lunes, mayo 14, 2007

EL MAGO DE OZ de David Chauvel & Enrique Fernández

Hay que ver el valor que damos a las cosas cuando aún somos niños. La infancia es lo que tiene. Lees un cuento y, te guste o no, su recuerdo te persigue por siempre jamás. Cuando el recuerdo es positivo decides, conforme vas creciendo, leer otras versiones del mismo cuento o incluso ver películas con adaptaciones que pueden dejar mucho que desear o, por el contrario, pueden hacer crecer aún más si cabe la ilusión que sentiste cuando leíste el cuento por primera vez y que te motivan a leer, de una vez por todas, el original, que ya has crecido y es hora de enfrentarse a la realidad abiertamente y sin ambages.

A mi me ha pasado con muchos cuentos, y aunque recuerdo especialmente Peter Pan y Pinocho, si tuviera que elegir diría que Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo han sido desde siempre mis favoritos, no en vano leí una la historia de otra niña que traspasaba, no un espejo, sino una puerta y se daba de bruces con un mundo que no era para nada ideal. Esta historia, que me pareció fabulosa, era la de Coraline, de Neil Gaiman, recomendada de manera insistente por Cristina, que no paró hasta que me compré el libro y le di la razón.

Sin embargo, hay historias que, no sabes por qué no has podido aguantar y sin una razón concreta llegas a la conclusión de que no te gusta y ni se te ocurre acercarte a la novela original. Y esa sensación es la que te persigue toda tu vida.

Eso me pasó con El maravilloso Mago de Oz, escrito por L. Frank Baum y publicado en 1900, del que únicamente había visto la versión cinematográfica (la del musical producido por la Metro-Goldwyn-Mayer en 1939, dirigida por Víctor Fleming (y por Richard Thorpe, George Cukor y King Vidor) y protagonizada por Judy Garland, ésa gracias a la cual todos los de mi generación tenemos siempre en mente el soniquete de las canciones “Over the Rainbow” o “Follow the yellow-brick road/we’re off to see the wizard”), de manera que, a pesar de haber empezado a verla varias veces, no alcanzaba nunca a saber qué les ocurría a los protagonistas cuando llegaban a la Ciudad Esmeralda y cómo conseguían cada uno que se cumplieran sus deseos.

Debió ser porque Dorita me parecía una niña extraña: no se me hacía creíble pensar que una niña que vivía una existencia anodina en Kansas en un lugar gris, solitario y desértico, con unos tíos que llevan una vida del mismo color (aunque al principio no debió serlo, evidentemente), y cuyo mayor deseo era ir “más allá del arco iris”, no prefiriera soñar con quedarse en este mundo imaginario, lleno de luz y color, para volver a la existencia inicial que compartía con sus tíos.

Además, ella, tan poco aprensiva como era, no sólo se ponía los zapatos de la malvada bruja del Este como si fuera lo más normal del mundo (Dios, es que eran los zapatos de un muerto!), sino que hablaba con naturalidad con brujas, espantapájaros, leñadores de hojalata o leones parlantes, como si lo hubiera hecho siempre, sin cuestionarse siquiera su existencia.

Lo normal en cualquier viaje iniciático es que el protagonista regrese al lugar del que ha sido separado para reiniciar con espíritu renovado una nueva vida, después de haber adquirido conocimientos a través de las experiencias vividas en las diferentes etapas del viaje y convertirse en aquello que realmente es; pero yo no acerté a ver la renovación por ningún sitio y me conformé durante años únicamente con la versión musical de El Mago de Oz que había visto hasta que tuve la suerte de encontrar, en la sección de literatura infantil de la librería Abacus, el cómic de David Chauvel y Enrique Fernández.

El Mago de Oz, tal y como nos lo cuentan David Chauvel y Enrique Fermández, publicado por la Editorial Glénat, es una adaptación en historieta del cuento de Baum, en un único volumen que incluye los tres tomos editados en Francia por la Editorial Delcourt. Es una versión más próxima al original que la película de Judy Garland: afortunadamente, la protagonista se llama Dorothy y no Dorita; los zapatos que utiliza para salir de Oz y que pertenecían a la malvada bruja del Este son plateados y no rojo rubí y el leñador de hojalata no lleva en su cabeza ese extraño embudo.

Se nota la experiencia cinematográfica de este dibujante e ilustrador que ha trabajado en películas de animación (Nocturna y El Cid, la leyenda) para productoras españolas (Filmax) y que, aunque trabaja principalmente en Francia, había publicado ya en España, también con la Editorial Glénat, el álbum Libertadores.

