lunes, septiembre 26, 2011

MIS PRIMEROS AUTORES DE BD (III): André-René Jolly 'Erik' (y II)

La historieta protagonizada por Megalito (y que vimos en el anterior post dedicado a este autor) no fue el único trabajo de Erik, el dibujante y guionista francés que conocimos a través de la Colección Mensajero Juvenil. De hecho, casi sentíamos predilección por aquella otra de sus colaboraciones con la revista francesa Record, aquellas ilustraciones de gran formato que narraban escenas de la vida cotidiana de los hombres y mujeres en la Edad de Piedra, desde algo tan básico como el problema del abastecimiento de agua o del transporte escolar a algo tan trivial en apariencia como los viajes y el turismo, las vacaciones en la playa, los deportes de competición o la pesca submarina. En ellas los personajes debían enfrentarse en ocasiones a situaciones imprevistas y caóticas y a problemas de difícil solución. Estos dibujos -a excepción de “Felices vacaciones en la playa de la Prehistoria”- aparecerían publicados en la revista francesa entre 1962 y 1965.

El anacronismo y la falta absoluta de rigor se daba por sentado y se suplía con los divertidos guiños en que acababan convertidas las situaciones más absurdas. Las dibujos a doble página atesoraban un cúmulo de información y detalles que uno no debía pasar por alto y en las que debía buscar -como en Dónde está Wally- todos esos detalles que era mejor no perderse. Siguiendo las indicaciones perfectamente ordenadas y numeradas, una asistía al proceso casi mágico de ver cómo se movían las piezas de aquellas sofisticadas máquinas confeccionadas con troncos, grandes huesos y cuerdas trenzadas o el deambular caótico de los personajes creados con el inconfundible trazo de Erik en sus quehaceres habituales, mujeres elegantes en cualquier circunstancia y hombres desaliñados y barbudos, ataviados, sin embargo, con los más distinguidos modelos de la alta costura prehistórica que podían confeccionarse con pieles de animales, tocados con graciosos sombreros de paja o con el cabello estéticamente recogido con un hueso, todos ellos calzados con unos peculiares patucos.

Con La pesca submarina (“Les hommes de Crô-Magnon avaient dejà mis au point la machine à plonger”) nuestros veranos no eran más refrescantes, pero al menos sí tenían más color, el de toda la variedad de especies marinas que Erik dibujó entre alocados humanos que en la Edad de Piedra ya practicaban la pesca submarina sin que la falta de aire les planteara problema alguno a la hora de sumergirse en el fondo del mar. Vean si no las diferentes modalidades de máquinas capaces de llevar oxígeno a sus pulmones: desde una gran estación de servicio para abastecer de aire puro a varios aficionados al mismo tiempo -al estar provista de diversas tomas submarinas-, a la escafandra alimentada por un “compresor de aire” situado sobre una base flotante, pasando por los depósitos de aire individuales que los expertos llevan consigo y los que aparecen asociados a revolucionarias máquinas lanzadoras de arpones a propulsión. Junto a todos ellos, los pescadores tradicionales con caña o con red, y los que utilizaban métodos poco ortodoxos, como los de los rodeos en el oeste americano.


En Un viaje aéreo en la prehistoria (“On voyageait déjà beaucoup dans la préhistoire”) nos dimos cuenta de que ya existían aeropuertos y líneas aéreas en la Edad de Piedra, como ésta que unía Grô-Kayou con Kazoar. En cierto que no había aviones, sino cabinas volantes a modo de grandes cestas circulares en las que se hacinaban los viajeros impacientes por llegar a su lugar de destino. Una vez ya situados en el interior de la cabina, el Jefe de la Base daba la orden de despegar. El peso del mamut al caer era suficiente para proyectar la cabina llena de pasajeros hacia la base de destino. Erik nos mostró además el ajetreo que este medio de transporte lleva consigo, el trajín apresurado de los viajeros que llegan tarde, el transporte de las cabinas a la pista para ser lanzadas de nuevo, la expectación de la llegada de nuevos vuelos y más de una situación inesperada que sin duda hacía peligrar la futura viabilidad del servicio.


La Ida al colegio en le prehistoria (“Le ramassage des écoliers dans les villages de la préhistoire”) era uno de mis dibujos favoritos, aunque no acababa de entender por qué era necesario tomarse tantas molestias para llevarnos al cole. Dinosaurios, tortugas y pájaros gigantescos cargaban a los escolares desde los lugares más recónditos atravesando puentes y circulando por caminos impracticables, mientras sus padres se ocupaban de sus quehaceres cotidianos, tan distintos según los sexos. Claro que no todos los niños conseguían llegar a tiempo; los había que perdían al “dinosaurio” o tenían pataletas por no querer ir al cole. Era fácil observar entonces los originales métodos que eran capaces de idear sus progenitores para conseguir que subieran “a bordo”, con el vehículo en marcha, o hacer oídos sordos a la negativa de más de un pequeño tirano a aceptar su destino.


El problema del agua en la prehistoria (“Le problème de l'eau dans la préhistoire”) ya era una cuestión acuciante en aquella época tanto como lo es en la actualidad. La necesidad había hecho posible la invención de prototipos tan sofisticados como la bombaaspirante-impelente” -cuyo funcionamiento corría a cargo de un único operario fuertemente vigilado para que su labor no se viera interrumpida por las más adversas circunstancias-; un espectacular recogedor de lluvia; un depósito de gran tamaño que garantizaba la distribución a la población a través de una densa e intrincada red de tuberías; un tanque auxiliar de menor cabida en cuyo interior se acumulaba el agua, elevada gracias a la acción de una noria movida por un práctico molino de viento, sin menospreciar la labor de recogida del “servicio obligatorio de recuperación” del agua garantizado gracias al “trabajo comunitario”. Un servicio de duchas calientes era también posible gracias a “mamuts cisterna”, mientras que el abastecimiento de agua a menor escala se aseguraba con la inestimable labor del aguador y del tanque municipal ambulante. El número de encargados de inspeccionar era realmente notable, claro que su labor de vigilancia era fácilmente obviada por desalmados ladrones de agua que habían ideado, a su vez, las tácticas más variadas para agenciarse el preciado líquido.


El turismo en la prehistoria (“Le tourisme dans la préhistoire”) era sinónimo de viajar, de visitar lugares en los que admirar un espectacular castillo con puente levadizo -eso sí, abarrotado de turistas- o comer en restaurantes selectos a precios desorbitados; lugares en los que no podían faltar las consabidas excavaciones arqueológicas -en las que llegan a descubrirse los objetos más inesperados e incluso desconocidos me atrevería a decir-, ni las cuevas llenas de estalagmitas y estalactitas, con pinturas rupestres y un río subterráneo, seguramente navegable -como el de una cueva cercana a nuestra ciudad que habíamos visitado de pequeños-; lugares en los que no podían faltar los monumentos -dólmenes y menhires-, con puntos estratégicos desde los que deleitarse en la contemplación de las hermosas vistas panorámicas, mientras irresponsables disfrutaban de su “pique nique”, haciendo caso omiso de las prohibiciones, y vehículos de los más variados modelos y procedencias -incluso turistas llegados de Gran Bretaña- se enfrentan a las largas colas y a los odiosos atascos. Al parecer, nada ha cambiado demasiado desde entonces.


Aunque el Complejo deportivo en la Edad de Piedra (Dernier entrainement avant les 74e Jeux d'Olympie (480 av. J.C.)) no fue dibujado para la ocasión, la revista Mensajero Juvenil lo publicó en 1968 con motivo de las Olimpiadas que aquel año se celebraron en México. Los Juegos Olímpicos merecieron la atención de Erik, quien, con su particular estilo y más humor que rigor, hizo un repaso de algunas de las disciplinas deportivas que, al parecer, tuvieron su representación en la 74ª edición de los juegos, desde el ciclismo al lanzamiento de pesos, pasando por el boxeo, los 100 metros, el salto de pértiga o la de natación, junto a otros deportes que difícilmente podían haber llegado a ser olímpicos, como la luchaKatchamor”, el duelo de porras o la lucha con fieras, eso sí, no demasiado terribles. Un dibujo un tanto “costumizado” para dar más énfasis al momento con el lema de una campaña para promover la práctica del deporte que los de mi generación conocíamos bien, “Contamos contigo”.


