Son novelas de ciencia ficción porque plantean hipótesis de futuros de ficción, con un toque fantástico, envolviéndolo todo en un contexto tecnológico diferente al actual, donde surgen conceptos científicos provenientes de las ciencias sociales más que de las otras, donde el dilema de lo que es bueno o es malo para el ser humano llega a conformar una sociedad manipulada por clases dirigentes manipuladoras.
Fahrenheit 451 plantea esta cuestión. ¿De qué manera se puede hacer volver a la gente sumisa y obediente, feliz a la vez que irresponsable, fiel a unos principios pero sin discutirlos ni reflexionarlos en ningún momento? Pues simplemente cortando de raíz toda fuente de conocimiento: lo escrito, lo constatado.
Como el título bien lo indica (“Fahrenheit 451 = la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde”), la combustión de toda materia escrita históricamente por el hombre debe producirse por un equipo especializado de hombres, los bomberos, capaces de provocar incendios y no apagarlos, capaces de destruir y no regenerar, capaces de hacer perder la cultura de la humanidad para siempre y no salvarla. Destruir el papel, el papel manuscrito o mecanografiado, el medio capaz de poder hacer críticos a los hombres, de hacerlos reflexionar, de ser capaces de aprender de los errores cometidos para no volver a caer en ellos, el poder protestar para no claudicar ante poderes superiores…
Como el título bien lo indica (“Fahrenheit 451 = la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde”), la combustión de toda materia escrita históricamente por el hombre debe producirse por un equipo especializado de hombres, los bomberos, capaces de provocar incendios y no apagarlos, capaces de destruir y no regenerar, capaces de hacer perder la cultura de la humanidad para siempre y no salvarla. Destruir el papel, el papel manuscrito o mecanografiado, el medio capaz de poder hacer críticos a los hombres, de hacerlos reflexionar, de ser capaces de aprender de los errores cometidos para no volver a caer en ellos, el poder protestar para no claudicar ante poderes superiores…
Y aparte de destruir toda referencia escrita, ¿qué más se puede hacer para que la gente no piense? Pues volverla tonta, irreflexiva, sin posibilidad alguna de poder pensar. Y eso se logra con productos basura audiovisuales, programas que no hagan pensar pero que produzcan una felicidad, eso sí, transitoria, vacía, hueca, ficticia, que les llegue a inculcar que no hay felicidad más allá de las cuatro paredes del hogar de uno.
Ray Bradbury, junto a otros escritores de la época que intentaban mostrarnos hacia dónde ibamos, como George Orwell (1984), o de un predecesor de entreguerras como fue Aldous Husley (Un mundo feliz), quiere que pensemos, que veamos más allá de nuestras narices, de cómo unos pocos son capaces de mover y manipular a las masas y llevarlas a una vida aburrida e irreflexiva, tranquila sí, pero monótona. Y todo, ¿para qué? ¿para que seamos felices? No felices sino conformistas con lo que les rodea, y es donde el resurgir de una idea contraria en unos pocos cuesta que vea la luz, pero no imposible que se produzca en un momento dado.
Bradbury, en una lectura pausada y amena, llena de dudas e interrogantes, sabe transmitirnos perfectamente esa capacidad de atontamiento que tenemos las personas cuando estamos delante de la “caja tonta”. Una imagen en nuestra cotidianidad vale más que mil palabras, sí puede ser, pero debe ser una imagen con contenido de algún tipo, que te haga reflexionar sobre otras cosas, porque si no es una imagen que se evapora, se desvanece, es desechable, es un consumible de usar y tirar.
