El pasado agosto, Un Pueblo Blanco, el de Tomeu Pinya, publicado por Planeta DeAgostini en su colección Forum, me llevó inevitablemente a otro pueblo blanco que duerme colgado de un barranco bajo un cielo que a fuerza de no ver nunca el mar se olvidó de llorar y por callejas de polvo y piedra, por las que sólo el olvido camina lento bordeando la cañada, al Pueblo Blanco que cantara Joan Manuel Serrat en su disco “Mediterráneo” (1971) y que yo escuché infinidad de veces hasta llegar a aprenderla, como hice con otras tantas canciones memorables de aquellos cuatro discos que conformaban el magnífico recopilatorio “Álbum de oro”, editado por la compañía discográfica Zafiro/Novola en 1981, y en el que yo siempre reconocí al pueblo de mis abuelos, aquél de donde salió mi madre en los años sesenta y al que sus hijos volvemos ineludiblemente cada año para verlo desaparecer poco a poco.
Pero el pueblo blanco de este mallorquín nacido en 1982 nada tiene que ver con el del cantautor: el de Tomeu Pinya es un pueblo de mar (ya se sabe que “si te toca llorar es mejor frente al mar”), un pueblo cualquiera de una isla perdida del Mediterráneo, con un “centro neurálgico”: “El Bar del Barbudo” (ya lo decía Serrat: “de la siega a la siembra se vive en la taberna”), algo más que el punto de reunión al que acuden turistas en verano y ancianos durante todo el año para jugar al dominó.
Rafa es el barbudo propietario de este bar que, como buen adicto a las historias que es, ha convertido en el cobijo ideal para los que las cuentan, las escriben, las leen, las escuchan, las imaginan, las sufren, las sueñan o, simplemente, las viven. Por allí pasan Lucía, fotógrafa en mil guerras que siempre son la misma; el incorregible e indiscreto Hugo, que tiene por costumbre dibujar en cualquier parte; “Pantaleón”, el mago que crea mundos y te lleva con él a visitarlos; Bernat Colom, un enamorado del mar que sueña convertirse en Ulises y vivir su propia Odisea; Eduardo, el escritor consagrado en busca de la inspiración perdida; don Ignacio y don Nicolás, dos mayores atados al pasado por sus recuerdos como los niños a sus juegos y a su desbordante imaginación; Kurt y Margarita y su historia de amor o Fátima, una encantadora de serpientes que nos hipnotiza tanto con sus relatos como con su mirada. Todos ellos tienen tras de sí una historia que los define, una circunstancia que los hace diferentes y reales a nuestros ojos a través de la mirada de Rafa, quien, como el sultán Shariar de Las mil y una noches, sólo ansía conocer a la única mujer que puede hacerle feliz: una Sherezade a la que nunca se le acaben las historias con las que llenar las noches y vivir los días.
Un Pueblo Blanco es un conglomerado de historias cortas, en blanco y negro y tonos grises difuminados, tan distintas como distintos son los registros y los estilos gráficos utilizados para contarlas. Algunos de estos relatos ya los conocíamos por haberlos visto en la web de su autor (www.tomeupinya.com): Sherezade, Coloms y Cartes, que obtuvo el primer premio Art Jove convocado por el Gobierno Balear en el año 2006.
Tomeu Pinya teje la trama con anécdotas de la vida cotidiana que se van entrelazando y encajando dentro del armazón que constituye la historia principal y que se apoya en las múltiples referencias literarias, cinematográficas y al noveno arte que aparecen y que quedan patentes en los homenajes que el autor hace a figuras consagradas del mundo del cómic y de la ilustración como Sergio Toppi, Norman Rockwell, Bill Watterson o Goscinny y Uderzo; en las alusiones al universo de los tebeos que leíamos de niños y que llenaban nuestro imaginario de mundos fantásticos, de futuros de ciencia ficción, de aventuras vividas en el espacio o en el lejano oeste, de enfrentamientos y luchas despiadadas con feroces dinosaurios o de peligrosas misiones de guerra en las que nadie quería morir; en sus preferencias por determinados libros que el protagonista lee y recomienda a sus clientes/amigos en función de lo que éstos le cuentan y su relación con los libros que atesora; en los carteles de películas colgados en las paredes (Pulp Fiction, de Quentin Tarantino; El Padrino, de Francis Ford Coppola, o Il buono, il brutto e il cattivo, de Sergio Leone) o en los guiños de gatos que parecen sacados de “Brujeando”.
Una de esas obras de jóvenes artistas que no se pueden dejar pasar. Si tenéis ocasión, no dejéis de fijaros en las guardas de la cuidada edición de Planeta DeAgostini: son el inicio y el colofón perfectos para ilustrar estas hermosas historias con final feliz.
3 comentarios:
Me alegro de que te gustara el cómic, Susana!Y muchas gracias por la reseña! Se me había pasado. Está claro que una semana en este blog da para mucho...
Gracias a ti por visitarnos, pero sobre todo por ofrecernos la posibilidad de conocer a esos personajes tan entrañables que se reúnen en el bar de Rafa y de recordar a dibujantes e ilustradores a los que admiramos. Otras historias como éstas y reincidimos seguro.
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