A mediados del pasado septiembre apareció en Francia, de manos de Editions Daniel Maghen, el que ha sido uno de nuestros deseos publicables durante mucho tiempo. Un deseo publicable es siempre un cómic que se publica en el país vecino y nunca se sabe si lo verán nuestros ojos traducido en el nuestro. Sin embargo, en esta ocasión se trataba de un cómic que deseábamos ver editado fuera como fuera, sin importarnos siquiera el idioma. Lo que queríamos era tenerlo por fin en nuestras manos, tanto era el tiempo que llevábamos esperando que su autor le diera al fin la última pincelada. Y nunca mejor dicho.
El autor en cuestión no es otro que Enrique Corominas y el cómic, evidentemente, no podía ser otro que su versión de la obra maestra de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray.
Corominas venía haciéndonos los dientes largos desde mucho antes de la inauguración de su blog, un lejano día del año 2007. En él nos ha hablado de literatura inglesa decimonónica, de la vida, obra, milagros y tragedias de sus autores favoritos y, sobre todo, de Oscar Wilde, introduciendo anécdotas sobre la época que le tocó vivir, las influencias que tuvo, las que ejerció, las adaptaciones que se han hecho de sus obras, sus famosas “frases y filosofías para uso de la juventud”, pero intercalando a menudo Corominas sus “raraties” y oportunos recordatorios de algunos de sus antiguos trabajos y de otros más actuales -relacionados sobre todo con ese bombazo que está resultando ser la publicación de los libros que configuran Canción de Hielo y Fuego, de George R.R. Martin-, al tiempo que nos iba poniendo en antecedentes sobre aspectos relacionados con la estructura y contenido de un álbum de cuya lectura, gracias a Amazón España y al incondicional EduXavi, he tenido el placer de disfrutar estos días.
También es cierto que, aún sin las asiduas incursiones a los contenidos de su blog, igualmente hubiésemos codiciado tamaño tesoro, no en vano una es apasionada lectora de Oscar Wilde desde su más tierna infancia y no tenía intención de perderse la magnífica versión de este ilustrador especialista en plasmar como pocos la fantasía y el terror.
Y es que Oscar Wilde es uno de esos escritores que parece que haya estado siempre con nosotros. De hecho se ha ido incorporando una y otra vez a nuestras vidas a medida que hemos ido creciendo y descubriendo sus distintas facetas literarias. Así, de pequeños nos aficionamos pronto a sus cuentos, cuentos que nos gustaban precisamente porque mostraban finales que no tenían nada de felices, como el de El príncipe feliz en el que una golondrina que no ha emigrado con el resto de sus compañeras se muestra dispuesta a ayudar al príncipe a repartir las láminas de oro de su estatua entre los más necesitados de su reino y a compartir con él su trágico final; o como el de El gigante egoísta que nunca permitió a los niños jugar en su jardín, pero que, gracias a la intervención de un pequeño que le llevará con él a otro jardín más hermoso, el paraíso, acabará derribando el muro que lo rodea para que todos entren en él. De más jóvenes descubrimos El fantasma de Canterville, un relato sobre el irreverente comportamiento de una familia norteamericana para con un pobre fantasma inglés que sólo quiere cumplir con sus obligaciones y, finalmente, descansar en paz. De más mayores, ya en el instituto, Wilde acabó convertido en lectura obligatoria en su faceta de autor teatral. Sus comedias de enredo, El abanico de Lady Windermere y, sobre todo, La importancia de llamarse Ernesto, nos “obligaron” a conocerlo en su época para mostrarnos en ese contexto su visión crítica e irónica del puritarismo y la hipocresía de la sociedad victoriana.
Sin embargo, la idea que pudimos tener alguna vez sobre este versátil dramaturgo irlandés cambió en cuanto cayó en nuestras manos El retrato de Dorian Gray. Ninguna versión posterior de la historia pudo anular las sensaciones contradictorias que provocaron la primera lectura de la única novela de Wilde y que se renuevan cada vez que nos adentramos en ese mundo aterrador que aún ahora nos desconcierta.
Algo similar ocurre con Enrique Corominas. Primero conocí su faceta de portadista de series de literatura fantástica, gracias a los libros de Roca Editorial, Timun Mas y, cómo no, Gigamesh, que mi hermano guardaba en sus estanterías como oro en paño y cuya admiración por aquellas cubiertas soberbiamente dibujadas acabó por contagiarme. Luego fueron sus incursiones en el mundo del cómic, que han ido formando parte de mi vida desde que tuve “uso de razón” y mi hermano me permitió leer sus colaboraciones en los números 131, 143 y 144 de la revista Cimoc que él coleccionaba. Así me aficioné a su peculiar manera de interpretar el género de terror con “Diosa”, una historia de 10 páginas protagonizada por una niña que vive con su abuelo, un pintor de odiosa personalidad capaz, sin embargo, de hacer posible la belleza del retrato que esconde en su taller y por el que la niña siente una devoción sin límites, hasta el punto de pedirle que haga realidad su único deseo, y “Cuando tus pies, París...”, con guión de Jaime Vane (Vicente Rodríguez Sánchez) sobre un círculo de artistas e intelectuales franceses sobre cuyo destino planea una sombra macabra.
Más tarde llegarían el inacabado Dontar -cuya primera parte, Juego de Niños, fue publicado en nuestro país por Recerca Editorial- y sus colaboraciones en las revistas Negative Burn, con su escalofriante versión de “La gallina degollada” de Horacio Quiroga en el número 2º de la revista editada por Recerca en junio de 2007, y Cthulhu. Cómics y relatos de ficción oscura, con sus portadas e ilustraciones pertenecientes a varios pasajes de los Cantos de Maldoror, de Isidore Ducasse, alias Conde de Lautréamont, aparecidas en el primer número de diciembre de 2007.
Con Dorian Gray Corominas ha visto cumplido su deseo de dibujar su novela favorita, un deseo que ha tardado diez años en hacer realidad, pero del que ha ido dejando señales a lo largo de su carrera y no sólo en esas dos historias de Cimoc de las que os he hablado, en las que un retrato es un protagonista más del relato o con los Cantos, a los que Corominas ya había hecho referencia en su blog y que volveremos a ver, debidamente ubicados, en el álbum de Dorian Gray. Y es que, en la novela de Wilde, Harry, para completar su labor de corrupción en la persona de Dorian, le regala un libro que el joven leerá con una avidez desmesurada: À rebours, del escritor francés Joris-Karl Huysmans. Sin embargo, en su versión, Corominas se decanta por otro libro igual de decadente y más blasfemo si cabe, los Cantos de Maldoror, de los cuales ya nos había anticipado algunas ilustraciones en ese número de la revista Cthulhu.
Con todo ello en mente, sólo cabía pensar en Enrique Corominas, un autor “excepcionalmente dotado para el género fantástico y de terror”, cómo el único capaz de dibujar El retrato de Dorian Gray tal y como a mí me gustaría.
La historia comienza una noche de invierno de 1899. Un gato negro accede a través de una claraboya rota a una habitación -el lugar de sus juegos infantiles en el que ahora esconde sus pecados-, apenas iluminada por la luz de la luna, para acabar con un ratón blanco ante la impasible mirada de un Dorian Gray que ya no es sino un reflejo de lo que fue. Su aspecto externo no ha cambiado, sigue siendo joven y hermoso, pero la frialdad y la maldad de su espíritu han traspasado su ser y se han materializado en un objeto, un retrato que ha ido asumiendo todas las deformidades que deberían haber hecho mella en su cuerpo como consecuencia de su progresivo descenso a los infiernos. En la escalofriante realidad de ese retrato se ha cumplido la promesa que el joven Dorian se hizo en cuanto el pintor le dio su última pincelada, la de entregar su alma a cambio de conservar para siempre la belleza de la juventud, un retrato que ha ido asumiendo la “juventud eterna, las pasiones infinitas, los placeres sutiles y secretos... y los pecados más oscuros”. En esta introducción Dorian comenzará a contar la historia de su vida al único ser vivo que puede escucharla sin que ello le provoque ninguna turbación, el gato negro, dando lugar a un largo flashback que ocupará tres de los cinco actos en que se compone la obra, cada uno de ellos con un título de lo más simbólico -Papillon, Masque, Livre, Poignard y Champagne- y presentados por el retrato de Dorian a toda página en el que paulatinamente se va comprobando físicamente el terrible proceso de degradación moral del personaje, la atormentada representación de su alma, para acabar con un epílogo -el acto quinto- en el que se narran los hechos producidos tras la muerte de Dorian, que solo pudo ser reconocido “grâce à son excentrique manière de s'habiller”.
