Alicia, la que viajó al País de las Maravillas y atravesó el espejo de la mano de su creador Lewis Carroll, vuelve a estar de moda, aunque no sólo por la nueva adaptación cinematográfica que podremos ver en nuestros cines a partir del 16 de abril por obra y gracia de uno de los pocos directores de cine capaces de representar los sueños y de hacer posible tamaño sinsentido: Tim Burton.
La evidencia llegó en marzo, cuando las liebres muestran más claramente sus síntomas de locura, mientras comenzaban a aparecer las primeras noticias sobre el estreno de la película. Esperando a que terminara otras tareas pendientes, la que esto os cuenta tenía a su alcance ese mes otras dos “alicias” bien diferentes: una, la del cartel y guía de autores y actos de las VI Jornades de Còmic de Castelló [ComiCS'10], ilustrado por Mark Buckingham; la otra, la de la versión de este clásico de la literatura inglesa realizada por David Chauvel y Xavier Collette que Ediciones Glénat ha tenido a bien ofrecernos dentro de su colección Delicatessen en una magnífica edición de 72 páginas, verdaderamente de lujo, con sobrecubiertas que esconden en la portada un tesoro que los amantes de cierta "sonrisa" no podemos dejar de descubrir.
Tengo que reconocer que siento debilidad por Alicia, un personaje mágico que el tiempo acabó convirtiendo en uno de mis favoritos. Una tiene la sensación de haberla tenido presente en diferentes etapas de su vida, a medida que ha ido creciendo, y que los personajes que han compartido con ella sus aventuras han formado parte de su imaginario individual desde siempre; aunque nada más lejos de la realidad. De ello me percaté precisamente mientras leía un artículo publicado en El País el día 22 de marzo, con motivo de la “kafkiana sesión de promoción” de la película de Burton en Londres, cuando una redactora finlandesa preguntó a los actores con qué edad leyeron Alicia y qué les pareció. Helena Bonham Carter contestó que no recordaba si había leído o no el libro, mientras que Johnny Depp dijo que lo leyó en el colegio y que le pareció mágico. En mi época de estudiante no solían incluirse este tipo de historias entre las lecturas obligatorias y había demasiadas cosas que hacer para añadirla a la lista de las voluntarias, así que durante años mi conocimiento de Alicia se limitó al que mostraba la película de animación producida por Walt Disney en los años 50.
El interés por saber qué había escrito realmente Lewis Carroll en 1865 (evidentemente, en una traducción en castellano) comenzó cuando empecé a contarles el cuento a mis sobrinos (la versión de Disney, claro) y a hablarles de la niña que una tarde en el campo, aburrida de ver a su hermana mayor leyendo un libro en el que no había ni diálogos ni ilustraciones, se había sorprendido al ver pasar a su lado un Conejo Blanco que sacaba del bolsillo del chaleco un reloj, apuraba el paso y se colaba por una gran madriguera que había debajo de un seto. La niña que, picada por la curiosidad, se había metido sin pensárselo demasiado por la misma madriguera para caer “muy despacio” en un pozo muy profundo que parecía atravesar la Tierra hasta “Las Antipáticas”, llegando a un mundo fantástico en el que nada era lo que parecía, en donde la niña crecía y se empequeñecía según se terciaba y en el que los seres que en él habitaban eran realmente tan locos como excéntricos. Porque ¿cómo considerar si no al Conejo Blanco, a la gran Oruga azul sentada en lo alto de una seta fumando un narguile, a los lacayos de la Duquesa y a su bebé, a la cocinera y al Gato de Cheshire, a la Liebre de marzo, al Lirón y al Sombrerero, a la Tortuga y al Grifo, a la Reina de Corazones, obsesionada en que le corten la cabeza a alguien...?
En el relato “original” podían encontrarse muchas más cosas: juegos de palabras, paradojas y sinsentidos, un universo onírico en el que los sueños desconcertantes rara vez se convierten en pesadillas, un mundo imaginario en el que la lógica más aplastante se aplica a las situaciones más absurdas, en donde se mezclan los convencionalismos sociales y los comportamientos surrealistas de criaturas extrañas y personajes de lo más heterodoxo, con poesías aprendidas de memoria durante la etapa escolar y recitadas con la letra cambiada en los momentos menos oportunos junto a chistes sin gracia, disparates y acertijos sin solución que confunden y sorprenden al mismo tiempo... todo eso era Alicia.
Así que aquella navidad del año 1992 decidí regalarme el volumen de Alicia en el País de las Maravillas publicado por Plaza y Janés, editado y traducido por Luis Maristany, que incluía además otros cuentos de Lewis Carroll, Alicia a través del espejo y La caza del Snark, con las conocidas ilustraciones de John Tenniel, el mismo que desde entonces suelo releer a menudo, como en esta ocasión en que me dispuse a emprender la emocionante tarea de adentrarme de nuevo en la magia del País de las Maravillas de mano de la fiel adaptación del prolífico guionista de cómics francés David Chauvel y del magnífico trabajo del dibujante belga Xavier Collette, creando entre ambos un mundo en el que nada es como se nos había enseñado antes. Porque, si bien es cierto que Chauvel se ha ceñido básicamente al original de Carroll a la hora de contarnos la historia -evitando intencionadamente alargar determinadas partes del relato de las que puede prescindirse-, Collette ha decidido modernizar el personaje y hacerlo distinto, dotándolo de una personalidad propia, agradeciéndole las novedades los que ya conocemos la historia, pero que seguimos disfrutándola a cada lectura como si fuera la primera vez.
