Frankenstein o el moderno Prometeo. Adaptado por Sergio A. Sierra e ilustrado por Meritxell Ribas. Novela gráfica editada por Parramón Ediciones.
Tengo que reconocer que tardé bastante en leer la novela de Mary W. Shelley y que, cuando me decidí a hacerlo, lo que cogí prestado de la biblioteca en su lugar fue una obra de su madre, Mary Wollstonecraft, titulado Vindicación de los derechos de la mujer, un libro muy interesante, si tenemos en cuenta que fue escrito hace más de doscientos años.
Supongo que la tardanza estuvo ligada durante mucho tiempo a la influencia de las versiones y adaptaciones cinematográficas que había visto sobre la novela de Shelley y que, evidentemente, dejaban en el tintero su aspecto más interesante, ese que una se pierde cuando no lee el texto original o, al menos, el que intenta no perderse cuando, con buen tino, se decanta por una traducción en castellano del mismo que no sólo le hace grata la lectura sino que le parece perfecta, como la que el traductor Francisco Torres Oliver hizo de Frankenstein o el moderno Prometeo para Alianza Editorial; una edición de bolsillo que era de mi hermano y que, por cosas de la vida, pasó a ser de mi propiedad. Por cosas de la vida se entiende, obviamente, hacerlo objeto de relecturas frecuentes.
La última ha sido no hace mucho, a finales de año. Una lectura hecha con avidez, motivada -tengo la absoluta certeza-, por el aliciente de iniciar cuanto antes la del precioso regalo, anticipado a la vorágine de los que trae consigo la Navidad, que ha significado disfrutar de la magnífica adaptación que Sergio A. Sierra ha hecho de la obra de Mary Shelley y saborear una vez más las deliciosas ilustraciones de Meritxell Ribas, aunque esta vez delimitadas por viñetas, dando lugar a una novela gráfica realizada íntegramente con una técnica de la que es una gran experta: el grattage.
Frankenstein o el moderno Prometeo, publicada por Parramón Ediciones, es el último y esperado trabajo de este tándem que ya nos convenció con esa pequeña joya que es Pincel de zorro (pinchad aquí para leer la reseña que escribí en su momento sobre esta obra), de Ediciones Ondina, una hermosa historia ofrecida en el mejor envoltorio posible, y que nos hacía desear una nueva oportunidad de deleitarnos con otro obsequio similar.
Ya nos lo había advertido Sergio cuando nos lo encontramos en la Fnac en la pasada edición del Saló del Còmic de Barcelona: Meritxell y él estaban trabajando en algo nuevo que iba a sorprender gratamente a sus lectores. Y en la espera -casi dos años-, sus incondicionales no hemos ido perdiendo de vista sus trabajos: las preciosas ilustraciones que Meri ha creado para los relatos de Raule en La noche de los cuentos (Viaje al más allí; En lo profundo del bosque y Plumas azules), publicados en los números 1, 2, y 3, respectivamente, de la revista Cthulhu, Cómics y relatos de ficción oscura, de Ediciones Diábolo, y El hambre, Un agujero infinito, una historia de Sergio ilustrada por Unai Ortiz, que apareció en el nº 2 de la misma revista.
El Capitán Walton, en medio de esta desolación de nieve y hielo que es el Ártico, escribe a su hermana contándole las incidencias de un viaje promovido por su insaciable afán de descubrir regiones inexploradas por el hombre. Le relata, concretamente, los hechos acaecidos después de haber avistado desde la cubierta del barco a un hombre de estatura gigantesca dirigiéndose hacia el Norte con su trineo y de haber rescatado de un bloque de hielo a la deriva a su perseguidor, Víctor Frankenstein, quien trata de justificar su presencia en el lugar refiriendo la historia de su vida y de la venganza que, por haber destruido cuanto le era querido, ha forjado hacia la criatura que perseguía, a la que había creado primero y abandonado después, horrorizado ante la visión de quien, despreciado y rechazado por todos por su aspecto deforme, declara "la guerra eterna a la especie" y, sobre todo, a aquél que le había dado la vida y condenado con ella a la angustia de la soledad, tras desoir sus súplicas de una Eva que aliviase su dolor y compartiera sus pensamientos.
