Nos adentramos con esta interesante historia de Diego Agrimbau y Gabriel Ippóliti en lo que parece ser nuestro planeta Tierra de un futuro cercano e incierto donde la sola existencia y el sobrevivir día a día se ha vuelto una auténtica odisea del que parte de la población decide resistir y permanecer junto a los suyos en la que ha sido siempre su hogar mientras la otra parte intenta comenzar una nueva vida lejos de ella, en una luna de Júpiter, Luna Europa, donde la calidad de vida y la esperanza de una vida digna se presupone y es suficiente para que emprendan tan largo viaje interplanetario hacia un nuevo asentamiento y un nuevo porvenir.
Curioso relato el que nos proponen ambos autores. Por un lado nos ofrecen una crítica, aunque un poco velada a medida que avanza la historia, de hacia dónde se encamina la humanidad y de cómo ésta está destruyendo el planeta donde habita de manera irreversible y a un ritmo constante, como si los autores tuvieran bien claro que ésta es una de las tramas directas del relato y un mensaje subliminal que nos quieren platear, de cómo la humanidad, al paso que vamos de contaminación y destrucción del medio ambiente y del ecosistema del que formamos parte, acabará viviendo en generaciones futuras en un planeta Tierra insalubre, deshumanizado, peligroso e imposible de vivir en él.
Pero lo que parecía evidente en un primer momento, y que iba a tener un peso importante y principal en la trama, se va diluyendo y pasando a un plano secundario según avanza la historia, y a medida que pasamos las hojas nos encontramos con otra historia que es la realmente principal, una historia cotidiana más, una historia común de relaciones entre personas con su problemas diarios, de una sencilla familia trabajadora de clase media que vive del negocio de transportista y de las mudanzas que reciben la noticia de que su hija mayor quiere casarse e irse a vivir a esa distante Luna Europa del lejano planeta Júpiter, lugar que por enésima vez en nuestra Historia parece asumir el papel de convertirse en la nueva “tierra prometida”.
Y, junto a estos dos argumentos, la visualización de dos maneras de vivir, de dos mundos, de dos clases, de diferencias de los que están en lo más alto y los que están en lo más bajo, un mundo tecnificado y corrupto que deja de ser una mera utopía para poner sobre el tapete y sin cortapisas la aún mayor diferencia entre los ricos y los pobres, una clase media que tiende a descender de ese puesto medio privilegiado en la sociedad para luchar por la subsistencia, pudiendo llegar a rozar el más absoluto umbral de la pobreza, sin tener un mañana ni un hoy.
Una historia de expectativas de futuro y de fracasos diarios en la que Agrimbau nos aporta añadido un toque de ironía y de situaciones absurdas por las que pasan (o son la causa directa de ellas) nuestros personajes, con una indirecta crítica a todos los problemas que nos acechan hoy en día, y con ese regusto muy característico que nos recuerda a una parte de la historieta argentina pseudorealista con un toque de fino humor negro e irónico, crítico socialmente hablando, que podemos ver en monstruos de la historieta argentina como pueden ser Trillo o Altuna.
Toda una concatenación de situaciones absurdas (trapicheos varios, corrupción de baja estofa, matrimonios desechos, demandas por doquier…) entre toda una serie de protagonistas relacionados de algún que otro modo entre sí en una constante huída hacia delante intentando al parecer (aunque a veces no lo parezca a simple vista) mejorar su status social o, simplemente, sus condiciones de vida y no quedarse estancados en el caótico lodazal en que se ha convertido el planeta y, a la postre, su existencia. Pero, como ya he apuntado arriba, todo con un toque de humor que no deja de conseguir que esbocemos una leve sonrisa en muchas de las situaciones creadas.
Un interesante trabajo a los guiones de Agrimbau que se alarga también a la rotulación y la aplicación de los textos, lo que dice muy mucho de la meticulosidad del autor en el acabado final y, de refilón, en el magnífico trabajo, por tanto, del Ippóliti en la recreación en imágenes del guión… y que explica muy bien el propio Agrimbau: “Varios se sorprenden cuando descubren que soy yo el que manda los originales y pone los globos, pero es un trabajo que me gusta reservarme aunque me lleve mucho tiempo, porque al poner los globos cambio muchos diálogos. Al ver los gestos definitivos de los personajes, sus actitudes y poses, se me ocurren diálogos más naturales o propicios para la situación, así que muchos son modificados, o incluso, anulados. Experimento un placer intenso en poder sacar un globo porque sobra, porque se entiende igual o mejor. La pura maravilla de la secuencia gráfica no para de darme lecciones de humildad verbal. Entonces ahí va, una página muda. A puro dibujo”.