Todo había empezado 19 años antes, aquel fatídico día en que el joven e inocente Dorian Gray conoció al mefistofélico Henry Wotton, Harry, en el estudio de Basil Hallward, mientras éste daba las últimas pinceladas al famoso retrato. Desde el primer momento, las sutiles y envenenadas palabras de Harry hacen mella en el espíritu fácilmente corruptible de este joven encantador y de gran poder de seducción entre los que le conocen. Ya ese día Dorian empieza a cambiar y a dejar de ser quien había sido para comenzar a vivir bajo el maléfico influjo de Harry; quien hará nacer en Dorian la ambición de poseer eternamente lo único que realmente vale la pena: la juventud y la belleza.
Dorian se enamora de una joven actriz, Sibyl Vane, a la que descubre en un pequeño teatro regentado por un judío. La belleza de la joven no es nada comparable con su talento, pero ambos, belleza y talento, deben ir unidos para que su amor prospere. Cuando el talento desaparece, precisamente la noche en la que Dorian invita a sus amigos a conocerla en escena, no sólo desaparece la admiración que siente por ella. La decepción ha sido tan grande, que ha hecho nacer en él un despiadado sentimiento de vergüenza, odio y desprecio hacia la joven, a la que abandona cruelmente, propiciando su suicidio, pero también la implacable persecución de su hermano, James Vane, que buscará venganza tras su muerte, y el inicio, en el mismo Dorian, de una espiral de desenfrenos que llevará a la locura al “prince charmant”, arrastrando con él a los que le conocen hasta “le purgàtoire des sept enfers”.
Realmente magnífica, esta adaptación personal de la que el propio Corominas ha calificado en ocasiones como su novela favorita. Un álbum espléndido al que sólo han faltado, como ya hiciera en Dontar, las oportunas indicaciones sobre qué música escuchar mientras nos aventuramos con su lectura a descubrir un mundo fascinante. En esta versión de la novela, Corominas ha introducido pequeñas variaciones que para nada desvirtúan la idea original. Incluye los momentos clave más significativos y esperados para los que conocen la trama, al tiempo que utiliza conceptos en cuya interpretación coincide con Wilde para ofrecer al lector una nueva visión de la obra más allá de las acostumbradas referencias al género de terror, haciendo alusión a la filosofía del esteticismo, el simbolismo, el expresionismo, el prerrafaelismo, las influencias de artistas y literatos ingleses del XIX o la moralidad del arte.
Su intención queda clara con el anexo final que recoge un texto explicativo convertido en la “chronique d'une corruption qui finit par détruire ce que l'on voulait sublimer”, concebido como un artículo del corresponsal Enrique Corominas para la revista The Illustrated London News. En el anexo se incluyen además unas magníficas y espectaculares acuarelas (como Le rêve de Sibyl, Flânerie dans les jardins du Palais de Cristal, Etranges rumeurs, Harry et Dorian au Gin Palace, Oscar et Dorian o Victoria Station), algunas de ellas a doble página, llenas de los detalles de los que ya hemos podido disfrutar en el álbum, en donde la técnica de Corominas consigue convertir cada viñeta era un cuadro independiente que es imposible dejar de admirar –de ahí que se agradezca el gran formato del libro-. Picados y contrapicados, el barroquismo característico de sus imágenes, los interiores de decoraciones recargadas, su gran capacidad descriptiva para representar callejones oscuros y ambientes siniestros que retratan un Londres inquietante, pero también sus reconocibles personajes efectistas, tan distintos en temperamento y carácter, cuyas estilizadas figuras, alargadas hasta el manierismo, pueden parecer poco reales en ocasiones, pero son realmente expresivas. En la transformación progresiva de Dorian juega un papel primordial el tratamiento de la luz y el color, en un proceso en el que la degradación del alma del protagonista y su decadencia personal se va plasmando paralelamente a través de los colores impresionistas y tonos pastel utilizados al principio, progresivamente sustituidos por los característicos de un estilo expresionista mucho más oscuro en las páginas finales.
Un álbum que no hay que perderse. Es de los que se disfrutan más cuanto más se leen. A ver si pronto podemos verlo publicado en nuestro país y, ya puestos a pedir, mejor si conserva su formato actual.
1 comentario:
Conocí la obra de Corominas sin saber que era él. Me gustaban mucho ciertas portadas de novelas de fantasía hasta que llegó "Canción de Hielo y Fuego" y ya supe quien era el autor. A Corominas se le reconoce perfectamente, sin necesidad que te digan que es el autor de la ilustración. ahora solo me falta conocer un poco más su obra y, como no, su "Dorian Gray"
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