Que leer a Taniguchi es un placer es una verdad como un templo. Que continúa transmitiendo al lector una lectura tranquila, sosegada, pausada, mesurada hasta el detalle más nimio de la misma es una máxima sin discusión alguna. Que la belleza que transmite su línea clara, sugerente, llena de tramas y matices es una constatación palpable sin duda alguna. Y Los años dulces, en su primer volumen, es una buena muestra de ello.
Porque contarnos en una auténtica slice of life la relación entre un viejo profesor ya jubilado y una antigua alumna, una simple historia donde lo importante es conocerse poco a poco y hablar de todo un poco, de las cosas simples y sencillas que envuelve la vida de ambos, de los recuerdos que siempre están ahí y surgen cuando menos te los esperas y la situación así lo propicia, teniendo como punto de reunión y unión una vieja taberna propiedad de Satoru donde la gente se reúne para hablar, beber y saborear diversos manjares que ésta ofrece, es una de las cualidades que podemos revisitar continuamente en casi cada una de las obras de este maestro del manga seinen.
A pesar de que esta obra de Taniguchi es una adaptación al manga de una novela de Hiromi Hawakami (obra que ha recibido muy buenas crítica, ganadora del Premio Tanizaki y que ha sido adaptada también a la gran pantalla), El cielo es azul, la tierra blanca (Sensei no Kaban), y que yo mismo desconozco si es o no una adaptación fidedigna de la misma, conociendo la meticulosidad que ha caracterizado a Taniguchi durante toda su trayectoria como mangaka y, teniendo a buen seguro, el consejo directo de la novelista (por eso seguramente aparece como coautora de este manga), la impronta de este maestro mangaka es perfecta y claramente reconocible en cada una de las viñetas, de un detallismo meticuloso y una ambientación sumamente realista, que una vez leída esta obra uno difícilmente no podría visualizar en la propia novela de Hawakami la caracterización de nuestros dos protagonistas, con esos rasgos tan definidos y característicos, auténtico sello de identidad, de la fisonomía taniguchiana.
La historia es tan simple y sencilla como que su leit motiv cuenta el encuentro casual de nuestros dos protagonistas Harutsuna Matsumoto y Tsukiko Oomachi, ex-profesor y ex-alumna, en una taberna que frecuentan asiduamente… a partir de ahí ambos personajes se hacen inseparables, contándonos en breves capítulos lo que hacen los dos juntos y la relación de profunda amistad y compañerismo que han empezado ambos. Aparte de ofrecernos todo un recetario culinario durante toda la obra (recordándome aquella obra de Taniguchi y Kusumi, El gourmet solitario (pinchar aquí para leer la reseña de esta obra), publicada por Astiberri donde el tema central y único era realizar un recorrido gastronómico por la cocina nipona), podemos adentrarnos en pequeñas historias, que a simple vista nos pueden resultar triviales, incluso insignificantes, capaces de obsequiarnos con multitud de sensaciones, demostrándonos que las cosas y actos más sencillos pueden tener su importancia y hueco en la historia privada de las personas y transmitir su vivo interés a nosotros como lectores. Desde, como ya he comentado, degustar y saborear los consabidos platos de la rica cocina japonesa con su gran variedad de propuestas culinarias, hasta llegar a disfrutar coleccionando teteras de barro, pilas usadas con algún significado por su fecha de fabricación, o simplemente visitar el típico mercadillo donde poder encontrar de todo, o hablar de beisbol, uno de los deportes más importantes del país del sol naciente, o hacer una excursión por las montañas en busca de setas, o pasar un día agradable en el campo durante la fiesta del cerezo en flor... y todo ello mientras se mantienen largas charlas (o no tan largas, según la ocasión lo requiera), algunas de ellas de relativa importancia en cuanto al contenido, solo por el mero placer de hablar y hablar, o haciendo memoria de hechos ocurridos en el pasado de ambos protagonistas. Una obra de sentidos y sentimientos muy en la onda de un maestro de lo "pausado" como es Taniguchi.
Dos personas de diferente carácter pero a la vez de actitudes parecidas. Él el típico profesor serio, metódico, exigente, culto pero lleno de curiosidad por las cosas y de trato afable a la vez que algo distante; ella la típica mujer sencilla, ensimismada, nada estridente ni histriónica y muy tranquila, llena de sentimientos, a veces encontrados, que no sabe hacerlos visibles y que salgan fuera de su interior… Dos personas solas en el mundo pero no porque la gente les rehúya ni por su peculiar carácter, si no que se sienten a gusto así, yendo a su ritmo, sopesando y reflexionando sobre el pasar del tiempo, incluso viviendo de los recuerdos, que un buen día volvieron a reencontrarse después de muchos años sin verse, congeniando al instante, necesitándose, sin a lo mejor ser conscientes, el uno del otro pero sin aparentar mantener o tener ningún tipo de relación personal o sentimental, solo el mero hecho de encontrarse, conversar, disfrutar del día y de las pequeñas cosas, quizás insignificantes, que da la vida, porque simplemente se llevan y caen bien, se compenetran y, sobre todo, aunque parezca una tontería, se sienten a gusto cuando uno está cerca del otro.
Pero a pesar de ser una simple y llana relación de amistad, veremos hacia dónde se encamina ésta, si continuará al mismo ritmo sin alterarse lo más mínimo o veremos si la misma sube un peldaño más que la conduzca hacia una situación incierta en un futuro cercano. Los que hayan leído la novela sabrán ya su final y los que no, habrá que esperar el desenlace de esta historia a través del manga de Taniguchi, porque si de una cosa estoy segura es que éste diferirá muy poco del escrito por Kawakami.
La edición de Ponent Mon hay que catalogarla como correcta, en tapa dura, y dividiendo esta adaptación en dos volúmenes que, aunque podría haberse reunido en un solo tomo, no resulta excesivo su publicación en dos partes, a un precio razonable respecto al número de páginas que contiene, en un papel que sí podría haber sido un pelín de mayor calidad, y en un sentido de lectura occidental.
Bueno, lo dicho ya hasta la saciedad una y otra vez: Taniguchi tiene un no sé qué, te transmite unas sensaciones en casi cada una de sus obras que, a mí personalmente, me hace disfrutar casi siempre de unos muy buenos y placenteros momentos de lectura de alta calidad, todo ello apoyado con un dibujo preciosista y detallista al mismo tiempo que sencillo y natural (y lleno de particulares onomatopeyas que aún resaltan más las posibles sensaciones que transmite la lectura). Esperemos continuar disfrutando del maestro mucho, mucho tiempo… son de esos placeres a los que vale la pena no renunciar jamás y saborear lenta, muy tentamente.
Un saludo cordial.
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