Después de historias en blanco y negro protagonizadas por la Gran Guerra, el detective Néstor Burma o la Comuna Francesa, nunca viene mal meterse de lleno en la explosión de color y el dinamismo de las extraordinarias aventuras de alguien tan peculiar como Adèle Blanc-Sec.
Y es que Adèle Blanc-Sec ha vuelto a estar de moda este año gracias a la adaptación cinematográfica de sus cuatro primeras aventuras que Luc Besson ha llevado al cine y a la reedición que Norma Editorial ha hecho, en un único volumen, de precisamente estas cuatro historias: Adèle y la bestia, El demonio de la Torre Eiffel, El sabio loco y Momias enloquecidas. Éstas, junto con otras cinco aparecidas hasta el momento, ya fueron publicadas en los años ochenta y noventa en su colección Cimoc Extra Color por esta editorial, que ahora pretende publicar el resto de la serie en sendos integrales.
Jacques Tardi la creó en 1976 para protagonizar la serie que le había encargado la editorial Casterman. De entre todas las opciones posibles, Tardi eligió la más interesante: una heroína. En aquel momento el papel principal pocas veces recaía en las mujeres. Era finales de los setenta y la igualdad entre hombres y mujeres tal y como la entendemos hoy en día quedaba todavía un poco lejos. Aun así Tardi supo atraer la atención de los lectores al presentar una mujer independiente, de carácter fuerte y espíritu aventurero, culta e inteligente, de gesto adusto e incluso huraño a veces, pero siempre irónica y proclive a la risa ante las circunstancias más absurdas. Experta en disfraces y propietaria de una extravagante colección de sombreros, Adèle es una mujer joven que vive sola sin más compañía que una momia egipcia, “viejo pellejo”, a la que habla como si fuera capaz de contestarle, y sin más placeres ocultos que fumar, beber, entregarse a la melancolía y disfrutar de un baño relajante con el que aclarar las ideas.
Aunque no queda claro si esta pelirroja pecosa es detective o escritora o ambas cosas a la vez, más de una vez la hemos visto junto a su máquina de escribir, dedicándose a la feliz tarea de procrastinar la revisión de un manuscrito que hay que entregar al editor, o de terminar una de esas novelas folletinescas -que son las que le dan de comer- y que no son sino la transcripción “convenientemente embellecida” de sus propias aventuras, esas que unas veces le han hecho estar al otro lado de la ley y otras granjearse la enemistad de científicos locos, asesinos despechados y policías corruptos, siendo víctima de agresiones y atentados que han hecho temer por su integridad en más de una ocasión y que al final conseguirán su objetivo: eliminarla... aunque sólo temporalmente.
Una se sienta a leer y sucumbe de repente al caos de una trama de género fantástico en la que, por no faltar, no faltan ni el suspense ni el misterio ni la venganza ni los fenómenos paranormales ni el humor ni la temática “amorosa”; y se ve inmersa de pronto en el horror vacui de unas viñetas que no pueden estar más llenas de objetos y lugares claramente reconocibles de aquel París de la Belle Époque, de descripciones pintorescas y elementos insólitos, de ambientes orientales y exóticos tan de moda en la época o de grandilocuentes escenarios teatrales de temática historicista.
Como los fascinados lectores de los folletines de la propia Adèle, nos vemos metidos en situaciones inverosímiles convertidas en un momento en aventuras disparatadas, pero también sangrientas y terroríficas, entre personajes que se dejan caer sin esperarlos, provocando en ocasiones cómicas persecuciones que bien nos recuerdan al cine mudo. Nos encontramos los clásicos estereotipos -científicos con las facultades mentales trastornadas, policías sin muchas luces, asesinos obsesionados con sus víctimas o detectives que siempre aparecen en los momentos más oportunos-. Todos ellos habitan un “universo misterioso poblado de monstruos y seres extraños”, en realidad seres ya extinguidos como el pterodáctilo que aterrorizó París tras la eclosión de un huevo de más de 136 millones de años gracias al poder de la mente de cierto “científico” o el pitecántropo enamorado que acabará emulando al Quasimodo de Víctor Hugo entre las gárgolas de la mismísima Notre Dame, pasando por momias egipcias que recobran la vida por intervención de determinado amuleto o demonios de la mitología asiria invocados por sectas satánicas especialistas en la celebración de sanguinarios rituales y en propiciar la destrucción de la humanidad.
