muchos de los protagonistas de novelas negras. Divorciado de “una fuente inagotable de problemas”, padre de una hija preadolescente a la que adora y para la que siempre tiene tiempo, independientemente de lo ocupado que esté, encantador unas veces, ordenado (“De vez en cuando, me gusta lavar y ordenar... es uno de los restos de mi paso por el ejército...”), muy intuitivo, con un sexto sentido que le viene de perlas para desempeñar su trabajo (“¡De algo me tiene que servir este pedazo de napia”!), una cara anónima (“o mejor dicho, una cara para todo...”) y una determinación un tanto forzada, porque ante esa máscara de hombre duro seguro de sí mismo se encuentra un ser humano con sus dudas y sus miedos (entrañable la descripción de la escena en la que él se siente empequeñecido como un niño fascinado ante los agentes americanos y momentos después, con un dominio total de la situación, pasa de admirador a admirado).
Dragon es uno de esos policías con vocación que ya desde niño deseaba “detener a los malos”, influenciado por las apasionantes anécdotas que el señor Perceval, el mejor amigo de su padre y el mejor poli del suroeste, contaba en las largas noches de verano después de la cena, mientras las mariposas nocturnas revoloteaban alrededor de la luz del farol y un niño con los ojos y la boca abiertas como platos pensaba en llegar a ser como aquel hombre que era a la vez John Wayne y Eliot Ness.
Tras cinco años en los R.G. (Renseignements Généraux, Dirección General de información dependiente del Ministerio de Interior francés), su jefe, Papa Noël (“nunca se dan nombres verdaderos ni detalles que permitan identificar a los actores del drama”) le ofrece trabajar en una misión “especial” (y, por tanto, “secreta”) de vigilancia de un grupo de falsificadores que relacione el cambio de etiquetas de jerseys en una tienda de ropa del barrio de Les Halles con la posible financiación de grupos islamistas. El cómic cuenta precisamente eso, la vida cotidiana de los agentes que participan en la investigación, los métodos de trabajo utilizados, la discreción con la que actúan... Desde que se inicia la investigación hasta que concluye, la acción dura apenas unas semanas en las que el ritmo lento de la vigilancia alterna con el trepidante/frenético y lleno de adrenalina de los momentos decisivos. Queda claro que el éxito del trabajo no se debe únicamente a un golpe de suerte, sino a los colaboradores y a los contactos conseguidos a base de palabras amables y cajas de bombones (“En este trabajo, todo está basado en la información... y la información es cuestión de contactos”).
Todos son importantes, pero sobre todo hay que saber elegir a los miembros del equipo con los que se va a trabajar (“lo principal es disfrutar de una buena compañía): Bernard y Ciryl. Mientras el primero es más bien callado, el segundo no cierra nunca la boca y con su verborrea cuenta descabelladas historias y expone al mundo su montón de teorías sobre todo, pero principalmente sus estereotipadas y machistas teorías sobre la psicología de las mujeres, las cuales apremia a Dragon a poner en práctica.
La otra protagonista de la historia es, sin lugar a dudas, París, la ciudad en la que transcurre la acción y a la que el dibujo en color de Peeters, autor de obras tan reconocidas como Píldoras Azules o la serie de Lupus, describe perfectamente como una maraña de calles y lugares fácilmente reconocibles (el comercial barrio de Les Halles, L’île de la Cité, el metro, los puentes sobre el Sena, la noche parisina, el “Jardin des Plantes”, los animales de la Gran Galería de la Evolución y una representación un tanto “sui generis” de la estatua del conde de Buffon...), al tiempo que hace un retrato de la variedad multicultural de sus habitantes.
Cada cómic tiene su anecdotario particular. De éste conservo, también, la peculiar visión de los agentes americanos que nos da Peeters, a los que les pasan altas las alusiones a la mitología escandinava (Sigfrido y el dragón Fafner) y no saben qué hacer con un kebab pringoso entre las manos, o el rigor tanto del guionista como del dibujante en conferir verosimilitud a toda la historia. Hasta la plasmación del tiempo atmosférico es real. No caí en la cuenta del calor que pasaban los personajes hasta que recordé que aquel verano toda Francia sufrió una terrible ola de calor que provocó numerosas muertes entre la población de riesgo (niño, ancianos y enfermos) y que causó no poco revuelo social y político.
Con un guión muy ameno, un trabajo gráfico detallista, muy expresivo y lleno de dinamismo y un color que describe a la perfección los diferentes ambientes, es calificado por muchos como un polar (así llaman los franceses a las novelas policíacas con características de novela negra) de grandes posibilidades, del que apetece ver pronto la segunda parte.
Por cierto que fue leyendo el cómic que recibí mi primer regalo en el día de la mujer trabajadora. Una viñeta como la de arriba de estas líneas, no tiene desperdicio. Es para escanearla y ponerla en la nevera, por si acaso...
2 comentarios:
Giuseppe:
Si lo he pillado bien, el regalo fue: un fulano queyomese pasando la aspiradora???
Qué más quisiera yo!
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