jueves, marzo 27, 2008

EN BUSCA DE PETER PAN de Cosey

Aunque un poco tarde, hemos hecho caso de las recomendaciones de BD que Juanmi hizo en este blog las navidades pasadas.

El integral En busca de Peter Pan, con guión y dibujo de Cosey (con la “amistosa participación”de François Mattille en el guión de la segunda parte), publicado a finales del 2007 por Planeta DeAgostini en la colección Especial BD, promete un sano ejercicio de nostalgia a los que como yo han cometido el imperdonable error de no haber leído con anterioridad ninguno de sus trabajos, a pesar de saber de su existencia y de haber disfrutado de joven con las aventuras de Buddy Longway y Yakari, de Derib, con quien Bernard Cosendai (Suiza, 1950) trabajó durante años.

A la recherche de Peter Pan había sido publicado primero en la revista Tintin en 1983 y posteriormente, en 1984 y 1985, por Editions du Lombard, en sendos volúmenes, dentro de la colección Histoires et Légendes. Había supuesto para Cosey abandonar por un tiempo la serie Jonathan, que llevaba publicándose desde 1977, con la intención de hacer algo diferente, pero sin dejar de lado su temática habitual: el hombre en busca de sí mismo y de su pasado, los viajes, las montañas, la nieve... Contrariamente a lo inicialmente previsto por la editorial, la historia de un escritor inglés que transcurre poco antes de 1930 en las nevadas montañas del cantón de Valais, contó con una gran aceptación por parte de los lectores, que continúa hasta hoy en día, y fue galardonada con varios premios.

El integral está dividido en nueve capítulos, un epílogo y una introducción de André Guex sobre El Valais, de manera que los lectores podemos hacernos una idea del tiempo y del espacio en el que va a desarrollarse la acción y comprobar que Cosey ha pretendido con este trabajo hacer un retrato geográfico y sociológico, casi etnográfico, de una región que conoce muy bien.

Tras dos novelas de gran éxito, Melvin Z. Woodworth, pseudónimo de Vlatko Z. Zmadjevic, llega a Ardolaz, un pequeño pueblo de los Alpes suizos, en busca de inspiración para su tercera novela, escapando de la instigación a que le somete su editor, quien ya le ha abonado parte de los derechos que le corresponden por esta nueva obra. Tras esta “huida” se esconde en realidad el deseo de descubrir el secreto que su hermano mayor, Dragan -fallecido diez años antes en este lugar recóndito, condenado a desaparecer bajo la nieve y el hielo, al que había llegado llevado por su amor a la música- se encargó de ocultar a la familia para no decepcionar a su padre, cuya mayor aspiración era que sus hijos dejaran atrás la miseria en la que habían vivido siempre. Se esconde también, en el fondo, la necesidad de Melvin de reencontrar en sí mismo la ilusión del niño a quien su hermano mayor había regalado la novela de J. M. Barrie, Peter Pan, cuya lectura no había sido ajena a su decisión de consagrar su vida a la escritura, y que había hecho posible que su sueño se hiciera realidad.

Los primeros días de su estancia en Ardolaz son los más interesantes: Melvin se integra fácilmente entre los hombres que en invierno pasan la mayor parte del tiempo en el café bebiendo, fumando, jugando a las cartas y contando historias sobre falsificadores de monedas y antiguos pueblos sepultados por el glaciar; conversa con los turistas, poco frecuentes al inicio de la temporada, y recorre en silencio las calles cubiertas de nieve del pueblo en el que tiene previsto pasar dos meses.

En cada viñeta se descubren y describen detalladamente, como en una fotografía que eterniza para siempre un instante, las costumbres y formas de vida de esta comunidad rural: las casas y construcciones características (los “mayens” y sus “raccards” abandonados en invierno, los canales de irrigación...), el interior de los hogares y el mobiliario y ajuares de que disponen, la indumentaria tradicional, las labores propias de las mujeres (lavar la ropa en un lavadero sin cubrir rodeado de nieve, hilar la lana, batir la mantequilla...), la gastronomía típica (el pan de centeno, la miel y los quesos del país, el vino “Fendant”, la elaboración de la “raclette” al aire libre, el aguardiente de pera, el chocolate...), la manera de rendir culto a la muerte, las máscaras de carnaval, los juguetes de madera...

Con la llegada del buen tiempo, Melvin toma los esquís y se aventura hacia la montaña. La soledad y el silencio le permiten reflexionar, recordar su infancia, pensar en su futuro... Esta es la excusa que Cosey necesita para dibujar con gran virtuosismo unos paisajes magníficos: montes escarpados, ríos crecidos por el deshielo, referencias a la flora (alerces amarillos que conservan sus hojas en invierno, crocus cuya floración se adelanta al deshielo...) y a la fauna (el íbice sobre los riscos), glaciares que se resquebrajan con un sonido terrible que puede escucharse por todo el valle, y la nieve, siempre la nieve, el blanco puro e inmaculado en contraste con el tono azul del cielo y el de los surcos que se trazan sobre ella.

En sus paseos llega hasta el Gran hotel, construido a las afueras y abierto únicamente durante la temporada turística, y allí cree percibir la imagen de alguien que le observa, alguien que durante la noche interpreta al piano las Variaciones sobre un tema serbio, compuesto por su hermano, alguien que se baña en un lago de aguas termales y que no será el único personaje extraño relacionado con Dragan que Woodworth llegará a conocer. Ya durante el trayecto hasta la Pensión des Alpes donde se hospeda -trayecto que había decidido hacer andando para ganar la apuesta que había hecho con el cochero del carro del correo aún desconociendo lo accidentado del terreno y las distancias reales que le separaban del pueblo- había conocido al peculiar Baptistin, un hombre de unos 60 años, encorvado, con bigote gris, a quien los gendarmes llevan buscando sin éxito desde hace años. Ellos le hablarán de un Dragan totalmente distinto al que él recordaba, le mostrarán las trágicas señales que el Gran Pan, dios de la naturaleza, ha dejado en la nieve, magníficamente recreada por Cosey, y conseguirán que su concepción de la vida y su vida misma cambie hasta extremos insospechados.

Serán los silencios y las imágenes de la naturaleza tal y como el autor las ilustra y nos las muestra, lo que nos permitirá ser partícipes del proceso creativo de la novela que escribe el protagonista, de interpretar sus continuas alusiones al Peter Pan, de Barrie, siempre presente en la narración, y de decidir sobre qué está escribiendo Melvin, o qué está pensando y sintiendo en determinados momentos el personaje, quizás lo mismo que pensaríamos y sentiríamos nosotros si hubiésemos viajado hasta ese lugar en el que nadie nos conoce y al que hemos llegado no como turistas, sino con la intención de ser uno más de sus habitantes durante mucho tiempo, al haber encontrado allí lo que ni siquiera sabíamos que estábamos buscando.

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