Cabe indicar la aparición estelar de otros personajes de Tardi, como Lucien Brindavoine o -con unos años más- Jerónimo Plumier, Louis-Ferdinand Chapoutier, Carlo Gelati y Simone Pouffiot, protagonistas de El demonio de los hielos, así como las continuas referencias a hechos ocurridos antes o durante el período en el que transcurre la acción y de los que nuestra heroína ha sido “testigo” y casi “víctima”, como la del espectacular accidente de un tren que atravesó la fachada de la estación de Montparnasse -que en realidad ocurrió en 1895- o la tragedia del hundimiento del Titánic.
Una mujer como Adèle difícilmente podría haber encajado en la realidad de la época que le tocó vivir, pero la que Tardi ha creado para ella le viene como anillo al dedo. La primera aventura ocurre en 1911 y las demás se van sucediendo, con el receso de su hibernación, hasta 1923. Adèle vive en uno de los períodos favoritos de su creador -los años anteriores y posteriores a la I Guerra Mundial- y en uno de los lugares que mejor sabe recrear este maestro de la línea clara, París, como en un turístico paseo por sus calles y túneles subterráneos para encontrar sus estaciones de tren, entradas de metro, monumentos conmemorativos, edificios emblemáticos, puentes que cruzan el Sena, museos, parques y jardines, cementerios e incluso sus famosas catacumbas llenas de calaveras. Una época en la que se convive con las bellas manifestaciones del Art nouveau y de la arquitectura del hierro, y también con los avances que revolucionaron la ciencia y la tecnología, tan proclives ellas a una transformación interesada con la que hacer realidad todo un universo fantástico en el que cualquier situación inverosímil y disparatada es posible y en donde pseudocientíficos que quieren ser como Dios han perdido la razón tratando de dar vida a seres extinguidos, utilizando el poder de la mente y también otros métodos tan poco ortodoxos como los que el doctor Frankenstein utilizó en el famoso libro de Mary Shelley.
Tardi ha ido narrando las aventuras de Adèle utilizando un género clásico de la literatura: el folletín. Como si se tratara de una novela por entregas, Tardi ha ido captando la curiosidad del lector, advirtiéndole, al final de cada capítulo, que pronto habrá una continuación que no debería perderse si quiere conocer el desenlace definitivo de una historia que va encadenándose a la anterior, anunciando incluso una continuación que tardaría años en dibujar. Y es que, aunque ya han transcurrido casi 25 años desde que se inició, la serie permanece abierta, así que sus lectores hemos permanecido a la expectativa durante todos esos años a la espera del décimo álbum de la serie -sólo se han publicado nueve- que, según parece, no tardará en llegar.
4 comentarios:
Me he enterado de este comic por la peli. Suele ayudar mucho el cine a descubrir cosas que tienen menos publicidad que él. Deapués de tu reportaje me queda más claro de que va el comic. Gracias.
Tienes razón al decir que el cine ayuda a descubrir cosas, al darles una publicidad que de otro modo no hubiesen tenido. En este caso concreto los amantes de los tebeos hemos tenido suerte. La película de Adèle ha servido para que más lectores se interesen por sus extraordinarias aventuras, que vuelvan a reeditarse los cómics, conseguir ver juntos todos los álbumes publicados hasta el momento -algo bastante difícil- e incluso hacer que Tardi se decida a terminar la serie después de tanto tiempo.
Creo que se editarán otros dos tomos recopilatorios
Pues sí, con el resto de las historias. A ver si los de Norma no nos hacen esperar demasiado.
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