Soy consciente de que a este ritmo voy a viajar más bien poco, pero, desde luego, lo hago a lugares que he escogido previamente de una manera muy especial y con una organización tan largamente meditada (dos años de preparación da para mucho), que la planificación, el viaje en sí y el regreso hacen que continúe disfrutando durante largo tiempo de la aventura.
Uno de esos viajes redondos fue el que me llevó a la Bretaña francesa en el verano de 2003, con una ola de calor terrible que no llegué a sufrir excesivamente porque venía de una zona en la que, desgraciada y habitualmente, los veranos suelen ser realmente agobiantes. Francia siempre ha sido un país asequible, sobre todo porque sus medios de transporte son ideales para las que viajamos sin coche, y la Bretaña francesa el lugar ideal si una tiene especial predilección por las ciudades corsarias, las abadías medievales atrapadas por las mareas, los megalitos prehistóricos, la materia de bretaña, las ciudades medievales en las que parece que el tiempo se haya detenido, los viajes fluviales con el encanto de las esclusas, islas tan bellas que lloras casi al recordarlas, atardeceres rojos en el fin del mundo, costas escarpadas y mares infinitos, y faros, faros y más faros.
Le Cap (Suite Les Aspects de la Nature) de Henri Rivière
Con una pequeña guía de Bretaña que adquirí en una librería de mi ciudad (Faristol) que ya no existe, subimos al tren nocturno que nos llevó a París e iniciamos el circuito en Rennes, desde donde visitamos St. Malo, Dinard, Dinan y Mont-St.Michel; posteriormente nos trasladamos a Vannes, desde donde fuimos a Carnac y la Belle Île, para acabar recorriendo Locronan teniendo como base Quimper. Nos costó un poco comprar el billete de tren que nos llevaría a esta ciudad debido a un problema de pronunciación. Nosotros pedíamos un billete a Quimper (pronúnciese Quimper) pero no nos entendían. Después de mucho insistir el vendedor cayó en la cuenta de que lo que queríamos era un billete para Quimper (pronunciése KAMPEGG). Claro que ya deberíamos haber estado preparadas para estos cambios fonéticos porque uno de los momentos más divertidos del viaje ocurrió cuando una guía local de Dinan y todos aquellos franceses con los que recorríamos la ciudad se extrañaron de que no conociéramos a Tin Tin (pronúnciese Tan Tan), el famoso periodista belga, hasta que nos dimos cuenta de que referían a Tin Tin (pronúnciese Tin Tin).
En nuestro viaje no sólo callejeamos, descubrimos tiendas de cómics que, desgraciadamente, siempre estaban cerradas cuando llegábamos (los horarios en Francia son un poco bastante distintos a los nuestros), comimos crêpes y galettes hasta hartarnos, bebimos sidra de la Val del Rance y cerveza bretona, descubrimos el Kir bretón, las andouillettes, el Far bretón y las galletas de mantequilla salada, hicimos “shopping” y turismo cultural y nos quedamos boquiabiertas al descubrir, en una exposición temporal del Musée Départemental Breton, situado en el antiguo palacio de los Obispos de Cornouaille, en Quimper, la obra de un personaje polifacético, Henri Rivière (1884-1951), que fue pintor, litógrafo, fotógrafo y músico.
Lo que más nos llamó la atención, en cuanto entramos en la sala, fue pensar que estábamos ante una exposición de arte oriental, por la gran influencia de las estampas japonesas del Ukijo-e en aquellas obras expuestas, la misma influencia, el japonismo, que había inspirado al Impresionismo y al Art Nouveau.
El Ukijo-e (pinturas del mundo flotante, del mundo que fluye y pasa), estilo artístico más característico del período Tokugawa (1603-1867), utilizaba la técnica de la xilografía para popularizar dibujos detallistas y de formas simplificadas dispuestos en planos superpuestos, que representaban los paisajes, las costumbres y el modo de vida del Japón de la época, con colores planos y sin claroscuros. El paulatino aperturismo japonés, cuya brillante civilización había permanecido absolutamente aislada de las influencias occidentales hasta mediados del S. XIX, acabaría reflejándose también en el arte, permitiendo, con el tiempo, la incorporación de un mayor realismo en los temas y, sobre todo, la utilización de la perspectiva y la perspectiva siguiendo el modelo occidental.
17 - Yui (Cincuenta y tres estaciones de Tokaido) de Ando Hiroshige
Algunos de los mejores representantes de esta escuela japonesa fueron Ando Hiroshige (1797-1858), con su serie Cincuenta y tres estaciones de Tokaido, y Katsushika Hokusai (1760-1849), con su serie Treinta y seis vistas del Monte Fuji.
Estampa de la serie Treinta y seis vistas del Monte Fuji de Katsushika Hokusai
Si bien Rivière había empezado utilizando los mismos procedimientos que los artistas japoneses (xilografías), pronto adoptó la litografía, acentuando aún más el parecido oriental al eligir formas de disponer el dibujo poco habituales en Europa: en formato vertical (similar al kakemono (pintura que se desarrolla verticalmente), que si bien tiene origen chino, fue la primera forma que adoptó la pintura japonesa) o en formato apaisado (Oban), y, aunque había realizado diferentes series de grabados (Paysages Bretons, La Féerie des heures, Les Aspects de la nature, Le Paysage parisien, Au Vent de noroît, Le Beau pays breton, llegando incluso a parodiar la serie de Hokusai con su Trente-six vues de la Tour Eiffel), la exposición mostraba mayoritariamente xilografías y litografías en color cuya temática se inspiraba en los paisajes bretones, escenas costumbristas y de la vida cotidiana de sus habitantes (campesinos, marineros, pescadores), en sus tres elementos esenciales (mar, tierra y viento) y en los efectos cambiantes de la luz y de la climatología en la naturaleza.
A mí, que siempre me habían gustado las ilustraciones japonesas y era de las que pensaba que el no va más de la tranquilidad de espíritu se conseguía contemplando una imagen del Monte Fuji o de la Puerta Tori de la isla de Miyajima, en Hiroshima, me causó una gran conmoción pensar que había tenido que llegar a la Bretaña francesa para acordarme de la belleza de un país, Japón, al que, sin saber porqué había olvidado.
Por eso, en cuanto volví del viaje, y para resarcirme del error cometido, decidí orientalizarme un poco releyendo Seta de Alessandro Baricco, en su versión original en italiano y, buscando en Internet las estampas de Hiroshige y Hokusai que influyeron en Rivière, no sólo encontré a Utagawa Kunisada (1786-1865), a Kawase Hasui (1883-1957) y a Hiroshi Yoshida (1876-1950), cuyas ilustraciones son increíblemente bellas, sino algo que, en principio, parecía no tener nada que ver con todos ellos, ¿o sí?: El jarrón amarillo. Dos relatos de la tradición japonesa, primero, y El tapiz de seda y otras Leyendas Chinas, después, ambos de Patrick Atangan, publicados por Norma Editorial, dentro de la colección Canciones de nuestros ancestros.
Editados en formato apaisado, estas adaptaciones en cómic de cuentos clásicos tradicionales japoneses y chinos son, por su estética, por la meticulosa composición de sus magníficas ilustraciones, por la simplicidad de los detalles y el preciosismo de escenas llenas de magia, como un pequeño regalo para la vista y, por su temática, también para el alma, ya que estas pequeñas historias sacadas de la tradición popular, con su contenido ejemplarizante, defienden el valor de las cosas y el respeto por todo lo que nos rodea: la naturaleza, la vida, la libertad, el amor, los sueños, ... pero también el poder de la fantasía y de la imaginación.
Mientras que en primer volumen, la narrativa gráfica está acertadamente inspirada en el dibujo típico de las láminas del Ukiyo-e, con personajes que parecen actores del Kabuki, con rostros permanentemente empolvados con polvos de arroz y adoptando esas poses peculiares...
... en el segundo, sin embargo, el dibujo típico de la pintura china (trazos finos, colores vivos y pinceladas de tinta), es más caricaturesco, al menos en el primer y tercer cuento, pero las historias siguen estando llenas de poesía.
Pintura China
Cuando los miras no dejas de pensar que es una pena no poder leer todavía el tercer volumen de Canciones de nuestros ancestros (Tree of Love), sobre cuentos de la tradición hindú, que NBM Publishing publicó en EE.UU. el año 2005.
Saber esperar también es una virtud, ¿o no?
2 comentarios:
Bretaña es una de las regiones más bonitas de Francia. No mencionas la parte norte de la misma, la Costa de Granito Rosa, la zona alrededor de Perros-Guirec. Supongo que quedará pendiente para otra ocasión.
Como curiosidad, la mejor sidra bretona es la de Fouesnant.
Como siguiente etapa de un futuro viaje, te recomendaría que siguieras a Normandía, diferente pero igualmente bonita, puesto que has hecho una etapa, el Mont Saint Michel, puerta de Normandía.
Ya de paso podrías probar la sidra normanda.
Ya sabía yo que alguien que conociera la Bretaña se daría cuenta enseguida que me faltaba la zona norte por conocer.
Pues sí, está pendiente para un próximo viaje, y ya puestos no estaría de más incluir Normandía en el itinerario.
Publicar un comentario