Otros regalos que sin duda me hizo ilusión traerme de Angoulême fueron los dos volúmenes editados hasta el momento de Éco, la historia de Guillaume Bianco magníficamente ilustrada por Jérémie Almanza y publicada por Éditions Söleil en esa más que recomendable colección que es Métamorphose.
Mientras hacía mis planes para aquellos días, no había dudado en poner en la lista más de una visita al stand de Söleil, no sólo porque Enrique Fernández hubiera de estar allí y yo tuviera la intención de llevarme a casa un ejemplar firmado de su Aurore o porque hubiera traído conmigo mis Contes macabres de la Editorial Baula, soñando con conseguir la ansiada dedicatoria de Benjamin Lacombe -un sueño que finalmente se haría realidad-. La verdad es que difícilmente podía dejar de escudriñar entre los volúmenes publicados en esta extraordinaria colección dirigida por Barbara Canepa y Clotilde Vu, cuya sola visión explica fácilmente la poderosa atracción que sus relatos llenos de poesía y hermosas ilustraciones provocan en sus rendidos lectores. Daos una vuelta por su web y no podréis estar más de acuerdo.
Aunque Marián y EduXavi ya me habían hablado de la serie, lo cierto es que fue la casualidad la que me hizo descubrir el segundo tomo de Éco, La bête sans visage, publicado en noviembre de 2011, entre un montón de ejemplares que se empequeñecía a ojos vista en manos de lectores ávidos de dedicatorias. Conocía el Billy Brouillard de Bianco, pero el trabajo de Almanza me era completamente desconocido y, una vez más, volví a caer en la tentación de hojearlo para acabar rindiéndome a la evidencia: esa manera tan peculiar de representar el personal imaginario de Bianco -a través de imágenes oníricas llenas de detalles, escenarios y ambientes fantásticos que se metamorfosean entre brumas dominadas por la ilusión, los sueños y también las pesadillas- me sorprendió tanto que no paré hasta encontrar el primer tomo de la serie, La malédiction des Schaklebott, publicado en octubre de 2009. Almanza no tardaría en iniciar la firma de ejemplares y ver cómo lo hacía picó aún más mi curiosidad. Si en un primer momento me dejé influir por la calidad del dibujo -Almanza había sabido ilustrar como nadie el fascinante universo que Bianco había creado en este relato para hablarnos de los miedos infantiles y sobre todo del miedo a crecer-, fue tras leer su historia que Éco acabó de convencerme.
En una edición que cuida al máximo los detalles, algo que caracteriza a toda la colección, Éco resultó ser uno de los relatos más hermosos que había leído en mucho tiempo, aunque duro y cruel a veces, como la vida misma. Había comenzado siendo un cuento infantil sobre una niña que un día comienza a cambiar sin que nadie le haya explicado que eso es lo que suele ocurrir cuando empiezas a hacerte mayor y no como consecuencia de una maldición infligida por tu propia su madre tras cometer un error tan grave que acaba destruyendo a tu familia.
Al igual que ocurre con la protagonista, el relato va transformándose a medida que se avanza en su lectura, hasta convertirse en una historia destinada más a un público juvenil y a adultos que siguen leyendo cuentos, sobre todo si están contados con la peculiar maestría de Bianco, alguien capaz de dotar a sus historias de ese algo que las hace especiales y que obliga a seguir leyendo a pesar del desasosiego que empieza a invadirnos al recordarnos otros cuentos que leímos de niños y que el guionista nos va recordando al inicio de cada capítulo: referencias a los cuentos populares o a las fabulas se reflejan en las dramáticas experiencias que le toca vivir a Éco, desde Jack y las habichuelas mágicas a la Bella y la Bestia, pasando por La pequeña cerillera de Andersen, la Caperucita Roja de Perrault o la Blancanieves de los hermanos Grimm, pero también por las Metamorfosis de Kafka y Ovidio o las enseñanzas de las fábulas de Jean de La Fontaine.
Creyendo que todo se solucionará volviendo atrás en el tiempo, Éco comienza una odisea en la que, como suele ocurrir en este tipo de viajes iniciáticos, no sólo tendrá que sacrificar lo que más quiere para conseguir su propósito, sino que, para llegar con éxito hasta el final de su misión, deberá superar múltiples pruebas y enfrentarse a terribles peligros.
Los Schaklebott eran ricos costureros que imaginaban, diseñaban y confeccionaban vestimentas sublimes para los más notables del país. Poseer una prenda Schaklebott era signo de distinción y prestigio dentro de la alta sociedad, pero la fama es un regalo envenenado, ya que, ocupados en satisfacer los encargos de los más grandes, trabajando día y noche para mantener su reputación, olvidaron a su única hija.
El exceso de regalos no podía reemplazar a los ojos de Éco la falta de cariño y la continua ausencia de sus padres. Éco podía haber sido feliz, pero no lo era en absoluto estando sola en aquel gran caserón en el que todo era demasiado limpio, demasiado frío, demasiado organizado. Sin lugares polvorientos en los que esconderse, Éco pasaba horas leyendo, cosiendo y dibujando, creando un rincón para ella, un universo a su medida, esforzándose por imitar a sus padres y conseguir su aprobación.
Fue el exceso de trabajo el que hizo que un día su padre le pidiera ayuda: debía entregar el encargo que el Ministro había hecho para el cumpleaños de su hija: tres pequeñas muñecas, tres criaturas sublimes dormidas sobre un cojín de seda dentro de una caja de nácar de reflejos hipnóticos en las que podía verse el virtuosismo de la casa Schaklebott. Éco tenía diez años cuando se le confió aquella misión que cambiaría para siempre su destino y el de su familia.
La limusina tardó en abandonar la inmensa propiedad de los Schaklebott desde la que se dominaba el valle en el que se adivinaba la sucia ciudad a la que Éco debía dirigirse para hacer entrega del encargo, tomando el chófer, Hyppolite, el camino menos frecuentado para llegar con prontitud.
Sin embargo, antes de llegar al viejo puente que marcaba los límites de la ciudad, Éco vio una vieja gitana a cuyas faldas se asía un niño sucio y enfermo. Éco la reconoció enseguida, era la mujer del Mago de las Nubes que visitaba a los humanos convertida en una vieja mendiga. Al verles, algo en su interior se rompió.
Sin pensar en las nefastas consecuencias de sus actos y siguiendo las instrucciones de su buen corazón, Éco bajó del vehículo y se dirigió a la extraña pareja para hacerles entrega del hermoso presente destinado a la hija del Ministro y en un acto de bondad sin precedentes en la familia entregó las tres pequeñas hadas a la anciana que, a cambio, le hizo entrega de cuatro amuletos sagrados, los corazones de los cuatro elementos esenciales -un cactus, una pequeña nuez, un trozo de sílex y el capullo de un gusano de seda-, que, introducidos en el interior de una muñeca de tela, la dotaba de vida.
Aún sin saberto, los actos de Éco habían acabado por desbaratar el mundo de artificio sobre el que se había construido el imperio Schaklebott. Al no recibir sus muñecas, el Ministro, furioso, retiró todos sus encargos y tras él hicieron lo mismo la mayor parte de sus clientes. Un deshonor para la familia que acabó condenándoles a la miseria. Los padres de Éco enloquecieron, su padre perdió el habla y parecía perdido en aquel rincón de la mansión en el que permanecía con la mirada vacía, mientras que su madre, cegada por la ira y la rabia maldijo a la pequeña Éco, a la que ya no consideraba como hija suya.
Nada volvió a ser como antes. La casa se caía a pedazos, lo que antaño había sido un jardín magnífico crecía abandonado y lleno de malas hierbas, mientras que el bosque había comenzado a recuperar para sí lo que antaño fue suyo.
Éco se dedicó con ahínco a confeccionar cuatro pequeñas y extrañas criaturas de algodón y encerró en el interior de cada uno de los amuletos que le había entregado la Princesa de las Nubes. El cactus fue el riñón de Ésope, el sílex el corazón de Épictète, la nuez el cerebro de Diogène y el capullo de seda el estómago de Socrate. La Princesa de las Nubes no había mentido, pues pronto las cuatro muñecas cobraron vida: Ésope era susceptible; Épictète el más apasionado, Diogene el más inteligente, Socrate el más tímido.
Eran sus únicos amigos, los que le acompañaron en su periplo hacia el hogar de la Mujer del Mago de las Nubes cuando se hizo evidente que algo en ella la estaba transformando físicamente. Su cuerpo había comenzado a cambiar de manera paulatina sin que supiera muy bien por qué y sólo la Princesa de las Nubes podía hacer que todo fuera como antes. O al menos eso esperaba.
A finales de invierno, con su característica gorra en la que esconde los más variados objetos y con su amuleto fetiche, las tijeras, con las que cortará más de un vínculo, Éco y sus cuatro amigos se pusieron en marcha. Pero el camino no está libre de peligros: una bestia que oculta su rostro tras una máscara inquietante, fruto de un horrible hechizo que sólo el amor de una joven podrá romper, se dispone a salir de caza.
Mientras el primer volumen nos hablaba de la infancia de la protagonista y el segundo de su adolescencia, en el tercero, el volumen que podrá fin a la serie y cuya publicación se tiene prevista en los próximos meses, Éco será, previsiblemente, una mujer adulta, completando así la metamorfosis sufrida por esta niña que no quería hacerse mujer.
Supongo que para entonces aún no se habrá hecho realidad este deseo publicable, así que lo leeremos en francés. Sin embargo, es una pena que ninguna editorial de este lado de los Pirineos se decida a publicar este cuento de hadas ilustrado y, ya puestos a pedir, otros tantos de la colección Métamorphose a los que hemos echado más de una miradita.
2 comentarios:
Que bueno!!, yo tampoco le conocía...menuda joya que te has pillado...
a ver si hay suerte y la publican por aquí.
gracias
La verdad es que me gustaría que publicaran Éco aquí y, ya puestos, también los otros trabajos de Almanza para Delcourt, dos historias con guiones de Severine Gauthier, con ese estilo suyo tan lleno de luz que ya le identifica a pesar de su corta trayectoria profesional.
Aunque en blanco y negro, espera a ver las dedicatorias que nos trajimos.
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