Editado por Diábolo Ediciones.
Tomo en b/n encuadernado en tapa dura.
El autor francés Charles Masson, después de su primera obra Sopa Fría (podéis pinchar aquí para ver la reseña que ya hice en su momento), ha vuelto a regalarnos una historia de denuncia, surgida de la ira y la impotencia, como muy bien señala el propio autor en el prólogo. Y lo hace mostrándonos de nuevo una alta sensibilidad al indignarse ante un mundo que no va bien. Lo cierto es que, en muchas ocasiones, los que estamos al otro lado de ese desequilibrado esquema social en el que vivimos actualmente, necesitamos que venga alguien a quitarnos la venda de los ojos, gracias a la cual conseguíamos no tener ni siquiera que apartar la mirada ante la desigualdad y la injusticia que se producen en el mundo en el que vivimos.
La historia nos sitúa en Mayotte: una isla que decidió seguir perteneciendo a Francia cuando las Comores declararon su independencia en 1975; una isla con preciosos tonos rojos color tierra y aguas cristalinas que pertenece al conjunto de las cuatro islas que forman el archipiélago de las Comores, en pleno océano Índico, más concretamente en el canal de Mozambique (entre Madagascar y África). Aunque controlada por una minoría francesa (llamados mouzoungous), su población es mayoritariamente Maore, aunque también habitan Comorenses y Malgaches. Las dos terceras partes de su joven población son ilegales tratados como indeseables sin papeles, invisibles a los ojos de los franceses colonialistas que supuestamente aportan ayudas e infraestructuras varias.
La situación desde un principio permitía que la gente pudiera circular libremente de isla en isla, permitiendo una fácil integración a la sanidad y a las escuelas francesas. Los que llegaban a la isla comenzaba una nueva vida, envueltos en la esperanza de algo mejor, aunque no falta de dificultades. Pero todo cambió con la llegada de Nicolas Sarkozy a la política francesa: la Francia abierta al mundo cambió su rostro acogedor por uno hipócrita, cruel y lleno de abusos sociales que no pueden llegar a tener ningún tipo de justificación posible. Con la llegada de la derecha francesa se instauran los visados. Ahora no se admiten los sin papeles en las escuelas y la sanidad ya no es gratuita. Esta nueva situación hace que se multipliquen los carroñeros que se enriquecen con el control de las embarcaciones clandestinas usadas como única vía de escape para poder llegar a la isla colonizada, aún a riesgo de sus propias vidas. Además, las expulsiones de clandestinos empiezan a ser habituales, haciéndose casi imposible trabajar cuando se es ilegal, por lo que la supervivencia es muy complicada, a no ser que uno esté dispuesto a hacer cualquier cosa que la moral desapruebe. En definitiva, ya no existe el derecho de suelo. Ya no existe el derecho a nada.
Y es que el gran problema con el que nos quiere empapar Masson con esta nueva obra, en forma de denuncia, es sin duda el poder transmitirnos el abuso de la posición colonialista que acaba ejerciendo un país como Francia sobre los derechos de la población autóctona. Y lo hace a través de los ojos de una serie de personajes cuyas experiencias se entrecruzan y se sitúan a ambos lados de esta historia. Lados que van mostrándose y desgranándose lentamente conforme vamos avanzando en la trama, en una especie de doble juego. Uno, partiendo de lo razonable de ciertas decisiones tomadas por los más desfavorecidos en base a unos sentimientos sin artifícios, sin falsas apariencias. El otro, desde el punto de vista de los más privilegiados, en contraposición a unos sentimientos que engañosamente parecen blindados, en busca de una ruptura que se imponga ante la razón de lo evidente y la haga flaquear ante ese ambiente colonial: la vergüenza que supone el abuso del colonialismo sobre personas que lo único que pretenden es llevar una vida digna: un futuro lejos de la miseria, el racismo, la xenofobia, la estupidez, la envidia o la ignorancia.
Por cierto, que no os engañe el aparente dibujo feista. Masson demuestra con cada nueva obra, con cada página que va acumulando, su mejora constante en el uso del pincel. Quizás sea un dibujo sencillo, un tanto tosco y sin demasiado detenimiento en los detalles, pero consigue plasmar con bastante habilidad y sin problemas la esencia de lo que se nos pretende contar, dotándole de un dibujo efectivo, con un ritmo que por momentos es pausado y reflexivo, pero que en muchas ocasiones hará que lo devoremos rápidamente, sin apenas respiro. Al fin y al cabo, con esta obra, lo que se pretende, principalmente, es contagiarnos de unos hechos, partiendo de una cierta franqueza y de unas sensaciones que nos inviten a reflexionar sobre un mundo que debería ser mucho mejor de lo que es.
2 comentarios:
Pues aunque no sea el tipo de tebeo que leo habitualmente, tiene muy buena pinta.
Si hicieran leer estos tebeos a los alumnos de ESO otro gallo nos cantaría.
Pues sí, Luis, eso estaría cojonudo. Sería una buena costumbre el inculcar desde la educación ciertos valores sociales a través de obras como esta.
El propio autor en el prólogo pide que se difunda lo máximo posible, prestandola a todas las personas a las que sea pueda y así que no se quede estancada en la estantería de casa.
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