Siendo El Evangelio de Judas un texto apócrifo que valora positivamente la figura de Judas, presentándolo como el apóstol favorito y necesario en los importantes acontecimientos que estaban escritos que tenían que suceder, pues era importante y necesario ese papel de traidor en el desenlace de unos acontecimientos que reforzasen, como quien dice, la cara opuesta de la misma moneda. Por supuesto, salta a la vista el paralelismo de esta historia y su particular Iscariote, el único en cuyo texto pone en entredicho esa figura intocable que es Jesús, mostrando su parte más terrenal e interesadamente oculta en los textos canónicos con, por otra parte, la que es la primera obra realmente extensa de Alberto Vázquez y su particular reivindicación de esta cara opuesta y necesaria que puede ayudar a dar respuesta a ciertas preguntas, sobre el sentido de la vida ... ¿y quizás de los cómics?
Se trata de una obra marcada por dos partes formalmente bien diferenciadas, pero con cierto paralelismo de fondo. Por una parte, tratará sobre ese aspecto de la vida, donde cobra gran presencia esa lucha con respecto a sus creencias internas, en un especie de acto de fe, donde uno tiene que luchar con sus dudas, sus impulsos o sus debilidades, acabando finalmente por defraudarle y haciendo que se replantee todo en lo que ha creído. Pero, será en la segunda parte, donde todo esto mutará en una especie de reflexión sobre el mundo de la edición, donde el acto de fe se transformará, en un acto de fe hacia la creación de un cómic, y donde incluso el propio editor será encarnado por el mismísimo hijo de Dios. Y es que esta historia, protagonizada por una ardilla llamada Judas, dibujante como Alberto, y sospechosamente envuelta de un envoltorio un tanto autobiográfico, nos invitará a reflexionar sobre ese difícil camino por el que tiene que pasar todo autor que quiera ingresar en ese complejo mundo de la edición que, en muchos momentos, obligará a tener que desviarse, de ese complicado y sinuoso camino, con la realización de unos actos contrarios a lo que le dictan sus creencias, con sus impurezas e imperfecciones.
El Evangelio de Judas no es una obra fácil de asimilar por parte del lector, pues a su ya de por si difícil, aunque meritorio, aspecto formal, y a sus contenidos un tanto imantados, hay que añadir un cuestionable, aunque respetable, discurso que hace que aparezcan esa especie de polos opuestos de complicada comunión, donde, por momentos, da la sensación de necesitar de una suerte de alquimia con la que fundir lo esencial con lo cotidiano, lo existencial con lo intrascendente.
Si bien es cierto que este tipo de planeamientos por parte del autor, tienden a difuminarse ante una lectura impulsiva del lector, no es menos cierto que a veces, la desidia mental y el deseo de recibirlo todo bien masticado, para poder engullirlo y digerirlo fácilmente, hace que sea el propio lector el que llegue a perderse entre vericuetos varios, reflexiones quizás viciadas por parte del autor, pero validas al fin y al cabo, pues ¿quien va a discutir sobre la verdad de cada uno? ... que aunque no sea la verdad absoluta, es su verdad al fin y al cabo.
Si bien es cierto que este tipo de planeamientos por parte del autor, tienden a difuminarse ante una lectura impulsiva del lector, no es menos cierto que a veces, la desidia mental y el deseo de recibirlo todo bien masticado, para poder engullirlo y digerirlo fácilmente, hace que sea el propio lector el que llegue a perderse entre vericuetos varios, reflexiones quizás viciadas por parte del autor, pero validas al fin y al cabo, pues ¿quien va a discutir sobre la verdad de cada uno? ... que aunque no sea la verdad absoluta, es su verdad al fin y al cabo.
Atreviéndonos a no rozar siquiera esa verdad de Alberto Vázquez, la suya, podemos reflexionar igualmente sobre múltiples cosas: sentimientos, dudas, miedos, obsesiones, ilusiones, tentaciones, egoísmo y ofuscaciones. Al igual que es la naturaleza de uno, el tener que sobrevivir consiguiendo comida o necesitar experimentar distintos placeres, aunque ello sea contrario a los sentimientos, pero no a los instintos e impulsos. También puede ser completamente válido el tener que venderse como autor, para conseguir superar las múltiples barreras en la edición de cualquier obra, donde se esté obligado a seguir ciertas directrices contrarias a uno. Pero, ¿cuál es el baremo a seguir, con el que poder medir la felicidad de uno como persona y, por consiguiente, trasladado al autor? Autores minoritarios que hacen lo que les gusta, pero que nunca serán editados por el editor que conseguirá sin duda llevarles a la fama ¿Es preferible estar metidos en ese laberinto de la falsa felicidad o por lo contrario, preferimos escuchar esas promesas en conseguir ser un respetado profesional con el que poder vivir del cómic o la ilustración? ¿Quizás son falsas promesas? Quién sabe, pero validas al fin y al cabo para conseguir facilitar el poder afrontar ese miedo ante la posibilidad de fracaso.
¿Cuál es la verdad de todo esto? ¿Vale la pena que nuestras vidas giren alrededor de una cosa? ¿Qué es más importante para Judas, su fe en Dios o el intranscendente mundo del cómic que a casi nadie le interesa? Alberto juega con lo anecdótico y lo trascendental. Y lo hace de una forma brillante y a la vez compleja, tan compleja que uno quizás no acaba de captar el sentido al total de la obra, con esa uniformidad que siempre se pretende conseguirse en cualquier obra extensa, pero que aquí se nos emborrona delante nuestro por momentos. Esto no quita que seamos capaces de disfrutarlo, aun por separado, como el que disfruta del momento y del lugar, y no necesita tener que darle sentido a todo.
Y a todo esto, hay que sumarle una edición para chuparse los dedos, donde aparecerán personajes ya conocidos del universo Vazqueniano, con un dibujo con el que conectas o desconectas inmediatamente. Con una historia construida en parte con retazos sensibles, pero también reflexivos, junto a esos momentos anecdóticos salpicados de ese humor tan particular que tiene el autor. Y todo espolvoreado de una lucidez quizás un poco intermitente, pero su particular lucidez al fin y al cabo... incluso en forma de vómito.
Y a todo esto, hay que sumarle una edición para chuparse los dedos, donde aparecerán personajes ya conocidos del universo Vazqueniano, con un dibujo con el que conectas o desconectas inmediatamente. Con una historia construida en parte con retazos sensibles, pero también reflexivos, junto a esos momentos anecdóticos salpicados de ese humor tan particular que tiene el autor. Y todo espolvoreado de una lucidez quizás un poco intermitente, pero su particular lucidez al fin y al cabo... incluso en forma de vómito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario