martes, noviembre 27, 2007

EMIGRANTES de Shaun Tan

Ahora ya no, pero durante años, cuando era pequeña, la palabra emigrante me llevaba inexorablemente, como un reflejo condicionado, hasta la Isla de Ellis y a la imagen de tres hermanos sentados en sus sillas frente a un televisor en blanco y negro, con la boca abierta y el corazón encogido, viendo desembarcar un reguero de gentes cargadas de maletas y capas de ropa provenientes de allende los mares, desfilando hacia un gran edificio en cuyo interior una larga escalera les conducía a las diversas dependencias en las que funcionarios de uniforme anotaban su nombre en un libro de registro, les sometían a un reconocimiento médico y les hacían pasar la cuarentena antes de permitir su acceso al país de las oportunidades en el que, previsiblemente, podrían comenzar una nueva vida.

Este verano he vuelto a tener la oportunidad de recordar aquellas imágenes con Emigrantes, la obra de Shaun Tan, publicada en España por Barbara Fiore Editora. Tan es un escritor e ilustrador australiano nacido en 1974, de padre emigrado a Australia desde Malasia y madre australiana. O sea que conocía de primera mano el tema cuando, tras años de trabajo e investigación, y con material extraído en parte de su propio entorno familiar, sacó a la luz este libro sobre las circunstancias que les toca vivir a aquéllos que deciden abandonar su hogar para marchar a un país extraño. Como en él no hay referencias culturales concretas, los lectores podemos reconocerlas o identificarlas arbitrariamente, imaginando las procedencias y los destinos de los protagonistas e interpretando la historia a nuestra manera.

Aunque una puede encontrarlo junto a otras obras del mismo autor en la sección de literatura infantil y juvenil de las librerías (El árbol rojo y La cosa perdida son francamente recomendables), su "lectura" no tiene por qué limitarse únicamente al público infantil. Y digo su "lectura" entre comillas porque no hay texto alguno, ni bocadillos en las viñetas que nos indiquen qué piensan o qué dicen los personajes. Ni falta que hacen aquí las palabras, todo hay que decirlo: nos hablan sus gestos, las expresiones de sus rostros, sus ojos y sus manos, así que basta con recrearnos en la multitud de mensajes inherentes que emiten los símbolos y las metáforas que parecen en las imágenes. A falta de un texto que pueda captar excesivamente nuestra atención frente al dibujo, éste se convierte en el verdadero protagonista.

Éste es uno de los recursos que el autor utiliza para que el lector sea capaz de entender las dificultades por las que pasa el protagonista para adaptarse a su nuevo país: le hace partícipe así de su desconcierto, de su perplejidad ante un idioma que no entiende, de su desconocimiento de las cosas más simples y triviales de la vida cotidiana (utilizar los medios de transporte públicos, identificar para qué sirven los objetos que tiene a su alrededor, dónde comprar comida o reconocer qué es comestible, orientarse en las calles de la ciudad, buscar un lugar donde dormir, "acostumbrarse" a unas costumbres tan distintas a las suyas y a unos animales domésticos que en apariencia nada tienen que ver con los que él había visto antes).

Tan nos muestra la soledad inicial del emigrante, pero también el optimismo que sugieren las imágenes de apoyo que recibe de otros que llegaron antes y que como él dejaron atrás toda una vida para empezar de nuevo, huyendo de los monstruos que les oprimían: la guerra, la explotación, la pobreza, el hambre, el miedo, ..., colas de dragón que sobrevuelan edificios, botas militares que atenazan, soldados marchando hacia una muerte segura, ...

Shaun Tan no ha hecho únicamente un libro de ilustraciones sobre la emigración. En su estilo y estructura han influido tanto los recursos del arte secuencial como las técnicas cinematográficas. Las viñetas nos recuerdan a los storyboard, pero también a los fotogramas de una película de cine mudo. Las ilustraciones a lápiz parecen esas antiguas fotografías color sepia de principios del siglo pasado. Elementos seleccionados previamente se entrelazan como en un collage hasta configurar el aspecto externo del libro como el de un peculiar álbum de fotos, pero también (esa fue la primera impresión que tuve en cuanto lo vi) la de un libro de registros, uno de esos documentos administrativos en los que quedaban anotados los datos de los que acabarían siendo los nuevos ciudadanos del país que los acogía. En las ilustraciones de página entera se recogen los elementos fraccionados anteriormente en fotos fijas; imágenes hiperrealistas se mezclan con otras de mundos imaginarios y surrealistas, con escenas futuristas propias de ciudades fantásticas. Se nota la influencia de la ciencia ficción de los primeros trabajos del autor.

Dividida en seis partes, la historia empieza con un pájaro de papel, un reloj, un sombrero, una olla, un dibujo infantil, una tetera humeante, una taza de té, un billete de barco, una maleta abierta, una fotografía familiar que de pronto se pone en movimiento porque alguien la toma, la envuelve y la guarda en la maleta que una mano cierra, mientras otra mano se posa sobre ella para darle todo el amor del mundo. Después, una ilustración a toda página permite reconocer en la habitación todos los objetos que individualmente hemos ido viendo por separado para llegar a comprender que se trata de una despedida.

En las siguientes se suceden el viaje en barco, la llegada al país y su choque con la burocracia, la búsqueda de un lugar donde vivir y de un trabajo que desempeñar, el encuentro con otros emigrantes que vivieron la misma experiencia y ahora se han adaptado perfectamente a su nuevo hogar, la soledad de la espera, la reagrupación familiar y el comienzo de una nueva vida.

Hay detalles que te emocionan y detalles que te hacen sonreir tras percibir sus pequeños matices: el roce de las manos en la despedida; las miradas de la niña ante circunstancias que no entiende; las diferentes nubes de los diferentes cielos durante el viaje en barco y el transcurrir de las estaciones (y es que el tiempo pasa y nada volverá a ser lo que ha sido); los peces voladores; las cartas utilizadas para practicar la papiroflexia; lo diferentes que resultan ser los funcionarios que llenan de sellos el permiso de residencia del protagonista, los recuerdos de juventud de un anciano; la simpatía de los animales domésticos; la variada originalidad de los alimentos, ...

Comparad las ilustraciones de la primera parte con las de la última, los paralelismos entre objetos tan distintos en apariencia y tan iguales en funcionalidad y las diferencias que se aprecian en los rostros de los protagonistas que aparecen en ambas.

El autor trata de mostrar que es posible adaptarse a una situación nueva, a pesar de las dificultades que ello comporta de ruptura con lo que quedó atrás y tener esperanza en el futuro que comienza en el nuevo país, sobre todo cuando la familia ha logrado reunirse. Y, como siempre, los que lo tienen más fácil para volver a empezar son los niños.

Un libro del que merece la pena disfrutar y que admite todas las relecturas del mundo.

2 comentarios:

Kalashnikov dijo...

Del mismo autor te recomiendo "El árbol rojo", también editado por Barbara Fiore. Es más breve y menos realista, pero igualmente precioso.

Susana dijo...

Ya me costó decirme en la librería entre "El árbol rojo" y "La cosa Perdida" y, aunque al final me decidí por éste último, estaba segura de que volvería a por el primero. Tu recomendación me confirma la buena impresión que me causó.