Sorprenden las características físicas de personajes cuyo diseño permite su rápida identificación (la triste apariencia de los tíos, los cabellos de Dorothy, la melena del León cobarde, el hacha del Leñador, las brillantes deducciones de un Espantapájaros sin cerebro, la pequeña y blanca bruja buena del Norte, los hombrecillos de azul del país de los Munchkins, los de verde de la Ciudad Esmeralda, los de amarillo del país de los Winkies o los de rojo del país de los Quadlings, la horrible bruja mala del Oeste y sus terribles lobos, el extraño Mago de Oz, la hermosa bruja buena del Sur, la cara de malas pulgas de Totó, el perrito de Dorothy, …), pero es precisamente el trabajo de Fernández como animador el que se ve reflejado en muchos aspectos de esos personajes y de las atmósferas que se describen en El Mago de Oz y que confieren un dinamismo enorme a la narración: la composición de las viñetas y las perspectivas de las imágenes, los primeros planos, los contrapicados, incluso la utilización de flash-backs para contarnos la historia de Espantapájaros, del Leñador de hojalata o la de los simios alados que obedecen a la corona de oro de la bruja mala del Oeste (con un dibujo completamente diferente al utilizado en el resto del cómic y que me recordaba a un auca, aunque no hubiera rima en los textos).

Si algo te engancha de este cómic es la luminosidad y el tratamiento del color: del color que lo inunda todo de luz (el rojo del país de los Quadlings, el verde de la Ciudad Esmeralda, los tonos de azul de las noches en el bosque, el amarillo de las campos salpicado del rojo de las amapolas), en contraste con la “ausencia de color” (esos grises y marrones verdosos) que utiliza para contarnos la vida de Dorothy antes de llegar a Oz, el nacimiento de Espantapájaros y la conversión del Leñador en un hombre de hojalata.

En un artículo preparado por César da Col para Imaginaria. Revista quincenal sobre literatura infantil y juvenil, Enrique Fernández explicaba cómo trabajaba en sus cómics. Me llamó la atención, sobre todo, que, tras realizar un storyboard de toda la historia con los diálogos, al comenzar a dibujar no confeccionara una página a la manera “tradicional”, sino que hiciera separadamente los dibujos en varios folios, que después los escaneara, los compusiera a su gusto en el ordenador para, finalmente, aplicar directamente el color “con un software llamado Painter”, que simulara “con cierto grado de realismo las técnicas de pintura tradicional”.

Y tanto que confiere un cierto grado de realismo, el resultado es realmente espectacular. Y es ese resultado el que me ha permitido ver con otros ojos la historia de Dorothy, la niña a la que un ciclón arrancó de Kansas y transportó a un país maravilloso en el que, tratando de salir de él para regresar a casa gracias a los zapatos plateados de una bruja malvada, al beso protector de una buena bruja y a la ayuda de un mago que vive al final de un sendero de baldosas amarillas, conoció a un Espantapájaros que deseaba un cerebro, a un Leñador de hojalata que deseaba un corazón y a un León cobarde cuyo único deseo era tener valor.

Y es que si Dorothy realizó su viaje al país de Oz, no fue para cambiar su vida, sino para dar sentido a la de los que habitaban en sus sueños, a la de esos personajes que permanecían aletargados y que corrían el peligro de no existir hasta que ella los encontrara y les concediera, si cabe, una segunda oportunidad para seguir viviendo en ellos antes de abandonar la niñez para siempre.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Unos dibujos excepcionales, de una bellísima persona.

Anónimo dijo...

Fantástico. Por fin se publica en España. Lo busqué por Paris y no hubo forma de encontrarlo...

Serán capaces en el próximo Salón del Comic de "amiguismos" y darle un premio a Enrique???

Anónimo dijo...

Fantástico. Por fin se publica en España. Lo busqué por Paris y no hubo forma de encontrarlo...

Serán capaces en el próximo Salón del Comic de "amiguismos" y darle un premio a Enrique???

Anónimo dijo...

Parece que si no dibujas superhéroes o si no perteneces al circuito gafapasta, tu trabajo no cuenta para los medios especializados. Aunque, como en este caso, se trate de un álbum estupendo y de un autor genial.

Y gracias a Susana por escribir de lo que le gusta, y no de lo que "mola".

Anónimo dijo...

Neil Gaiman tiene otra historia de puertas y mundos fantásticos que a mi me pareció muy buena (de hecho lei antes al Gaiman novelista que al guionista de comics): Neverwhere.

Susana dijo...

Desde luego BOBBLE HEAD FUN has dado en el clavo: escribo sobre lo que me gusta, y aunque sé que mis gustos son un tanto “eclécticos” y que no se me podría considerar nunca “la típica aficionada a los cómics”, la verdad es que me encanta emocionarme con los tebeos. O reírme, o, simplemente, escaparme con ellos para desconectar por un momento de todo lo demás, y eso sólo es posible si hay dibujantes como Enrique Fernández que lo hacen posible.

Anónimo dijo...

llegue aqui por casualidad y voy a buscar el comic porque tengo unas ganas inmensas de leerlo, tiene unos colores y dibujos alucinantes, ademas me estoy leyendo el libro original (y despues me espera wicked xD) asique cuanto más cosas reuna mejor ^^

Anónimo dijo...

llegue aqui por casualidad y voy a buscar el comic porque tengo unas ganas inmensas de leerlo, tiene unos colores y dibujos alucinantes, ademas me estoy leyendo el libro original (y despues me espera wicked xD) asique cuanto más cosas reuna mejor ^^