Aunque habitualmente se accedía a través de la Plaça Univers, quizás el acceso más lógico para disfrutar de la exposición fuera desde el Palacio 2, iniciando la visita cronológicamente con el primer panel, De la Piedra a la Espada, y siguiendo con otros tantos de título a cual más sugerente: Las Murallas de papel, El baluarte de los cómics, Las guerras del siglo XIX, El cómic en las trincheras, La Guerra Civil entre viñetas, El Día “D” de los cómics, Guerras no declaradas, Viñetas prisioneras y Reporteros gráficos. Para completar aquel gran espacio monotemático dedicado a la guerra, cuatro montajes recreaban para disfrute de los visitantes un hospital de campaña de Cruz Roja y cuatro campamentos de otros tantos escenarios bélicos: la Guerra de Sucesión, con los Miquelets de Catalunya; la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y las guerras de Corea y Vietnam, con tiendas de campaña, equipamiento, vehículos de la época y combatientes, armados y perfectamente pertrechados y uniformados para la ocasión, que desempeñaban su papel con un “realismo” entusiasta, primando en todo momento el carácter didáctico de la muestra.
Disponerse a ver una exposición es como adentrarse en otro mundo y, en esta ocasión, la sensación era mucho mayor, con todo aquel espacio a nuestra disposición. Era como dar un paseo por la Historia de la Humanidad (o de la de su deshumanización) ajena al alboroto que se generaba en el palacio colindante, a través de la recreación de uno de sus aspectos menos apreciados, el bélico, pero cuya temática tan buenos frutos ha dado en lo que se refiere al noveno arte.
Este año el motivo de la exposición estaba más que justificado, ya que se conmemoraban conjuntamente tres conflictos: el tercer centenario de la Guerra de Sucesión Española y su repercusión en Cataluña, el primer centenario de la Gran Guerra y el 70 aniversario del Desembarco de Normandía.
La macro exposición nos permitió disfrutar de un gran número de originales a los que no siempre resulta fácil acceder, originales de nuestros autores favoritos, de aquellos a los que admiramos y, mayoritariamente, de aquellos otros que desconocíamos, pero que siempre acaban sorprendiéndonos y, a partir del momento en que descubrimos su buen hacer, pasan a formar parte de nuestra lista de predilectos.
Ya en el panel De la piedra a la Espada se nos ofrecía con mayor o menor rigor una muestra de la belicosidad de los pueblos desde la Prehistoria a la Edad Antigua (y de la imaginación y fantasía de muchos de los guionistas y dibujantes). Como ya nos ha ocurrido en más de una ocasión -eso es lo bueno de las exposiciones-, no pudimos reprimir una sonrisa de complicidad al reencontrarnos con muchos clásicos que centraron nuestras lecturas durante la infancia, como los cuadernos de aventuras de Piel de lobo, de Juan A. de la Iglesia y Manuel Gago, y de El Jabato, de Francisco Darnís; el TBO, con la Terrible arma ofensiva de Josep Coll; o las producciones de la editorial Bruguera, como las Joyas Literarias Juveniles de Bruguera, con la adaptación de Antonio Bernal de la novela de Enrico Fannacci, Julio César, o el Cómic Biografías de Alejandro Montiel y José M.ª Martín Saurí, dedicado a Alejandro Magno. Tampoco faltaron reproducciones de las páginas de Alix, el mítico personaje creado por Jacques Martin que siguen llenando nuestras estanterías, y las de trabajos de uno de nuestros autores favoritos, Quim Bou, más actuales pero con la misma magia: Espada La Tène y Baleares: Abans i Ara. Sin embargo, uno de los más destacables fue sin duda Mort Cinder, el trabajo de Alberto Breccia y Héctor G. Oesterheld, dos argentinos imprescindibles de la Historia de la Historieta, que en esta ocasión sitúan al protagonista de la serie, el hombre eterno, que muere y resucita en momentos significativos de la Historia de la Humanidad, en la batalla de las Termópilas. Todo ello junto a las ilustraciones de La conquista romana de Cataluña, de Francesc Riart y Jaume Noguera.