Truffaut hace una buena adaptación en la “gran pantalla” de la novela de Bradbury, naturalmente con aportaciones personales suyas (el metro de superficie, el juego de la misma actriz (Julie Christie) protagonizando los dos personajes femeninos principales (dándole un papel más relevante a Clarisse que la que tuvo en la novela), y mostrándonos la dualidad que puede haber en personas de la misma condición social, mayor protagonismo de los bomberos que el que tienen en la novela, periódicos donde las columnas son sustituidas por viñetas (“… uno puede ser feliz continuamente, se le permite leer historietas ilustradas o periódicos profesionales.”, escribe Bradbury en la novela), etc.), y eliminando otros (como el temible “Sabueso Mecánico” que aparece en la novela), o modificando algo el final de la película, dándole creo que un final más redondo que pasará a la historia del cine, con “lecturas” de gran fuerza que dan para reflexionar sobre lo importante que es la cultura de las letras. Y todo con el toque de esa ciencia ficción de los años 50/60, con prácticamente nulos efectos especiales, y con ese toque, en los diálogos y los encuadres, tan característico del cine francés de la Nouvelle Vague (de un Godard, por ejemplo), de un aire “pulp” o de cine “B” de bajo presupuesto, y del mismo Truffaut, donde los diálogos, intercalados con los silencios y los enfoques efectistas de cámara, con ese color tan “vivo”, acompañado todo con una banda sonora “penetrante” que produce intranquilidad y desasosiego, tienen preponderancia sobre cualquier tipo de espectacularidad propia de una película de ciencia ficción al uso. Es una película más para pensar que para ser consumida como simple entretenimiento de masas.
Destacar que el primer libro que Truffaut hace quemar en el film es “Don Quixote”, una de las obras cumbre de la literatura universal, y también curioso es ver que el libro que muestra más tiempo como va a ser consumido por las llamas es “The world of Salvador Dalí”, donde vamos viendo la obra del genial pintor a medida que pasan las hojas, y nos preguntamos si el director quiere plantearnos una reflexión, buscar un símil, que al igual que las obras de Dalí son surrealistas e irreales, igual de irreal y surrealista es quemar libros.
El actor, Oskar Werner, que encarna el papel de Guy Montag, sabe transmitir perfectamente lo que Bradbury quería monstrarnos: un personaje conformista totalmente integrado en una sociedad manipulada, obediente sin fisura posible, al que es capaz de poder introducírsele, en un momento dado, el comezón de la duda más simple que le haga despertar de su aletargamiento de tantos años. Un ser social y socializado que puede llegar a pensar y reflexionar individualmente, planteándose que la vida que vive no es tan de rosas como les quieren hacerles creer, y hay algo más ahí fuera…
En resumen, una obra cumbre de la literatura de ciencia ficción de todos los tiempos, magníficamente adaptada al cine, que nos hace reflexionar hacia dónde puede caminar la humanidad, que puede llegar a deshumanizarse si no se pone remedio a ello. ¿Son o no visiones e hipótesis tremendistas y exageradas? El tiempo, como siempre, dirá…
Un saludo cordial.
Un saludo cordial.
4 comentarios:
Quizá una de las cosas que más me llamó la atención de la película fue la saturación de los colores, como tú comentabas y la importancia del rojo desde el principio hasta el final. Curiosamente, el monorraíl sí existió –y yo que pensaba que era un decorado–, elemento que, junto a la mezcla de cemento y verde le dan a la película, a mi entender, ese sabor picante de la ciencia ficción distópica. Creo que es una adaptación digna, aunque alguna licencia me haya dejado muerto en la bañera.
Y también ese fundido en rojo fotográfico, junto a la preponderancia del rojo en todo el film, que potencia más aún una película donde el protagonista es el fuego.
Una ciencia ficción distópica en toda regla, pesimista pero,a la vez, optimista, con esperanza de que la humanidad recapacite, y haya un rayo de esperanza en su futuro.
Licencias en la adaptación, inevitables parece ser siempre, una película donde el director quiere aportar su visión de la novela, eliminando cosas y añadiendo otras. ¿Hablamos al final de la misma obra o de dos diferentes?
Es una película más para pensar. Excelente film.
alguen me puede decir el nombre de 3 filosofos que salgan a lo largo de la peli y algunas referencias filosoficas?
Esque tengo que hacer un trabajo y no lo encuentro. Merci
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