miércoles, abril 29, 2009

EL ÚLTIMO GRAN VIAJE DE OLIVIER DUVEAU de Jali

Aunque todos tenemos una especial predilección por un determinado tipo de cómics, bien sea por el autor, la temática, el tipo de dibujo, el formato, el color o su ausencia…, el mercado ofrece tal abanico de posibilidades que nunca sabe una por qué opción decantarse, de manera que no tiene más remedio que abandonarse al voluble capricho de la intuición, que casi siempre va pareja a eso que con buen tino solemos llamar primera impresión y que, en el fondo, es lo que realmente cuenta para que al final decidamos qué tebeo nos llevamos a casa.

En mi caso concreto, la culpa de todo la suele tener una imagen. Un solo dibujo, una portada indescifrable, fue suficiente para que me decidiera por la última novela gráfica de un autor del que no había leído nada, un modo de conocer el magnífico trabajo de quien hasta ahora me había pasado desapercibido y que ya lamento no haber descubrimiento antes. Me refiero a El último gran viaje de Olivier Duveau, de Jali, publicado por la Editorial Astiberri.

Es lo que tiene la ignorancia. Para mí, siempre neófita en esto de los tebeos, tropezar con un dibujante como José Ángel Labari, Jali, ha sido todo un hallazgo. No hay nada más divertido y estimulante que la novedad. Y es la novedad la que nos lleva a la pequeña aventura de rebuscar en las estanterías de nuestra librería habitual hasta encontrar Pl*Xi*Gls, su anterior publicación, localizar una antigua entrevista en un número del año 2004 de la revista Trama, curiosear por internet tanto el blog en el que ha ido colgando todos sus trabajos, como aquellos otros en los que quienes le han leído nos motivan a conocerle con sus posts y comentarios, o enterarnos de qué referencias y autores han podido influir en su estilo.

Todo ello para darnos cuenta de la pila de años que lleva este hombre trabajando en la ilustración infantil y en el mundo del cómic hasta conseguir una obra casi redonda, de esas que coges por banda y lees de una sentada atenta a la percepción de sensaciones que afectan a más de un sentido: al tacto de la portada con solapas de la magnífica edición de Astiberri, al característico olor de tinta del libro recién impreso, al sonido de las onomatopeyas, al de la voz del narrador imaginario que nos cuenta la historia, al de la silenciosa música de las viñetas mudas, a la visión de las tramas y las rayas, de los blancos, negros y grises que dibujan para nosotros personajes excepcionales que habitan en un lugar atemporal existente en un planeta que parece el nuestro y quizás lo fue hace mucho tiempo. Una de esas obras que no pueden dejarse escapar si se quiere disfrutar de un precioso cuento sobre la soledad, pero también sobre el anhelo de ver cumplido nuestro gran deseo, ese que lleva con nosotros desde el momento mismo en que nacimos y que en el fondo es el que da sentido a nuestra existencia.

Con una introducción muy cinematográfica, con un zoom en el que viñeta a viñeta nos vamos acercando hasta el lugar en el que está a punto de producirse un acontecimiento primordial para Olivier Duveau, comienza la historia de este peculiar personaje. El flashback se corta bruscamente por la necesidad de iniciar el relato desde el principio. Y el principio de Olivier no es sino una rutilante cuenta atrás dominada por las estrellas y una infancia de soledad y falta de cariño propiciada por unos padres siempre ausentes que tratan de compensar su abandono contratando a una caterva de despiadados e insensibles mayordomos y criadas que le maltratan física y psíquicamente.

En cuanto alcanza la mayoría de edad y se instituye en único heredero de todos los bienes de la familia Duveau, Olivier decide poner en práctica lo que secretamente había considerado hacer y no hacía –salvo contadas ocasiones- para no contravenir las órdenes de sus odiosos cuidadores: salir de la mansión, entrar en cualquiera de las setenta y siete habitaciones prohibidas -pero especialmente en una: la biblioteca-, y abandonar sus posesiones para llegar a la gran ciudad en donde sus ojos se dirigen sin descanso hacia todas aquellas cosas que le son desconocidas, sin reparar en los peligros que le acechan y que llegan en forma de incidente y de una joven que aparece para ofrecerle su ayuda, el primer contacto con una persona amable cuyo gesto es interpretado por Olivier como una prueba de amor, una manifestación de cariño que el protagonista deseará volver a experimentar de nuevo convirtiendo a la joven Estel en el centro de su vida durante años.

Sin embargo, la cruel realidad le hará darse cuenta de que, aunque pretenda sustituirlas por cometas, mujeres o tatuajes, en el fondo son otros los "estels" que Olivier desea alcanzar fervientemente para conseguir la felicidad: las estrellas, y dada la imposibilidad de bajarlas a su nivel -ni siquiera capturando sus reflejos en los espejos que cubren el suelo del jardín-, no le queda más remedio que utilizar un nuevo método para llegar hasta ellas y alcanzarlas, tras su último gran viaje, en el único lugar en el que la oscuridad deja paso a esa blanca inmensidad que lo domina todo.

En blanco y negro y una amplia gama de grises, un estilo que recuerda a Tim Burton, una narrativa gráfica fascinante y un texto breve y sugerente que deja paso a la particular interpretación del lector, las páginas no dejan de mostrarnos las sorprendentes situaciones que vive el personaje, narradas con una original puesta en escena en la que las viñetas dejan de ser espacios limitados por recuadros para convertirse en verdaderas protagonistas de la narración, por la gran variedad de formas que adoptan y el dinamismo que confieren a la historia (viñetas a sangre, a una o doble página, viñetas cuyas calles son una mera anécdota, ya que permiten ser atravesadas por objetos y textos, viñetas que cambian la orientación de la lectura, viñetas cuyas líneas cortan los diálogos, dejando parte de ellos fuera de campo, de manera que es el lector quien debe completar las palabras truncadas y componer junto a ellas en los planos detalle los rostros cuyos rasgos apenas se adivinan…), emotivas páginas llenas de fantasía que parecen sacadas de un sueño infantil en el que la alegría del personaje durante el hermoso paseo entre esos cuerpos celestes que brillan por las noches es el fiel reflejo de que la felicidad existe y que asombra la experiencia de vivirla al menos una vez.

Pero no será ésta la única sorpresa que nos depara el último "cuento gráfico" de Jali: Como un regalo inesperado que rompe la ensoñación del lector aún impresionado por la lectura anterior, aparece El niño con más fuerza del Mundo, un pequeño relato protagonizado por un niño sin nombre, otro de los insólitos personajes que pueblan el personal mundo creado por la imaginación de Jali. ¿Qué más se puede pedir?

2 comentarios:

Juanmi dijo...

Me alegra que haya alguien más a quién le guste Jali, autor no para el gran público que está más acostumbrado a otras cosas, pero al que yo encuentro muy interesante.
Afortunadamente para mí, tengo toda su obra publicada y forma parte de los esenciales de mi biblioteca.

Susana dijo...

Eres afortunado, francamente. Por estos lares sólo he podido encontrar Pl*Xi*Gls. El resto sólo puedo imaginarlo mirando su blog.