miércoles, octubre 20, 2010

LES AVENTURES DE TOM SAWYER I HUCKLEBERRY FINN de Mark Twain & Meritxell Ribas

Ningún niño debería hacerse mayor sin haber leído antes a Mark Twain, ni, por supuesto, sin conocer a sus personajes más famosos: Tom Sawyer y Huckelberry Finn. Es cierto que, con sus historias, muchos autores han ido poblando nuestro imaginario de escenarios y personajes que acabarían convirtiéndose en auténticos mitos durante la etapa más larga de nuestra vida, permaneciendo en nuestra memoria como una imagen idealizada de lo que aquellos años lejanos de la infancia significaron para nosotros, un recuerdo imborrable e imperecedero al que recurrimos con frecuencia al releerlas ya adultos, buscando precisamente ese reencuentro con momentos que hoy creemos felices y que posiblemente lo fueron. Es cierto que hay muchos autores como éstos, pero ninguno como Mark Twain: es el favorito de aquellos para los que leer es casi una necesidad y acaba siéndolo para aquellos otros, lectores esporádicos, que han encontrado en este clásico de la literatura juvenil más de una razón de peso para acercarse a unos relatos que no son sino el retrato de una época, de la vida cotidiana de unos personajes que, a pesar del tiempo transcurrido -más de cien años- siguen teniendo tanto de nosotros mismos.

Nadie como Mark Twain (1835-1910), seudónimo de Samuel Langhorne Clemens, para mantener vigente la ilusión por las historias bien contadas, esas que recreaban un mundo en el que era posible ser el niño que siempre habíamos deseado ser y que constituían, una tras otra, sin solución de continuidad, un auténtico compendio de todas las aventuras posibles, casi tantas como las que llegó a vivir este prolífico escritor estadounidense, de ideología progresista y humor peculiar, huérfano de padre a los 12 años, tipógrafo, piloto de barco de vapor, soldado confederado en la Guerra de Secesión, minero, periodista, viajero por medio mundo, escritor de libros de viajes y, sobre todo, un extraordinario novelista.

Escritas en 1876 y 1884, respectivamente, Las aventuras de Tom Sawyer y Huckelberry Finn, paradigmas de la rebeldía y de la libertad, nacieron a partir de los recuerdos de su propia infancia, a la que recurrió para imaginarlos -al igual que las experiencias que les toca vivir- haciendo uso de la ficción tanto como de la realidad, ya que, en este caso, los modelos eran él mismo y sus compañeros en la escuela a la que acudía de pequeño en Hannibal, Misouri, convertido en sus historias en un pequeño pueblo junto al Mississippi llamado San Petersburgo. Aunque cada uno de ellos es el protagonista de su propia historia, la presencia de los dos amigos es inexcusable en ambas novelas, que aunque pueden leerse independientemente, siempre se han considerado una continuación de la otra. Si en la primera, es el narrador el que conduce al lector en las correrías, peligros y amoríos que le toca vivir a Tom, en la segunda, con un ritmo más dinámico, es el propio Huck quien nos cuenta su viaje a través del río Mississippi, intentando escapar de su padre (simulando su propia muerte), acompañado de Jim, el esclavo negro de la viuda Watson, que había huido de su dueña ante la posibilidad de ser vendido.

Tom vive con su hermano Sid en casa de la tía Polly, quien los acogió tras la muerte de su madre. Mientras Sid es un niño obediente que acata las normas impuestas, Tom es todo lo contrario: un rebelde romántico y enamoradizo cuya valentía acaba confundiéndose con temeridad, dotado de una gran imaginación para idear bromas, inventar mentiras para justificar sus actos y reencarnarse en los protagonistas de sus historias favoritas, en las que se ve convertido en soldado, indio con un gran peñacho, pirata surcando el Mississippi, fugitivo en una isla desierta, buscador de tesoros en casas encantadas o incluso Robin Hood, a la cabeza de una banda de ladrones con un código de honor de obligado cumplimiento, un embaucador capaz de convencer a sus compañeros para que hagan lo que él quiere e incluso agenciarse con todos sus tesoros sin que ellos se den cuenta.

Especialista en hacer precisamente aquello que se le prohibe, acabará viéndose envuelto en situaciones cómicas y divertidas que siempre ocurren en los momentos menos oportunos, pero también en más de una tesitura peligrosa, de la que consigue salir bien parado gracias a su ingenio y su coraje. Y es que, en una sociedad fundamentalmente agraria y esclavista, tan beata y mojigata como supersticiosa, es casi de necesidad que niños tan distintos a los demás como Tom y Huck se entretengan con juegos de los que forman parte rituales, encantamientos, fórmulas mágicas -que a veces no surten efecto por culpa de la intromisión de alguna bruja que ha roto el sortilegio- o remedios tan prosaicos como los que sirven para quitar las verrugas y que fue lo que les llevó aquella noche al cementerio para ser testigos de un terrible asesinato.

