¿Qué pasaría si un hombre tuviera el poder de ser capaz de manipular las máquinas y hacer que éstas le obedecieran?
¿Qué pasaría si en todo el mundo sólo hubiera uno como él con ese don?
¿Qué sería capaz de hacer?
¿Lo utilizaría para hacer el bien o el mal?
¿Ayudaría con él a la gente o se aprovecharía para sacar el máximo partido en su propio beneficio?
Como muy bien se dice, “todo gran poder conlleva una gran responsabilidad” (¿dónde habré yo oído eso?), y tener la suerte (o la desgracia) de poseerlo a veces se convierte en una tremenda carga.
Una carga porque la ansiedad que puede apoderarse de él, por tener la capacidad de llegar a todos los sitios, hace que, a veces, desfallezca y se sienta un fracasado, por no alcanzar todos los objetivos marcados.
¿Podría llegar a sentirse culpable de algo?
¿Sería capaz de soportar esa carga?
¿Se creería Dios?
¿Cómo pensaría que le vería el resto de la gente?
¿Sería un igual entre ellos?
¿Llegaría a sentirse superior, por encima de ellos?
¿Quién sería él realmente?
Demasiadas preguntas sin respuestas a corto plazo. ¿Y a medio?
Y cuando vería que él no es la solución de todo, que roza con sus actos heroicos esa tenue raya que es la legalidad, que en sus manos seguramente no está el ser Dios, juzgar lo que está bien y lo que está mal, y que sin querer podría causar daño donde creía que estaba beneficiando al prójimo, se daría cuenta al final que a lo mejor lo que posee no es la solución de nada, e intentaría enterrar al superhéroe para ser uno más del montón, pero consiguiendo que eso que tenía le ponga en lo más alto del escalafón jerárquico. ¿Se volvería ahora un héroe?
Y, en el fondo de todo, ¿no es más de lo mismo?
Porque el poder, al fin y al cabo, es poder, se aplique en lugar diferente, sea de la forma que sea y lo vistan de manera distinta. Y la responsabilidad es la misma. Y estando en lo más alto la gente espera que des el máximo por ellos. Y, por tanto, la carga sigue siendo la misma. Pero vista desde otro punto de vista, y siempre según por quién.
Brian K. Vaughan consigue subir un peldaño más en la escala de poder, y vemos, en una sociedad actual post-11S, cómo un ser con superpoderes llega a ser el alcalde de una ciudad como Nueva York. El poder al servicio del ciudadano, o el ciudadano a merced del poder.
Guión sobrio, sin estridencias, con un ritmo de narración adecuado que te hace estar enganchado a la lectura, con un toque de humor velado que hace a los personajes más naturales, a la vez que irónicos. Un joven guionista que después de una gran obra como es Y, el último hombre (ver el post de Luis en este mismo blog), nos sigue demostrando su habilidad para contarnos situaciones límites, pero con un toque narrativo de normalidad tal que da veracidad a la acción narrada.
Lo acompaña Tony Harris con un dibujo correcto, elegante y realista (usa la misma técnica de modelos reales fotografiados que, por ejemplo, Alex Ross, pero sin llegar a extremos tan hiperrealistas), donde interpreta a la perfección el ritmo pausado a veces de esta obra y que no peca, tanto el dibujo como el guión, de artificios gratuitos.
De momento es una serie, publicada por Norma Editorial, que arranca bien y con fuerza, dentro de la línea de series de superhéroes con un toque más adulto y serio, donde prima más la reflexión personal de los personajes y las relaciones diarias entre ellos, con todos sus problemas cotidianos, dejando aparcado a un lado todo el tema de los superhéroes luchando contra los villanos para defenderse de a saber qué amenaza, a cual más surrealista.
Pero, ¿acabará como muchas otras que, con un planteamiento original e interesante, terminaban diluyéndose en una serie de sucesos y anécdotas pueriles? Por lo menos, Vaughan es una garantía de calidad. Eso, hoy por hoy, parece asegurado.
Un cordial saludo.
2 comentarios:
Y qué buenos son los diálogos de Vaughan. A mí de momento me parece un cómic de superhéroes originalísimo, distinto.
Un gran tebeo, si señor, y que demuestra que se pueden hacer cosas originales con los superhéroes, como dice tebeonauta.
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