Apetecía ver pronto este Frankenstein adaptado por Sergio, no sólo para comprobar cuánto hay de diferente respecto al original -el capitán Robert Walton es ahora Roger; Montvert es Montanvert; el libro que lee Félix a su familia no es Las ruinas de Palmira, de Volney, sino Las desventuras del joven Werther, de Goethe, precisamente uno de los tres que el monstruo encontró en una maleta en el bosque y cuya lectura le causó tantos sentimientos contradictorios- o cómo ha sido capaz de extraer lo importante, dejando de lado historias que no son imprescindibles para conocer la trama, pero que, sin embargo, se echa de menos no verlas narradas a través de los dibujos de Meritxell: historias que se encadenan unas dentro de otras y que revelan el espíritu del romanticismo en esta novela gótica, considerada la primera en el género de la ciencia ficción.
En este sentido, me hubiese encantado curiosear en esos aspectos triviales de la novela que se ha sido necesario dejar de lado: cómo se conocieron Alphonse Frankenstein y Caroline Beaufort, cuál fue el verdadero origen de Elizabeth Lavenza, cómo vivió Justine Moritz su terrible infortunio o cómo se decidió Safie a abandonar a su desagradecido padre para buscar a su amado Félix. Sin embargo, su lectura me ha servido para confirmar un aspecto que siempre me había llamado la atención: la importancia de los ojos, algo que Meri ha sabido captar muy bien. Los ojos de Víctor Frankenstein, confiados y libres del miedo, ávidos por adquirir conocimientos capaces de "infundir la chispa vital a seres inertes" que acabarán convirtiéndose en una obsesión malsana, se transforman, tras poner en práctica experimentos moralmente reprobables y ver las consecuencias de sus actos, en ojos horrorizados y temerosos, trastornados por el remordimiento y la repugnancia de haber creado a un ser monstruoso que causa pavor a quienes se encuentran con él y la muerte a los que aman a su creador, un Dios creador que ha convertido a su Adán en un Ángel Caído, en un demonio, cuya "piel amarillenta apenas cubría la obra de músculos y arterias que quedaban debajo; el cabello era negro, suelto y abundante; los dientes tenían la blancura de la perla; pero estos detalles no hacían sino contrastar espantosamente con unos ojos aguanosos que parecían casi del mismo color blancuzco que las cuencas que las alojaban, una piel apergaminada, y unos labios estirados y negros".
Las ilustraciones de página completa a las que nos tenía acostumbrados Meritxell dejan paso a las viñetas en las que los detalles se empequeñecen, pero siguen estando ahí, con el mismo laborioso grattage con el que ya nos sorprendió en Pincel y cuya peculiaridad, a la vista del resultado obtenido, casi parece la mejor opción capaz de plasmar la ambientación propia del siglo XVIII o el frío escenario en el que trascurre el relato, un frío exterior -el del Ártico, los bloques de hielo, los glaciares, las montañas nevadas...-, pero también interior, el de los sentimientos y de los personajes, el que surge del Frankenstein científico y de su miedo a enfrentarse a su criatura, de aquellos que rechazan al monstruo por su aspecto sin permitirle mostrar su bondad, del que transforma a la criatura en un ser despiadado, o del que nace fruto de la venganza.
Aunque ya indicó Sergio en su web que las ilustraciones no podían apreciarse en todo su valor, porque el papel y la tinta utilizados en la impresión no tienen la calidad adecuada para dar al trabajo de Meri la relevancia que se merece (si tenéis los dos libros, podéis comprobarlo fácilmente), y si bien es cierto que se echa de menos una edición más cuidada y en tapa dura (como la francesa de Petit à petit), una no puede dejar de ver, y agradecer, en cada trama y cada textura, en cada cambio tipográfico que identifica al narrador de cada parte de la historia, en cada cartela, en cada detalle del vestuario y del atrezo, en cada claroscuro y en cada línea y punto inexistentes a simple vista pero que están ahí, el esfuerzo de esta gran artista.
Esperamos impacientes un nuevo regalo.
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