Cada uno de los tebeos que atesoramos tiene una historia que contar sobre su origen y su destino -nuestras estanterías-, algo que los hace realmente únicos a nuestros ojos, ya sea porque acertamos al escogerlos en lugar de otros, porque los conseguimos en nuestro primer Saló o en nuestro primer Expocómic, porque logramos de sus autores dedicatorias que creímos imposibles de conseguir, porque compartieron nuestros viajes o regresaron con nosotros tras uno de ellos, porque fueron el regalo de alguien especial, porque nos hicieron disfrutar de muchos buenos momentos con historias inolvidables y magníficos dibujos o, simplemente, porque están con nosotros desde que éramos niños y con ellos hemos ido creciendo y aprendiendo a ser incondicionales del fantástico mundo del noveno arte. Después de tantos años haciéndonos mutua compañía, no es que les tengamos cariño, es que ya no sabríamos vivir sin ellos y sin los recuerdos que nos dejaron.
Algo de eso hay en Paul, el personaje creado por Michel Rabagliati, ligado para siempre a un extraordinario viaje a Canadá y a una tarde perfecta en la Librería Pantoute de Québec, rebuscando entre libros y tebeos y descubriendo, en aquellas pilas de colores que se correspondían con las portadas de sus seis álbumes publicados hasta el momento en ese lado del Atlántico, las historias de ese "álter ego" de Rabagliati.
Nacido en Montreal en 1961, hijo de padre francés y lector empedernido de revistas y cómics desde niño -sobre todo cómic franco-belga, con los clásicos imprescindibles Tintín, Astérix, Spirou o Gaston-, Rabagliati se dedicaba profesionalmente al diseño gráfico y a la ilustración comercial, pero, en los años noventa, tras recibir el encargo de hacer un logo para Draw & Quartely, entró en contacto con esta editorial canadiense de cómic independiente y se encontró con una forma "alternativa" de hacer tebeos en los que los autores "reproducían" fragmentos de su vida cotidiana, con tramas de toque “autobiográfico” y temática costumbrista. Este encuentro no sólo renovó su interés por los tebeos, sino que le decidió a hacer lo que siempre había deseado: contar las historias que quería contar, utilizando el dibujo como instrumento para hacerlo posible.
El "slice of live" de los cómics en inglés estaba de moda y la "realidad" podía servir para evadirse tanto como la mejor ficción. Teniendo claro el argumento -porque qué historia se conoce mejor que la de uno mismo- y utilizando un lenguaje narrativo que recogía las influencias de sus lecturas infantiles y juveniles, Rabagliati creó a Paul a su imagen y semejanza -incluidas sus grandes cejas, heredadas de su padre-, en blanco y negro, con un estilo sencillo, de trazos simplificados, personajes expresivos y viñetas llenas de detalles que narran el día a día, de anécdotas convertidas en grandes aventuras, de momentos felices y divertidos, unos llenos de encanto y ternura junto a otros en los que vence la tristeza que conlleva la nostalgia (“Los años me hacen tender más y más a la melancolía”). No es extraño que, al leerlas, muchos lectores nos sintamos identificados con sus historias, convertidas en ejercicios de memoria.
Paul, por supuesto, nos fue presentando a los que compartían con él esta autoficción: sus padres, Robert y Aline; su hermana, Kathy, que en cuanto tuvo la mayoría de edad se fue de casa porque siempre supo lo que quería en la vida; sus parientes franceses -sobre todo su tía-abuela Janette, una mujer independiente que había viajado por el mundo antes de emigrar a Canadá y había traído consigo todas sus baratijas-; sus amigos del barrio, como Alain; su pareja, Lucie, a la que conoció en 1979 en una escuela de grafismo y a la que le unió su pasión mutua por los tebeos, o su hija Alice -que no es porque sea la suya, pero es la más guapa, la mejor y la más inteligente-, y comenzó a contarnos trocitos de su vida inevitablemente unidos a recuerdos de su infancia y adolescencia desde una perspectiva temporal "actual" salpicada de flashbacks -porque nada es lineal en las historias de Paul- que llenan sus páginas de recuerdos, sensaciones, sentimientos y experiencias que los lectores, a veces, se atreven a compartir con él, porque no son sólo suyos, sino de una generación.
Precisamente para hablar de esa época, los años setenta y ochenta, y mostrar los cambios que ha provocado el paso del tiempo, qué mejor que reproducir lo más representativo de esa etapa -la ambientación, la música, los programas de televisión, la moda- y ponerlo de manifiesto a través del retrato de la ciudad en la que nació el protagonista y en la que transcurren muchas de sus aventuras urbanas, Montreal, de la que Paul se convierte en el perfecto cicerone: cómo eran sus habitantes, las calles, los barrios, los establecimientos, los medios de transporte, los lugares y edificios emblemáticos que ya no existen tal y como nos los muestra, como los pabellones de la Exposición de 1967 o las instalaciones de las Olimpiadas de 1976...
En nuestro país sólo se han publicado hasta el momento tres de los seis álbumes, los dos primeros, Paul en el Campo y otras historias y Paul va a trabajar este verano, en 2008 y 2006, respectivamente, de la mano de la Editorial Fulgencio Pimentel -un tanto difíciles de encontrar ahora en las librerías de cómic habituales-, alterando el orden de aparición de los álbumes en Canadá, mientras que el tercero, Paul se muda, en un formato más pequeño, acaba de ser publicado por la Editorial Astiberri, dentro de su Colección Sillón Orejero.
