Nada más fácil que preguntarle a su guionista sobre la posibilidad de contar con una historia dirigida al público infantil y juvenil que hiciera realidad la petición de sus hijos y, de paso, las delicias de lectores de todas las edades, para conseguir que uno de esos proyectos desarrollados por Juan Díaz Canales y su esposa, Teresa Valero, en su estudio de animación para futuras series de televisión, y que permanecía encerrado en un cajón, viera la luz convertido en Brujeando.
Publicado por Norma Editorial a finales de junio pasado, ¡Se acabó la magia! es el primero de una serie de tres volúmenes que está teniendo una gran aceptación en Francia. Allí Sorcelleries. T1 “Le ballet des Mémes”, publicado por Dargaud, ha conseguido el Prix du Graphisme 2008 en la 20ª edición del Festival BD de Solliès-Ville, teniendo previsto la editorial que el segundo (Sorcelleries. T.2 “Que la lumière soit fête!”) salga a la venta el próximo 31 de octubre.
Aunque ambos, guionista y dibujante, tienen una gran experiencia en el campo de la animación (Valero trabaja en Tridente&Monigotes.Animation y Guarnido en los estudios que la Disney tiene en Montreuil, cerca de Paris, desde 1993), para Teresa Valero ésta es su primera incursión como guionista en el mundo de los tebeos, mientras que Guarnido ya conoce sobradamente el éxito como dibujante de cómics (empezó dibujando en fanzines y en la edición española de Marvel Cómics (Forum-Planeta de Agostini) y acabó, de momento, con esa obra maestra que es Blacksad, con la que él y Díaz Canales no han dejado de cosechar premios desde el año 2000).
Abstraídos por una irritante sociedad de consumo que ha sustituido el poder de la magia por un poder aún mayor llamado televisión, los humanos olvidamos el papel que los hechizos habían desempeñado en nuestras vidas, dejando de necesitar a los seres que los habían hecho posible y a los que habíamos recurrido para salir airosos en situaciones adversas o para celebrar sus ritos, camuflando las costumbres paganas en meras festividades religiosas.
Y mientras permanecíamos ajenos a lo que ocurría en ese mundo de fantasía, el orden imperante en el Reino de las Hadas se veía alterado por un repollo -o sea un bebé de hada- que había decidido abandonar el parvulario -o sea el huerto en el que las bellas hadas cosechan a sus crías- para buscar un destino distinto al que le correspondía por su condición. La huida del pequeño provoca la cólera de Titania, la Reina de las Hadas (“Mil veces os tengo dicho que tenéis que vigilarlos, ¡Que algunos maduran antes y se escapan de los campos...”); como si no tuviera bastante con el estrés que le produce la abrumadora responsabilidad de la maternidad; con aguantar al aburrido de su marido, el rey Oberon, que desde que los humanos dejaron de necesitarle se pasa el día disfrutando del noble arte de la papiroflexia con el inefable duende Puck, o con hablar siempre en verso, como si de un perpetuo Sueño de una noche de verano se tratara. Así que, dando muestras de su irascible carácter, envía a las ineptas hadas en busca de la criatura, privándolas de lo que realmente les interesa (la peluquería, los desfiles de túnicas, las reuniones para tomar ambrosía, las cremas, los perfumes y los conciertos de arpa y lira) hasta que aparezca.
Pero, ¿a dónde ha podido marcharse ese engendro maligno donde los haya? Al mundo de las más odiadas enemigas de las hadas: las brujas. Despertándolas por la noche al golpear el cristal de la ventana, el repollo llega a la casa de tres brujas tan cargadas de manías que hasta parecen humanas: Sortílega, comedora compulsiva, obsesionada por las dietas y especialista en pociones; Brygia, un exacerbado instinto maternal totalmente desaprovechado que, a falta de hijos propios, suple con un amor desmesurado hacia los sobrinos adoptivos, y Febris, la hipocrondríaca del grupo, en la fase hipersensible en que todas las enfermedades psicosomáticas han comenzado ya a somatizarse. A la vieja casa que comparten, disfrutando de su “libertad de brujas maduras”, con Paddock, el sapo, y Malkin, el gato negro, no llega un repollo cualquiera, es uno que vuela sin escoba, tiene poderes, muy mala baba, un rostro angelical y una larga y cegadora cabellera rubia que, a pesar de los intentos de Brygia, difícilmente puede camuflarse debajo de un sombrero de bruja. A pesar de la desconfianza que provoca en Sortílega (es como tener el enemigo en casa, porque en el fondo el repollo no deja de ser un hada), ha llegado para quedarse y llenar el vacío que dejaron David Choppedbeef, Tallarín y Panacea, otros niños a los que cuidaron antes, pero que crecieron y acabaron marchando al mundo de los humanos (no sabría decir a quien se parece Panacea, una escultural mujer de cabellos verdes que nos desestabiliza cuando abre la boca y nos muestra esos puntiagudos y afilados dientes, pero ¿quién no reconoce a estos dos magos tan famosos?).
