lunes, octubre 04, 2010

LORD DUNSANY Y “LA HIJA DEL REY DEL PAÍS DE LOS ELFOS”, PRECURSOR DE LA LITERATURA FANTÁSTICA

Muchos de los aficionados a la Literatura Fantástica pensamos que el origen de este género literario arranca con J. R. R. Tolkien. No podemos estar más equivocados. Tolkien es quien recogió lo sembrado y le dio forma y calidad suficiente para ser una gran referencia y un gran inspirador en futuros escritores. Pero antes de Tolkien ya existía literatura fantástica, tal vez no con este nombre concreto pero sí su esencia, su realidad.

Podemos partir de los cuentos populares europeos, recogidos por los Hermanos Grimm (Blancanieves, La Cenicienta, Hansel y Gretel...), Perrault (Caperucita Roja, El Gato con botas, La Bella Durmiente...), Madame d' Aulnoy (con sus “Cuentos de hadas”) o los cuentos de Andersen. El problema es que se consideraron “cuentos para niños” y no fueron tenidos en cuenta ni por su calidad literaria ni por sus elementos fantásticos o maravillosos. Retrocediendo más en el tiempo tenemos los cuentos y leyendas medievales como el clave ciclo artúrico y, ya en el mundo antiguo, los mitos y leyendas de los dioses y héroes clásicos (Prometeo y el fuego, las transformaciones de Zeus, los trabajos de Hércules o el propio origen de los dioses) o bien la mitología escandinava con Odín y sus cuervos, Thor y su martillo o el gran Ragnarök, pasando por la mitología celta con los dioses Lug o Dagda, la terrible Morrigan, el héroe Cúchulainn o el caldero mágico. Y sin olvidar todos los mitos y leyendas de culturas no europeas, tanto americanas, asiáticas o africanas que han llegado más tarde al mundo occidental. No puedo dejar de señalar “Las mil y una noches” con sus cuentos llenos de encanto, fantasía y maravillas que tanta influencia han tenido en la literatura de nuestros días. Todo lo nombrado hasta aquí es muy antiguo pero sus ramas alcanzan a momentos más actuales.

En pleno siglo XIX la Literatura Fantástica adquiere mayor consistencia y desarrollo como un género definido, como podría ser el de aventuras. Es de esta época de la que podemos hablar con más propiedad del origen de la Literatura Fantástica actual (con toda la amplitud que puede abarcar, desde la ciencia-ficción, terror, épica o espada y brujería). Son autores de primera categoría que escriben terror o misterio y merecen mención por la importancia que tendrían en la futura configuración de la Fantasía. Son novelas góticas como “Los misterios de Udolfo” (1792) de Ann Radcliffe, “El monje” (1796) de Matthew G. Lewis o “Melmoth el errabundo” (1820) de Maturin. Podríamos continuar con “El fantasma de la ópera” de Gaston Leroux o “Leyendas” de Gustavo Adolfo Bécquer, sobre todo con “Maese Pérez, el organista” o la sobrecogedora “El monte de las ánimas”.

Uniendo Terror y Fantasía no podemos olvidar a Bram Stoker con su “Drácula” (1897), novela que ha originado a lo largo de las décadas una nueva rama en la Fantasía con notable éxito y muy lucrativos resultados. Y tampoco puede faltar “Frankenstein o el nuevo Prometeo” (1817) de Mary Shelley. Y autores más modernos que son los precursores directos de la ciencia-ficción: Julio Verne y H.G. Wells.

Todos estos autores tienen rasgos más o menos marcados y/o relacionados con la Fantasía pero será William Morris quien dará su impulso definitivo ambientando sus novelas “El bosque del fin del mundo” (1894) y “Las aguas de las islas encantadas” (1897) en un escenario medieval y creará un mundo y nuevas criaturas fantásticas. Su iniciativa se vio continuada por George McDonald con obras alegóricas ambientadas en un mundo de hadas: “La princesa y los trasgos” (1871), un precioso cuento para niños. Morris y McDonald fueron los primeros en abrir un nuevo camino a la Literatura. Y poco después aparecen ya figuras como Lord Dunsany considerado por todos como el precursor de la Fantasía moderna. Es de este autor y de su obra de quien me gustaría hablaros y compartir con todos vosotros el encanto del mundo feérico de su novela “La hija del Rey del País de los Elfos”.

Edward John Moreton Drax Plunket nació el 24 de julio de 1878 en el castillo familiar del condado de Meath, Irlanda. En 1898 se convierte el el decimoctavo barón de Dunsany. Recibe una esmerada educación en el Eton College y en la Real Academia Militar de Sandhurst. Participa en las Guerras Boer en Sudáfrica y a su vuelta empieza a escribir relatos cortos de fantasía oriental como “Los dioses de Pëgana” (1905) donde elabora una cosmogonía con ecos de simbolismo, “El tiempo y los dioses” (1906) o “Cuentos de un soñador” (1910). En 1904 se casa con Beatrice Child-Villiers, acaudalada hija del conde de Jersey, que se dedicó por completo a él y toleró sus rarezas. Pasaron gran parte de su vida entre sus fincas de Irlanda e Inglaterra y viajaron mucho. Era un hombre muy alto y gran deportista. Practicaba muchos deportes y llegó a ser campeón aficionado de ajedrez de Irlanda, llegando a enfrentarse al mítico gran maestro Capablanca. Escribió uno de los mejores relatos sobre el ajedrez: “El gambito de los tres marineros”.

En 1910 su amigo y mentor literario Yeats le anima a que escriba obras teatrales para el Abby Theatre. Estas obras se convierten en muy populares en Gran Bretaña y Estados Unidos, llegando a representarse simultáneamente cinco de ellas en diferentes teatros de Broadway. Sus comedias “La puerta resplandeciente” (1909), “El sombrero de seda perdido” (1913) anticipan el teatro del absurdo. Cuando estalla la Primera Guerra Mundial sirve en el ejército británico pero resulta herido en la revuelta de Dublín en 1916. Tras la Guerra viaja en grandes giras de conferencias en Estados Unidos y también por África e India por su gran pasión por la caza mayor. En el período de entre guerras Dunsany es un escritor muy popular y escribe relatos, ensayos y poesía en magacines y periódicos de prestigio como Atlantic Monthly, Saturday Evening Post y Collier's.

Publicó colecciones de relatos sobre la guerra como “Tales of War” (1918). Su primera novela fue “Don Rodrigo” (1922) ambientada en el Renacimiento español. Poco a poco va abandonando los escenarios orientales para utilizar a su Irlanda natal como marco de sus fantasías: “La hija del Rey del País de los Elfos” (1924). consiguió gran fama con sus cinco colecciones de relatos protagonizados por Josep Jorkens que empezaría en 1925. Su poesía se recoge en “Cincuenta poemas” (1929), “Agua de espejismo” (1938), “Poemas de guerra” (1941) y “Para despertar a Pegaso”(1949).

En 1941 acepta la cátedra Byron de Literatura Inglesa en Atenas pero hubo de ser evacuado cuando los alemanes invaden Grecia. En 1943 da conferencias en el Trinity College de Dublín y en 1945 escribe una serie de ensayos acerca del futuro de la civilización. Entre 1938 y 1945 publicó un trilogía autobiográficas: “Pedazos de luz” (1938), “Mientras las sirenas dormían” (1944) y “El velatorio de las sirenas” (1945). Sufre un ataque de apendicitis y no recupera la consciencia tras la operación, muriendo en Dublín el 25 de octubre de 1957.

Gran aficionado a los cuentos de Grimm, de Andersen y de Poe, crea una elaborada cosmogonía con un lenguaje arcaizante. Se acercó al romance, tiñó de ironía sus escritos, escribió sátira, terror y ciencia-ficción. Escribió novelas irlandesas, teatro, relatos, poesía y memorias pero su gran contribución la hizo al universo fantástico. Gran admirador y defensor suyo fue H.P. Lovecraft que reconoce su admiración y su gran influencia en sus escritos y escribiría un ensayo sobre él: “Lord Dunsany y su obra”, dándole también un lugar preeminente en “El horror sobrenatural en la literatura”, situándolo en el capítulo “Maestros modernos”. Entabló amistad con intelectuales como lady Gregory, o el poeta nacionalista AE, despertó la admiración de Yeats, y Evelyn Waugh y Elizabeth Down reseñaban sus obras. Su universo fantástico ha fascinado a Guillermo del Toro y a Neil Gaiman, Borges lo incluyó en su “Biblioteca de Babel”, Alvaro Cunqueiro tradujo algunas de sus obras teatrales y le dedicó un poema y varios artículos.

Comentemos su novela “La hija del Rey del País de los Elfos” (Ediciones Teorema, 1983). La gente del valle de Erl solicita a su rey que quieren un señor dotado de magia pues es una manera que se conozca su valle y hablen de él, ya que no se nombra en ninguna historia ni cantar. El señor, viendo su decisión y aceptando las viejas costumbres de seguir la opinión de sus súbditos, accede. Pide a su hijo y heredero Alveric que vaya al País de los Elfos y despose a su princesa Lirazel, de gran belleza y buen carácter, como cuentan las historias. Así lo hace pero primero consigue una espada mágica de la bruja de la colina, Ziroonderel, y pasa al País de los Elfos, “a pocas millas de los campos que conocemos”. Allí Lirazel se enamora del príncipe por su osadía y exotismo, pues nunca ha conocido a un mortal. Cuando regresan a Erl, han pasado los años y el anciano rey ha fallecido pero con la esperanza puesta en su hijo pues conocía el distinto discurrir del Tiempo en el País de los Elfos. Pero van surgiendo problemas: la princesa Lirazel está encantada con las maravillas de la Tierra y ha tenido un hijo, Orión, pero no se adapta a sus usos y costumbres, y lo que es peor: no comprende por qué debe adaptarse a ellos.

Se inicia así una historia sutil, llena de amor y encanto. Es una historia sutil porque no es de grandes héroes, con hazañas guerreras, ni de grandes embrujos y situaciones extremas. Los personajes son gente de pueblo, de una aldea en un territorio alejado de las grandes influencias. Unas tierras en “los campos que conocemos” con su trabajo diario, unas granjas con animales que hay que atender, unos campos que hay que arar para recoger en un futuro la cosecha.

Está llena de amor desde el principio: por amor a su pueblo, el rey permite que su hijo pase al País de los Elfos, pues quiere lo mejor para su valle. También por amor al valle de Erl, sus habitantes, su Parlamento, piensa en un señor con magia para que sea conocido. Este punto está teñido de un poco de orgullo porque no se contentan con su vida amable y hacendosa: necesitan algo más, algo que les distinga y los eleve por encima del resto de la gente. Por amor, Lirazel deja el País de los Elfos, por amor a un mortal, por amor a la tierra, a lo que para ella es desconocido. En contraposición, y también por amor, su padre el Rey del País de los Elfos, quiere retenerla porque sabe que en nuestra Tierra, el Tiempo transcurre y todo lo consume. Y todas sus acciones, como traerla de vuelta, cuando ella así lo quiere, o bien, cuando desarrolla su poder por todo el País de los Elfos, es por amor a su hija. Y cuando Alveric y Lirazel tienen un hijo, Orión, será el amor por su madre, su añoranza, lo que hará acercarse ambos mundos.


The King of Elfland's daughter -Album- (Bob Johnson & Pete Knight, con voces de Christopher Lee, Mary Hopkin, Chris Farlowe, Frankie Miller, P. P. Arnold, Alexis Korner y Derek Brimstone). Portada obra de Jimmy Cauty

La palabra “encanto”os puede sonar cursi pero en todas sus acepciones, la podemos aplicar a esta novela. El encanto de una historia al tiempo sencilla y bonita, el encanto que encontramos en los lugares por los que discurre la historia, los campos terrenales o los prados feéricos, los encantamientos realizados por el rey del País de los Elfos, o los de la bruja de las colinas del valle de Erl. Ese encanto lo realza el lenguaje utilizado por Lord Dunsany para describirnos el valle, los animales de las granjas, la noche terrenal o el palacio élfico, la luz que le rodea e incluso el carácter de los seres élficos.

El encantamiento que realiza la bruja para crear la espada mágica de Alveric es fantástico: terrible en la canción para crear el fuego, sensible y poética la canción que enfría la espada y totalmente racional y lógica la explicación que da Ziroonderel de los poderes que atesora la espada. Otro encantamiento que es digno de las mejores antologías de lo fantástico se encuentra hacia el final de la novela cuando el rey del País de los Elfos lo realiza para alegrar y contentar a su hija: crea algo nuevo en un país donde todo existe y es, unos sonidos, una melodía que habla de un amanecer que surge de la oscuridad y de la luz de las estrellas, una melodía que es “más bien de una sustancia sutil en la que nadan los planetas y otras muchas cosas maravillosas que sólo la magia conoce”. Este encantamiento nos sumerge en un estado de ánimo que nos eleva de las cosas terrenas.

El dominio del lenguaje de Lord Dunsany se pone de manifiesto ya desde las primeras líneas de la novela. Todo el relato transcurre con fluidez, con una facilidad y soltura que hace que su lectura no canse ni un momento, que todas las explicaciones sean necesarias y no sobre ni falte nada. El ritmo es tranquilo, cadencioso, incluso moroso en ciertos capítulos pero ese ritmo es el justo, el que necesita el discurrir de la historia en cada momento. Cuando estamos en el País de los Elfos, todo es calma, silencio. Todo es preciso y necesario, por pequeño que sea, por intrascendente que lo veamos: gotas de rocío, el rizo del agua en los estanques o el trino de los pájaros. El palacio del rey es de tal belleza y resplandor “que sólo se puede hablarse en canto”.

En cambio en “los campos que conocemos”, estamos en un mundo rural, con sus quehaceres cotidianos, con una actividad que contrasta con la calma del País de los Elfos: los perros aúllan, pasan bandadas de pájaros, los niños corren y gritan, el humo sube de las chimeneas y el tañido de las campanas marcan el Tiempo. Y a pesar de estos cambios y de este movimiento, el autor halaga la vida del campo como más sosegada y sana que la vida de las ciudades.

Para darnos a conocer el País de los Elfos, Lord Dunsany nos habla en primera persona, se dirige a nosotros para que lo comprendamos mejor. Utiliza comparaciones y metáforas llenas de colorido, originales imágenes. Nos dice que es difícil hablar de esta tierra para que podamos imaginarla. Sólo a veces los pintores han tenido nociones de este país cuando realizan sus cuadros. Porque “el azul profundo de la noche en verano cuando el crepúsculo vespertino acaba de partir, el pálido azul de Venus al inundar la tarde avanzada con su luz, la profundidad de los lagos al atardecer sugieren todos ese color”.

Pero no todo es quietud y sosiego en esta novela. Es muy interesante como el autor nos describe la angustia de Lirazel para irse con Alveric y salir del País de los Elfos, el tono solemne de la subida del rey a la torre para lanzar su runa. La insistencia de la princesa por correr nos anuncia problemas y sentimos el miedo de que nos pille. Esta alternancia de sosiego e inquietud, de fantasía y realidad se muestra en toda la novela. Cuando Lord Dunsany nos describe el País de los Elfos, nos habla de sus criaturas, de sus costumbres o su moralidad, presenta un punto de inquietud, de miedo. Porque deseamos la magia pero a cierta distancia porque, en realidad, no son humanos, son tan diferentes a nosotros que no llegamos a coordinar por completo. Lirazel se asombra que no adoremos la belleza de las estrellas. No entiende los usos humanos, nunca ha razonado ni tampoco a medido el Tiempo. Ha vivido feliz en un eterno presente y se ríe de los afanes de la gente por cumplir sus obligaciones, de pensar en un futuro. Ella, simplemente, es.

El mundo familiar que nos rodea oculta ciertas cosas que nos hacen temblar y sabemos que hay algo ahí fuera que nos acecha. En el valle de Erl también sucede. Pues la noche oculta el paso de ciertos seres de un mundo a otro. Notamos su presencia pero no nos acabamos de creer su realidad. Ese aire misterioso e inquietante está plenamente logrado cuando vamos a los pantanos. El ambiente desolado, lóbrego, pesado de un atardecer gris en una zona húmeda, el peligro que supone ser atraído por los fuegos fatuos hasta un lugar del que no se pueda salir, está magníficamente logrado. No hay nada terrorífico, ni hay seres malvados, sólo un paisaje y un viajero por la marjal. Suspiramos de alivio cuando ya sabemos quien es el viajero.

