Había terminado de leer Paul se muda, publicado este verano por la Editorial Astiberri, y había comenzado a releer los primeros álbumes de la serie protagonizada por el personaje creado por Michel Rabagliati para disfrutar, sobre todo, de aquellas historias en las que Paul cedía el protagonismo a su hija Alice y compartía con ella, unas veces, juegos y canciones; otras, un agotador día en la nieve o el secreto de que el planeta B612 en el que vivía el Principito era en realidad una estrella muy pequeñita pegadita a la Osa Mayor; algunas más, provocaba su enfado llamándola pequeña -a ella, que era ya una niña mayor- y mientras se entristecía al recordarse a sí mismo, de niño, viéndose a través de los ojos de ella, la iniciaba en el amor a los tebeos que ya profesaban sus padres, gracias al juego de identificar quién era bueno o malo en las guardas de Tintín.
Y era divertido reconocer cómo se parecen los niños en determinados aspectos de su rutina, en sus rabietas y travesuras, en su lengua de trapo que apenas consigue articular palabras inteligibles o en esa fuerte personalidad que comienza a mostrarse. Y entre niños estaba, cuando en pleno verano me encontré con Luis en la Playa gracias a la editorial gallega Faktoria K de libros, un cómic infantil del autor canadiense Guy Delisle, de quien normalmente estábamos acostumbrados a leer historias de corte realista contadas en primera persona que combinaban autobiografía y relato de viajes (Shenzhen, Pyongyang o Crónicas Birmanas, todas ellas publicadas por Astiberri).
A Luis, en realidad, ya lo habíamos conocido antes, aunque entonces se llamaba Louis y era un bebé que apenas sabía caminar a quien sus padres habían llevado consigo a Myanmar -un país que muchos seguían llamando Birmania- por motivos de trabajo. Allí llegó tras un duro y largo viaje desde Francia, sin cesar de llorar ni un momento y dejando a sus padres al borde de un ataque de nervios. Mientras su madre colaboraba con la delegación francesa de la ONG Médicos Sin Frontera, Louis había permanecido al cuidado de su niñera birmana y de su padre, quien, ocupado en “dibujar” sus Crónicas Birmanas, lo había sometido a un estricto proceso de socialización y por las tardes lo sacaba a pasear en su cochecito por las calles del barrio ante el asombro y curiosidad de sus vecinas, deseosas de cubrir de besos a aquel bebé “especialmente guapo” de piel tan blanca.
Un año más tarde, cuando la familia regresó a Francia, el pequeño Louis no sólo había “crecido”, sino que ya había sido capaz, por una parte, de sobrevivir a la terrible aventura del día a día en Rangún, siendo el centro de atención en alguna de las historias que se cuentan en Crónicas Birmanas, y, por otra, de convertirse, en Louis au Ski -el álbum infantil que Delisle concluiría en Myanmar-, convertido en el personaje de ficción protagonista de los tebeos para niños dibujados por su padre, imaginado a partir de las experiencias vividas por su yo real y los recuerdos de infancia y juventud de su progenitor. Es lo que tiene tener un padre dibujante de historietas, que olvida que tu vida es privada y acaba por mostrarla a diestro y siniestro, para regocijo de otros padres y allegados que reconocen en tus andanzas las de niños que ahora lo son y las de otros que antes lo fueron.
Curtido en estas batallas, este verano hemos podido verle en acción en un magnífico día en la playa. Su odisea empieza cuando aún es de noche, y el pequeño, sentado al borde de su cama y abrazado a su muñeco favorito -un burrito de peluche-, espera a que se haga de día y un sol radiante comience a despuntar por entre los edificios para correr a despertar a su padre que, inexplicablemente, sigue durmiendo a pierna suelta, habiendo olvidado la promesa de llevarle hasta el mar en cuanto se hiciera de día y completamente ajeno a la tremenda ilusión que le hace jugar con la arena, el cubo y la pala. El impaciente Luis espera a que su padre se tome el café, con su inseparable burrito en el regazo y el capazo atiborrado de esos objetos imprescindibles para la supervivencia infantil en la playa, a donde llegarán tras un corto trayecto en coche. Pero antes de ver el mar no sólo hay que dejar el coche en el aparcamiento, sino que hay que atravesar, cargado con el capazo, el largo desierto de dunas que le separa del lugar idóneo en el que su padre plantará la sombrilla y echará una “cabezadita”, permaneciendo ajeno a los mil peligros que acechan a Luis: desde un perro amenazante a un sol de justicia que acabará pasando factura a la blanca piel del pequeño a la que alguien olvidó poner protector solar, pasando por el energúmeno que grita enfadado por las molestias que le ocasionan los juegos de los niños, los jóvenes que conducen las motos de agua como locos, provocando maremotos, o los desaprensivos que arrojan sus basuras en el mar.
En la playa Luis no dejará de encontrarse con personajes peculiares, como el vendedor de helados que empuja su carrito, las vecinas de toalla que toman el sol en topless o dos compañeros de playa bastante diferentes: un parsimonioso niño de mocos colgando. adicto a los helados de cucurucho, y una diabólica niña hiperactiva, que gusta de destruir los castillos de arena y bucear en las profundidades marinas. También se encontrará con el miedo, más habitual de lo que pueda pensarse a su edad. Para ayudarle a superarlo tiene a su inseparable burrito, capaz de recobrar vida para salvarlo de las situaciones más peliagudas, aunque eso sólo lo saben Luis y su imaginación.
Guy Delisle lleva más de veinte años trabajado en el mundo de la animación y ello se nota también en sus tebeos. Ha conseguido contarnos en cuarenta y seis páginas y con unas veinte viñetas por página, como fotograma a fotograma, la extenuante jornada de Luis en la playa, sin textos ni diálogos ni cartelas ni referencia alguna, ya que nada de ello es necesario para que niños y mayores disfrutemos del relato. Nos ofrece, además, dos animaciones extra que podemos ver en las esquinas superiores si pasamos a la velocidad adecuada las páginas del álbum: Luis jugando a la pelota y la de su burrito tripulando un pequeño submarino en el fondo del mar.
También podéis disfrutarlas en la página web de Delisle, en donde encontrareis su blog y un montón de noticias y cosas interesantes sobre sus tebeos, sus animaciones, así como su último trabajo sobre el año que estuvo viviendo en Jerusalén. A ver si también allí volvemos a encontrarnos con Luis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario