Han pasado ya varios meses desde que, con motivo del pasado Saló del Cómic de Barcelona, una hizo acopio del material necesario para enfrentarse al implacable vacío que suele llegar con el período estival. Es cierto que, desde entonces, han ido apareciendo algunas novedades interesantes en lo que al tebeo se refiere, pero las que trajimos del Saló tienen siempre un algo especial, quizá porque guardan tesoros (sobre todo si se ha tenido la suerte de conseguir una dedicatoria de sus autores); quizá porque, tras una primera lectura hecha con impaciencia, se aguarda el momento idóneo -ese en el que el tiempo parece transcurrir con la lentitud adecuada- para hacer con más detalle una nueva incursión en sus páginas; quizá porque con ellas una pretende planear un verano lleno de viajes -más allá de los viajes reales que ya se han disfrutado- que nos lleven a reconocer la magia de los lugares y a vivir las vidas de personajes que en un principio existen sólo en la imaginación de sus creadores, pero que pronto pasan a formar parte también de nuestro imaginario.
De entre los cómics que nos llevamos -de todas las formas, tamaños y colores, de autores ya conocidos y de otros que no lo eran tanto, de novedades que se esperaban con impaciencia y de sorpresas de última hora, que siempre las hay y cada vez más- una ha escogido Las increíbles aventuras del Duque Dementira # 1: Micifú, quizá porque vio las magníficas dedicatorias con que sus tres autores (Fideu, Ciro y Javi Martínez) hacían las delicias de los aficionados al cómic que tuvimos la suerte de encontrarlos en el stand de su editorial, Planeta DeAgostini, o en el de la Fnac; quizá porque tras hojear las primeras páginas, los ojos se le fueron detrás de aquellas imágenes que la transportaron a un mundo fantástico en el que edificios imposibles, máquinas increíbles y personajes extraordinarios aparecían envueltos en una atmósfera llena de una luz y un color realmente mágicos.
Eso es, precisamente, lo que esconde el libro: magia, pero no donde solemos encontrarla, en un escenario que nos retrotrae a un utópico medioevo de ambiente rural, de abadías y castillos perdidos entre la bruma, bosques sombríos y personajes tenebrosos. En esta ocasión el guionista, Fideu, ha tenido a bien escribir un cuento para adultos que no han dejado de ser niños -aunque no para niños, contrariamente a lo que podría parecer a tenor del tono del texto y el estilo de dibujo utilizados en la obra-, en el que se nos muestra la magia en un entorno urbano y una época imaginaria que mezcla acertadamente elementos decimonónicos característicos de la Época Victoriana, los relatos de Charles Dickens y la Revolución Industrial; reminiscencias de la Revolución Francesa y la cultura oriental y factores propios de la ciencia ficción y la fantasía.
Los magníficos dibujos de Javi Martínez -para quien ésta es, incomprensiblemente, su primera incursión en el mundo del cómic- y el extraordinario papel que juega el color de Ciro -diferente en cada página según la escena que se describe, con efectistas juegos de luces y sombras- han conseguido la ambientación perfecta para recrear la historia de Fideu. Entre los tres han construido una ciudad singular y la han convertido en una protagonista más del relato, con construcciones que toman prestados determinados aspectos de la arquitectura tradicional y de la arquitectura del hierro, con una estética que nos recuerda en ocasiones al estilo modernista. Edificios altos, de cubiertas inclinadas y espigadas chimeneas, comunicados entre sí a distintos niveles por puentes y pasarelas de hierro, mansiones señoriales de grandes balcones y largas escalinatas, casas que crecieron constreñidas por los límites de una villa abocada a la ribera de un puerto de febril actividad, con sus zonas altas y sus barrios bajos, en cuyo entramado se evidencian las grandes desigualdades que sufren también quienes viven en ella.
En este mundo fantástico -todo un universo steampunk- es habitual encontrarse con extrañas y heréticas máquinas de vapor que destilan icor, esencia de magia pura presente en el ambiente, y la condensan en pequeñas bolitas de característico color verde que son usadas para hacer funcionar los más diversos aparatos; artilugios voladores de complicado mecanismo, mitad globo aerostático mitad dirigible, que surcan los cielos adoptando extravagantes formas zoomorfas; bicicletas y motocicletas "customizadas", que pueden llevar incorporadas grandes alas o tener una estructura que nos lleva a pensar en el esqueleto de un pez abisal; seres humanos conviviendo con muñecos que andan y se mueven, robots, autómatas, ciborgs de mirada inquietante, y con otras horribles criaturas del submundo que no son ni hombres ni máquinas.
Cuando la tiranía de los magos terminó tras la Gran Guerra -la llamada "Revolución de los no iniciados"- y el gobierno quedó "en manos del pueblo", la magia pasó a considerarse herejía y a perseguirse su uso. Las brujas eran escarnecidas y ajusticiadas públicamente ante una muchedumbre, a la que, entre amedrentada y enardecida, los representantes de la ley y el orden dirigían su implacable arenga contra el pecado de la hechicería. Entre los espectadores de una de estas terribles ejecuciones está Totí, acompañado siempre de sus perros y, sobre todo, de Otto, su viejo perrito de juguete. Totí es un niño que vende por las calles el icor de magia -"esencia mágica pura"- que su amo, Ginés, el mecanólogo avaro y miserable con el que vive, destila convirtiendo en un combustible capaz de hacer funcionar los más diversos aparatos.
Y es que ésta es la historia de un niño que no es como los demás, de uno de esos niños especiales a los que su madre abandonó, incapaz de "apreciar el tesoro que era su hijo", abocándolo a una existencia terrible y desgraciada. Si bien es cierto que él no es el único niño especial de este relato. Años antes lo fue Micifú, convertido ahora en un joven ladrón, apuesto y seductor de jovencitas acaudaladas y habitual defensor de los desamparados. Al igual que Totí, también Micifú, montado en su "ciclostato", con su gorra y sus gafas de aviador, se encargaba de repartir las cuentas de icor que destilaba su abuela, la bruja de Paloseco, que en realidad no era bruja, sino mecanóloga, ni era su abuela, sino la mujer de gran corazón que cuidó de él desde que su madre lo dejó en su puerta siendo un bebé. Todo ello se nos cuenta en el prólogo, un largo flashback que recoge los momentos más tiernos y también los más sobrecogedores del cuento: los años felices de Micifú con la bruja de Paloseco, su aterrador encuentro con el Gran Mecanólogo Imperial -un ser con unos terribles ojos de cristal y hielo,"como un pozo insondable", que nos trae a la memoria la figura de un vampiro, Nosferatu-, encuentro que dejará marcas imborrables en su cuerpo y en su espíritu y explica el porqué de esa mirada suya tan particular.
Pero, ¿dónde está el Duque?, ¿no eran éstas las increíbles aventuras del Duque Dementira? Gerberto Tórculo Mecánico Modelodecuerda, Duque Dementira, aparece en el momento oportuno, justo para acudir en auxilio de Totí, que es asaltado por una banda de malhechores que pretende robarle las cuentas de icor de su amo. Su presencia causa estupor entre los atacantes, que huyen despavoridos. Le precede su fama: es un héroe de guerra. Admirado y respetado por todos los ciudadanos, después de la contienda decidió dejar de funcionar durante un tiempo y permaneció apagado hasta que un caminante le dio cuerda al reloj que le servía de corazón. Y es que el Duque Dementira es un mecanoide, un autómata fabricado a imagen y semejanza de su creador, Danielillo Von Daniken, Duque de Casalta, con su inconfundible uniforme militar rojo y sus botones dorados, sus medallas, su monóculo y su voz metálica (que tan bien se "escucha" mirando los engranajes de sus bocadillos); uno de los primeros modelos en funcionar con un reloj de cuerda, sin necesidad de combustible hechizado, en un mundo en el que las máquinas utilizaban el icor como fuente de energía. Todo un dechado de virtudes y caballerosidad -en una época que nada de eso está de moda-, que deambula por la ciudad ayudando a quien lo necesita.
Sin embargo, alguien en la sombra pretende hacerse con el corazón del Duque y no tiene ningún inconveniente en utilizar a sus despiadados sicarios -Vad Burdalack, las hermanas Vanzeety y al "pequeño" Klauss- para conseguirlo. Pero el Duque no está solo. Quien lo busca no ha tenido en cuenta que el destino ha unido su camino al de Totí y Micifú y los ha hecho inseparables.
Hasta aquí la primera entrega de la -esperamos- larga serie de aventuras de este trío heterogéneo y sus malvados enemigos en un mundo fantástico dominado por la magia. Editado en tapa dura, con unas preciosas ilustraciones en las guardas y un anexo-"Manual para la construcción de un mecanoide, de Danielillo Von Daniken"- en el que el Duque de Casalta nos cuenta cómo ideó la construcción de su hombre de metal, este volumen ha servido para iniciarnos en la historia de los tres protagonistas; pero aún quedan un buen montón de preguntas y de incógnitas pendientes de resolver sobre ellos y el resto de los personajes y, como no, de los peligros a los que tendrán que enfrentarse.
Para que vayamos teniendo claro lo que nos espera, conocer el proceso de creación y ver cómo han ido evolucionando los personajes y la ciudad en la que discurre la acción desde los primeros bocetos hasta el resultado final, los autores han creado un blog en el que nos van contando todo esto y muchas cosas más, mientras esperamos la publicación del segundo volumen que nos permitirá, una vez más, recrearnos en el detallismo de las viñetas dibujadas por Javi Martínez. Y es que, conociendo otros trabajos anteriores de Fideu y Ciro, la mayor sorpresa del cómic ha sido descubrir la obra de este dibujante "novel", con influencias que nos recuerdan tanto a la factoría Disney como al manga y, sobre todo, al cine de animación -género en el que, sin embargo, no ha trabajado nunca-, de cuyo lenguaje se sirve de manera eficaz. Podemos encontrar algún pequeño despiste con ciertos pedales, perfectamente obviable si nos centramos en su capacidad para recrear conmovedoras escenas que consiguen llevarnos -y para eso el color de Ciro es, como siempre, imprescindible- a ciudades que creemos haber visitado, al menos con la imaginación, y a lugares que ya sólo existen en la nuestra memoria, como en ese momento mágico en casa de la bruja de Paloseco, con esa luz especial del fuego en el hogar y esos objetos colocados en la campana de la chimenea convertidos ya en preciados recuerdos.
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