La Edad Media y la Moderna eran las protagonistas del panel Murallas de Papel. El medioevo es quizás el período más idealizado dentro y fuera del noveno arte: caballeros, señores feudales, siervos de la gleba, armaduras, castillos, campamentos, luchas entre cristianos y musulmanes, visigodos, vikingos (como los interpretados por Juan Martínez Osete en Thorik, el Invencible, y por Gil Kane) hacían su aparición, mientras que en la Edad Moderna de hacía hincapié sobre todo en aspectos de la Historia de Cataluña. Aunque no es la primera vez que teníamos ocasión de disfrutar de ella, siempre nos alegra encontrarnos con una página original de El Príncipe Valiente de Hal Foster, como lo hicieron las láminas de la Enciclopedia Ilustrada Seguí, ilustrada por José Cuchy en 1910 o el repertorio del vestuario militar a través de los siglos desde la Edad Antigua a la Primera Guerra Mundial de Louis Forton, de 1915. Nos impresionaron los originales de Roncesvalles de Antonio Hernández Palacios y su serie El Cid, así como las magníficas acuarelas de Oriol García Quera, autor de L'amenaça sarrraïna o Revenja, con guiones de Xavier Escura y Francesc Riart, y de la trilogía medieval, Mallorca 1229: Jaume el Conqueridor, Pallars 1487: El darrer comptat y Guifré 897: El origen de la nación. Junto a Hernán el Corsario, de José Luis Salinas; Bartolomé de las Casas: el defensor de los indios, de Andreu Martín y Jesús Redondo; Niño Gonzalo: la hija del cacique, de Manuel Gago; Bri d'Alban de Alfonso Font; Tallaferro, l'almogàvar, con guión de Víctor Mora, y dibujo de Adrià y Jesús Blasco, también tuvieron su representación las Joyas Literarias Juveniles de Bruguera, un referente para los pequeños lectores de la época, ya que nos permitieron conocer e idealizar más de una época histórica. Claro ejemplo de ello fueron las adaptaciones de las obras de Walter Scott: El Talismán, de Carrillo, o Ivanhoe, de Escandell, o la biografía de Juana de Arco, de Pablo Mario di Masso y dibujo de Jesús Redondo. No faltaron la versión humorística de esta época, con Don Talarico, de Jan, ni las magníficas ilustraciones de David Parcerisa en Som una nació, las acuarelas de La Historia Catalana, de Oriol García Quera en Corpus 1640: la revolta dels segadors o la adaptación de Carlos Giménez de la novela de Pérez Reverte, Las aventuras del capitán Alatriste, con dibujo de Joan Mundet.
Tras la muerte de Carlos II los partidarios de Felipe de Anjou se disputaron el trono vacante con los del archiduque Carlos de Austria. El triunfo del francés en la Guerra de Sucesión Española (1701-1715) llevó consigo numerosos tratados, pero también la pérdida de libertades para los que lucharon en su contra. Catalanes, aragoneses y valencianos vieron perder sus fueros. El Baluarte de los Cómics estaba básicamente dedicado a esta etapa de la historia de Cataluña, con la conmemoración del tercer centenario de la Capitulación de Barcelona, el 11 de septiembre de 1714. Grabados del siglo XVIII, mapas y textos de la época procedentes del Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona (Introducción sobre el sitio de Barcelona). Páginas originales de la Breu Història de Catalunya: De l'onze de setembre fins ara, con guión de José Antonio Parrilla y Lluís Vila-Abadel e ilustraciones de Leopoldo Sánchez; otras tantas de Mariano de la Torre, dibujante de Lliures o morts, la adaptación al cómic de la novela de Jaume Clotet y David de Montserrat, y las espectaculares acuarelas de Oriol García Quera, en este caso las realizadas para Barcelona 1714: L'onze de setembre y Barcelona:1706-1714. Dietari d'un adroguer, así como las ilustraciones para las instalaciones de la exposición 1714: la batalla final que hasta finales del pasado mes de septiembre todavía podían encontrarse en los puntos de la ciudad en los que en su momento se desarrollaron los enfrentamientos con las tropas borbónicas.
