Un poco tarde, quizás: la obra cuenta ya con una primera edición de diciembre de 2007, agotada, una segunda en castellano, mejorada, y una primera en catalán, con la traducción de Roger Batalla. Había preferido no leer ninguno de los comentarios que sobre el libro circulaban por la red, para no partir de ideas preconcebidas o influenciadas por otras opiniones, aunque con sólo ver la portada y las ilustraciones interiores ya me había convencido de que la historia no iba a defraudarme (estaba segura de que el texto estaría en consonancia y al mismo nivel que aquellos dibujos tan delicados y minuciosos), y la espera hasta conseguir mi preciado “Pinzell” valió la pena.
Uno de mis géneros literarios favoritos desde siempre han sido los cuentos. Esos que te enganchan en cuanto comienzas a leerlos y de pronto te descubres escuchándolos como si alguien te los estuviera narrando en voz alta. Debe ser por ciertas costumbres adquiridas durante la infancia, cuando los padres apenas nos leían los cuentos: nos sentaban alrededor de la mesa camilla y nos contaban (o inventaban, según el caso) historias que nos fascinaban, dando rienda suelta a nuestra imaginación, mientras nos transmitían la tradición oral de las que a ellos les fueron contadas en su día o las que ellos mismos vivieron o crearon para nosotros.
Así que, de manera consciente o no, tiendo a considerar que un buen cuento es aquel que consigo “escuchar” mientras lo estoy leyendo. Y eso fue lo que me ocurrió con Pincel de Zorro, porque tras la falsa apariencia de libro ilustrado para niños una descubre que, evidentemente, no se trata de un cuento para niños -pese al tono infantil utilizado en la narración y ser una niña de seis años, Shiori, la protagonista de esta terrible historia- sino de un cuento para los adultos que adoramos los cuentos.
Ambientada en una época tan mítica para muchos (entre los que me incluyo) como el Japón feudal, la historia de Sergio Sierra nos traslada por un tiempo (como en una ilusión hecha realidad por un kitsune) al día a día de una niña diferente en un mundo en el que personajes humanos conviven con seres fantásticos sacados del folklore japonés, seres que pueden adoptar forma humana y asumir muchos de los valores que los humanos nos atribuimos y que rara vez somos capaces de defender.
Shiori vive con sus padres, Mikako y Kyudayu, en un barrio pobre de la ciudad de Edo. Cada mañana ellos marchan al trabajo dejándola sola y dedicada a su afición favorita: mirar por la ventana, contemplar cómo gentes de toda clase (mercaderes, monjes bonze, nobles señoras en palanquín, compañías de teatro y títeres) pasan por la calle y esconderse cuando llegan los samurais montados a caballo. Cuando vuelven a casa, apenas reparan en su presencia, enfrascados en interminables discusiones y continuos reproches, ocasionados generalmente por las penurias económicas que sufre la familia.
Alejada de los demás niños, su existencia solitaria le ha enseñado a observar lo que ocurre a su alrededor, a manifestar su repulsa ante cualquier acto que denote violencia y a defender determinados valores, diferenciando lo que está bien de lo que está mal, a ser crítica con determinadas actitudes, a avergonzarse del comportamiento de sus padres cuando actúan movidos por la avaricia y el orgullo, a vivir el dolor consciente de la pérdida de un ser querido (su único amigo, un gato llamado Ceniza) y a reconocer la pena en los que la sufren y, en definitiva, a crecer antes de tiempo.
Por eso cuando su padre lleva a casa el pequeño zorro que ha cazado, no puede menos que sorprenderse ante las manifestaciones de alegría de sus padres por la muerte del animal, al que despojaban de su preciosa piel rojo-teja tan suave y comen su carne, asistiendo horrorizada a una acción que a ella le resulta repulsiva y reprobable. Sólo esta niña triste y taciturna será capaz de comprender la pena de la mujer que acude a su casa reclamando para sí el piel del zorro; la única que dará muestras de humanidad pidiéndole perdón por la muerte de Hakumochi y la imperdonable avaricia de sus padres, y la única que por ello recibirá como regalo un pincel hecho con pelo de la cola del pequeño zorro y un frasco de tinta con tres gotas de sangre con los que podrá dibujar y hacer realidad tres deseos. Pero la mujer de los regalos es una kitsune, un zorro, que según el folklore japonés poseen una magia poderosa que les permite hacer realidad cualquier ilusión pero solo durante un período limitado de tiempo. El uso que Shiori hará de los tres deseos que le han sido concedidos provocará no pocos cambios en su existencia, cambios tan evidentes que sorprenderán incluso a sus incrédulos padres, y que desembocarán en un final aún más desconcertante del que cabría esperar y para el que los lectores no estábamos preparados en absoluto.
