A la hora de elegir un cómic, hay cientos de razones que te llevan a decidirte por uno u otro. Las mías son bastante caóticas. Se basan habitualmente en esa manía de asociarlas a pequeñas referencias o recuerdos que me causaron en su momento una honda impresión y que, a veces, nada tienen que ver con lo que nos traemos entre manos.
Sin embargo, en este caso sí que hubo relación, porque cuando me decidí por el de La Tempestad, de Santiago García y Javier Peinado, publicado por la Editorial Astiberri, lo hice pensando en la obra de teatro del mismo título, representada por la Compañía de Nuria Espert, que me impactó hace una pila de años, cuando aún estudiaba en el instituto.
Aquélla era la primera representación teatral seria que yo veía en mi vida, con actores profesionales, una compañía conocida internacionalmente y una puesta en escena que me dejó boquiabierta. Aún me veo, sentada en el “paraíso” (¿dónde si no?), expectante ante lo que ocurría dentro y fuera del escenario, sorprendida ante todas las novedades que el teatro me ofrecía y que yo había tardado tanto en descubrir.
Así que, lo confieso, ha sido la curiosidad por conocer la versión que Santiago García ha hecho de esta obra de Shakespeare la que me ha llevado al cómic.
Si se tiene una idea del argumento original, siempre será más fácil seguir la historia, aunque tampoco es imprescindible. Claro que no esperéis ver a Próspero, el legítimo duque de Milán, ni a su hija Miranda, ni a su hermano Antonio, el usurpador, ni a Alonso, el rey de Nápoles, ni a su hijo, Fernando, o a su hermano, Sebastián, ni a Gonzalo, el noble napolitano, ni a Trínculo, el bufón, o a Esteban, el despensero borracho. No esperéis que la acción transcurra en una isla deshabitada, ni que Ariel sea un espíritu del aire que anhele recuperar su libertad, ni que Calibán, el hijo de la bruja Sícorax, permanezca dominado por mucho tiempo por los poderes mágicos de Próspero.
Han transcurrido trece años desde que el científico Volkan Kesavan, traicionado por su hermano Gamil, perdiera el control de la empresa Omni, abandonara sus investigaciones y decidiera desterrarse en un planeta deshabitado e inexplorado junto con su hija, Amala, y su prototipo de supercomputadora, Hati, capaz de hacerlo todo incluso de temer a la muerte. La gran obsesión de Kesavan es conseguir que el hombre “cree vida de la nada”, realizando un experimento en el que la pieza fundamental es Ayu, un ser autóctono de este planeta, de origen y composición desconocidos, y cuya actitud hacia padre e hija, amigable en un principio, había cambiado radicalmente desde que tuvo lugar cierto incidente, viéndose obligando a partir de entonces a llevar una “mascara de dolor” que le cubre la cabeza.
Para conseguir su propósito, Volkan necesita la colaboración de Urbi, la gran empresa de Jon Herrera. Llegado el momento oportuno, cuando la nave en la que éste viaja con su hijo Jiro, algunos miembros de la junta de accionistas y científicos de su empresa, Hati provocará una tormenta cósmica que obliga a los ocupantes de la nave a “desembarcar” en el planeta.
Divididos en tres grupos, cada uno de ellos llegará a un lugar distinto con las chalupas de salvamento: los miembros de la tripulación y Jiro arriban a una zona selvática; Herrera y los miembros de la junta de accionistas lo hacen en una desértica, mientras los científicos llegan hasta un lugar entre cuyas rocas y ríos de extraños fluidos habitan seres terroríficos.
En la historia, desarrollada en un entorno futurista en el que todos los descubrimientos científicos imaginables son posibles y en donde seres humanos de apariencia actual conviven con tormentas cósmicas, naves espaciales, chalupas de salvamento, robots, ciberperros, laboratorios con grandes engendros de inteligencia artificial y seres primigenios con sentimientos de venganza, cabe, además, el contraste entre jóvenes idealistas y adultos de vidas marcadas por la ambición, la falta de escrúpulos, la obsesión por los sueños irrealizables, los remordimientos, la conspiración o la lucha por el poder.
Porque, en realidad, no sólo ha llegado el momento idóneo para Volkan: es la oportunidad de Gamil de poner en marcha, en connivencia con Pat Herrera, el plan que llevaba pergeñando desde hace tiempo para recuperar el control de su empresa, anexada ahora a la de Jon; la de Jiro para tropezarse con un ser inocente y sin malicia que no existe en el mundo en el que él vive; la de Amala de descubrir que hay otros hombres además de su padre, y la de ambos para encontrar juntos la amistad y el amor; la de Ayu para liberarse de la dominación que le esclaviza, utilizando para ello a Fleidl y a Volke, adicto a las “pompas”; la de Hati, la máquina inteligente para probar un sentimiento humano, el miedo.... Es el momento en que los paralelismos con la idea original del dramaturgo inglés se dejan de lado y es el guión de Santiago García el que predomina hasta llevarnos a un desenlace que en absoluto se asemeja al de la obra de Shakespeare.
Respecto al aspecto gráfico, Javier Peinado, con un dibujo de línea clara, trazos simples en apariencia y libre de detalles inútiles cuando la situación lo requiere, suele conceder al color el papel protagonista: la solución de dibujar en viñetas que se leen verticalmente y diferencian por el color, acciones que se desarrollan simultáneamente en espacios distintos: el amarillo-naranja de los camarotes, el rojo del puente de mando, el gris-morado del laboratorio, o las explosiones de color de las viñetas que ocupan páginas enteras -como en la explosión de la nave, la travesía por el desierto o la visión holográfica de los remordimientos de Herrera- o la de la “peste roja” que extermina con total conocimiento de causa.
Éste es uno de esos cómics interesantes que una recomienda sin pensárselo dos veces, porque ni el guión ni el dibujo defraudan en absoluto.
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