La Edad Contemporánea fue también la época del colonialismo y de las guerras surgidas por su causa. Sobre ellas versaba Las guerras del siglo XIX: guerras como las de Cuba y Marruecos, Crimea, los Boers, la sino-japonesa -de la que se expone un magnífico ukiyo-e japonés- o la ruso-japonesa, con una acuarela de Hugo Pratt, Armada Japonesa de Manchuria. 1900-1910, uno de esos originales de Hugo Pratt que una no se cansa nunca de ver, como le ocurre con las reproducciones de las páginas de “La guerra de la Pampa”, con guión de Enrique Breccia.
Pudimos ver la guerra de independencia vista también a través de los ojos de Pepe Carreiro, en Galicia nas guerras napoleónicas, y de Mel, en sus tiras “Carmelo, muy terrible bandolero” y “Entre pinos anda el juego”. También las guerras napoleónicas en Rusia con la adaptación en cómic, con los lápices y colores de Rubén y Carlos del Rincón, respectivamente, de otra de las novelas de Arturo Pérez Reverte, La sombra del águila.
Finalmente, se hacía referencia a la guerra en Marruecos retratada en la magnífica historia “La paga del soldado” de Antonio Hernández Palacios, uno de esos autores a los que una tiene especial aprecio desde la época en que éramos asiduos lectores de la revista Cimoc.
Un magnífico albatros rojo sobrevolaba nuestras cabezas para llevarnos al lugar elegido para ubicar la instalación El Cómic en las trincheras, dedicada a la I Guerra Mundial. Y qué puede haber más representativo que un caza alemán, que bien pudo pertenecer al Baron Rojo, para llevarnos, atravesando un terreno cubierto de trincheras, alambradas, soldados muertos y heridos, ametralladoras, cañones, obuses y demás armas de la época, hasta una ilustración del Soldado moderno y su equipo, de Nit, y la portada original de Enemy Ace de Joe Kubert, para la serie de DC Comics, Star Spangled War Stories, de 1968, y de una de las páginas de Men of War de Howard Chaykin y Robert Kanigher, dispuestas junto a la cartela explicativa de los paneles.
Las primeras láminas del desplegable de La Gran Guerra en el que Joe Sacco cuenta lo sucedido aquel 1 de julio de 1916, el primer día de la batalla del Somme, “el día de la mayor matanza en la historia”, publicado por Random House Mondadori, tenían reservado un lugar privilegiado en una de las paredes, al igual que Historias Negras de Enrique S. Abulí y Jordi Bernet; la Balada del mar salado, del imprescindible Hugo Pratt; Lawrence de Arabia, con dibujo de Luis Castelló, otra de las Joyas Literarias Juveniles que leímos hace ya tantos años; La canción de los gusanos, de Álex Romero y López Rubiño, de los que conseguí una dedicatoria en el Saló del Cómic del año 2010; Degenerado, de Chloé Cruchaudet, ganadora de varios premios entre ellos, el del Público del Festival de Angoulême del pasado año, que repite en esta edición del Saló igual que hizo en la pasada, o los chistes de Chumy Chúmez y Alfons Figueras.
El rigor histórico que en un principio brillaba por su ausencia, pasó a convertirse en un referente de obligado cumplimiento en La Guerra Civil entre viñetas, de ahí la gran labor de documentación de autores como Carlos Giménez o Paco Roca o Miguel Gallardo o Sento, en los que los recuerdos en los que se basan sus historias están refrendados por documentos y fotografías de la época que ratifican lo que la memoria no siempre es capaz de recordar.