El dibujo de Ippóliti (que ya pudimos ver su magnífico trabajo en los dos tomos, con guiones precisamente de Agrimbau (al que hay que añadir el Muertero Zabaletta con dibujos en esta ocasión de Dante Ginevra), La Burbuja de Bertold y Gran Lienzo, publicados todos por Norma Editorial) me recuerda mucho al dibujo de un Miguelanxo Prado de su época de Stratos o de la futurista Fragmentos de la enciclopedia délfica o, más recientemente, en La mansión de los Pampín, una forma de plasmar a cada uno de los personajes con un estilo que se asemeja mucho al del gran maestro, así como un uso del color, remarcando siempre ese supuesto uso del pincel o la espátula para remarcar los fondos, y de la fuerza del sombreado con el uso de las tonalidades que podíamos ver en su Trazos de tiza. Por decir otro autor en el que veo alguna que otra semejanza con el dibujo de Ippólitti, es el de otro monstruo del cómic como es Enki Bilal, sobre todo a la hora de recrear esas sucias atmósferas futuristas en cuanto a exteriores se refiere.
Esa forma de tratar el color, esas tonalidades frías y ese acabado sucio, es perfecto para conseguir transmitirnos esa atmósfera cargante y contaminante de un mundo en plena decadencia, un mundo futuro nada utópico y premonitorio de mundo que realmente nos encontraremos al ritmo de explotación salvaje y descontrolada del mismo a raíz de la presión virulenta que poco a poco (no tan poco a poco) estamos ejerciendo sobre la madre tierra. Este mensaje también nos recuerda mucho a cierta obra de otros dos de los grandes autores argentinos, Juan Giménez y, por supuesto, Carlos Trillo, concretamente Basura, donde también nos transmite un alegato hacia la locura del hombre sobre las cosas que le rodean.
De poner un pero al fantástico dibujo de Ippóliti, no acabo de ver algunas veces la proporción correcta que realiza de diferentes objetos o vehículos aéreos cuando usa la perspectiva en alguna que otra viñeta. Por lo demás, es un dibujo que engancha enseguida y entra sin ningún tipo de problemas por los ojos consiguiendo hacerte familiares a los personajes que pululan en cada una de sus viñetas, así como el contexto en el que se desarrolla la historia, haciéndotela finalmente verdaderamente creíble y verosímil.
La edición de Planeta DeAgostini es a la que nos tienen acostumbrados últimamente dentro de su sello Forum: tamaño casi álbum europeo, tapa dura, buen precio, buena impresión y buena calidad de edición que, además, hay que añadir que al ser una historia autoconclusiva con más páginas de las habituales compensa el menor gramaje de las páginas ayudando a la consistencia en sí del propio volumen.
Por tanto una obra que consigue darnos un buen sabor de boca, con un dibujo muy atractivo y sugestivo que conecta enseguida a ojos del lector, pero una obra que requiere a gritos un continuará para saber más de la familia Tetamanti porque, al fin y al cabo, este álbum de la nada desdeñable cifra de 73 páginas no es más que un simple preámbulo de presentación de estos personajes y que da pie a una posible sugerente historia que estaría ambientada en esa luna de Júpiter donde se podría dar rienda suelta a la imaginación de los autores y conseguir ofrecernos una historia del futuro perfectamente factible y atrayente.
Esta obra recordemos que resultó ganadora del I Premio Internacional de Cómic Planeta DeAgostini 2008.
Un saludo cordial.
3 comentarios:
Hoy po finnn me lo he podido pillaaarrr.
Hala, a la montaña de pendientes.
Giuseppe, si solo fuera montaña. Lo peor es cuando te se empieza a convertir en coordillera, eso si que empieza a ser preocupante.
Por cierto, y aunque sea off topic. Que buena pinta tiene la primera obra de Shigeru Mizuki publicada en nuestro pais: Hitler, la novela gráfica. Habrá que estar atento a las siguientes que se van a publicar dentro de nada.
No, si al final lo conseguirás y me harás picar con ella...
¿Montaña?... yo que lo he visto con mis propios ojos, el Himalaya es una risa al lado de sus pendientes, fiuuuuuuuuuuuu!!!!!
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