
El éxito de Roger Stern ha sido más modesto que el de su colega Byrne, pero su paso por series como Amazing Spider-man o Avengers en décadas pasadas se saldó con grandísimos tebeos que lo sitúan muy por encima de otros escritores considerados más “hot”.
De semejante combinación de talento solo podía salir un puñado de tebeos –nueve, del 247 al 255 Captain America USA (1980-1981)- que constituyen una magistral lección de lo que es hacer un buen comic-book.
En ocasiones, al describir este trabajo de Stern se le ha atribuido una suerte de redefinición del personaje. Es verdad que de algún modo estos tebeos funcionan muy bien a modo de punto de inflexión a partir del cual empezar a construir, pero, más que una nueva puesta en escena, lo que pienso que hizo el escritor es tomar los distintos elementos que definen al personaje y aunarlos en un todo sólido y coherente, lo que ciertamente no es menos meritorio.
El Capitán América sigue siendo un hombre fuera de su tiempo que además tiene recuerdos confusos de su pasado. Conserva su amistad con Nick Furia y sus vínculos con S.H.I.E.L.D. y sigue siendo un Vengador, pero en su identidad civil también cuenta con un círculo de amistades que en las capaces manos del escritor se nos hacen entrañables, así como un nuevo interés amoroso en la figura de la chispeante Bernie Rosenthal.

En la misma línea, la recreación del origen del personaje que contiene el libro nos presenta al joven Steve Rogers como una persona de frágil constitución física y dramática situación familiar que intenta abrirse camino en plena Gran Depresión, siendo que solo gracias a su férrea determinación personal -y con la ayuda de cierto experimento, claro- llegará a convertirse en el Centinela de la Libertad. Es decir, el personaje no solo simboliza “el sueño” sino que su trayectoria vital lo convierte en una expresión viviente del mismo.
Pasando a consideraciones más épicas, estos tebeos contienen buenas dosis de acción trepidante y aventura superheróica que van aumentando exponencialmente a medida que se suceden las distintas mini-sagas que abarcan.
La primera de ellas enfrenta al Capi con el Forjador de Máquinas. No es el más carismático de los villanos pero, al margen de constituir en sí mismo una muestra de la riqueza del Universo Marvel sabiamente explotada por Stern, cumple a la perfección su papel en un guión de trágico trasfondo en el que las cosas no son lo que aparentan. Por cierto, genial la versión de JB de esa creación de Kirby que es el Hombre Dragón.
Pero el tomo va a más con el enfrentamiento entre el Capi y Mr. Hyde, amenaza de volar NY por los aires incluida. Este periplo se ve enriquecido por la presencia del simpaticón Batroc, personaje que más que como villano al uso merece entenderse como secundario esporádico de auténtico lujo.
La amenaza de Hyde deja paso a la que para mi es la joya del libro, el viaje del Capitán América a Londres, donde va a recuperar su rico pasado como Invasor al reencontrarse con sus algunos de sus antiguos compañeros de equipo, además de con uno de los mejores adversarios que jamás hayan desfilado por el título pese a ser uno de los menos prolíficos: el Barón Sangre.

Lamentablemente, la trayectoria ascendente que venía experimentando el título del Vengador en manos de Stern y Byrne se vio súbitamente truncada con la marcha de los autores, motivada por las inevitables desavenencias con el editor. Los lectores nos quedamos con la miel en los labios y partir de ahí solo podemos conjeturar qué hubiera sido de la serie de haber podido contar durante más tiempo con la presencia de este imbatible equipo creativo.
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