Hazel (así llaman al pequeño bebé-bruja-repollo sus madrinas), no será la única sorpresa que reciban sus tías adoptivas. Contratados para amenizar con una magia hasta ahora ignorada por todos la fiesta de Walpurgis -que se celebra cada 100 años, la noche del 30 de abril, y en la que se dan cita los más terribles monstruos, magos, brujas, fantasmas y demás criaturas del lado oscuro-, llega su adorada sobrina Panacea, enamorada hasta el tuétano de su esposo Rex Spot (lo que no quita que sea un insoportable, engreído, fatuo y petulante guaperas que pretende cambiar el anticuado modo de vida de las brujas metiéndolas de lleno en el imperioso e irreflenable mundo del consumo, la televisión, los concursos, los anuncios, las nominaciones y los sms), y su hija Hécate, una adolescente rebelde en permanente estado de iracundia, como corresponde a su edad, y una expresión adusta que ya le pasará factura cuando sea mayor y se queje de las arrugas de expresión que se le han quedado grabadas a fuego en el entrecejo. Ni que decir tiene que la celebración tiene un éxito rotundo que se recordará durante mucho tiempo, y es posible que incluso llegue a retransmitirse por televisión.
Seguro que el público infantil habrá quedado encantado con las situaciones divertidas provocadas por las brujas y los despropósitos de Hazel en esta historia, magníficamente narrada por Guarnido en un registro muy distinto al habitual. Se nota la influencia de la animación Disney, con un dibujo mucho más rápido a la hora de confeccionar, según indica el propio autor, muy dinámico, expresivo y humorístico, pero también muy irónico, lleno de metáforas y dobles sentidos, que no tiene el realismo de sus otros trabajos ni tampoco el color, ya que ha cambiado la acuarela por el color digital.
Pero si el dibujo de Brujeando parece concebirse para un público infantil de edades comprendidas entre los 7 y los 12 años, el intervalo de edades se queda corto si tenemos en cuenta el guión y los múltiples niveles de lectura que pueden extraerse y que, por unas razones u otras, parecen dirigidos en especial al público adulto, que en este caso sale ganando, de ahí la necesidad de una lectura compartida para que los más pequeños entiendan al menos por qué nos reímos tanto de lo que estamos leyendo:
En primer lugar, por los propios personajes, que no son sólo una exageración de los estereotipos a los que representan (las hadas son jóvenes, bellas, refinadas y distinguidas; las brujas más bien feuchas, chabacanas, ruidosas y de edad respetable, por no hablar de cómo son los maridos), sino que reúnen en ellos los típicos tópicos que identifican a determinados modelos de mujeres y a cierto tipo de hombres, y, precisamente por ello se nos parecen más de lo que estamos dispuestos a admitir.
En segundo lugar, por los juegos de palabras y los diálogos, en algunos casos difíciles de captar por los más jóvenes, que quizás no hayan vivido aún situaciones similares, pero que resultan realmente graciosos para quienes sí lo hemos hecho. Hay frases memorables que una no llega a subrayar en rojo, pero que han sido anotadas oportunamente para utilizarlas en ocasiones más propicias, dotadas como están de la ingeniosa capacidad de decir lo más adecuado con las palabras justas y en los momentos más oportunos (“Parece un idiota, pero si nuestra Panacea le ha elegido por esposo... el amor será ciego, pero ¿sordo?”, “¿de dónde lo has sacado hija?”, “¡Lo diento, Dodtilega! ed el apadato... ¡No me acodtumbro!”, “¿En qué hemos fallado? Tantos cuidados, los mejores grimorios, taumaturgos particulares, veranos en Transilvania... y todo ¿para qué? ¿para acabar con ese imbécil...!”,“Está enamorada.... ya sabes que es una dura prueba para la dignidad”, “Y pensar que comparto con ellos parte de mi material genético...”).
Y en tercer lugar, descubrir los guiños que los autores nos han dejado para encontrar, como en los juegos de ¿Dónde está Wally? o ¿Quién es quién?, a los personajes que aparecen en el horror vacui de las abigarradas viñetas que describen la fiesta de Walpurgis y de reconocer en ellas, desde los auténticos monstruos (como Hitler y Stalin) a aquellos que vinculamos con la infancia, como Triqui, el monstruo de las galletas, Popeye o Azrael y Gargamel, pasando por los superhéroes, los zombies disfrazados de Michael Jackson, los monstruos de toda la vida, los del cine, los de la literatura o los de la música (Supermán, Nosferatu, Frankenstein y Igor, la Momia, el Hombre Lobo, John Wayne, Freddy Kruger, King Kong, Louis Armstrong, Dracula, Quasimodo o Salvatore, el jorobado de El Nombre de la Rosa...).
Bajo la atónita mirada de Paddock y Malkin, Hazel hace prácticas con la escoba voladora. Ella no la necesita, pero si quieres ser una bruja, mejor parecerlo (dibujo de Gonzalo Vázquez)
A ver si no tarda en publicarse en castellano el segundo de los volúmenes. Siempre está bien reírse de una misma, sobre todo si es reconociéndose a través de personajes de tebeo.
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