martes, septiembre 25, 2007

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS de John Boyne

Sería muy largo de explicar por qué el tema de la persecución de los judíos a lo largo de la historia se convirtió en una de mis obsesiones desde pequeña. Por lo que respecta a la historia contemporánea, sólo decir que influyó, por ejemplo, que mi hermana mayor tuviera que leer para clase El Diario de Ana Frank o que en aquellos años una cadena de televisión de las dos existentes emitiera series como Holocausto o QB VII y que fuera precisamente esta serie la que me llevara a conocer a León Uris y a leer con avidez, no sólo la novela del mismo título, sino otras del mismo autor, como Mila 18.

Aunque durante unos años mi interés por la historia medieval me mostró otra perspectiva temporal de la misma temática, acabé regresando a los orígenes por unas razones (las lecturas obligatorias en clase de italiano de La variante di Lüneburg, de Paolo Maurensig, o Se questo è un uomo, de Primo Levi; o un regalo de cumpleaños acertado como Los hermanos Oppermann, de Lion Feuchtwanger, o Nueve Maletas, de Béla Zsolt) o por otras (el descubrimiento, a través de las recomendaciones de Babelia, de Esta niña debe vivir, de Helenne Holzman o El humo de Birkenau, de Liana Millu, o de encuentros casuales en la librería, como Un saco de canicas, de Joseph Joffo, o El niño con el pijama de rayas, de John Boyne, por ejemplo).

Con todos esos antecedentes, era difícil no saber de qué iba la historia cuando vi la portada del libro editado por Ediciones Salamandra y leí el título, si bien lo que me llevó a leer la novela fue que estuviera dirigida a un público juvenil (contrariamente a lo que se dice en la contraportada), que contara la historia desde el punto de vista de un niño y que este niño no fuera judío.

El niño con el pijama de rayas se empieza leyendo como si de un cuento se tratara. Así te lo hace creer el tono infantil que utiliza el narrador, quien en todo momento te conduce por los intrincados pensamientos de Bruno, el protagonista de esta historia, te pone a su nivel y te muestra las cosas que le hacen feliz, las que le asombran, las que le extrañan, las que no comprende y las que le dan miedo y contra las que no puede luchar, relegándolas al silencio y al olvido.

Todo había ocurrido por culpa de aquel hombre importante que había venido a cenar (el Furias, diría Bruno incapaz de pronunciar correctamente la palabra), acompañado de la mujer rubia más guapa que Bruno había visto nunca. Desde ese día todos comenzaron a llamar “Comandante” a Padre, quien empezó a vestir un impecable uniforme nuevo con galones. Fue también por su culpa que Madre y Padre se chillaran más de lo normal, que la abuela Nathalie dejara de hablar con su hijo para siempre jamás tras una discusión el día de Navidad y que Bruno sintiera en él la mayor de las injusticias jamás cometidas al verse obligado a mudarse a otra casa que, por no estar, no estaba ni en Alemania, sino en Polonia, a un lugar llamado Auchviz, como diría Bruno con ese lenguaje tan suyo (que debe sonar como el Os Vais que aparece una vez en el texto en castellano, traducido del Out-With en el original inglés).

Allí donde vivirá en un futuro inmediato con sus padres y su hermana Gretel, que tiene doce años, no estarán sus mejores amigos para toda la vida ni la barandilla por la que se deslizaba por los cinco pisos de su casa, contando el sótano y la buhardilla. En Auchviz no hay calles, ni casas, ni vecinos como en Berlín, sino una larga alambrada que separa la nueva casa del árido terreno que hay detrás, de las cabañas y pequeños edificios, de las columnas de humo y de los hombres y niños vestidos con extraños pijamas y gorras de rayas que viven allí, que nunca están alegres y que tienen en la mirada una tristeza infinita y un miedo atroz.

Sin embargo, la aparente ingenuidad con que el escritor irlandés nos cuenta la historia, contrasta cruelmente con lo que sabemos que ocurrió allí en realidad, haciendo poco creíble la historia de Bruno:

Por una parte, no acaba de convencer cómo un comandante de las SS que tiene a su cargo un campo de concentración como el de Auschwitz y en quien el Führer tiene puestas tantas esperanzas, un hombre muy partidario de las reglas y poco dado a dar abrazos y a demostrar afecto, que si ha tenido éxito en la vida ha sido porque ha aprendido cuándo ha de discutir y cuándo obedecer órdenes, se despreocupe de la educación de su hijo y no le aleccione, como heredero de la gloriosa patria que se pretende reconstruir, en la ideología que representa y de la que sólo ha enseñado a su hijo cómo responder a determinado saludo (estirando un brazo al frente con la palma de la mano hacia abajo, levantando el brazo con un firme movimiento al tiempo que se grita Heil Hitler, dos palabras que para Bruno significaban algo como “Hasta luego, que tengas un buen día”) o a repetir sin convencimiento “Alemania es el mejor país del mundo. Nosotros somos superiores”, sin tener muy claro lo que quiere decir. ¿Cómo puede este hombre estar convencido de que el trabajo que realiza es muy importante para su país, que “lo que estamos haciendo aquí es corregir la historia” y que considera que “no son lo que nosotros entendemos por personas” esos que están al otro lado de la alambrada, ser al mismo tiempo el padre que regala a su hijo La Isla del Tesoro, el patrón que cuenta con el agradecimiento de la criada por su buen corazón al haberse ocupado de su madre o el marido que permite que su esposa eduque a su hijo en el respeto hacia los demás?

