Aquella imagen tenía para mí un no sé qué de lugar común, el déjà vu de una tarde de verano en una pequeña masía en la montaña, el recuerdo de una calle que no era sino el camino que llevaba hasta la era, una casa hecha de la unión de cuatro pequeñas casas, con puertas tapiadas, ventanas minúsculas, alacenas escondidas, agua fresca en los cántaros, piedras de río en la entrada, un desván con olor a espliego y tomillo, a poleo y manzanilla, el tic-tac de un reloj que vino de Montpellier, al que, colgado junto al candil, todas las noches daban cuerda para que no dejara de moverse la única varilla que conservaba, y cuyo sonido se quedó para siempre grabado en la casa y en mi memoria, un horno independiente junto a cuya puerta había un poyo en el que sentarse a esperar la conversación de los vecinos, ...
Todas esas cosas y otras que no os cuento me hicieron decidirme a comprar Caída de bici, de Étienne Davodeau, publicado por Ponent Mon, y, aunque tardé en leerlo, yo ya sabía, antes de empezar a hacerlo, que me emocionaría, quizás porque soy de lágrima fácil o porque aquellos días estaba especialmente sensible o porque me reconocí en las pequeñas cotidianidades de esa historia en apariencia intrascendente.
Los miembros de una familia se reúnen un verano en su vieja casa para vaciarla y dejarla en condiciones de ser vendida: un matrimonio, Clément y Jeanne, y sus dos hijos, Sarah y Jean, el hermano de la esposa, Simón, el sobrino de ambos, Jimmy, la anciana madre enferma de Alzheimer, Irène, un amigo de la familia que es casi un miembro más, Toussaint, y un obrero de la construcción y su aprendiz, Quentin, que están reformando la casa de enfrente. A todos ellos hay que añadir también los ausentes, Arnaud, el tercer hermano que no se habla con el resto de la familia pero que permite al menos que su hijo veranee con ellos, y el padre, fallecido cuando sus hijos aún eran jóvenes, en un accidente.

Aunque para mí uno de los personajes más tiernos es Irène, sobre todo en esos momentos en los que recupera la lucidez por un instante y reconoce aquello cuya presencia se irá desvaneciendo irremediablemente de su memoria, el que más me ha conmovido es el de Jeanne.
Supongo que había pensado que alguien como Davodeau no utilizaría el típico cliché de madre atenta, amante esposa e hija abnegada, pero la verdad es que el personaje, precisamente así, le ha salido bordado.
Jeanne parece ser la única que parece tener sentimientos en toda la historia, sentimientos que Clément le reconoce, pero que únicamente a ella le está permitido manifestar (ver la expresión de su cara en ciertas viñetas es todo un poema): es la que lleva a su madre a la cama, la que la refresca cuando tiene calor, la única que no se ve con fuerzas para soportar la situación difícil que comporta la enfermedad de su madre y su deterioro progresivo, no sólo físico, sino también cognitivo, la que llora desconsoladamente cuando Irène le dice que quiere volver a casa, la que la devuelve a la residencia de donde ha salido para pasar con ellos el verano, la única que la abraza antes de la separación definitiva, …
Desde el punto de vista gráfico, Davodeau ha sabido reflejar perfectamente la expresión de los rostros y la cotidianidad de los gestos gracias a sus primeros y medios planos. Su trazo acierta a describir con gran simplicidad, pero también con gran detallismo, el interior de la casa, las cenas en el jardín, las noches estrelladas, los paseos por el campo en bicicleta, el esforzado trabajo de los obreros de la construcción o el silencio de los pensamientos más escondidos.
Las imágenes se suceden a un ritmo lento y ordenado, lo que da esa sensación de tranquilidad que se respira durante la lectura, pudiendo llegar a imaginar tanto el silencio, como los sonidos que les rodean. Es de destacar también ese efecto tan especial que Davodeau le confiere a la luz, gracias a la utilización predominante de esos colores pastel, tan cálidos, y consiguiendo en los diferentes ambientes esa luminosidad tan característica de los atardeceres y que es una constante a lo largo de todo el cómic.
Caída de bici no sólo me ha gustado, sino que me ha impresionado gratamente su capacidad para jugar con mis recuerdos, y esa sensación es la que, generalmente, suele permanecer en la memoria.
2 comentarios:
Pues si que tiene buena pinta este comic. Y pensar que no me lo pillé, debido a que no le acabé de cogerle el tranquillo a su otra obra "La mala gente". No se que, pero había algo que me fallaba y me dejaba un poco frío en la historia, y eso que a priori me atraía la temática de los sindicatos, y todo lo que envolvió sus comienzos.
Por cierto Susana !!!!Felices fiestas!!!!!!
Puede parecer que es un poco triste, pero también tiene momentos divertidos y entrañables, y un final, a mi parecer, desconcertante.
Igualmente te deseo Felices Fiestas. Aprovecha, que aún quedan unos días.
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