La guerra civil, un tema poco tratado hace unos años, ha empezado a sobresalir con un público potencial, unos deseosos de conocer aspectos del conflicto que habían sido acallados durante años, otros deseosos de recordar un momento histórico que, si bien no vivieron, si crecieron con las consecuencias de aquel despropósito. No se trata de contar las aventuras, sino de contar qué sucedió y cómo con toda la credibilidad posible. Novelas gráficas sobre la contienda vista por ambos bandos han comenzado a proliferar de un tiempo a esta parte, una visión crítica contada no sólo por los autores españoles participantes en la exposición.
Originales de sendas historias de Josep Coll (Retirada forzosa) y de Miquel Cardona (Quelus), El soldado egoísta, ambas publicadas en TBO; de Un largo silencio, la historia del padre de Miguel Gallardo, militar republicano, y de Un médico Novato de Sento, VI Premio Fnac-Salamanda de Novela Gráfica de 2013 con la historia real de un médico durante la Guerra Civil Española, Pablo Uriel, suegro del dibujante, con escenarios y vivencias recopilados gracias a los documentos y fotografías que su familia conservó durante años, junto a ambas historias de Nuestra Guerra Civil, publicada por Ariadna Editorial en 2006, Mi tío que estuvo en el infierno, de Fritz, y Días de rejones, de Felipe Hernández Cava y Laura Pérez Vernetti, así como de las Nuevas Hazañas Bélicas, de Hernán Migoya, Bernardo Muñoz y Keko.
Dos de los autores que más me impactaron fueron, una vez más, Antonio Hernández Palacios, por su realismo (Gorka Gudari y Eloy, uno entre muchos), y Luis García, por su hiperrealismo. De éste tuvimos ocasión de ver sendos trabajos que no podían pasarnos desapercibidos: El torneo de la Muerte (Nova-2) y Experimentando con el terror (Guernica variaciones Gernika), parte este último de un trabajo colectivo con que se obsequió a los asistentes a la Semana Negra de Gijón en 2006, al igual que ocurrió en 2008 con La 11ª Brigada, de Carles Santamaría y Álex Gallego, que formaba parte del Colectivo Weimar desde la memoria.
Respecto a lo que ocurrió después de la Guerra, nada mejor que parafrasear a Giuseppe comentando la publicación del colectivo con guión de Víctor Mora, Tormenta sobre España (1936-39) en un post publicado allá por el año 2008, “si a alguien le interesa saber qué pasó después del 39, lo mejor es leer “Paracuellos” de Carlos Giménez”. Sus historias continúan causándome el mismo desasosiego que cuando las leí por primera vez, como ya me ocurrió con las que se exponían este mismo año en “Viñetas autobiográficas”.
La figura del emblemático soldado que Jorge Longarón inmortalizó en las primeras páginas de los cuadernos de Hazañas Bélicas para Ediciones Toray preside, junto a tres ilustraciones de los años cuarenta de uno de los precursores de la historieta humorística argentina, Arístides Rechain, nos acercaban a El Día “D” de los Cómics, la sección dedicada a la II Guerra Mundial, la mayor contienda bélica de la Historia y el escenario preferido en la mayoría de los cómics, ya sean los cuadernos apaisados españoles, los comic-books norteamericanos, las tiras de prensa, o los mangas japoneses. De una selección de todos ellos, pero también de ilustraciones de portadas de novelas y de colaboraciones en diferentes publicaciones, tuvimos la suerte de disfrutar durante el buen rato que dedicamos a recorrer los tres espacios que la componían.
Destacaba la presencia de originales de grandes autores clásicos del ámbito nacional, como Jesús Blasco, con sus colaboraciones para la revista Chicos; Jorge Longarón con las suyas para Hazañas Bélicas y como acuarelista de las portadas de novelas; Manuel Gago y su participación en los cuadernillos apaisados de la revista Pantera Negra de la Editorial Maga en el año 64; López Espí, con sus portadas de Héroes Marvel de Ediciones Vértice; Florenci Clavé, con sendas historietas desconocidas que permitían comprobar su buen hacer; Félix Rosell y sus historias El ocaso de Rommel y El zorro del desierto para los cuadernos de la colección Héroes bélicos y, una vez más, el toque humorístico del sempiterno Ibáñez, con Mortadelo y Filemón, con “Siglo XX ¡Qué progreso!” .