Se supone que Orión, el hijo de Lirazel y Alveric, será un señor mágico. Sus primeros años no lo demuestran, sólo siente pasión por la caza, como sus antepasados humanos. Su parte feérica sí se manifiesta pero en detalles poco apreciables: se entiende con los perros, ve sombras danzarinas y, sobre todo, es el único que oye los cuernos de caza del País de los Elfos. La llamada de esos cuernos le incitarán a una caza mayor: la caza del unicornio. Todos los preparativos, todo lo que planea Orión para conseguirlo, no tiene nada de feérico ni encantador. La caza del unicornio es una estrategia tan bien planificada que nos lleva a recordar que Lord Dunsany era un gran amante de la caza mayor. En esta novela el unicornio es un ser fantástico más, de carácter altivo que no sabe dirigirse a los habitantes de las marjales. Desde luego este capítulo contrasta con la dulzura del País de los Elfos.


Ilustración de Bob Pepper

Parte importante de la novela es la búsqueda de Alveric del País de los Elfos. Lirazel le ha seguido al mundo terrenal pero no acaba de estar a gusto en él, ni siquiera su hijo le quita la añoranza por su propio país. Y siguiendo la llamada de su padre deja a Alveric. Éste inicia su búsqueda, la búsqueda del País de los Elfos que dura años pero siempre con la fe y la ilusión de recuperar a Lirazel. Una búsqueda que nos toca el corazón porque su anhelo e ilusión pueden ser muy bien nuestros, nuestra propia búsqueda de los sueños, de los recuerdos de la infancia o la primera juventud, cuando hay tanto por descubrir.

Aquí hago una anotación: cuando pregunta a los aldeanos por el País de los Elfos, éstos no saben contestarle. Pregunta por el Este pero un anciano talabardero le dice que teniendo el Norte, el Sur y el Oeste, para qué ir al Este. Tampoco Gandalf iba al Este. Hay otro pequeño paralelismo con la obra de Tolkien porque se ha comparado a la princesa Lirazel con Arwen, con la renuncia a su inmortalidad por amor a un mortal, Aragorn. Yo no veo igual esta situación: Arwen sí renuncia a su inmortalidad por amor a Aragorn y decide unirse a él y vivir su mismo mundo. El caso de Lirazel es distinto: su amor por su hijo y por Alveric no la lleva a renunciar a su inmortalidad sino que consigue de su padre, el Rey del País de los Elfos, que amplíe este país y reúna el valle de Erl, los “campos que conocemos”, con los prados feéricos y poder reunirse todos bajo nuevas estrellas. Es el País de los Elfos, el de la Fantasía, la calma y lo maravilloso quien nos acepta dentro de sus fronteras para poder participar de lo fantástico sin dejar de ser “terrenales” y hacer de lo cotidiano y real una nueva maravilla cada día.

Y aquí volvemos al principio: por amor Alveric busca el País de los Elfos, por amor a su padre Lirazel vuelve, por amor a su hija el rey hace retroceder a su país para más tarde, por amor, invoca de nuevo su runa, y Orión, a pesar de la caza del unicornio, por amor a su madre, siente nostalgia de lo que no conoce pero siente y anhela en su corazón. Todo este amor hará que se unan los deseos, las ilusiones, las esperanzas, los anhelos, las nostalgias, todo lo elevado del espíritu humano, con las canciones, la poesía, los recuerdos del País de los Elfos para darnos un mundo nuevo, original y “cerca de los campos que conocemos”.

La hija del Rey del País de los Elfos” nos lleva a un mundo onírico, de Fantasía y magia. Nos hace ver y apreciar las cosas pequeñas y maravillosas de nuestro mundo. Tiene una belleza serena, con un punto de nostalgia por las cosas que ya pasaron pero con la esperanza de que no todo está perdido, que mantengamos nuestra fe e ilusión por lo que queramos conseguir. Con una prosa brillante, un dominio del lenguaje maravilloso, Lord Dunsany nos lleva a mundos fantásticos pero que no están tan lejos de nosotros, que nos pueden influir e incluso aceptar. Con un punto de misterio, algo de miedo psicológico y mucho de fantasía, tenemos en esta novela de Lord Dunsany una obra precursora de lo que más tarde se llamaría “Literatura Fantástica”.

No dejéis de leerla y saborearla. Leedla con tranquilidad y ya veréis como os relaja el espíritu y abre nuevos horizontes y nuevas opiniones sobre la Literatura Fantástica.

Saludos y hasta pronto.

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