El mejor plan para los días de lluvia es ir al cine, sobre todo si se trata de una película en blanco y negro, tan gris como el cielo que se cierne sobre nuestras cabezas, en la que las tormentas con rayos, truenos y relámpagos juegan un papel fundamental en la realización de inquietantes experimentos científicos que obtienen como exitoso resultado revivir a nuestro mejor amigo. Un hermoso y espectacular día de lluvia fue precisamente el elegido para acudir a la proyección de Frankenweenie, la esperada película de Tim Burton, tan deseada ya desde las primeras noticias de su puesta en marcha como lo fueron las que le precedieron desde aquel lejano 1989 en que Batman se convirtió en nuestro primer contacto con este genio de la cinematografía que aún hoy nos hace exclamar, tras ver una y otra vez su magnífico trabajo en Eduardo Manostijeras, Pesadilla antes de Navidad, Ed Wood, James y el melocotón gigante, Sleepy Hollow: La leyenda del jinete sin cabeza, Charlie y la fábrica de chocolate o La novia cadáver, que menos mal que todavía hay alguien en el mundo del cine capaz de emocionar al niño que todo adulto llevamos dentro.
Frankenstein ha sido desde siempre uno de mis clásicos favoritos, una lectura recurrente, tanto del original de Mary Shelley como de las adaptaciones literarias que esta novela gótica se han hecho (Frankenstein o el moderno Prometeo de Sergio Sierra y Meritxell Ribas o La maravillosa historia de Carapuntada, de Guy Bass y Pete Williamson, sin ir más lejos), pero también las cinematográficas, ya sea El doctor Frankenstein, dirigida por James Whale en 1931, la parodia de Mel Brooks -El jovencito Frankenstein- de 1974 o el Frankenstein de Mary Shelley, de Kenneth Branagh en 1994.
Sin embargo, la versión que estábamos aguardando con tanto interés en los últimos tiempos ha sido precisamente el remake de la primera Frankenweenie que Burton filmó durante su período en la Disney, aquel cortometraje de treinta minutos rodado en blanco y negro con actores reales que se estrenó en 1984 y que fue la causa de su despido, al considerar la compañía que el tema tratado no era en absoluto apto para el público infantil. Pero, algo más de veinte años después de aquello, algo debió cambiar en la mentalidad del público infantil -al que cabe considerar, sin duda, perfectamente preparado para disfrutar de la nueva Frankenweenie- para que Disney le contratara de nuevo con la finalidad de volver a realizar la misma película, convertida esta vez en largometraje, igualmente en blanco y negro, con marionetas en lugar de actores y rodada en stop motion (fotograma a fotograma), una compleja técnica de animación que exige la manipulación manual en los diferentes escenarios de objetos y marionetas con distintas expresiones hasta conseguir dotarles del movimiento del que disfrutaremos ante la pantalla. Un laborioso trabajo que han tenido la suerte de conocer quienes pudieron asistir a la exposición que sobre el proceso de producción se pudo ver hace unas semanas en Madrid y que retoma la línea estética de Pesadilla antes de Navidad o La novia cadáver, con la que nos identificamos gran parte de los seguidores de Burton.
El cuento de Tim Burton tiene como protagonista a Víctor Frankenstein, un niño de diez años que prefiere pasar su tiempo haciendo películas caseras protagonizadas por su único amigo, su perro Sparky, o inventando sofisticados artilugios en el laboratorio que ha habilitado en el desván de su casa, gracias a la desinteresada colaboración de su madre -una ama de casa que gusta de ver películas clásicas de terror con su marido y pasa la mayor parte dedicada a su afición favorita: leer-, que fomenta las iniciativas científicas de su hijo dejándole utilizar con fines poco ortodoxos sus pequeños electrodomésticos, los cuales han ido abandonando paulatinamente la cocina destinados a transformarse en herramientas científicas altamente cualificadas.
Por otra parte, a su padre, que trabaja en una agencia de viajes, le preocupa que no tenga amigos y que no se interese por juegos y actividades más propias de su edad, así que le anima a formar parte del equipo de béisbol. Víctor acepta, pero en uno de los partidos Sparky, que les acompaña siempre, se escapa y acaba siendo atropellado por un coche. La muerte de su único amigo le afecta sobremanera, pero las explicaciones sobre el uso de la electricidad del profesor de ciencias, el Sr. Rzykruski, animan a Víctor a realizar con éxito un inquietante experimento. Tras desenterrar a Sparky del cementerio de animales y aprovechando la electricidad de los rayos de una terrible noche de tormenta, Víctor consigue devolver la vida a su bull terrier inglés, eso sí, con alguna que otra puntada y más de un arreglillo sin importancia que lo dejan casi casi como antes. Nada hubiera pasado si Sparky se hubiera quedado quieto en el desván en lugar de pasearse en su nueva condición por las calles de la tranquila y aburrida Nueva Holanda. Pero quedarse quieto no está en la naturaleza de este perro juguetón y pronto será descubierto por Edgar “E” Gore, uno de los compañeros de clase de Víctor que le promete no decir nada si le cuenta cómo ha conseguido devolverle la vida a su mascota.