Se había reservado todo un panel para las páginas originales de Los surcos del azar, el magnífico trabajo de Paco Roca sobre la compañía que liberó París, una pequeña muestra para ir abriendo boca de cara a la exposición que veríamos más tarde en la sala de exposiciones de Las Naves en Valencia, “Los surcos del azar. Diario de ruta de Paco Roca”.
Uno de los personajes que más juego ha dado en esta sección ha sido, sin duda, Rommel: Desert Fox! de Wallace Wood y Harvey Kurtzman, casi tanto como el sargento de infantería protagonista de Sgt. Rock, de Joe Kubert y Jack Abel y guiones de Rober Kanigher, o la visión más actual de este personaje realizada por Dan Brereton, junto a pequeñas joyas como una ilustración del Capitán América de Gene Colan o la portada original del primer número de Giant-Size Invaders, de Roy Thomas y Frank Robbins.
Más actuales son la reproducción de la impactante portada de Red Skull: Incarnate, de David Aja y, también de Marvel Comics, y mostrando otro aspecto desgraciadamente unido a la II Guerra Mundial, X-Men: Magneto, con dibujos de Carmine di Giandomenico y guión de Greg Pak, donde se cuenta que el villano es en realidad un superviviente del holocausto; WW2.2-4: Eliminar a Vassili Zaïtsev, con los magníficos dibujos de Ramon Rosanas y guión de Herik Hanna y WW2.2-5: Una odisea siciliana con dibujos de Pasquale Del Vecchio y guión de Luca Blengino y, junto a todos ellos, también hubo un espacio en los paneles para Blechkolle, de Javier Hernández y Damian, y los "cabezones" de Enrique Vegas.
Sin embargo, quizás lo que más llamó mi atención fueron los mangas y su forma de representar esta guerra desde un punto de vista que no era el habitual, con las portadas originales de Zero-sen Koshinkyoku, de Hiroshi Kaisuka, un manga clásico de 1967-68, y las páginas de Operación Muerte de Shigeru Mizuki, que ofrece una visión muy crítica de “la práctica del gyokusai” utilizada en la guerra, una historia que obtuvo el Premio Eisner 2012 a la mejor edición estadounidense de material extranjero-Asia.
Los protagonistas de Viñetas prisioneras eran las víctimas inocentes, los daños colaterales causados a la población civil. No siempre se trataba de daños accidentales, en ocasiones se buscaba expresar la represión y la persecución e incluso el exterminio.
No podían faltar reproducciones de Maus de Art Spiegelman; de Las Aventuras de Max Fridman: No pasarán, de Vittorio Giardino; de El cordel de los tebeos, de Víctor Mora y Annie Goetzinger para la revista Cimoc que formaría parte de Tormenta sobre España (1936-1939), o de La voz que no cesa. Vida de Miguel Hernández, con guión de Ramón Pereira y dibujo de Ramón Boldú, y originales de L'ombre du convoi: Le poids du passé y de L'espoir d'un lendemain. Kid Toussaint y dibujo de José Mª Beroy. Ficciones ambientadas en el período histórico de la Segunda Guerra Mundial, junto relatos basados en hechos reales que convierten el género bélico en un auténtico documento histórico.
Viñetas prisioneras también supuso una nueva mirada a los clásicos, con una página de Terry y los piratas o la página dominical de Tales of the Green Beret, de Joe Kubert, que vuelve a repetir en esta parte de la exposición, al igual de Luis García, con El ojo de cristal, basado en un relato de Curzio Malaparte, dejando un espacio para disfrutar con los originales de Moebius para la historia de la Cruz Roja (The story of an idea. The International Red Cross and Red Crescent).
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