En Civil War: Preludio Tony Stark expresaba sus temores ante la perspectiva de que se llegara a aprobar el Acta de Registro de Superhumanos, y las consecuencias que de ello podrían desprenderse para la comunidad heroica. Con la publicación del álbum principal de la saga, que recopila la miniserie original de siete números debida a Mark Millar y Steve McNiven, vamos a ser testigos de cómo esos temores se convierten en realidad.
El libro y la propia saga arrancan con un incidente de funestas consecuencias protagonizado por los Nuevos Guerreros, y retransmitido en directo a toda América como parte de un reality show que protagonizan. Lo acontecido precipita la aprobación del Acta mencionada, una Ley que obliga a todos los metahumanos a revelar su identidad y prestar sus servicios para el Gobierno, o pasar a la clandestinidad y ser perseguidos.
Como punto de partida no es original. Los mutantes primero y el resto de los héroes enmascarados después ya sufrieron este tipo de leyes allá por los ’80, y el tema del registro/persecución de superhéroes también ha estado presente en tebeos de otras editoriales, caso de New Frontier (Darwyn Cooke), o la propia Watchmen (Alan Moore, Dave Gibbons), ambas de DC.
Lo que sí es original es el hecho de que los afectados se posicionen en dos bandos ante una iniciativa legislativa y lleguen al enfrentamiento. De este modo, a la cabeza del bando antiregistro encontramos al Capitán América como máximo exponente de la defensa de los derechos civiles, mientras que al otro lado del ring se encuentra Iron-man flanqueado por Reed Richards y Hank Pym.
Para los conocedores del Universo Marvel gran parte de la diversión de leer Civil War estriba en ver cómo toma postura cada personaje ante la Ley y conjeturar acerca las razones que le han llevado a hacerlo por uno u otro bando, y aquí es donde se me plantean algunos dilemas que ya suscitaba el especial New Avengers: Illuminati, y es que siendo coherentes con la trayectoria de estos héroes, y precisamente porque eso es lo que son, podría pensarse que lo natural sería que todos ellos se opusieran al Acta por más rango de Ley que tenga.
El hecho es que de ser así nos perderíamos el disfrute que supone leer un tebeo de estas características, que además constituye un episodio imprescindible más en ese perfecto mecanismo de relojería en que se ha convertido el Universo Marvel desde que tuviera lugar aquel (por otra parte poco afortunado) evento conocido como Vengadores Desunidos, un universo que pocas veces en el pasado ha estado tan cohesionado como en la actualidad.
También hay que asumir que los tiempos cambian, que los tebeos necesariamente se adaptan a ellos, y que del mismo modo que en los ´60 algunos héroes Marvel se dedicaban a combatir la “amenaza roja” es normal que en pleno siglo XXI afronten los desafíos propios de un mundo de sociedades políticamente polarizadas en el que el temor hacia lo que es diferente y la consiguiente paranoia están a la orden del día, y en el que los medios de comunicación no son sino medios de presión y manipulación.
En fin, que hechas las pertinentes valoraciones podemos llegar a la conclusión de que comprometer hasta cierta medida la trayectoria de los personajes puede merecer la pena si el resultado es bueno, lo que no quita que quepa así mismo preguntarnos si en ese afán de dotar de efectividad a la trama Millar no se ha pasado de frenada en algunos aspectos.
La idea de Iron-man como capitoste de los proregistro es genial. No solo guarda coherencia con lo conocido sobre Tony hasta la fecha, sino que además su postura personal está tan matizada y meditada que en algunos momentos no cuesta en absoluto entenderla. Cosa distinta es el caso del resto de la tripleta principal de los ‘pro’, o sea, Hank Pym, de nuevo reflejado como un personaje depresivo y emocionalmente inestable (¿no ha derrotado ya a sus demonios internos en suficientes ocasiones?) y Reed Richards.
A Hank lo puede mover cierto deseo de redención por los crímenes de Ultrón, y a Reed su afán por crear y su conocido ensimismamiento, que en esta ocasión llega a rozar lo paranoide, pero lo cierto es que por más que el autor mantenga que los proregistro no son villanos, su actitud a lo largo de la saga es más propia del Doc Muerte que de ellos mismos. Comento esto porque en algunas entrevistas Millar ha rechazado de manera expresa la identificación de uno u otro bando como buenos o malos, insistiendo en que al fin y a cabo el lado ‘pro’ es el que apuesta por mantenerse dentro de la legalidad y defenderla, pero la realidad es que los métodos seguidos por Iron-man y demás son muy cuestionables tanto desde una perspectiva ética (todo lo que concierne al “regreso” de cierto dios del trueno, que culmina con la muerte de un miembro del bando contrario) como de Justicia con mayúscula (por ejemplo el hecho de servirse de algunos de los peores villanos para cazar héroes).
De todas formas el propio desarrollo de la historia nos hace cuestionarnos si el escritor es tan aséptico como dice serlo, y ello nos lleva a hablar sobre Spiderman.
Si el Capi constituye un referente moral ineludible en el Universo Marvel, no muy lejos se encontraría Peter Parker y su “todo gran poder….”, por lo que para cualquiera que no haya seguido las series del trepamuros puede resultar extraño verlo del lado de Tony Stark y acatando el Acta de Registro hasta las últimas consecuencias. En realidad Spidey, que es uno de los personajes de la editorial de mayor humanidad, va a personificar más que ningún otro la realidad de ese convulso Universo Marvel en el que se desarrolla la trama, además de convertirse en una especie de voz de la razón ante la sinrazón mostrada por los que en un principio eran sus compañeros de armas.
Pero dejando de lado estas paradojas, que en realidad no hacen sino enriquecer el resultado final, lo cierto es que Civil War, la miniserie, parte de un buen concepto que va a ser así mismo objeto de una notable ejecución. Estamos ante una historia eminentemente palomitera (ver la escena del Capitán América “saliendo” del Helitransportador de S.H.I.E.L.D.), trepidante, bien contada y coherente tanto en sí misma como con el universo en que se desarrolla. Además -y esto no me parece fácil de lograr en un relato de las características e implicaciones del que nos ocupa- tiene una satisfactoria conclusión que a la postre sienta las bases para un futuro lleno de interesantes posibilidades.
Como crítica se podría decir que un tebeo de este tipo se representa como idóneo para intercalar acción con introspección, y que Millar (que normalmente se inclina por lo primero, y Civil War no va a ser una excepción) no ha llegado a aprovechar del todo esa posibilidad. Por otro lado el ritmo de historia es tan frenético que a veces da la sensación de que los acontecimientos se suceden con extrema rapidez y que ocurren demasiadas cosas entre bambalinas. En realidad no hay que olvidar que, aunque su lectura unitaria no plantea problema alguno, este tomo es la espina dorsal de una saga que abarca un gran número de colecciones, miniseries y algún que otro especial, por lo que es normal que los momentos más reflexivos queden para los distintos títulos por los que se extiende la acción. Por otra parte últimamente no he leído muchos tebeos que me hayan llevado a dar puñetazos al aire de la emoción. Dado que no creo que el interés de Millar y ese espectacular dibujante que es Steve McNiven -inmejorable exponente de lo que es visualmente la Marvel del siglo XXI- fuera otro que ese, podemos dar la misión por cumplida y disfrutar de la lectura de este emocionante libro publicado por Panini, además del visionado de los numerosos y jugosos extras que contiene.
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