Huckelberry Finn, el hijo del borracho del pueblo, considerado por todos un holgazán desobediente y un tanto ordinario, siempre vestido con jirones y ropa de adultos, era la envidia de sus compañeros porque “tenía todo lo que hace la vida apetecible y deliciosa” -su libertad-, precisamente lo que no está dispuesto a perder cuando aparece su padre y pretende hacerse con su dinero y molerlo a palos. Su presencia se le hace insoportable, propiciando su huida por el Mississippí en busca de su preciada libertad, lo mismo que su compañero de viaje, Jim, que parte con la intención de llegar a los Estados Libres. El viaje a través de un río surcado de barcos de vapor y balsas de troncos es la excusa perfecta para que Twain nos muestre todos los tópicos del medio oeste americano: desde los habituales vendedores de brebajes y predicadores, charlatanes y farsantes -que posiblemente acabarían untados de alquitrán, emplumados y paseados sobre una viga-, pasando por el fabuloso mundo del circo y del teatro -cuyos artistas hacen sus representaciones en los pequeños pueblos y ciudades próximas al río-, las trágicas enemistades heredades entre aristócratas propietarios de tierras y esclavos tan próximas a las de Shakespeare, o el retrato fiel de la pareja de estafadores más siniestra que nadie ha visto nunca, la de un falso duque y un falso rey, que se pegan a Huck y a Jim y a su balsa como una lapa.

Como muchos de mi generación, conocimos primero las adaptaciones de sus obras que aparecieron publicadas en la colección Joyas Literarias Juveniles y después al escritor, en una edición de Las aventuras de Tom Sawyer del año 1981 de la Editorial Bruguera, con ilustraciones de Mariano Juárez, sin dejar de lado la gran cantidad de versiones para televisión, cine, teatro e incluso cómic que se han hecho del original. Con descripciones minuciosas del carácter y costumbres de los habitantes de los pueblos de ambas riberas del río, estos dos jóvenes amigos nos mostraron sobre todo un paisaje norteamericano que acabaría siendo tan legendario a nuestros ojos como las Grandes Praderas y sus indios o el Klondike y sus buscadores de oro: el del Mississippí navegado por barcos de vapor y balsas de troncos tripuladas por aventureros soñadores y esclavos huidos.

Esta imagen es la que buscamos en la edición especial, en castellano y catalán, que con motivo del centenario de la muerte de Mark Twain (ocurrida el 21 de abril de 1910) nos ofrece la Editorial La Galera en el número 41 de su colección Narrativa Singular: los dos volúmenes de Las aventuras de Tom Sawyer y Huckelberry Finn en una caja tan bellamente ilustrada como su interior. Y es que cuando ya se conoce el contenido, los amantes de los libros buscamos que el continente se convierta también en parte del regalo, sino en el regalo mismo. Para conseguirlo la Editorial La Galera ha hecho una muy buena elección que no ha podido ser más acertada: una edición de lujo, un buen papel y, sobre todo, unas originales ilustraciones bien distintas a las que habíamos conocido hasta ahora para estas novelas, las de Meritxell Ribas, utilizando esa técnica tan laboriosa y desconocida para muchos que es el grattage.

Evidentemente, no puedo ser objetiva al referirme a Meri. Tengo debilidad por sus dibujos desde que me sorprendieron tan gratamente en el año 2008 cuando los vi en Pincel de zorro (pinchad aquí para leer la correspondiente reseña), el precioso relato de Sergio A. Sierra, publicado por Ediciones Ondina, y han continuado haciéndolo en cada uno de los trabajos que Meritxell ha publicado después: en La noche de los cuentos, las historias cortas escritas por Raule (Viaje al más allí, En lo profundo del bosque y Plumas azules) publicadas en la revista Cthulhu, cómics y relatos de ficción oscura, de Diábolo Ediciones, y en la novela gráfica Frankenstein o el moderno Prometeo (pinchad aquí para leer la reseña que escribí en su momento), la adaptación que Sergio hizo de la novela de Mary Shelley, publicada por Parramon Ediciones. Esta vez seguro que Meritxell está encantada con los resultados: la impresión es magnífica. Podemos apreciar todos los detalles de las tramas, esa luz que se consigue tras raspar con un bisturí las planchas de madera de yeso blanco y tinta negra, hasta hacer posible la aparición del blanco que oculta la tinta. Utilizando esta técnica consigue imágenes delicadas y detallistas que parecen envueltas en una atmósfera especial.

Meritxell consigue captar en sus ilustraciones los aspectos más significativos de los capítulos, los más representativos, aquellos en los que pensamos en cuanto comenzamos a leer y que permiten a nuestra imaginación evadirse hasta el momento justo que se plasma en cada una de las planchas del libro: Tom robando la mermelada de la alacena de una despensa bien provista, haciendo pintar la valla a sus compañeros tras “cobrarles” por hacerlo, flirteando con Becky, la noche en el cementerio con Huck, viajando en una balsa convertida en un barco pirata, fumando su primera pipa en la Isla de Jackson, a Huckleberry vestido de niña, remontando el río bajo la luz de la luna, a Jim encerrado y cargado de cadenas...

Podéis ver a la autora explicando en qué consiste la técnica del grattage en la entrevista que aparece en el vídeo promocional de La Galera.


Una espera siempre noticias de los nuevos proyectos de Meritxell Ribas y de esos trabajos que pronto se harán realidad. Ni que decir tiene que suelo perseguirla en las ediciones del Saló para “robarle” una dedicatoria, y es que verla dibujar con esa minuciosidad que la caracteriza es algo que no tiene precio.


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