A pesar de la melancolía del relato y el desasosiego de imaginar qué ocurrió en realidad al finalizar el plazo del tercer deseo concedido por la kitsune (hay umbrales que mejor no traspasar), Pincel de Zorro es una las mejores historias que he leído en mucho tiempo, si bien reconozco que me costó un poco empezar la lectura, admirando como estuve durante un buen rato el trabajo realizado por Meri: ilustraciones preciosistas y llenas de detalles que retratan a la perfección el ambiente en el que se desarrolla la acción (el vestuario, los pequeños objetos cotidianos, el interior de las casas, el mobiliario, ...), reflejos ocasionados por el contraste y los juegos de luces y sombras (los farolillos, esa luna inmensa...), personajes fascinantes y cargados de magia..., que ocupan una página completa o sólo parte de ella, resaltando sobre el resto de fondo negro, pero también los pequeños dibujos que en los márgenes de la página acompañan al texto (enseres domésticos, motivos vegetales - helechos, cañas de bambú, gramíneas, setas, pequeñas flores, vilanos-, kakemonos con caligrafías... ), realizadas con una técnica tan efectista y laboriosa como la del “grattage” (que yo desconocía) y que “consiste en rascar con un bisturí una base de cartón, una capa de yeso y tinta seca”. No sólo las imágenes captaban mi atención; lo hacía también ese tono grisáceo que el rascado ha conferido a las páginas, hasta conseguir tramas y texturas contrapuestas para que parezcan distintas a la vista y al tacto. Sólo me faltó verla realizar sus dedicatorias aquel jueves en la Fnac, para comprobar lo meticulosa y perfeccionista que es esta mujer a la hora de realizar sus dibujos.
Quizás sea porque a veces caminan juntos el gusto por los libros, infantiles o no, ilustrados o no, y los tebeos, y para confirmarme en esta idea, fue todo un acierto decidir que la historia de Shiori sería un buen regalo para alguien que sabía apreciar un buen libro y acercarme al stand de Diábolo a conseguir para Pili una segunda dedicatoria de sus autores. Gracias a ello pude permitirme el lujo de escuchar, mientras Meritxell dibujaba, sus comentarios sobre el libro: cómo Sergio había podido observar en su trabajo que a los lectores de cómics solían gustarles también los libros ilustrados (aunque no necesariamente infantiles), en los que el guión no tenía por qué ser un elemento secundario, dando al libro un valor en sí mismo, así que decidieron arriesgarse en este proyecto, invirtiendo en él el trabajo de varios años hasta que consiguieron que viera la luz. Contaban lo asombrados que estaban del éxito que había tenido una obra tan personal como ésta -la cantidad de gente que había acudido a comprar el libro y a buscar una dedicatoria-, evidentemente había funcionado el boca a boca, pero el trabajo realizado se merece realmente el resultado obtenido. Me explicaron en qué consistía la técnica del rascado y cuando comenté cómo me había gustado aquella edición tan cuidada, Meri se refirió al trabajo compartido con Rebeca Podio en el diseño y la maquetación. Para finalizar, me hablaron de un nuevo proyecto en el que estaban trabajando, totalmente distinto del anterior, en el que una gran editorial había puesto interés (Mondadori, ¿quizás?).
A la vista de lo que ha sido capaz de hacer esta pareja para Ediciones Ondina, podemos estar seguros de que nos aguarda una grata sorpresa. De momento, podemos leerles en el nº 2 de la revista Cthulhu, publicada este mes por Ediciones Diábolo: El Hambre, un Agujero Infinito, de Sergio A. Sierra y Unai Ortiz, y En lo Profundo del Bosque, de Raule y Meritxell Ribas.
2 comentarios:
Hola, Susana.
Muchísimas gracias por tu comentario. Me parece que es el comentario más largo y riguroso que nos han hecho hasta el momento (y encima de una manera tan positiva). Gracias por tu crítica y por haber recomendado nuestro libro, pero sobre todo gracias por haberlo disfrutado.
Un abrazo y espero que nos veamos en la próxima sesión de firmas.
Gracias a vosotros por dejarnos compartir vuestras preciosas historias y magníficos dibujos. Hacía tiempo que un relato no me emocionaba tanto.
No os quepa duda de que allí estaré, en la próxima sesión de firmas, cargada de ejemplares ;-D
Hasta pronto.
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