Con La edición del Mensajero en la Edad de Piedra (“La fabrication de “Record” à l'àge de pierre”) comprobamos el despliegue de medios que lleva consigo la edición de cualquier revista, desde la llegada de la noticia, utilizando los canales más diversos (en esta ocasión un “telégrafo óptico”), a la sala de redacción donde los periodistas elaboran el texto que será enviado, junto con los dibujos y las tiras de prensa, a la imprenta, una sofisticada rotativa de gran tamaño en la que ya está en marcha la preparación de las cilindros de piedra en los que se dispondrán las bobinas de pergamino, admirablemente cosido por expertos, que se estampará y guillotinará antes de ser plegado para su distribución.


Para dar por terminado este verano en la prehistoria qué mejor que Felices vacaciones en la playa de la prehistoria, precisamente lo que espero que hayáis tenido. Quizás el trozo de playa que soléis ocupar no sea tan caótico como el que nos dibujó Erik, pero claro, el suyo tenía una escuela de natación, un profesor particular para enseñarnos a nadar, un espectacular trampolín de alta competición y un submarinista dispuesto a salir de pesca con su recién estrenado invento. Ahora, como en toda playa de la prehistoria que se precie, no podían faltar las “golondrinas” que nos llevan a dar un paseo por mar -con gran riesgo de marearse, todo hay que decirlo-, ni los ostentosos “guaperas” propietarios del “velero” último modelo, ni el solarium especial para broncearse en el menor tiempo posible, ni los ligones de playa, ni los sempiternos jugadores de petaca, ni las tiendas de souvenirs, ni los chiringuitos en los que comprar “fanta y coca cola”, ni... la playa ideal, vaya.


Otras páginas humorísticas de Erik se desarrollaban en otro de los escenarios recurrentes y favoritos de Erik -además de la Prehistoria y la ciencia ficción-: la Edad Media. Sus ilustraciones eran representaciones de la vida militar en esa época, con referencias a las máquinas de guerra, al asalto al castillo o a los desfiles militares. Los dos que vimos de niños habían sido publicados en la revista juvenil francesa Record en 1962 y 1965, respectivamente.

El primero de ellos fue Máquinas de guerra de ayer para el asalto de un castillo construido en la Edad Media (“Machines de siège”). Las únicas torres de asalto que habíamos visto hasta entonces eran las que salían en las películas en blanco y negro de la tele. Ahora por fin podíamos inspeccionar minuciosamente a todo color su funcionamiento y el efecto devastador que producían en el castillo asediado, la cantidad de soldados empleados en la ingente tarea de limpiar las almenas con un artilugio conducido por un carro móvil, de arrojar aceite hirviendo al interior del castillo gracias a un ingenioso distribuidor, de perforar las murallas o de lanzar a los componentes de las patrullas de asalto montados sobre flechas cabalgantes lanzadas gracias a un complejo sistema de ruedas dentadas que se movía por la esforzada acción del hombre. Por no faltar, no faltaba ni el arengador dando ánimos para que la misión fuera un éxito ni un Estado Mayor dedicado al detenido estudio de los planes de ataque.


En Un gran desfile militar en la Edad Media (“La grande parade militaire du 14 juillet 1365”), un ejército había iniciado su marcha desde el lejano castillo ubicado en una cima imposible. El señor del castillo, acompañado por el condestable responsable del desfile y su invitado, el senescal, -a cual portador de una espada de tamaño más colosal- parten a caballo llevando consigo un gran despliegue de medios y todo su aparato militar -los petarderos, los porteadores del grupo “aerotransportado” y los de las enormes balas de cañón, los maceros, el trompeta, los botafuegos encargados de dosificar la pólvora-, destacando los ingenios que harán posible el éxito del ataque a las murallas del castillo enemigo, como la máquina de asedio o la “desfondeadora” de puertas. La celebración del día de la fiesta nacional francesa era totalmente anacrónica, ya que la toma de la Bastilla no tendría lugar hasta el 14 de julio de muchos años después, claro que entonces no lo sabíamos. En todo caso, cualquier excusa era buena para mostrarnos con todo lujo de detalles cómo podía ser de divertido un desfile militar en aquella época.


Después de pasar un verano como los de antes, con las Horas Juveniles entre las manos, parece mentira que haya trascurrido esa enorme pila de años desde entonces.

La información utilizada se ha obtenido en parte de las siguientes fuentes. Podéis consultarlas para conocer mejor a este autor:

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