Claro que las promesas con los dedos cruzados a la espalda no son válidas y pronto el secreto a voces de la “resurrección” de Sparky provoca escenas de terror entre los adultos, que lo consideran monstruoso y contranatura y tratan de destruirlo, movidos por su propio miedo a lo que desconocen. También son desproporcionadas las reacciones de sus compañeros de clase, más preocupados en conseguir el primer premio en la Feria de Ciencias de la escuela. Así que el extraño Edgar, el competitivo Toshiaki, el escéptico Nassor -que tanto nos recuerda a Boris Karloff- y el influenciable Bob provocarán, en su afán por imitar a Víctor, la aparición de monstruos tan terribles como el gato vampiro, la rata lobo, la tortuga Godzilla, el hamster momia o los monos del mar y desencadenarán un caos sin precedentes. Quizás deberían haber hecho caso a los oscuros presagios que Bigotes, el gato de Niña Rara -esos dos personajes que nos lanzan la misma mirada inquietante- había visto en su sueños.
La película está llena de referencias literarias y cinematográficas: su vecina Elsa Van Helsing nos remite a Abraham Van Helsing,el cazador de vampiros que aparece en la novela Drácula de Bram Stoker; Edgar “E” Gore su compañero de clase al poeta Edgar Allan Poe, pero también por su parecido al personaje de Igor el asistente de Frankenstein; Shelley, la tortuga de Toshiaki a la autora de Frankenstein, Mary Shelley; los Frankenstein están viendo en su casa la película Drácula justo en el momento en el que aparece Cristopher Lee en la pantalla; el profesor Rzykruski es un homenaje a Vicent Price; Perséfone, la reina del inframundo en la mitologia griega, es la cañiche de Elsa, cuyo pelo después de ver al nuevo Sparky nos recuerda tanto a la actriz Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein, pero, sobre todo, Frankenweenie es una muestra de la fascinación de su creador por los clásicos del terror: monstruos como Godzilla, la momia, el vampiro, el hombre lobo o el monstruo de la laguna.
Los que echaban de menos al Tim Burton de antes de Alicia y criticaban su tendencia a repetirse en sus películas de animación porque los personajes de Frankenweenie se parecen demasiado a los de La novia cadáver -la primera comenzó a gestarse en 2007 dos años más tarde del estreno de la segunda-, porque el alcalde siempre es el malo de sus películas, en las que siempre hay científicos locos que juegan a ser Dios, como Frankenstein, creadores de seres zurcidos dotados de vida gracias a sus experimentos, como el Monstruo, y mascotas que comparten la infancia de niños diferentes, dejándoles un gran vacío con su marcha; por sus finales recurrentes, con la muchedumbre que persigue al monstruo hasta el molino para acabar con él, un molino que aparece en el primer Frankenstein de 1931, en el primer Frankenweenie y su remake, pero también en una de mis películas favoritas Sleepy Hollow... todos ellos tienen ahora ocasión de resarcirse, porque el Burton oscuro de siempre, el que nos gusta, con sus personajes góticos y grotescos, sus ambientes tenebrosos y sus escenarios minuciosos y espeluznantes, ha regresado.
Una hermosa y entrañable historia sobre el valor de la amistad, contada de la mejor manera posible, con esos toques de magia y fantasía que sólo Tim Burton es capaz de darle a sus películas. A que no sois capaces de verla sólo una vez.
2 comentarios:
Muy buen análisis! Sí, creo que todos esperábamos el "regreso" de Burton, esa vuelta a los orígines con la que volviese a encandilarnos.
Y no podían faltar las magníficas melodías de Danny Elfman.
Un gran film, sin duda. Espero sea uno más de los muchos que estén por venir.
Es cierto que no he hablado de la banda sonora, pero estoy contigo en que las películas de Burton no serían las mismas sin la música de Danny Elfman. También yo espero que tras Frankenweenie vengan otras muchas más como ella.
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