Yo empecé a creer en los cuentos de hadas cuando viajé a la República Checa. Siempre había pensado que ciudades como Cesk, Cesky Krumlov, Ceské Budejovice, palacios como el de Hluboká o balnearios como los de Karlovy Vary, Mariánské Lázne y Frantiskovy Lázne y, sobre todo, ciudades como Praga, sólo existían en la imaginación de los artistas, pero cuando las conocí en el año 2001, un año antes de que el Moldava se desbordara causando graves daños a la “ciudad de las cien torres”, fue como si hubiera viajado en el tiempo y me hubiera parado en una época dominada por el tic-tac del reloj astronómico de Stare Mesto.
En aquel año, nada hacía recordar el país postcomunista que visitaron muchos de mis conocidos y sobre el cual me previnieron, acribillándome a consejos sobre qué llevar, qué no llevar, qué hacer o qué no hacer en un país en el que los cambios políticos habían generado no pocas desigualdades y que ya ni siquiera se llamaba igual. Ellos habían visitado Checoslovaquia, la república independiente creada en 1918 con la unión de checos y eslovacos que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial (después de que decenas de millares de judíos checos y eslovacos perecieran en campos de concentración), se convirtió, tras un golpe de estado incruento en de 1948, en un estado con un régimen monopartidista que tomó como modelo a la Unión Soviética de Stalin.
Era verdaderamente dramático, pensaba mientras callejeaba por Praga (la capital de un país que ahora se llamaba República Checa después que en el año 1993 Checoslovaquia se hubiera dividido en dos países independientes, la República Checa y Eslovaquia) y mientras me maravillaba con su paisaje urbano de edificios góticos, renacentistas, barrocos, románticos, art nouveau, modernistas y vanguardistas, que toda aquella oferta cultural y lúdica que la “ciudad dorada” me ofrecía (música clásica, jazz, ópera, ballet, teatro de vanguardia, el Teatro Negro, el teatro de títeres y marionetas, librerías, museos y galerías de arte), que este paraíso cultural para los amantes de las artes, había vivido una época de fuerte decadencia debido a una dura represión política por la que muchas personas fueron encarceladas, ejecutadas o llevadas a campos de trabajo debido a sus convicciones políticas, por tener orígenes burgueses o por el mero hecho de ser un intelectual y tener una formación que podía cuestionar la autoridad del régimen totalitario imperante.
Yo no vi sino un país precioso y una ciudad increíble, Praga, a la que volvería una y cien veces sin pensármelo, pero no dejé de sentir curiosidad por conocer algo más de aquellos checos que, tras haberse manifestado pacíficamente en numerosas ocasiones en defensa de sus libertades y haber sufrido duras represalias (como respuesta a la primavera de Praga, en 1968 los líderes soviéticos, incapaces de asimilar la idea de democracia dentro del bloque comunista, invadieron la ciudad con fuerzas del Pacto de Varsovia, poniendo fin a las reformas inauguradas por Alexander Dubcek), nunca se negaron a renunciar a sus ideales aperturistas hasta que el cambio radical llegó por fin en el año 1989, tras la caída del muro de Berlín y Checoslovaquia adoptó el multipartidismo, abandonando progresivamente la economía socialista y entrando en la economía de mercado.
Fue este interés por saber qué ocurrió, cómo y cuándo, el que me llevó casi sin pretenderlo a Vittorio Giardino y a un trabajo suyo que describía esa situación al tiempo que recreaba los lugares y calles de Praga (declarada Patrimonio Cultural y Natural de la UNESCO en 1992) que me maravillaron y por las que había deambulado sin rumbo hasta perderme.
Queda claro que Giardino se ha documentado meticulosamente para reconstruir los ambientes de la ciudad hasta el punto que Praga parece la verdadera protagonista del cómic, y todo ello es fácilmente reconocible gracias al dibujo minucioso y detallista típico de Vittorio Giardino, que debe tanto al estilo de la denominada “línea clara” y es tan prolijo en los detalles más insignificantes que convierten cada viñeta en una pequeña obra de arte.
En estos tres volúmenes, Jonas Fink (1): La infancia, Jonas Fink (2): La adolescencia y Jonas Fink (3): La juventud, publicados en España por Norma Editorial, Giardino nos cuenta el difícil camino hacia la madurez de un joven judío en la Praga comunista de los años 50 después de que su padre fuera arrestado, acusado de actividades subversivas contra el estado y declarado “enemigo del pueblo”, y cómo él y su madre, debido a su pertenencia a la clase burguesa y sus orígenes hebreos, sufren todo tipo de dificultades provocadas por el régimen político dominante.
El primer volumen fue galardonado con el premio al mejor álbum extranjero en la edición de 1995 del Salón del Cómic de Angouleme. El segundo y tercer volumen (que en realidad constituían un único volumen, pero que en España se dividió en dos álbumes que se publicaron por separado) la trama se enriquece con nuevos personajes y con un Jonas Fink que camina rápidamente hacia la edad adulta debido a unas circunstancias familiares que le hacen crecer demasiado deprisa, abandonar los estudios y desempeñar diversos trabajos antes de emplearse finalmente como dependiente en una librería. En todo ello la narración visual es predominante; los gestos y las miradas transmiten más que las palabras, al igual que los cambios físicos de determinados personajes. No sólo vemos crecer a Jonas, vemos envejecer a su madre de una forma dramática: Nada queda de la mujer del primer volumen en la que vemos al final de la Juventud.
Es una lástima que la última parte de la historia aún no se haya publicado. La espera se hace larga, aunque el resultado final seguro que valdrá la pena. Mientras sólo me queda agradecer los buenos ratos que he pasado leyendo la historia y disfrutando de los dibujos, porque con la infancia, adolescencia y juventud de Jonas Fink volví a Praga, seguí el recorrido del tranvía, paseé de nuevo por las calles empedradas, el cementerio judío, la calle Nerudova, el Callejón del oro, la plaza de la Ciudad Vieja, el puente Carlos, la Isla de Kampa; visité la torre Judit, el hotel Europa, la casa de la Municipalidad, el Convento de Santa Inés y el Museo de Alfons Mucha; pasé por debajo de la torre de la pólvora, navegué por el río Moldava y esperé, como otros muchos, a que el reloj astronómico diera la hora, la Muerte diera la vuelta a su reloj de arena, la Lujuria moviera la cabeza, la Vanidad levantara su espejo y la Avaricia su bolsa de dinero.
5 comentarios:
La descripción de Praga, perfecta, una primera parte periodística, te podrías dedicar a eso y una segunda parte intimista que te lleva a las callejuelas bajando del Castillo.
En cuanto al cómic para cuando el regalo...
Me encanta Giardino y esta es, sin duda, su gran obra.
Excelente. Uno de los mejores cómics europeos de todos los tiempos.
Giardino, es un maestro.
Hace solo dos meses repasé los tres volumes y son imperecederos.
José Andrés
Pues también os gustará la visión de Budapest de Giardino en Rapsodia Hungara.
La verdad es que Giardino se convirtió en uno de mis artistas favoritos tras leer Rapsodia Húngara. Sin embargo, con Jonas Fink pude revivir mi viaje a Praga, lo que convirtió la lectura de sus tres volúmenes en algo muy especial.
No obstante, no se descarta un viaje a Budapest, por si acaso.
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