Aunque no se han traducido en castellano la mayor parte de sus obras, David Chauvel, nacido en Rennes en 1969, es ya un viejo conocido por sus trabajos en Ring Circus (Norma Editorial), Arturo: una epopeya céltica (Aleta Ediciones), La Cosa Nostra (Planeta DeAgostini), Sable y Espada (Ediciones B), Siete ladrones (Planeta DeAgostini) o Shaolin Mussaka (Rossell), si bien para mí lo es gracias sobre todo a su adaptación de El Mago de Oz de Frank L. Baum, dibujado por uno de mis preferidos, Enrique Fernández, y publicado igualmente por Ediciones Glenat en un integral que recogía los tres volúmenes editados en Francia (pinchad aquí para leer la reseña que publiqué en este blog).
Para Xavier Collette, sin embargo, ésta no sólo ha sido su primera colaboración con Chauvel -gracias precisamente a dos ilustraciones suyas del Gato de Cheshire y del Conejo Blanco, que hicieron posible que el guionista le eligiera para su Alicia en el País de las Maravillas-. Para este dibujante nacido en Bélgica en 1981 y dedicado principalmente a la ilustración (juegos de rol y videojuegos, pero, sobre todo, literatura fantástica y juvenil -como Seigneur Puma, con guión de Gérard Moncomble, para Editions Mic_Mac- y una participación en el Fan-Art del Skydoll Doll's factory 2, de Bárbara Canepa y Alessandro Barbucci, tras haber sido seleccionado en el concurso convocado al efecto), ésta ha sido también su primera incursión en la BD, incursión en el mundo del noveno arte que seguramente continuará dando frutos a la vista del éxito obtenido con la publicación de Alicia en diferentes países.
Con un grafismo excelente y una impecable utilización del color digital, Collette nos ofrece una visión de Alicia no influida por referencias de otros autores que la dibujaron antes -morena, con un peinado distinto y una apariencia mucho más cercana a la Alice real que al personaje de ficción creado por Disney-, con una manera muy particular de representar a los entrañables protagonistas de las historias que sólo suceden en el País de las Maravillas y que han acabado por convertirse en auténticos iconos de la literatura infantil. La belleza de sus puestas en escena, los detalles meticulosos, los cuidados escenarios, las perspectivas y los juegos de luces efectistas... todo ello hace posible la recreación de ese mundo maravilloso en cuya locura da gusto imbuirse de tanto en tanto. Mientras la distribución de las viñetas en la página -algunas a sangre, sobre las que se disponen las demás- confieren a las escenas un dinamismo propio, los diferentes colores de ambiente utilizados permiten reconocer las distintas partes del País de las Maravillas por las que va pasando Alicia -sin que sea necesario un narrador que nos oriente en la lectura porque la situación que describe el texto queda bien patente en las imágenes-, en un particular uso del color que en ocasiones recuerda al trabajo de Enrique Fernández en El Mago de Oz.
Ha sido una delicia poder deleitarse con este primer viaje al País de las Maravillas contemplado a través de los ojos de este joven autor hasta ahora desconocido por estos lares y cuyos trabajos podemos ir descubriendo a través de su interesante blog. La experiencia ha sido tan grata que no queda sino pedir que una Alicia igual a ésta atraviese el espejo y nos lleve con ella a revivir sus sueños.
Esperando ver próximamente a Sophie, la paciente del psicoterapeuta Paul Weston en En terapia, convertida en una Alicia de diecinueve años que regresa al país en el que todos están locos para reencontrarse con sus amigos y sus no tan amigos, os dejo con una de mis viñetas favoritas, mientras trato de recordar en qué momento empecé a reconocer en determinadas fases de la luna la sonrisa sin cuerpo del Gato de Cheshire, esa gran sonrisa burlona que cada mes se muestra de oreja a oreja en el cielo, aunque sin tantos dientes, claro.
3 comentarios:
Yo comencé a leer Alicia en el País de las Maravillas a la edad de 13 años, y realmente tienes razón, la historia te emociona llevndote a lugares de la mente que creiste conocer, haciendote dudar sobre tus conocimientos.
Tu comentario casi coincide con el que hizo mi sobrina pequeña ayer cuando vimos la blanca luna dibujada sobre un negro y despejado cielo. "Mira la luna, dijo, es como la sonrisa del gato de Alicia". Sus palabras me hicieron pensar que el año estaba terminando y yo aún no había hecho mi viaje habitual al "País de las Maravillas". Gracias por recordármelo. Aprovecho para volver con esta adaptación del clásico que ya en su día me hizo disfrutar de lo lindo. Feliz lectura.
ÑeÑe el que me conozca soy killerCreeper55
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