Todo esto me ocurrió con La Torre, volumen de los autores franco-belgas Benoît Peeters y François Schuiten, perteneciente al ciclo de Las Ciudades Oscuras.
Gracias a este tomo me hice lector de còmic europeo. Hasta ese momento (un período que va desde los 12 años, más o menos, hasta los 29) mi afición por la lectura de tebeos se limitaba al cómic americano y también, naturalmente, a obras de autores ingleses que habían ya cruzado el charco. De Manga, nada de nada, y de europeo lo que uno había leído en las bibliotecas o le habían regalado cuando era más pequeño (Axtérix, Iznogud, Tintín, Valerian, Lucky Luke...). Naturalmente también hay que citar los maravillosos tebeos de Don Miki, esa fantástica edición de bolsillo, que devoraba de niño con tremenda avidez y que me convirtieron, sin poder evitarlo, en un futuro lector compulsivo de cómics.
Y volviendo al tema que nos ocupa, con La Torre descubrí una forma de narrar, de contar historias de una manera más adulta, más fantástica, más surrealista, más intimista, más real, que hasta ese momento no había yo vislumbrado en el tipo de lectura del comic-book americano (mención aparte merecen, claro está, el aluvión de autores ingleses que renovaron por completo la industria del cómic americana. Pero estos grandes autores, aun siendo europeos, tenían una visión más anglosajona de narrar historias, muy diferente a la forma de contar historias de la BD franco-belga).
Vemos en esta historia como Giovanni Battista, mantenedor de un sector de la inconmensurable torre, situada en un mundo imaginario, inicia un viaje en busca de explicaciones acerca de si su ingente labor tiene razón de ser, y respuestas acerca de la función verdadera de la colosal construcción.
La Torre, cual atalaya, me abrió sus maravillosos portalones y pude introducirme en un magnífico mundo desconocido para mí. Supongo que siempre pasa lo mismo cuando descubres alguna cosa que es totalmente diferente a lo que conoces hasta ese momento. Empiezas su lectura sin esperar nada, lo coges porque en ese momento el azar te dice que leas eso y no otra cosa. ¿Y por qué no? Empiezas a ojearlo, compruebas que la edición es antigua (de la colección negra de Metal Hurlant de la Editorial Eurocomic), que es en blanco y negro, y empiezas a leerlo…
Poco a poco ves que la lectura no tiene ni pies ni cabeza, la historia no consigues entenderla del todo, no sabes en ningún momento en que contexto se produce, ni si es o no atemporal. Pero sigues y sigues leyendo, con gran interés. Descansas, pero al cabo del rato ya estás otra vez deseando leerlo de nuevo, saber como continua la historia, si la podrás llegar a entender en algún momento, y saber como acaba. Normalmente cuando llegas al final de cualquier obra, todos los cabos sueltos que tenías, que no llegabas a hilvanar uno con otro, para entender el sentido de la historia contada, te los va resolviendo y concatenando el autor, y llegas a entender muchas cosas que se te escapaban o descubres cosas que creías que eran de una forma y el escritor ha querido darle otra interpretación. Pero en La Torre el final es tan incierto como el principio, y te das cuenta que el sistema de narración que utiliza Peeters no es el clásico de introducción, nudo y desenlace, sino que todo es mucho más arbitrario, más surrealista, dejando al propio lector que haga sus propias conjeturas y que se imagine hacia dónde llega o llegará la historia.
Este tipo de lectura provocan que tu cabeza esté constantemente pensando, intentando entender algo que, al fin y al cabo, es ficción, pura fantasía, irrealidades de un mundo que buscan precisamente una explicación coherente y clásica.
Y luego, para condimentarlo todo, el maravilloso, sí, maravilloso dibujo de Schuiten. Tengo que decir que este dibujante es uno de mis artistas preferidos. Cuando leí por primera vez La Torre, fue tal el impacto visual que me produjo, que me enamoré enseguida de sus saber hacer. Para mí es el dibujante ideal para este tipo de narraciones fantásticas. Ese detallismo exprimido al máximo, con ese uso fantástico de la plumilla que moldea perfectamente a los personajes y los escenarios donde se mueven (como si de unos grabados de Durero se tratara), con un sombreado que utiliza el fino trazo y no el difuminado. Esas magníficas edificaciones, con unas ambientaciones que le dan un aire muy piranesiano (sólo tenemos que ver los emblemas introductorios de cada capítulo). Ese sentido de lo colosal que te desubica totalmente del lugar y del tiempo. Una representación muy del gusto verniano, de situarnos en un siglo XIX pero con artilugios atemporales totalmente imaginarios e imposibles para la época.
Schuiten es un maestro, sabe tratar como nadie lo majestuoso, lo colosal, con un uso soberbio del claroscuro. Y, para rematar todo eso y hacer de él un maestro completo, el uso de la paleta de colores, ese color sucio que él tan bien sabe plasmar (aquí vemos mínimas pinceladas que veremos en todo su colorido en otras obras suyas) y que ayuda sobremanera a transmitir ese efecto de modernidad a la vez que de vetustez.
Una obra redonda, tanto en el guión como en el dibujo. Una obra que encarecidamente recomiendo su lectura, al mismo tiempo que aconsejo le deis una oportunidad al resto de la serie. Si quieres volver a los tiempos en los que Julio Verne hacía volar la imaginación de millones de lectores, éste es tu cómic de cabecera.
Y aprovecho estas líneas para sugerir a la Editorial Norma que reediten este tomo, dentro de su colección de las Ciudades Oscuras, junto a otros de la misma serie todavía no reeditados, porque es un material que vale mucho la pena tener en la biblioteca de cualquiera.
Disfrutad de este cómic y soñad.
Un cordial saludo.
3 comentarios:
No sabes lo que llevo esperando yo esa reedición, que no lo he leído y está descatalogado desde hace la tira.
Hola, aún es posible comprar este cómic, aunque no se haya reeditado, si se puede comprar la antigua edición, o bien encargándola en la tienda o directamente en la web de norma. Merece totalmente la pena.
Norma Editorial acaba de reeditarlo.
Publicar un comentario