
El libro y la propia saga arrancan con un incidente de funestas consecuencias protagonizado por los Nuevos Guerreros, y retransmitido en directo a toda América como parte de un reality show que protagonizan. Lo acontecido precipita la aprobación del Acta mencionada, una Ley que obliga a todos los metahumanos a revelar su identidad y prestar sus servicios para el Gobierno, o pasar a la clandestinidad y ser perseguidos.
Como punto de partida no es original. Los mutantes primero y el resto de los héroes enmascarados después ya sufrieron este tipo de leyes allá por los ’80, y el tema del registro/persecución de superhéroes también ha estado presente en tebeos de otras editoriales, caso de New Frontier (Darwyn Cooke), o la propia Watchmen (Alan Moore, Dave Gibbons), ambas de DC.
Lo que sí es original es el hecho de que los afectados se posicionen en dos bandos ante una iniciativa legislativa y lleguen al enfrentamiento. De este modo, a la cabeza del bando antiregistro encontramos al Capitán América como máximo exponente de la defensa de los derechos civiles, mientras que al otro lado del ring se encuentra Iron-man flanqueado por Reed Richards y Hank Pym.

El hecho es que de ser así nos perderíamos el disfrute que supone leer un tebeo de estas características, que además constituye un episodio imprescindible más en ese perfecto mecanismo de relojería en que se ha convertido el Universo Marvel desde que tuviera lugar aquel (por otra parte poco afortunado) evento conocido como Vengadores Desunidos, un universo que pocas veces en el pasado ha estado tan cohesionado como en la actualidad.
También hay que asumir que los tiempos cambian, que los tebeos necesariamente se adaptan a ellos, y que del mismo modo que en los ´60 algunos héroes Marvel se dedicaban a combatir la “amenaza roja” es normal que en pleno siglo XXI afronten los desafíos propios de un mundo de sociedades políticamente polarizadas en el que el temor hacia lo que es diferente y la consiguiente paranoia están a la orden del día, y en el que los medios de comunicación no son sino medios de presión y manipulación.
En fin, que hechas las pertinentes valoraciones podemos llegar a la conclusión de que comprometer hasta cierta medida la trayectoria de los personajes puede merecer la pena si el resultado es bueno, lo que no quita que quepa así mismo preguntarnos si en ese afán de dotar de efectividad a la trama Millar no se ha pasado de frenada en algunos aspectos.

A Hank lo puede mover cierto deseo de redención por los crímenes de Ultrón, y a Reed su afán por crear y su conocido ensimismamiento, que en esta ocasión llega a rozar lo paranoide, pero lo cierto es que por más que el autor mantenga que los proregistro no son villanos, su actitud a lo largo de la saga es más propia del Doc Muerte que de ellos mismos. Comento esto porque en algunas entrevistas Millar ha rechazado de manera expresa la identificación de uno u otro bando como buenos o malos, insistiendo en que al fin y a cabo el lado ‘pro’ es el que apuesta por mantenerse dentro de la legalidad y defenderla, pero la realidad es que los métodos seguidos por Iron-man y demás son muy cuestionables tanto desde una perspectiva ética (todo lo que concierne al “regreso” de cierto dios del trueno, que culmina con la muerte de un miembro del bando contrario) como de Justicia con mayúscula (por ejemplo el hecho de servirse de algunos de los peores villanos para cazar héroes).

Si el Capi constituye un referente moral ineludible en el Universo Marvel, no muy lejos se encontraría Peter Parker y su “todo gran poder….”, por lo que para cualquiera que no haya seguido las series del trepamuros puede resultar extraño verlo del lado de Tony Stark y acatando el Acta de Registro hasta las últimas consecuencias. En realidad Spidey, que es uno de los personajes de la editorial de mayor humanidad, va a personificar más que ningún otro la realidad de ese convulso Universo Marvel en el que se desarrolla la trama, además de convertirse en una especie de voz de la razón ante la sinrazón mostrada por los que en un principio eran sus compañeros de armas.
Pero dejando de lado estas paradojas, que en realidad no hacen sino enriquecer el resultado final, lo cierto es que Civil War, la miniserie, parte de un buen concepto que va a ser así mismo objeto de una notable ejecución. Estamos ante una historia eminentemente palomitera (ver la escena del Capitán América “saliendo” del Helitransportador de S.H.I.E.L.D.), trepidante, bien contada y coherente tanto en sí misma como con el universo en que se desarrolla. Además -y esto no me parece fácil de lograr en un relato de las características e implicaciones del que nos ocupa- tiene una satisfactoria conclusión que a la postre sienta las bases para un futuro lleno de interesantes posibilidades.

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