Por otra parte, el personaje de Bruno parece estancado, como si no fuera posible hacerlo evolucionar y crecer. Al principio es un niño que llega a un lugar desconocido, que se pregunta a menudo qué ocurre al otro lado de la alambrada y que intenta aclarar sus dudas interrogando a la criada, al camarero e incluso a su propia hermana, pero como nadie sabe darle respuestas convincentes, llega a la conclusión que lo mejor es quedarse callado y pasar desapercibido, sobre todo después de haber visto ciertas cosas que es preferible olvidar. Quizás Bruno es demasiado inocente, demasiado infantil para esos nueve años que vividos en otras circunstancias hubieran hecho de él un niño más despierto y desde luego mucho más maduro, y es que, transcurrido casi un año desde su llegada a la nueva casa, a duras penas ha averiguado que los que están al otro lado son judíos y que a los que están con él en su lado de la alambrada no les gustan los judíos, sin llegar muy bien a saber qué significa todo eso.

De Bruno te exasperan a veces la intrascendencia de sus conversaciones con Shmuel (“el punto que se convirtió en una manchita que se convirtió en un borrón que se convirtió en una figura que se convirtió en un niño” con el que comparte amistad, encuentros en el único lugar de la alambrada que no estaba vigilado (¿?) y fecha de nacimiento), su egoísmo, su incredulidad respecto a lo que le cuenta Shmuel que ocurre en su parte de la alambrada, su terquedad a la hora de reconocer que puede estar equivocado, pero, sobre todo, que no haya sido capaz de entender lo que pasaba. A pesar de todo, y aunque la proximidad del desenlace te produce una ansiedad angustiosa y se te hace difícil leer los últimos episodios (quizás porque ya sabes qué va a ocurrir), una no puede menos que recomendar su lectura, por lo menos antes que se estrene la película que Miramax-Disney está preparando bajo la dirección de Mark Herman.

11 comentarios:

Melissa dijo...

Estoy totalmente de acuerdo contigo, éste libro es uno de los mejores que me he leído ( y no han sido pocos ) Realmente engancha, por su argumento, su lírica, la forma de escribir del autor, expresiones como "tonta de remate" que te transladan, como si de un viaje astral a através del tiempo se tratara, a tu niñez.

Me gusta.

No sabía que iban a hacer una película :o

Saludos!

Susana dijo...

Gracias por tu comentario, Melissa.
Pues sí, la factoría Disney está preparando la adaptación al cine de la novela. Sin embargo, la introspección de la lectura provoca sensaciones muy distintas a las que pueden tenerse ante la gran pantalla. Una de ellas es precisamente esa, la de cerrar los ojos y viajar en el tiempo para retornar a la niñez.
Un saludo.

Anónimo dijo...

me lo icieron leer para el cole , y cuando lo coji no pare , la verdad es ke me ha gustado muxo ..pero ese el furias ke es el jefe del padre de bruno ..realmente kien es ?

Susana dijo...

Está bien que os recomienden lecturas como ésta en el cole. El "furias" de Bruno es el Führer, Adolf Hitler.

Anónimo dijo...

me mandaron leer stae libroo en el colegio y me encantoo, se lo recomiendo a todo el mundo q luche x sus ideales y x un vida mas justa aunke antes alla pasado lo peor ke te puedes imaginar para poder lograr lo ke kieres , LEERLO X FAVOR tengo 15 años y este libro me e exo reflexionar sobre muxos aspectos de mi vida y sobre kosas ke kiero kambiar. bss y peace and love

Anónimo dijo...

Hola!! No me conoces, por supuesto, ni yo a tí. Pero solo quería decirte que estoy bastante de acuerdo contigo y que creo que tengo respuesta a esa extraña ambigüedad que presenta "Padre". Creo que simplemente no cree en todas las ideas nazis, simplemente es un hombre que quiere lo mejor para su familia, y no quiere que su hijo siga sus pasos...
Bueno, ¡yo ya no tengo nada más que decirte! ¡Un saludo!

Susana dijo...

Posiblemente ésa era la intención del autor, aunque en la realidad dudo que hubiera sido posible. Después de todo, El niño con el pijama de rayas es una novela y, como todas las novelas, ficción.
Un saludo.

azuka dijo...

Con todo respeto acabo de terminar de leerlo, como dice susana es ficción y vaya que ficción de seguro es poco lo que nos cuentan como se vivio en los campos de concentración y más aún para niños tan pequeños... al final de la historia llore mucho, tengo un niño de siete años y para el todo lo que digo es cierto asi sea ficción, dura y fuerte historia, en principio dure un mes para pasar de la página 10 cuando lo logre solo queria terminarlo.

Susana dijo...

Si has leído sobre el tema y has llegado a hacerte una idea, aunque sea aproximada, de lo que ocurrió en realidad en los campos de concentración, se te hace difícil leer determinados capítulos y, sobre todo, los últimos. Aunque te des cuenta de cómo ha "suavizado" el autor esta dura historia, no puedes dejar de pensar en lo ocurrido.
Tengo que reconocer que yo también lo leí con un montón de "basurita en el ánimo", con una infinita tristeza que crecía hasta convertirse en angustia conforme me aproximaba al final, así que creo entenderte.

Anónimo dijo...

estoy haciendo un trabajo de este libro y tengo una pregunta que no he encontrado ningún sitio donde resolverla y me gustaría que me ayudarais, es la siguiente: ¿a qué oficial nazi representaría el padre de Bruno en la ficción?
gracias

Susana dijo...

La verdad es que no sabría contestar a tu pregunta. Aunque no tengo información al respecto, no creo que el autor pretendiera basarse en un modelo real para crear el personaje del padre de Bruno. Quién sabe.