miércoles, octubre 31, 2007

DIARIO DE UN FANTASMA de Nicolas de Crécy

Que un fantasma como visión quimérica, como aparición desde el más allá, es algo que puede ser fantástico o real, siempre dependerá de lo que piense cada uno sobre ello. Que también puede ser una persona que tiende a la presunción de forma entonada, es otra posibilidad sin duda. Pero que los dibujos sean, de alguna forma, como una especie de fantasma a partir del momento en que se deposita el trazo, en que termina la acción de dibujar, quedando de forma inmutable y momificada sobre el papel, pareciendo que está muerto al plasmarse como dibujo, pero que cuando se percibe como un conjunto en toda la obra, éste, se ve como impregnado de algo que hace que cobre vida. Ésta es sin duda, una definición de fantasma cuando menos curiosa.

Ésta es la historia de un fantasma un tanto atípico que busca encontrar su identidad a través de dos viajes formativos, uno a Japón y otro a Brasil, para reforzar sus creencias por lo que más ama, el dibujo. Si de algo se puede tildar esta nueva obra de Nicolas de Crécy es, sin duda, de extraña, experimental y metafórica, pero sobre todo de intimista. Nos veremos envueltos en un viaje a la consciencia de un autor que pretende saltarse todas las normas, todas las realidades, para iniciarnos en un tour a través de sus miedos y fantasmas. Pero, ¿por qué tanto miedo por sus fantasmas?

Es obvio que el desnudar los secretos de uno como dibujante puede llegar a causar pavor a más de uno. Sobre todo cuando ese puente onírico entre el creador y sus sueños, entre sus dibujos y su percepción de las cosas, se ven plasmados con dibujos que son como objetos lanzados sobre la página, se mueven libremente y dependen no sólo de sus emisores, sino también de la interacción entre ellos y hacia el receptor. La necesidad de un tiempo para poder digerir y desconectar el trazo de su modelo, a la vez que conectar con ese romanticismo que parece que se ha echado a perder, ese arte auténtico y sincero, cuyo objetivo no es buscar un resultado cómodo y apetecible para el autor, y que, sin duda, no acaba de ser satisfactorio, bien sea por atajos fáciles, tics difíciles de controlar o métodos ya aplicados mil veces, pueden también acabar por transformarse en esos fantasmas que parecen perseguir a todo autor durante su vida artística.

Ser creativo y, a la vez, estar en comunión con uno mismo, no debe ser fácil. Tener que controlar el trazo, hacerlo simple pero directo, consiguiendo llegar a ese punto en el que cobra tal fuerza que consiga que no se deshaga a los ojos del autor, en el momento de su creación, tiene que ser algo realmente complicado.

Nicolas de Crécy es sin duda un autor personal. Pocos hay en el mercado de los cómics como él. Su obra siempre ha tenido ese punto tan particular de contarnos las cosas, de introducirse a los ojos del lector, desde una vertiente a medio camino entre lo real y lo irreal, intentando que esa especie de parto tan difícil de llevar a cabo no sea impedimento para podernos expresar de una forma tangible, todas sus ideas y experiencias. Se nos revela como alguien al que no le gusta la manipulación, ni los bonitos discursos, alguien que no consiente sufrir ataduras que resientan su obra de alguna forma.

Leer este cómic es conocer a De Crécy, amar lo que el ama, odiar lo que no le gusta, pero, sobre todo, descubrir lo que él siente por el dibujo, el por qué de sus dibujos y el por qué de su amor por dibujar. Él mismo lo dice "Dibujar es lo más natural en mí, lo más excitante, un objeto sentimental, una construcción, una energía, una liberación, un apoyo, casi una respiración. Dejo que mi trazo corra sin intentarlo detenerlo". Él mismo se siente como un fantasma que cobra consciencia, siente que está por algo, pero que, aún con todos sus esfuerzos, le resulta imposible percibir ¿qué es realmente? ¿quién conduce su existencia? ¿su identidad? ¿sus propias acciones?

Algo borroso y poco definido es cómo se siente este fantasma, como si flotase sobre un proyecto abstracto con el que no encuentra una forma detallada que tener. La verdad es que se esfuerza en mantener su forma de una manera fluida, compacta, controlable, pero ésta se resiste y tiende a deshacerse, desbaratarse, deformarse.

Un fantasma sin forma definida no es nada extraño, pero un dibujante sin identidad definida sí que lo es.

Sin duda, una autentica gozada de lectura (publicada por la Editorial Ponent Mon) que no os debéis perder. Avisados estáis.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ok.... no entendi lo que yo buscaba era leer el libro pero en ninguna pagina lo encontre seria genial si pudieran publicarlo.