El canadiense Chester Brown, siempre ha demostrado con sus historias tener una gran tenacidad por mostrarnos su obsesión por la mente humana, y sobretodo por esos rincones a los que se es muy difícil llegar, siempre tirando de la improvisación y de sus propias angustias y obsesiones, obsesiones determinadas por la ruptura de todo lo que es considerado como algo normal en el comportamiento humano, rompiendo con lo preestablecido anteriormente, como si del Picasso de los cómics se tratara. Sus historias siempre han estado marcadas por el delirio y la locura, siempre esperando que sea el propio lector el que demuestre con sus reflexiones, esa lucidez ausente en apariencia, pero que sin duda está presente en cualquier rincón de sus obras.
Con todo lo dicho anteriormente, esta nueva obra se desmarca, en parte, de ello, pues aquí la improvisación deja paso a la documentación, al análisis exhaustivo y detallado de la vida de un personaje histórico, en forma de biografía, con la que da rienda suelta a sus particulares reflexiones, que parecen en parte compartidas por el protagonista de esta historia. Quizás lo que más atraiga a Chester Brown de tan particular personaje sea, que al igual que él, es un defensor a ultranza de sus ideales, incluso aunque estos estén a contracorriente de todo lo hasta entonces establecido, pero también dando muestras en algunos momentos de una cierta ruptura de sus valores más arraigados. Religión, política, locura, dudas y a la vez convicciones profundas son, sin duda, las principales hojas deshojadas en esta obra.
Louis Riel es un mestizo, descendiente de franceses e indios, formado intelectualmente en la ciudad de Montreal, donde desarrolla fuertes convicciones políticas y religiosas. Fue el encargado de defender los intereses de la parte india y francófona -esta última de carácter católico- con respecto al poder que ejercían los ingleses y canadienses -más bien de carácter protestante- en el asentamiento del río Rojo, luego denominada región de Minotaba (El dios que habla). Con la amenaza de anexión de este territorio a Canadá, Riel y un grupo de seguidores se alzaron en armas para así poder conseguir un estatuto de autonomía. Aparentemente todos los actos de nuestro protagonista, siempre están resueltos partiendo del convencimiento de estar haciendo lo correcto, apoyándose en lo divino en algunos casos, y en la reflexión en otros, pero también pensando en sí mismo, forzándose al exilio cuando es necesario. Louis en ningún momento quiere aprovecharse de la situación, ni beneficiar más a unos que a otros, siempre intenta que sus decisiones sean lo más justo para ambas partes, aunque parece que esto no es compartido por los poderes canadienses. Quizás su mayor problema es que no es capaz de ver las manipulaciones políticas, con las que es engañado con falsas promesas. Sus decisiones son fundamentadas a partir de un claro convencimiento religioso, que más tarde lo llevaría a un estado de megalomanía, causante de su creencia de ser el enviado de Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud temporal, política y espiritual, sintiéndose como el nuevo profeta del nuevo mundo, que acabará por llevarle a un estado de locura, que le acompañaría, en mayor o menor medida, el resto de su vida.
Sin duda una obra apasionante, sobretodo para los que disfruten con hechos históricos acompañados de personajes interesantes, y a la vez creíbles, dotados de personalidades muy bien definidas, siendo curioso como utiliza siempre la misma distribución de viñetas, seis por pagina y de igual tamaño, de marcado estilo clasicista, y utilizando siempre planos generales y medios, dando esa sensación al lector de estar viendo una historia con cierto estilo documental, en la que nunca se nos deja tener una excesiva aproximación a los hechos que se nos están contando, no dando pie al lector a poder meterse enteramente en los sentimientos de los personajes, debido a la ausencia de primeros planos, muy utilizados para conseguir transmitir de forma visual todo tipo de sensaciones. Un ejemplo como curiosidad, con el que se consigue esta sensación de distanciamiento, aunque de distinta forma y en otro medio como es el cine, aunque utilizando otro tipo de recurso, muy pocas veces utilizado por ser muy personal y experimental, seria el Ordet (La palabra) de Carl Theodor Dreyer, donde los personajes no se miran a los ojos en todo el largometraje, dando una fuerte sensación de distanciamiento. Por otra parte también hay que resaltar que al igual que en su primera obra, los silencios tienen un peso importante en la narración y sobretodo en las reflexiones del propio protagonista, llevándonos a una profunda reflexión sobre el comportamiento humano.
Por último comentar la inclusión al final de una amplia biografía, y de un completísimo anotado con el que podamos completar hechos históricos, comparándolos con respecto al tratamiento que se da en esta historia, además de anécdotas en su elaboración, y cambios introducidos por parte del autor con respecto a lo que debería haber salido según su primera intención, y que, por alguna razón, cambió.
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