Paul en el campo y otras historias recoge historias cortas publicadas por Rabagliati entre 1999 y 2006 para la editorial La Pastèque y diferentes revistas y periódicos canadienses. Además de la historia que da título al álbum hay diecisiete historias más de diversa extensión. Cada una de ellas es un pequeño fragmento de otra historia mayor y quizás más real, una pieza de puzzle que el avezado lector tendrá la paciencia de armar desde el principio para ver pasar ante sus ojos la vida de este hombre, que es un poco la nuestra. Son relatos que comienzan "in medias res" y nos lo muestran con su familia en el campo siendo niño, trabajando como aprendiz de tipógrafo, intentando jugar en un equipo de béisbol o aprender a tocar el acordeón en una siniestra academia de música, en su primer encuentro con los editores de La Pastèque, esquiando con su hija o compartiendo "aventuras" con su amigo Alain, pero también nos hablan de cómo conoció a su pareja gracias a los tebeos o de cómo ambos, tiempo después, se enfrentaron a los avatares de los cambios de casa o al inicio de la vida en común, de su afición por todo lo relacionado con la cocina, la ferretería, los programas de radio de los años 50 y, sobre todo, con los tebeos, que han formado parte de su vida desde siempre, con continuas alusiones y referencias a sus autores favoritos. Hay incluso historias en las que Paul ni siquiera aparece, como en El jardín de María, y un último regalo para el lector en forma de tomas falsas al final del volumen, como si lo que tuviéramos ante nuestros ojos no fuera un tebeo, sino una película de animación.
Paul va a trabajar este verano es una única historia centrada en su etapa juvenil. Ha cumplido dieciocho años, ha decidido dejar de estudiar y se ha empleado como aprendiz en una imprenta, aunque no por mucho tiempo. Pronto tendrá la oportunidad de trabajar como monitor en un campamento junto al lago Morin, una actividad que la parroquia, vinculada al movimiento scout, ha organizado para los niños del barrio. Un trabajo en plena naturaleza salvaje de Québec sólo apto para aguerridos exploradores como Daniel Boone o similares. Aquel verano de 1979 Paul conocerá a jóvenes diferentes a él, con una forma muy distinta de ver la vida, con motivaciones que nada tienen que ver con las suyas. Es un momento clave, cuando se deja de ser adolescente para pasar a ser “casi” adulto, el momento de descubrir el primer amor, de conocer y aceptar a los demás, conocerse a sí mismo y saberse capaz de hacer cosas que nunca había imaginado, gracias a la inestimable ayuda de personas que no se dejan vencer por el desánimo ni por los obstáculos que surgen en el camino... y, como siempre, la referencia a su momento actual, una vuelta a la realidad, cuando ya es adulto, como si despertara tras la ensoñación que le ha llevado al pasado, del que se regresa, en esta ocasión, con el perfecto acompañamiento musical de un tema de Pink Floyd.
En Paul se muda, editado por Astiberri, las viñetas ganan en detalle, se nota la evolución del trazo, un cambio en la estética y una mayor protagonismo de Lucie. Estamos en el año 1983. Paul había conocido a Lucie en 1979 en el Studio Séguin, la academia donde ambos estudiaban grafismo publicitario e ilustración. Rabagliati ya nos había adelantado en Paul está abriendo paquetes, incluida en Paul en el campo, que se había fijado en ella porque era “una chica que lee tebeos”, cosa que lo había sorprendido gratamente, ya que “no sabía ni que existieran”, y había admitido, además, que “que si aún seguimos juntos es, en buena medida, por nuestro amor a los tebeos”. La amistad acabó convirtiéndose en algo más, sobre todo tras una visita cultural a Nueva York con el mejor profesor que podían haber tenido en la academia. Años más tarde decidieron irse a vivir juntos y precisamente de ello trata el último volumen publicado en castellano, de las peripecias de la pareja al iniciar su vida en común: el cambio de casa, las reformas y tareas necesarias para poner a punto el nuevo hogar, los contratiempos que surgen con el propietario y el terrible “señor Bone”, las relaciones con los vecinos, el día a día en el trabajo y los estudios, esos momentos en los que domina la pena por la pérdida de un ser querido y esos otros, impagables, que comparten con sus pequeñas sobrinas, momentos que, por causas distintas, están llenos de ternura y de tristeza. Es el vacío que deja la ausencia. Como la vida misma.
Gracias a Paul, Michel Rabagliati ha sido galardonado en varias ocasiones, entre otros, con los Bédélys Québec y Bédéis Causa, que premian los mejores cómics francófonos, el Harvey, el Doug Wright, el Joe Shuster y el Premio del público FNAC-SNCF en la pasada edición del Festival Internacional de BD de Angoulême y ha estado nominado a otros tan prestigiosos como el Eisner. Todo un lujo.
Para nosotros, sería perfecto que Astiberri continuara publicando en castellano -y a buen ritmo- el resto de la serie (Paul dans le métro, Paul à la pêche y Paul à Québec), antes de que Rabagliati publicara su séptimo álbum -que se sitúa cronológicamente a finales de los años 60, antes de Paul en el campo, y se desarrolla en el barrio que lo vio nacer, Rosemont-, y que se estrenara la adaptación cinematográfica de Paul à Québec, que con toda seguridad veremos en la gran pantalla en 2012.
Para saber más, no tenéis más que echar un vistazo al divertido blog de su autor.
Pasadlo bien.
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